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  • Liz Meza: "La libido se nos va en el trabajo y las redes sociales"

    Parana » Uno

    Fecha: 27/04/2025 19:42

    Entrevista con Liz Meza: "La libido se nos va en el trabajo y las redes sociales". El cura, el confesionario, los “pensamientos malos” y un diario íntimo. “Enterré la religión porque no es un lugar para descubrir la espiritualidad”, dijo Liz Mesa. “Enterré la religión porque no es un lugar para descubrir la espiritualidad”, dijo Liz Mesa. La licenciada Liz Meza revaloriza el psicoanálisis y a la vez destaca los puentes que construyó entre la teoría creada por Freud y el yoga y las constelaciones familiares, además de otras técnicas bioenergéticas. “Me permitieron abrir el horizonte, la mirada y el encuentro con la complejidad del otro”, reconoció la creadora del espacio Abrepalabras. Las mascotas son parte de tu vida y merecen un premio —En Concordia, donde viví hasta los cinco años, cuando mi papá pidió el traslado por un tiempo en el Banco Entre Ríos, pero echamos raíces en Paraná por las posibilidades que ofrecía. Vivimos en calle Montevideo, Salta y 9 de Julio, a dos casas del Partido Justicialista, que es de donde más recuerdo. Teníamos una despensa y mi mamá hacía empanadas cuando había elecciones, una vez hizo 36 docenas, perdieron las elecciones y entonces las comimos durante meses. —¿Cómo era tu barrio de Concordia? —Con calles de tierra y casitas bajas que construyó Eva Perón, enfrente había casas muy humildes y era una zona inundable, cerca de la playa Nebel. —¿Otros lugares de referencia? —Mi abuelo siempre nos llevaba ahí a pescar mojarritas; tengo mucha conexión con el río. Recuerdo las plantaciones de naranjas y mandarinas. —¿A qué jugabas? —A actuar, a hacer musicales y un “programa de televisión”, porque veía a Las Primas y a Susana Giménez; nos disfrazábamos para carnaval, yo en enero y recién me quitaba el disfraz en marzo. Ahora hago teatro. Me subía a los techos y árboles. Acá, en calle Salta y La Rioja, jugábamos en la vereda, al ring raje, a la escondida y a la cachada. —¿Cómo fue el contraste de mudarse a Paraná? —Mi mamá lo sintió mucho porque mi hermana tenía un mes, y para nosotros también porque allá estaban nuestros primos, tíos y abuelos. Yo enseguida hice vínculos y por el río tenemos mucho en común. —¿Qué otra actividad laboral desarrollaron tus padres? —Mi papá es contador y además de en el banco trabajó en Afianzar. Comenzó a escribir más cuando se jubiló, y mi mamá trabajó en el Ministerio de Salud, como técnica en estadísticas vitales. Cura y “pensamientos malos” —¿Sentías una vocación? —Me interesaba mucho escuchar relatos, historias, saber los secretos de las personas y tempranamente descubrí que quería ser psicóloga. Tuve influencia de la religión porque mi mamá nos obligaba a ir a misa y me llamaba la atención el confesionario, por las personas que le hablaban a otro que estaba escondido detrás. En la catedral, observaba a las personas para ver si realmente rezaban, se angustiaban o estaban aburridas como yo. Además, imaginaba lo que las personas estaban pensando. —¿Te llamaba la atención cómo el cura recopilaba información en el confesionario? —Exacto, me parecía maravilloso y a la vez… el cura me preguntaba mis pecados pero cuando me preguntaba si tenía pensamientos malos, me los guardaba. Entonces pensaba dónde habla la gente cuando tiene pensamientos que no puede decirle a un cura. Comencé a pensar en la psicología, por lo que no se podía decir en determinados lugares y me fascinó cuando ingresé a la Uader. —¿Qué hacías por entonces con esos pensamientos no dichos? —Tenía diarios íntimos. —¿Ahí “confesabas” lo no dicho al cura? —Exacto, tal cual; los tengo guardados hasta hoy, cada tanto los reviso y me encuentro con otra persona, una adolescente limitada y sancionada en cuanto a