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  • Apagón en España: el reinado de la radio que no hizo silencio frente a la crisis energética

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 30/04/2025 02:32

    Las personas se reunieron alrededor de la radio para escuchar las noticias (Photo by Thomas COEX / AFP) La luz parpadeó. El sol estaba a pleno y parecía una perilla que había que subir. En un país donde todo es a energía eléctrica prender varios aparatos juntos puede ser una sobrecarga. No era un simple abrir y cerrar de ojos. Salí al pasillo a ver si le pasaba a alguien más. Sí que pasaba. Fui a un bar y no atendían. El corte de luz era generalizado. Tenía una cita con Milagros y Laura. Nada nos iba a detener después de hacer avanzar tantos proyectos. Hicimos una reunión en la plaza. Hasta ahí todo eran risas y la sensación que de mini catástrofes y maxi crisis está hecha la argentinidad en dónde atar con alambre y sobrevivir a lo inesperado es parte del ADN y del orgullo. Terminé y quise seguir con los planes pero todo estaba cerrado. No había wifi pero tampoco datos para hablar por teléfono. El aislamiento y la distancia no se llevan bien. El impacto de cualquier noticia después de una pandemia que trastocó lo que no podía pasar por lo que sí podía suceder es una incertidumbre que puede intercambiar la letra chica por la mayúscula. La gente formaba un círculo alrededor de una radio a pilas en los barrios de Madrid para enterarse de las causas y las consecuencias del apagón que mantuvo sin energía a España durante un día Sin embargo, hay algo peor que lo que ya sucedió, lo que no se sabe si puede suceder. Hay un titular catástrofe que azota el mundo: la potencialidad de la guerra. No era la luz lo que faltaba, sino la esperanza de creer que se trataba de un accidente. Sí, con luzólogos que la analicen, pero accidente al fin y no ataque premeditado, conspiración o boicot. Fui a comprar comida y no vendían. Pero en la mesa del bar había una radio y risas. Una argentina logró llegar con su valija a encontrarse con su amiga que la esperaba sin intercambiar mensajes y recibió aplausos de los chicos locales que tenían ganas de fiesta improvisada con el lema “no hay mal que por bien no venga” como bandera. Las mesas se compartían y la radio ocupaba el centro como si fuera un florero o una pizza grande que no necesitaba cubiertos ni escucha individuales. Empezaba a amanecer la reivindicación del medio vintage reconvertido en esencial. La radio del abuelo, la que parece una antigüedad y la que mi hijo lleva tatuada en su pierna, ahora pienso, como una premonición o un símbolo de una identidad que no necesita claves. Crédito: Por Causa En "Por Causa" sacaron la redacción a la calle y se informaron por la radio que tenía un vecino en el taller mecánimo junto a los vecinos que se amontonaban para informarse de las noticias sobre el apagón La frutería se llenaba de gente que buscaba sobrevivir como en una selva pero con el ananá cortado a cuchillo. A las 12 se encontraban bananas. A las 18 ya estaban agotadas. Dime qué crisis vives y te diré qué se vuelve el objeto de deseo: el agua, las mandarinas y los plátanos (dicho en distintas lenguas, tamaños y estados de maduración o país de orígen) si no hay energía para cocinar son salvavidas existenciales. El problema no era, todavía, si no había luz, pero sí no saber por qué no había, qué pasaba y qué podía pasar. Volví y la plaza ya era un feriado de carnaval. El fútbol y la música acoplaban canciones y goles en las calles. Intercambié hipótesis con vecinos como un TEG en donde gana el que más especula y subí las escaleras. Ningún botón funcionaba. Me senté a pensar qué pasos seguir sin posibilidad de distracción teléfono en mano. Agudicé el oído y había un sonido. No era de la selva, pero sí una liana. Empecé a escuchar mi nombre en el balcón. En realidad, mi nombre cortito, una forma más dulce de decirlo, acentuada por el grito, a falta de timbre, portero eléctrico, teléfono, celular, DM de Twitter, Telegram, mensaje privado de Instagram y, ni siquiera, código encriptado en Signal. No funcionaba nada, salvo el grito y las amigas que nos salvan. Crédito: in and out (Barcelona) Un video mostró como en Barcelona sacaron instrumentos musicales, pinturas, juegos