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» El litoral Corrientes
Fecha: 27/04/2025 01:10
n Se llamaba don Juan Manuel de Rozas. Con “z”. Dotado de la tosca y pesada hermosura de atleta rústico, jinete como un centauro, infatigable en el trabajo como el Hércules de los establos, original en sus métodos de explotación rural, dominador por temperamento con sus subordinados, a la vez que aparentemente moderado con sus amigos, frío en sus pasiones, con una locuacidad incipiente que reflejaba el profundo convencimiento de ideas propias mal digeridas, armado de una energía terca que reemplazaba el coraje personal que le faltaba, con extravagancias que acentuaban su personalidad, y un disimulo genial que lo hacía superior a inteligencias más elevadas que la suya. Rosas era una especie de patriarca árabe, que ejercía ascendiente real, no sólo sobre su tribu de peones, sino también sobre la tribu de los estancieros circunvecinos, y por lo tanto, uno de los personajes más importante de la campaña sud de Buenos Aires en aquella época. Destinado a ser con el tiempo el representante de los intereses de los grandes hacendados y el jefe miliciano de los campesinos que lo respetaban o temían, sobre cuyas bases fundaría una de las más bárbaras y poderosas tiranías de los tiempos modernos. Era un vínculo entre la civilización y la barbarie. (Bartolomé Mitre. Historia de Belgrano Tomo III - escribe este segmento en su historia del 1820). Rosas en acción - Caída la presidencia de Rivadavia, Vicente López cometió el gravísimo error de nombrar, a Rosas, comandante general de las milicias de campaña, y éste, que no había estudiado el diccionario de los sinónimos, pero que sabía muy bien cuánto podía valer una ligera plumada para avanzar un paso, llamó, en cambio, comandante general de campaña, y, en efecto, fue dueño absoluto de toda la población de la campaña, que él desencadenó contra la ciudad, formando de la diversidad de costumbres y caracteres, fermentos y odios implacables, instrumento de tiranía y muerte. Dorrego Gobernador - Lo elige el 12 de julio la Sala de Representantes de la provincia de Buenos Aires, por 31 votos sobre 35 emitidos. Asumió el cargo al otro día y el 18 de ese mes, la Legislatura bonaerense decide se retiren sus diputados del Congreso Nacional Constituyente, el que decreta su disolución, cesando al mismo tiempo su presidente Provisional Vicente López y Planes. Retoma en consecuencia la provincia de Buenos Aires, la dirección de la guerra y las relaciones exteriores. Finalmente consiguió ser gobernador, más ¿a costa de qué? Se pregunta el Prof. Ángel C. Bassi: “de estar conspirando contra la obra patriótica y verdaderamente nacionalista de Rivadavia, contra la integridad argentina encarnada en su persona, contra el mismo ejército de operaciones en su guerra con el Brasil, del que produjo la inacción, impidiendo de ese modo que se alcanzasen todas las ventajas de las victorias obtenidas. En el poder Dorrego se reveló un reaccionario. Restringió la libertad de imprenta; transformó en cementerio el Jardín de Aclimatación creado por Rivadavia y mandó las plantas a la policía; introdujo modificaciones no aconsejables en el gobierno de la enseñanza; contrarió la corriente liberal imperante en ésta para propiciarse las simpatías del clero; y en las elecciones de renovación de la legislatura, 4 de mayo de 1828, “cometió la imprudencia”, dice Saldías, “de colocar gruesos piquetes de soldados a la entrada de los templos en que debían efectuarse, cuyos oficiales cerraban el paso a los opositores e intentaron cerrar también el ingreso al general Lavalle que acababa de llegar de Montevideo. Obraban además en su contra condiciones y antecedentes desfavorables. “Su carácter”, dice el salteño Carlos Perfecto Ibarguren, “era inquieto y arrebatado, sarcástico y rebelde. Provocó a menudo incidentes. Los tuvo con Arenales, con Azcuénaga, con Belgrano, que lo separó del ejército formándole causa, y con San Martín. Del general Belgrano intentó burlarse a consecuencia de haber repetido éste la voz de mando que dio San Martín; pero San Martín; así que notó la risa