la posibilidad de expresar con libertad y sin interlocutores. —¿Los compartías? —No, siguen siendo íntimos; también es un buen instrumento terapéutico. —¿Hasta cuándo escribiste? —Hasta los 20 años. Antes, mi hermana, porque los tenía bajo candado, se las ingeniaba para abrirlo, así que luego decidí guardarlos bajo doble llave, en un secreter del placar. —¿Te sorprendió algo al releerlos? —El cómo me enamoraba tanto, por lo cual sufría y moría. Cuanto más se padecía, más atrapante era. Por eso consumía tantas novelas. Luego hice una tesis sobre el padecimiento, vinculado al amor. —¿La de la carrera? —No, la de la carrera fue en la terapia intensiva del Hospital San Martín, con pacientes, familiares y enfermeras, y tenía que ver con la imposibilidad de decir y expresar, y cómo influye en la enfermedad. —¿Cuándo le diste otra dimensión al amor? —En aquel entonces lo relacionaba con el gusto, lo superficial y lo que proyectaba sobre el otro, una fantasía vivida interiormente. Estaba enamorada de Luis Miguel y de Diego Torres, y lloraba con sus canciones. Con la adultez y el psicoanálisis descubrí que tiene que ver con descubrir al otro en cuanto a lo que es más allá de mí, lo vincular, el encuentro, el conflicto y las pérdidas. Me enamoran los vínculos, con mi compañero, mis amigas y mis hijos, más que las personas, lo cual produce felicidad, duda y temor a la pérdida. Escuela detestable —¿Leías? —Muchísimo; novelas; mi papá es un gran lector, así que tomaba de lo que él leía, sobre arte. Cuando comenzó a escribir poesía me di cuenta de cómo lo volvió más sensible y abierto, lo cual es algo que tomé en cuanto a ese deseo. —¿Autores influyentes? —Isabel Allende y Florencia Bonelli; mi papá nos acercó a Borges y Pablo Neruda, y luego leí autores relacionados con la carrera y el feminismo. —¿Desarrollaste alguna afición? —En la adolescencia bailé tango durante muchos años y antes hice tres años de danza clásica y contemporánea. —¿Materias predilectas? —Historia, Literatura y Psicología, pero la escuela me parecía detestable y para olvidar (risas), porque no es algo acorde con las necesidades de explorar y descubrir. En la facultad descubrí docentes apasionados y me gustó Filosofía, Semiótica y Psicopatología. —¿Cuándo verificaste que la psicología era lo imaginado? —Al estudiar Psicoanálisis y Psicopatología psicoanalítica, cuando pensé que me gustaría trabajar con adolescentes y adultos. En el centro de salud Jorge Newbery trabajo con familias, maternidad, paternidad y vínculos. —¿Formadores importantes? —Adriana Beade, Norma Barbagelata, Marcelo Dobry y Pablo Zenón. Hay docentes bien formados. El psicoanálisis como balsa —¿Optaste enseguida por el psicoanálisis? —Sí, aunque tuvimos que hacer un pequeño recorrido por la sistémica y la Gestalt. La facultad tiene una gran impronta psicoanalítica. Liz Meza.jpg Liz Meza: "La libido se nos va en el trabajo y las redes sociales" —¿Qué resolviste con el análisis? —Bueno, un montón (risas). Principalmente, hacer lo que quiero y me gusta; sentirme libre de criar a mis hijos en libertad de expresión y elección, sin imponer una religión; acompañarlos en su tránsito por la vida, y transformar mi relación de pareja a lo largo de 20 años, porque no somos los mismos que cuando nos conocimos. El análisis me acompaña para hacer movimientos y cambios. Atravesé una situación como el cáncer en 2022 (ver recuadro) y me sostuvo muchísimo, ya que resignifiqué la idea de la enfermedad, de la muerte, del duelo y la pérdida. Es como una balsa, no un salvavidas, para transitar el río de la vida. El teatro siempre me gustó pero no llegaba. —¿Y la cuestión religiosa? —La enterré (risas), porque descubrí otro mundo y el pensamiento crítico frente a un espacio donde iba, la misa, donde todo el tiempo me mantenía callada, repitiendo sin cesar y donde el único que habla es el cura. No