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  • Ascenso y caída del creador del fascismo, el dictador Benito Mussolini, a 80 años de su fusilamiento

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 28/04/2025 04:32

    A la izquierda, de bigotes, un joven Benito Mussolini junto a un colaborador del momento, Filippo Corridoni, un sindicalista italiano (Grosby) El 28 de abril de 1945, Benito Mussolini fue ejecutado junto a su amante Claretta Petacci por partisanos italianos en la aldea de Dongo, a orillas del lago de Como. Ambos intentaban huir hacia la frontera suiza mientras los Aliados y la Resistencia avanzaban sobre el norte de Italia, desmantelando la República Social Italiana, un régimen títere del Tercer Reich que Mussolini había instaurado con apoyo nazi. Según una de las versiones más difundidas, Petacci habría intentado proteger a Mussolini interponiéndose en el momento del disparo. Sus cuerpos fueron llevados a Milán, donde, el 29 de abril, fueron colgados de los pies en la Plaza de Loreto y exhibidos ante una multitud. Las imágenes, con los cadáveres desfigurados por los golpes de la muchedumbre, se convirtieron en símbolo del colapso del fascismo italiano. Días más tarde, Adolf Hitler se suicidó en Berlín, marcando el final del Eje en Europa. Los cuerpos de Benito Mussolini y Claretta Petacci colgados en una plaza de Milán, ante la multitud Los inicios como militante socialista Benito Amilcare Andrea Mussolini nació el 29 de julio de 1883 en Dovia, una pequeña aldea del municipio de Predappio, en Emilia-Romaña. Su padre, Alessandro Mussolini, era herrero y militante socialista; su madre, Rosa Maltoni, maestra. El nombre “Benito” fue elegido por su padre en homenaje a Benito Juárez, el reformista mexicano, así como a figuras del socialismo italiano. Desde joven mostró una personalidad agresiva: fue expulsado de un colegio salesiano por pelearse con un compañero. Completó la escuela secundaria como alumno externo y comenzó a trabajar como maestro de escuela. En 1900 se afilió al Partido Socialista Italiano, influido por el ideario de su padre. Más tarde se convertiría en editor del periódico socialista Avanti, desde donde comenzó a ganar notoriedad como periodista combativo. Retrato de Benito Mussolini (Credito: Grosby) Tras el armisticio de 1918, Italia atravesó una crisis profunda. A pesar de formar parte del bando vencedor, el país sintió que los tratados de paz no le habían dado las recompensas prometidas. Solo obtuvo Trentino, Tirol del Sur, Istria y Trieste, mientras que otras regiones reclamadas —como Dalmacia, Adalia y algunas islas del Egeo— fueron adjudicadas a Yugoslavia. La frustración nacional se intensificó con la pérdida de 700.000 soldados italianos durante el conflicto. En lo económico, la guerra dejó al país endeudado, principalmente con Estados Unidos. La inflación se disparó: la lira cayó de 5 por dólar (1914) a 28 (1921), y el costo de vida se quintuplicó. Unos 2,5 millones de combatientes regresaron buscando empleo, mientras que la industria pesada volvía lentamente a su ritmo de producción civil. En la Gran Guerra perdieron la vida 700 mil soldados italianos (Reuters) En 1919 se estableció el sufragio masculino universal y se implementó la representación proporcional, pero esto provocó una fragmentación política que paralizó al Parlamento. En apenas tres años, cinco gobiernos distintos se sucedieron sin lograr definir un rumbo. La inestabilidad generó un ambiente explosivo: huelgas masivas, ocupaciones de fábricas, consejos fabriles en Turín, y tomas de tierras en el sur por ligas campesinas socialistas. Sectores medios y altos, temerosos de una revolución, comenzaron a ver a Mussolini y sus fascistas como una barrera frente al comunismo. Fundación del fascismo y ascenso al poder En 1919, Benito Mussolini fundó el Partido Fascista Italiano, inicialmente con un perfil socialista y republicano, incluso con simpatías hacia las ocupaciones de fábricas. Su órgano de difusión era el periódico Il Popolo d’Italia. Sin embargo, al comprobar que las acciones revolucionarias de los trabajadores no prosperaban, Mussolini cambió de rumbo: se presentó como defensor de la propiedad privada y del orden social. Esta reorientación de lo más contradictoria, le valió apoyo financiero de comerciantes, empresarios y terratenientes. Desde fines de 1920, escuadras fascistas —los “camisas negras”— comenzaron a destruir sedes socialistas, atacar líderes sindicales y amedrentar a los opositores con violencia sistemática. En las elecciones de 1921, los fascistas obtuvieron 35 escaños parlamentarios, una cifra modesta frente a los 122 de