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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 01/05/2025 04:40
Espacio Único - Leticia Fenoglio En un nuevo episodio de Espacio Único, el ciclo de entrevistas de Infobae y Banco Comafi que destaca a mujeres líderes en negocios, industria y tecnología, Leticia Fenoglio, cofundadora y CEO de Franuí-Rapanui, compartió su inspiradora trayectoria. Desde su incorporación a la empresa familiar en 2004, ha transformado una pequeña chocolatería en Bariloche en una marca reconocida a nivel internacional, con presencia en más de 35 países y plantas de producción en Argentina y España. Bajo su liderazgo, la compañía expandió su alcance de sucursales, instaló tres fábricas en Bariloche y una planta procesadora en el Mercado Central. Uno de sus mayores hitos fue la creación de Franuí, el popular snack de frambuesas bañadas en chocolate que conquistó paladares en distintos rincones del mundo. Leticia combinó innovación y tradición para posicionar sus productos con una fuerte identidad argentina. En 2024, participó del Summit Mujeres Power y anunció la construcción de una nueva planta en Buenos Aires. Con una mirada global y pasión por lo que hace, busca llevar sus productos cada vez más lejos. Leticia Fenoglio: “Para mí el legado familiar nunca fue una presión, todo lo contrario, fue un deseo.” (Candela Teicheira) —Contame cómo empezó todo: la historia de Aldo Fenoglio y la creación de este imperio del chocolate. Imagino que tu infancia fue como vivir en la película Charlie y la fábrica de chocolate. —La verdad es que sí. Aldo Fenoglio era mi abuelo, que hacía chocolates y helados en Turín, en Italia. Él vivió la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Después de la segunda, en la posguerra, quiso buscar nuevos horizontes y viajó a la Argentina. Si bien recorrió varios lugares, se instaló finalmente en Bariloche, que le recordaba su Torino natal por los lagos y las montañas. Ahí montó la primera chocolatería de la Patagonia. Mi abuelo fallece cuando mi papá tenía 19 años, así que desde muy joven mi papá se hizo cargo de la empresa familiar, que en ese momento se llamaba Fenoglio y anteriormente se había llamado Tronador. La herencia fue pasando de generación en generación y, pese a no haber conocido a mi abuelo, sé mucho de él a través de mi padre y de mi tía. Una vez que mi papá empieza con la empresa familiar, en un momento dado se separa de Fenoglio y arma su anhelo: crear el mejor chocolate. Él sentía que se habían desvirtuado los valores, entonces creó Rapanui. —¿Y cómo fue ese proceso? —A mi padre le costó, pero dio el paso. Por suerte, hoy vemos todo lo que creó él y fuimos creando cuando nos incorporamos con mis hermanos a la empresa familiar. Hubo un febrero que fue muy particular y marcó nuestra historia para siempre. Se registró una sobrepoblación de frambuesas y mi padre, yendo de la oficina a su casa, empezó a pensar qué podía hacer con tantas frambuesas. Y la realidad es que hace más de 15 años hizo algo que es muy transgresor porque el chocolate y el agua se repelen, pero él mezcló frambuesas congeladas con el chocolate. En esa época ya trabajaba en la oficina con él y todo empezó con un mail que él manda cuando yo vivía en Europa. Yo estuve seis años en España. —¿Cuál es tu profesión? —Soy diseñadora. Nada que ver con el chocolate en sí, pero desde muy pequeña había tenido relación con el negocio familiar. Jugábamos a las escondidas con mi hermano entre las bolsas de cacao, en el altillo de Fenoglio, y de más grande trabajé todas las Pascuas en Rapanui. Siempre estuve relacionada con la cocina, con las recetas y un día, estando en Europa, recibo un correo en el cual mi padre me invita a trabajar con él. Para mí fue una gran sorpresa porque de la nada recibo este correo que nos invita a mi hermano y a mí a empezar a trabajar ahí. Nos dijo que él nos iba a enseñar porque se quería jubilar. Me sigo riendo de esa frase porque nunca se jubiló, todo lo contrario (risas). Además, el hecho de que ingresáramos a la empresa fue un motor para él y se entusiasmó más todavía. O sea, de jubilarse, nada. Hoy lo pueden ver en los locales y sigue estando muy presente. —¿Cómo fue crecer rodeada de chocolates, frambuesas y los sabores de la Patagonia? ¿Cómo era tu infancia en ese mundo casi mágico? —Los chicos en el colegio me decían: “A la lata, al latero, a la hija del chocolatero”, todo el tiempo. Me acuerdo que mi papá abría la puerta de casa y, al abrazarlo, emanaba olor a chocolate por haber estado todo el día en la fábrica. Era impresionante. Yo le decía a mis amigos: “Me voy a la fábrica a jugar a la escondida entre las bolsas de cacao”. —Era el mundo ideal... —Sí, todos mis amigos querían venir conmigo a jugar a la fábrica (risas). La verdad es que mi papá con nosotros está haciendo lo