era un lugar para descubrir la espiritualidad, lo cual hice con otros recorridos, prácticas y lecturas. —¿Por ejemplo? —El reiki, en el cual me inicié cuando el cáncer, la biodanza, el yoga, la meditación, las rondas de mujeres y el tarot Madre Paz. —¿Qué fue lo primero? —La medicina homeopática y la ayahuasca. Todas hablan un poco de lo mismo. —¿Lecturas? —Claudio Naranjo. —¿Cómo los integraste? —No los ordené; me permitieron abrir el horizonte, la mirada y el encuentro con la complejidad del otro, agudizar la escucha, entender que la vida y las personas somos muy complejas y que se caigan los prejuicios. No me gusta trabajar con diagnósticos, así que me dio elementos para acompañar esas complejidades. Encontré en la ayahuasca y el reiki puntos de encuentro con el psicoanálisis; hice constelaciones familiares y biodecodificación, y hay puntos que tienen que ver con el inconsciente colectivo, el recuerdo y la historia. —¿En cuál profundizaste más? —Las tomé a todas como prácticas para mi vida pero ninguna como ejercicio profesional. —¿No te resultaron contradictorios con el psicoanálisis? —Sí, por supuesto, pero hoy amplió mi mirada. No tomo ninguna como dogma, sino que encontré que cada una habla del amor, los vínculos, las complejidades, la energía, los recuerdos, la infancia y la repetición, lo cual también hace el psicoanálisis. ¡Es maravilloso, porque son diálogos que se entrecruzan y puentes para entender de qué va la vida, que es mucho más de lo urgente y cotidiano! Es un modo de estar en la vida, sin grandes expectativas y más amigada con ciertas cosas. —¿Cotejaste los conceptos de energía y libido? —Sí, porque tiene que ver con la posibilidad de hacer silencio, volver a uno mismo y al origen, para reencauzar la libido, que generalmente se nos va en las redes sociales, el trabajo, la crianza, los problemas… en el mundo de afuera. Ponía mucho mi libido en el trabajo y para sanar y curar había que reencauzarla. Esas prácticas hacen que uno vuelva a la fuente, donde hay mucho disponible. Violencia que persiste —¿Cuándo ingresaste al centro de salud? —Trabajaba en el Hospital San Martín como administrativa y pasé como psicóloga en 2010 al centro de salud, donde comencé con instancias grupales e individuales, acompañando en el consultorio con pediatras y asistentes sociales. —¿Cuáles problemáticas predominaban? —No cambió mucho con la actualidad: situaciones de violencia en mujeres e infancias, problemáticas de consumo, ansiedad, angustia y depresión. —¿No hubo modificaciones de los grupos etarios, modalidades o nuevas formas? —Lo vinculado con embarazos adolescentes se agravó, al igual que la falta de educación sexual y acompañamiento en las escuelas y familias. Las problemáticas de consumo también se agravaron y complejizaron, aunque en algunos casos se cuenta con otras alternativas de abordaje. El centro de salud está muy ligado con la situación económica y cuando no se puede acceder a ámbitos privados. —¿Cómo adaptaste la aplicación, generalmente prolongada, del psicoanálisis a estas emergencias? —Trabajamos con entrevistas de uno, dos o tres encuentros en las cuales tengo una escucha analítica pero las intervenciones son de otro orden, como puede ser la orientación u otras alternativas. Trabajo interdisciplinariamente y en instancias grupales. Adapté mi disciplina según lo que se puede trabajar en el centro de salud. También hay quienes pueden llevar a cabo una práctica psicoanalítica durante más tiempo. —¿Un caso paradigmático? —Muchísimos, de personas que pudieron, a partir del análisis, separarse, reconfigurar su vida, encontrarse con el deseo, liberarse de ciertos mandatos, tomar otros caminos y generar saltos. —¿Un caso? —Una mujer que acompañamos y quien sufría violencia extrema por parte de su marido. Llegó al centro de salud en grave estado, el lugar se convirtió en su espacio