los socialistas, pero suficiente para consolidar su influencia política. El atractivo de Mussolini creció entre sectores conservadores gracias a su discurso nacionalista y antisocialista. A su vez, adoptó una actitud conciliadora con la Iglesia católica, lo que le valió el respaldo del papa Pío XI. En septiembre de 1922 renunció a sus aspiraciones republicanas, gesto que allanó su aceptación por parte del rey Víctor Manuel III. Los dictadores Benito Mussolini y Adolf Hitler en Roma junto con el rey de Italia Victor Manuel III y la reina Elena durante la visita del dictador alemán a Italia en 1938 La debilidad de sus adversarios también favoreció su ascenso. Los comunistas se negaban a colaborar con los socialistas, y el primer ministro liberal Giovanni Giolitti, con la esperanza de controlar a los fascistas desde dentro del sistema, les permitió participar en las elecciones de 1921. No solo subestimó su crecimiento, sino que ignoró la violencia de sus escuadras, lo cual minó aún más la autoridad gubernamental. La Marcha sobre Roma En el verano de 1922, una huelga general convocada por los socialistas ofreció a los fascistas la oportunidad perfecta para posicionarse como salvadores del orden. Mussolini declaró que, si el gobierno no podía sofocar la huelga, lo harían sus camisas negras. El fracaso de la protesta reforzó la imagen de los fascistas como garantes de estabilidad frente al caos. En octubre de ese año, aproximadamente 50.000 fascistas marcharon hacia Roma mientras otros grupos tomaban el control de ciudades clave del norte. Aunque el entonces primer ministro Luigi Facta estaba preparado para resistir, el rey Víctor Manuel III se negó a firmar el decreto para declarar el estado de sitio. En lugar de enfrentar a los fascistas, decidió convocar a Mussolini —que se encontraba en Milán— para que formara gobierno. Benito Mussolini, en el centro, en Roma junto a miembros del Partido Fascista tras la Marcha sobre Roma, el 28 de octubre de 1922. Tras esa marcha, el rey Víctor Emanuel III encargó a Mussolini de formar un nuevo gobierno (AP) El líder fascista llegó en tren a la capital y asumió el cargo de primer ministro. Desde entonces, el régimen construyó el mito de que había tomado el poder por la fuerza, aunque en realidad lo hizo por la vía legal y gracias a la pasividad de las instituciones. Muchos historiadores coinciden en que el ejército hubiera podido dispersar fácilmente a los manifestantes, mal armados y desorganizados. Los motivos del rey que lo llevaron a no resistir aún son objeto de debate. Algunos señalan su desconfianza hacia el gobierno, otros aluden a sus temores de que el ejército pudiera no obedecer o incluso forzarlo a abdicar en favor de su primo, el duque de Aosta, simpatizante del fascismo. Lo cierto es que, desde ese momento, Mussolini inauguró la era de los gobiernos totalitarios en Europa. Los principios del fascismo El fascismo italiano no se construyó sobre una doctrina teórica, como ocurrió con el marxismo, sino sobre una serie de ideas pragmáticas e ideológicamente flexibles que Mussolini fue moldeando según la coyuntura. Aun así, con el tiempo se consolidaron ciertos principios clave, según el historiador británico Norman Lowe: Nacionalismo extremo : Prioridad absoluta a la grandeza del Estado italiano, exaltando la idea de superioridad nacional frente a otros pueblos. Régimen totalitario : El Estado debía abarcar todos los aspectos de la vida pública y privada. El individuo carecía de importancia frente a los intereses del Estado. Partido único : No existía lugar para el pluralismo político. Solo el partido fascista podía participar en la vida política nacional. Anticomunismo : Hostilidad total hacia el comunismo, lo cual atrajo a clases medias, aristocracia, industriales y al clero. El caudillismo : Culto a la figura del líder. Il Duce era visto como conductor supremo, cuya voluntad representaba la esencia misma del pueblo. Autarquía económica : Búsqueda de autosuficiencia nacional. Se promovió el aislamiento económico frente al comercio internacional. Militarismo y violencia : La violencia era no solo un medio de conquista, sino un valor en sí mismo. Mussolini afirmó: “La paz es absurda; el fascismo no cree en ella”. Políticas del Estado fascista de Mussolini Política del Estado de Il Duce Mussolini implementó un conjunto de políticas que buscaban transformar a Italia en un Estado fuerte, autosuficiente y disciplinado. A continuación, los ejes principales de su accionar como jefe de gobierno: Supresión del pluralismo político : A partir de 1926, solo el Partido Fascista tenía existencia legal. Los opositores fueron exiliados