y lecturas a las plazas mientras escuchaban por radio las alternativas del apagón en toda España La periodista colombiana Andrea Aldana vino a mi puerta. Sin pretender un Romeo ni sacrificarse como Julieta, igual que te vengan a buscar cuando el fin del mundo aparece como una posibilidad, siempre es un halago, digno de un relato. Pero Andrea no es de las que les gusta el culebrón, a pesar de la mega industria de su tierra (que yo sí amo) y prefiere ir al grano: -¿Luci, tienes billete para pilas? -Sí, ya bajo. Por milagro había guardado efectivo. El dinero en papel se había revalorizado y la banca que todo lo resuelve no podía resolver nada en emergencia. El colchón tan argentino a veces nos salva. Pero la impuntualidad siempre nos cuesta regaños. Y los de una cronista berraca no son suavecitos. Andrea me gritó que me apurara. Eso pasa siempre. Pero esta vez era de vida o... o qué, eso era lo que necesitábamos saber y sin radio no íbamos a enterarnos de nada. Si tardábamos podíamos perder las últimas pilas del barrio. El último cordón umbilical con las noticias dependía de una maratón por las calles de la desorientación y el consumismo frente al simulacro de apocalipsis. La periodista colombiana Andrea Aldana relató la importancia de las noticias y la información entre vecinas/os frente a un apagón que dejo sin sentido a la televisión, el streaming y las redes sociales Llegamos a un negocio chiquito y con fila. Las radios volaban. Ella la había comprado por 30 y ya salía 55. Pidió las pilas y le dijeron que no había. “Tu me dijiste que me las reservabas”, increpó al vendedor. Él cumplió. Ella no es de las que se dejan faltar a una promesa. La gente de la fila ni chistó. Había un acuerdo previo que nadie pensaba poner en duda aún ante la necesidad de subsistencia. Salimos del negocio y vimos un local de tortas. No cortaban por peso porque no andaba la balanza. Parecía el juego de la manzana cortada que veía con mi abuelo en la televisión. Yo pensaba que no importaba una miga más o una miga menos, pero no iba a discutir. Mis prioridades frente al fin del mundo (que por ahora duro un solo día): arrollado de manzana y un budín de zanahorias, la golosidad, lo importante. En el kit de guerra que propagan en Europa piensan en botiquines, navajas, linternas, baterías, agua, latas y radio. Ya teníamos la radio. Pero el postre entra en el kit si a la supervivencia le sacan la austeridad y le agregan un toque de ánimo. La pregunta de qué te llevarías a una isla desierta empezaba a encontrar respuestas. Sin desierto, pero sin energía. Pero con dulces y amigas. Nos sentamos en un banquito de plaza y prendimos la radio. No había mucha información. Pero igual estaba bien sentirse prendida a alguien que dijera algo para especular, criticar o hacer apuestas sin premio que reclamar. La gente se empezó a amontonar. La radio se convirtió en un imán de orejas, en una maga sin conejo, en una diosa a la que rendir pleitesía en un círculo barrial. La convocatoria crecía como un encantamiento de serpientes. in and out Barcelona Los escuchas se hicieron amigos temporarios y las vecinas señoras con las que compartíamos gestos de preocupación, alivio, complicidad o expectativa. Se quería saber y también se quería desconocer. El pueblo necesitaba conocer si viajaba en tren, si mañana tenía colegio, si se prolongaba la huelga involuntaria o si el ayuno intermitente se iba a volver una dieta obligada. La gente paseaba como turistas en su propia ciudad y los turistas pedían efectivo a cambio de transacciones de Paypal que valían menos -y no por boicot a Elon Musk- sino porque no servían para conseguir papas fritas en paquete, damascos frescos o frutillas que convirtieran la tarde en un picoteo a cielo abierto. Si la pandemia se recuerda por el trauma del encierro el Día 0 del apagón fue como la serie de Robert De Niro pero menos trágica y con más cachondeo. La decisión del momento en el que las personas se quedaron sin señal fue señalizar pasarlo lo mejor posible en un paseo masivo en el que las cuatro paredes (salvo para los que no podían bajar o salir) no eran una opción válida. Un Cortepalooza con artistas improvisados, periodistas de paso y conversaciones sin GPS. Por Causa Incluso de eso nos dimos cuenta, sin el teléfono no se sabe cómo