seguro durante años, se animó a denunciar, separarse, con muchas dificultades porque el sistema judicial es muy complejo, fortalecerse, trabajar y ser autónoma económica y emocionalmente. Ahora comenzó a escribir su historia y la publicaremos. —¿Cómo redefiniste la violencia a la luz de tu experiencia en estos casos? —Se me ocurre decir patriarcado y machismo, que ubica a la masculinidad en un lugar de poder en el cual, a veces, quienes están en una posición más vulnerable terminan sufriendo violencia. La que es por cuestiones de género y en las infancias sigue siendo un asunto, se reproduce y hay mensajes de las instituciones del Estado en tal sentido. La palabra como sinónimo de salud y de superficialidad La psicoanalista reveló una difícil etapa que atravesó como consecuencia de una grave enfermedad y el papel que desempeñó la escritura en dicho proceso, el cual derivó en la creación de un espacio donde la narración busca erigirse como una herramienta saludable. —¿Por qué Abrepalabras? —El año pasado pensé en un espacio a partir de que renuncié a mi trabajo, para trabajar y vivir con la escritura, además de la clínica. Hice un ciclo de encuentros para personas que atravesaron situaciones de cáncer, de familiares o ellos mismos, en los cuales tomamos la narrativa oral y escrita, con ciertas propuestas. En ronda hablamos del proceso de cada uno, fue una experiencia maravillosa y luego abrí el espacio para que escritores puedan compartir talleres, presentaciones, charlas y rondas de lectura. —¿Qué aprendiste con la enfermedad? —Un montón; la finitud, sobre todo porque me puse en pausa, dejé de trabajar y me puse a mi cuidado y a la escritura, con lo cual se armó un libro. —¿No escribías? —Hacía talleres y escribía relatos cortos, de manera suelta. A partir de la enfermedad escribí el proceso y trabajé con mi historia, porque el cáncer, vinculado culturalmente a la muerte, me hizo ver mi vida entera, revisarla y revalorizarla. Si moría, quería contarles eso a mis hijos. Comencé con esos textos y luego tomaron la forma de una novela de autoficción, cuando el último control me dio bien. Ejercía como directora de Salud Mental y me di cuenta de que perdía el tiempo en algunas cosas. —¿Qué es la palabra y cuáles son sus posibilidades terapéuticas? —Es un puente, una puerta y el tejido de una red, no sólo un canal de expresión sino de transformación; es salud. También como lenguaje no dicho en el cuerpo, como en el teatro y la danza. —¿Qué sucede con ella por la dominancia de las pantallas? —A lo largo de la historia como herramienta se transforma según la cultura y no le tengo temor a cómo las infancias y adolescencias la utilizan, según sus necesidades. La tecnología obtura, en tanto que es un estímulo permanente y un hecho pasivo, cuando antes circulaba de otra forma. —¿Hay indicios psicológicos que se correspondan con esto? —Hay más trastornos de ansiedad y depresión, por la cantidad de información no elaborada y porque no estamos más comunicados. Los procesos mentales tienen un tiempo totalmente distinto al de la tecnología y por eso no se puede estar en el presente. No sé cómo impactará. —¿La gente es consciente de esta alienación? —No es lo mismo el impacto para un adulto que para un niño. Noto mucha dificultad para vincularse y generar relaciones afectivas estables y profundas. Toda la comunicación queda en la superficialidad. —¿Actividades para anunciar? —Dos talleres para mayo sobre narrativa autobiográfica, con Manuela Mantica, sobre la elaboración e invención de recuerdos como materia prima para escribir. Tengo pensado replicar una instancia como la del año pasado sobre narración de hechos dolorosos y complejos de la vida. —¿Contactos? —abrepalabras_espacio, en Instagram; y abrepalabras, en Facebook, y el espacio está en Urquiza 1.691.

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