mismo que hago yo con mi hijo, que es incorporarlo al trabajo para poder verlo más tiempo. Tengo muchos recuerdos de estar en su oficina, de trabajar las Pascuas, que trabajábamos el 30% y el 70% nos divertíamos. Era la realidad. Íbamos con nuestros amigos, así que la verdad que lo viví con mucha felicidad. —¿Sentiste una presión familiar por seguir ese legado? —No lo viví como una presión, todo lo contrario. Largué todo lo que estaba haciendo en España, volví a la Argentina y lo viví con mucha alegría. Para mí el legado familiar nunca fue una presión, todo lo contrario, fue un deseo. De hecho, cuando llegó ese correo era: “¡Que bueno, por fin!” porque es algo que me encanta hacer hasta el día de hoy. Trabajar en una empresa familiar, como en cualquier otro tipo de empresas, tiene sus pro y sus contras. Obviamente que algunas veces discrepamos en decisiones, pero suele ser en decisiones pavas porque en las importantes estamos todos de acuerdo. Y lo bueno de una empresa familiar es que todos tiramos para el mismo lado y me da mucha alegría porque si bien podemos tener discrepancias en el momento en que existe algo externo que pueda llegar a peligrar la empresa o la marca, enseguida todos pensamos exactamente de la misma forma. Eso te da fuerza y te sentís apoyada por tu propia familia. Estoy muy feliz de poder trabajar junto a mi padre y mis hermanos. —¿Qué edad tenías en el momento de recibir el mail? —23 años, más o menos. —¿Consideras que llegó en el momento justo o te hubiera gustado recibirlo antes? —Creo que llegó en el momento justo porque me dio la posibilidad también de vivir otro tipo de experiencias que tenía ganas de vivir. Viajé mucho por Europa, que hoy me sirve un montón para la empresa. Conocí mucha gente en ese periodo y, como se suele decir: me abrió la cabeza. Si hubiese llegado antes, tal vez me perdía todo lo que viví en ese periodo, que creo que es lo que me hace la persona que soy hoy. "Hay cerca de 190 países en el mundo y no quiero parar hasta estar en todos", expresó la empresaria. (Candela Teicheira) —Y desde tu lugar como mujer, ¿qué valor le aportás a la empresa? Porque entiendo que cada uno es una pieza clave en este gran rompecabezas familiar. ¿Cuál sentís que es tu sello personal? —Yo creo que el sello que le doy es el lado femenino porque son todos dos hombres: tengo dos hermanos varones y mi padre. Soy muy apasionada en lo que hago. Estoy convencida de las cosas que hago. Yo creo que cuando vos haces algo que realmente te apasiona, todo es más fácil, no lo hago como obligación. Por ahí puedo estar un sábado o un domingo pensando cómo mejorar la logística, cómo puedo sacar un producto nuevo y mejorar una comunicación. Vengo del lado del marketing, así que a mí me encanta todo lo que tenga que ver con la comunicación y conectar. Creo que también aporto desde el lado humano, porque me gusta estar cerca de los equipos y de la gente que trabaja en la empresa. Paseo por las fábricas, por el local y me gusta estar cerca de los distribuidores y de la gente que nos consume porque todos, hasta el cliente, quiero que se sientan parte del crecimiento y de este proyecto que es Rapanui en la Argentina y Franuí en el mundo. —¿Qué te hace única? —Creo que todos somos únicos. Todos tenemos una historia. Si hablo de mis características, una ya la mencioné que es la pasión con la que hago las cosas y soy muy humana, me gusta estar muy cerca de los equipos y creo que también tengo muy marcadas las raíces de tradición chocolatera familiar y de la Patagonia. —Haciendo un paralelismo con Charlie y la fábrica de chocolate, los Franuí, para ustedes, ¿son una especie de Golden Ticket o un pasaporte al mundo? —Sí, totalmente (risas). Estamos en 40 países gracias a los Franuí. Estamos en lugares impensados como Georgia, Moldavia... —¿Cómo te ves en los próximos años? ¿A dónde querés que vaya la marca y la empresa? —Nosotros estamos conquistando paladares. Hay cerca de 190 países en el mundo y no quiero parar hasta estar en todos. Me gustaría crecer con la marca y con productos nuevos que sigan sorprendiendo a la gente. A futuro me veo también enseñándole a mi hijo y pasándole esta pasión que tenemos en la familia por el producto, que él ya lo vive, porque desde los cuatro años viene a la fábrica y se pone a armar cajitas, que fue exactamente lo que hice yo. —Te voy a hacer la pregunta Comafi que le hacemos a todas las invitadas. Como empresaria, ¿consideras esencial la educación financiera de las mujeres para poder lograr la autonomía? —Sí, considero que es esencial no solo para mujeres sino que para cualquier persona. Creo que cuanto antes, cuanto más chico seas y empieces con la educación financiera, tenés más posibilidades en la vida, te da más libertad y podés tomar decisiones más acertadas.
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