se llega a donde no sabemos ir sin que nos digan a dónde tenemos que doblar y qué flecha seguir. Perderse es también un privilegio o preguntarle a otro ser humano cómo llegar sin las baterías conectadas a las antenas que dejaron de funcionar para ponernos a prueba o para desorientar. Florencia Difilippo apareció por casualidad. Es abogada y especialista en género y trabaja en Madrid. El trabajo de oficina había quedado en suspenso. La identidad permite bromear sobre la superioridad de los alfajores cordobeses para superar una crisis. Lo importante cuando tenemos miedo es pensar en los que nos da placer o risa. Se sentó en el banquito y la ronda siguió creciendo. En la radio se anunciaba la voz del Presidente Pedro Sánchez como cuadro central después de los teloneros que mucho no tenían para decir y se escuchaba el discurso con la expectativa con la que se espera a un plomero cuando la ducha no funciona o a un líder mundial cuando la historia puede recordar ese día con resaltador fluo. Igual que casi siempre la expectativa era superior a la realidad. Incluso porque la realidad no era tan grave. Pero esa manera de esperar sí que va a quedar grabada. La radio se sostenía como un trofeo entre tragos y amigos que compartían la información y las bromas (Matias Chiofalo / Europa Press) Florencia, a la noche, cuando ya volvimos a comunicarnos como el Dios tecnología manda, envío la foto del ritual y la reflexión de ese día en donde encontró alegría por la desconexión y ebullición por el ritual colectivo de informarse en común. “Había grupos de personas escuchando la radio para saber qué pasaba. Una ronda. Muchas, en toda España. La suspensión del tiempo. Muchas lecturas se entrecruzan según el lugar desde donde nacen. En el sur global, los cortes de luz son una constante y no hay catástrofe ni noticia detrás. En el sur del norte, como en la Cañada Real —donde hace cinco inviernos que miles de vecinos y vecinas conviven con cortes de electricidad o directamente no tiene luz— tampoco interesa", diferencia. “Este episodio nos trae información más valiosa, porque la pasamos por el cuerpo. Nos viene a recordar lo que los feminismos no dejan de señalar: que lo que sostiene a una sociedad son los cuidados, que no podemos dejar de cuidar, que hay un valor inmenso en lo público. Nos viene a mostrar que no hay productividad económica que justifique perder(nos) como colectivo, que no hay eficiencia que valga si quedamos aisladas, solas. Que sostener la vida, y sostenernos entre todas y todos, es el principio de cualquier presente y futuro posible”, diagnostica. Florencia vio lo que vieron muchos: las pelotas abandonaron las canchas y rodaron por las veredas. El ajedrez salió del closet y jugó sus fichas. Las cartas dejaron de estar marcadas para los fines de semana. El lunes nadie hizo dieta. No fue un feriado con viajes frenéticos para descansar. No hubo tregua para los que quedaron atrapados en el tren, ni para las que caminaron una maratón para llegar al avión o hicieron filas de horas para lograr un taxi. No fue jocoso. Pero se esquivó la tragedia. El 28 de abril en vez de los teléfonos fueron las radios las que ocuparon el lugar central arriba de las mesas. REUTERS/Ana Beltran Un poco de información y un poco de negación sigue siendo un cóctel que la sociedad venera. El boom de recitales, fiestas y vida de placeres que primó post pandemia es una realidad en el que se mezcla “fingir demencia” con una necesidad animal de sobrevivir con actitud y humor a las inclemencias de un mundo en donde por superestimulación la falla del engranaje ya no es una amenaza, sino una realidad. Un día no hay electricidad, ni teléfonos, ni metro, ni tren, ni computadora, ni heladeras. Y ese día llega. Y mucha gente, simplemente, se sienta en un bar a aprovechar las cervezas frías, a reír, a esperar y a comulgar alrededor de las radios a pilas a ver si vuelve a la normalidad de la hiperconexión o sigue su ritmo sin estar en falta por no contestar el WhatsApp. Florencia Difilippo rescata las ganas de goce aún en circunstancias inesperadas o con teorías temerarias, tal vez, con menos incidencia, por la salvación de no leer X por unas horas: “En muchos barrios, proliferaron la música, los juegos de mesa, las conversaciones sin prisa, las charlas con