o asesinados. Censura y propaganda : Control absoluto de la prensa, la radio y el cine. Los medios difundían exclusivamente la visión del régimen, y los periodistas antifascistas fueron reemplazados por propagandistas. Educación ideologizada : Los contenidos escolares fueron reescritos para exaltar al fascismo y al Duce. Los docentes debían vestir uniforme y se alentaba a los alumnos a denunciar a los maestros críticos del régimen. Organizaciones juveniles estatales : Todos los niños y adolescentes debían integrarse a entidades estatales que inculcaban obediencia, nacionalismo y veneración al líder. Corporativismo : Se abolieron los sindicatos libres. Solo los controlados por el Partido Fascista podían actuar. Se establecieron corporaciones para regular las relaciones laborales, con prohibición absoluta de huelgas. Política social paternalista : Se ofrecieron seguros sociales, vacaciones pagas, descanso dominical, acceso subsidiado a espectáculos y turismo. Estas medidas buscaban integrar a las masas bajo el control estatal. Impulso industrial : Se otorgaron subsidios a sectores clave. Para 1930 se duplicó la producción de acero y la de seda artificial aumentó diez veces. También creció la generación hidroeléctrica. Campaña agrícola (“batalla del trigo”) : Se promovió el cultivo intensivo de trigo para reducir importaciones. Esta política redujo las compras externas en un 75%, aunque perjudicó otros rubros agrícolas como la ganadería. Obras públicas masivas : Se construyeron autopistas, puentes, viviendas, estaciones ferroviarias, estadios y escuelas. Estas obras también apuntaban a reducir el desempleo. Relaciones con la Iglesia y logros simbólicos del fascismo Uno de los actos más significativos del régimen fue la firma del Tratado de Letrán en 1929, que puso fin a la larga ruptura entre el Estado italiano y la Iglesia católica iniciada con la unificación nacional en el siglo XIX. El acuerdo estableció tres aspectos fundamentales: El reconocimiento de la Ciudad del Vaticano como Estado soberano: Italia reconoció la independencia y soberanía de la Santa Sede, y se comprometió a no interferir en sus asuntos. Asimismo, el Estado italiano pagó una suma considerable como compensación por la pérdida de los Estados Pontificios durante la unificación de Italia. El catolicismo fue declarado religión oficial del Estado italiano, y la enseñanza religiosa se volvió obligatoria en las escuelas públicas. El pacto cimentó el respaldo papal al régimen, al menos hasta que Mussolini adoptó políticas antisemitas en 1938, decisión que provocó la condena del papa Pío XI. El fracaso del fascismo y muerte Aunque el régimen fascista logró ciertos avances materiales, hacia finales de los años treinta sus limitaciones estructurales se volvieron evidentes. Persistían graves deficiencias: Italia carecía de recursos energéticos como carbón y petróleo, y su agricultura seguía siendo ineficiente. La “batalla del trigo”, si bien redujo las importaciones, provocó una caída en la producción de leche y carne, y empobreció aún más a los campesinos del sur. Benito Mussolini y Adolf Hitler La Gran Depresión agravó estos problemas, y la corrupción del sistema impidió ejecutar muchos de los planes de los que habían hecho propaganda. Para 1939, solo se había llevado a cabo una décima parte del programa de recuperación de tierras, y las obras estaban prácticamente paralizadas antes del inicio de la guerra. En 1938, Mussolini comenzó a aplicar leyes raciales antisemitas, en clara imitación del nazismo. Expulsó a los judíos de cargos públicos, universidades y escuelas, provocando una profunda desaprobación en buena parte de la sociedad italiana. Este giro marcó su subordinación a Adolf Hitler y su ingreso pleno en la órbita del Tercer Reich. En junio de 1940, Italia entró en la Segunda Guerra Mundial del lado del Eje, a pesar de no estar preparada. La decisión fue desastrosa: las fuerzas italianas sufrieron derrotas frente a los británicos en África, y la ocupación aliada de Sicilia en 1943 desató el descontento popular. En julio de 1943, Mussolini fue destituido por el rey y arrestado. Aunque los nazis lo rescataron e instalaron como líder simbólico en la efímera República de Saló, el régimen estaba en retirada. La población italiana padecía bombardeos, escasez de alimentos e inflación descontrolada. El colapso fue total. El fascismo desapareció con la caída de Mussolini, y la mayor parte de su obra quedó desmantelada. Como señaló el historiador británico Norman Lowe: “el fascismo desapareció y la mayor parte de la labor quedó borrada con él”.

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