del comandante Dorrego, empuñó uno de los candelabros que había en la mesa, y dando en ella con él, dijo a Dorrego en alta voz; Señor comandante, hemos venido aquí a uniformar las voces de mando y no a reír. Pasados algunos días el general Belgrano obtuvo pasaporte y partió para Buenos Aires. Pueyrredón lo había expatriado por un bien fundado decreto; pero no obstante el destierro, lo habilitó con $ 500 a su favor, no se le privaba de los despachos de coronel, se recomendó al comandante del barco que lo cuidara y se le otorgara a su esposa y a su hijo la mitad del sueldo que a él le correspondía. Más tarde el gobernador Martín Rodríguez lo confina a Mendoza como conspirador, aunque conservándolo en su jerarquía militar. Lavalle no tenía buena opinión de él, le tenía por un loco, y al último, al igual que a muchos otros civiles destacados y militares de nota, le habían tomado inquina, porque en lugar de ir a defender los intereses de la nación comprometida en la guerra con el Brasil, se había quedado a encabezar la oposición en el seno de la convención nacional; y habiendo sido derrotado en ella incitó a los caudillos, sus aliados, a que rechazasen la Constitución aprobada para así tumbar al poder central y sacar de la nueva situación lo que de tiempo atrás venía buscando: la gobernación de la provincia. El partido del orden y del progreso, de la Constitución y de la ley, gobernó siempre en oposición al otro, que podríamos llamar arbitrario, que actúa injusta o caprichosamente, que encarnaban entonces los caudillos y que han encarnado siempre los partidarios de lo caprichoso y personal, de lo contrario a la ley. Entonces aquel partido no podía conformarse con el cambio producido. De Rivadavia a Dorrego la distancia era enorme, la diferencia entre ambos muy grande; el paso atrás, evidente. Cuando asumió Dorrego el gobierno, se encontró enfrente a este otro gobernador de las campañas, Rosas, más fuerte que Dorrego, pues era capaz de todo y disponía de una fuerza desmesurada. Rosas tenía ya conciencia hecha de cuánto era y podía, pues entonces escribió a Juan Antonio Lavalleja, general en jefe del ejército nacional, “que Dorrego era un loco indigno de gobernar la provincia de Buenos Aires, y que la obra más meritoria del ejército, apenas terminase la guerra con el Brasil, sería la de echarlo a patadas; que obrase en este sentido y contase con el apoyo de la campaña. Dorrego y la paz con Brasil - Comisiona a su Ministro de Guerra Juan Ramón Balcarce y a otro general, Tomás Guido, para discutir un convenio preliminar de paz. Ante la imposibilidad de continuar la guerra, por falta de dinero, se busca la paz. Los unitarios muestran su descontento con el convenio de paz logrado con Brasil y atribuyen toda la responsabilidad a Dorrego. Se lanzan contra el gobernador combatiéndolo a muerte desde la prensa. El gobernador Bustos de Córdoba, que se sentía competidor de Dorrego para la futura presidencia de la República, optó por hacerle una sorda oposición y trató de que el congreso se mudara a Córdoba para asegurar su preeminencia. El tratado de paz definitivamente no agrada. Fue impopular y el grueso de la opinión pública - incapaz de discernir las circunstancias que lo hacían necesario - sólo vio en él una claudicación. Esa sensación frustrante era más viva aún en las filas del ejército republicano, que luego de haber obtenido victoria tras victoria, las veía anuladas por una diplomacia que no comprendía. Un miércoles 26 de noviembre, a la tarde, llega el ejército y comenzó a desembarcar en Buenos Aires y Dorrego, enterado que Juan Lavalle se aprestaba a revolucionar contra su autoridad, envió un edecán para que lo citara en el fuerte. Lavalle respondió “Diga usted al coronel Dorrego que ya voy, pero a sacarlo de un puesto que no merece ocupar”. Es que los militares que lucharon en Brasil, no podían concebir que tanto esfuerzo guerrero se dilapide en una mala negociación de paz. Los unitarios mostraban todo su descontento con el convenio en la Constituyente de Santa Fe y atribuían toda la responsabilidad a Dorrego.
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