vecinas que no conocíamos, los cuidados. Nos reunimos a escuchar la radio, nos tuvimos más paciencia, comentamos, nos vimos, nos escuchamos”. “Sin pantallas que nos absorban, el apagón abrió una grieta en la normalidad que corre, compra y produce. Y por esa grieta se coló, aunque fuera por un rato, la posibilidad de pensarnos y más que nada -sentirnos-de otra manera. También nos recordó que cualquier episodio de crisis actual no es un accidente: vivimos en una crisis estructural y permanente, atravesada por el colapso ambiental, las migraciones forzadas, las desigualdades extremas”, enumera. Y subraya: “En un mundo que se desborda, la respuesta no vendrá de inteligencias artificiales, sino de tramas colectivas, de vínculos, de redes de apoyo que sostengan la vida”. Tal vez consumimos más de lo que podemos. Tal vez nos podemos acostumbrar a que la incertidumbre es parte de un mapa con dudas puesta en lo que parecía natural. Pero la soledad no es buena compañía. La radio en el centro de la mesa y la gente autoconvocada en círculo para poder interpretar las noticias (Photo by Thomas COEX / AFP) La periodista mexicana Eileen Truax vivió en Los Ángeles y ahora reside en Barcelona. Es migrantóloga por trayectoria profesional y una dama de voz dulce que sabe admirar la vida y contarla como una crónica apenas acaba de pasar por su retina: “Si esto pasa en USA la gente hubiera corrido a comprar pistolas y papel de baño y a atrincherarse en su casa. En España la gente se salió a la calle echando chela en las terrazas, oyendo un radio de los viejitos, sentados en el parque viendo la puesta de sol… la gente confía en la gente. Se nos olvida que así es como hay que vivir”, reflexiona. Rocío Fraga vive en Galicia, fue concejala y es graduada en seguridad y control de riesgos. Además es investigadora de la Universidad de Coruña. No salió de jolgorio, sino que como toda persona responsable y analítica, se preocupó por lo que pasaba y lo que podía pasar. “Soy una flipada de las emergencias”, se autopercibe. El comentario podría ir a bio, pero ahora ya no se sabe ni en qué red social subsistir y la crisis del 28 de abril demostró que si los lives de Instagram sostuvieron la pandemia de coronavirus un apagón sin energía no se sostiene con videos por teléfono sino con personas vivas y medios chapados a la antigua. La radio en un árbol y una audiencia callejera que compartía la información, las sensaciones y la transmisión con quienes habían logrado atesorar pilas y transmisores (Photo by Paul Hanna / AFP) “En los primeros instantes de incertidumbre estuve super preocupada. Después conseguí el transistor y pude escuchar la radio pública que es una de las cosas a proteger. Un experto explicó que al atardecer se podía arreglar. Yo hice mis cálculos y me di cuenta qué hasta la noche cerrada iba a seguir así. Vivo sola y la radio me hizo mucha compañía -valora-. Los servicios públicos daban información fiable. En otras emisoras especulaban con noticias falsas o aprovechaban para meter el lobby de las nucleares”. “La gente, a la mañana, estaba comprando pilas y agua. Pero llegó un momento en el que se fueron a la playa y a los bares. En lo cotidiano la gente fue maravillosa”, destaca Rocío. El mar, la sociabilidad y el sostén con los demás es tan esencial como la luz. En Madrid, en Por Causa, decidieron sacar la oficina a la calle y escuchar la radio, no había aparato pero estacionaron un auto con estéreo y entonces se volvió un informativo móvil vivo y directo. La periodista Lucila Rodríguez-Alarcón describe: “Se fue la luz. Éramos 15 en la oficina. Pasada media hora no quedaba duda de que iba para largo. Pues sacamos la oficina a la calle para invitar a todas las vecinas a que pasaran la incertidumbre con nosotras. Fernando tenía una radio en el taller y fuimos siguiendo las noticias. Luego José trajo su coche y las seguimos por su radio. Jugamos al trivial. Cuando volvió la luz aplaudimos y nos abrazamos. No estamos solas y juntas podemos”. Volvió la normalidad. O volvieron los memes que son lo mismo. Pero me gusta que la radio exista, que Andrea me grite por el balcón y que los novios se dejen pegadas cartas de amor. No necesitamos un apagón, sino encendernos, con nuestra propia voz.

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