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Parana » AIM Digital
Fecha: 27/04/2025 09:52
Recuerdo exactamente lo que estaba haciendo cuando resonó en la cocina ‘Habemus Papam’. Por entonces, mi primer bebé jugaba en la falda de su papá mientras yo trabajaba en la computadora. Le pedí a mi esposo no cambiar de canal, en ese momento se trasmitía el resultado del Cum Clave del 2013. En mi caso –que además de ser muy curiosa soy católica– el acontecimiento era imposible de no ver. Además, la situación ya era extraña en términos periodísticos, por primera vez no había un duelo sino una transición acordada, por primera vez nadie esperaba algo. Por Natalia Cabaña. Especial para AIM. Lloré entonces, lloro ahora. Lloré cuando escuché que el nombre del próximo obispo de Roma sería Francisco; no fue un llanto buscado, no me dolía nada, no pensaba en nada, no había una alegría extraña ni desbordante, sólo brotaron las lágrimas –igual que hace unos días en las primera horas de conocida la noticia de su muerte, igual que hoy, igual que mañana cuando su cuerpo marche hacia Santa María la Mayor. No soy, ni seré la única, la última. Cientos de millones de personas han llorado y llorarán a Francisco. En esta mar de lágrimas como en dice la oración, nos preguntamos y ¿ahora qué? Que fuese Bergoglio, que fuese argentino, que fuese jesuita era muchísimo pero que haya escogido llamarse Francisco fue inconmensurable. Algo insólito, inédito, de quiebre, que marcaba desde el inicio una ruptura, un movimiento. San Francisco de Asís el gran santo de los pobres y de la naturaleza, quien teniéndolo todo renuncia a sus privilegios para denunciar la ostentación, el lujo, la corrupción de aquella iglesia y su sociedad, el que se hace uno con la creación porque entiende que somos sus huéspedes, el que fue peregrino en tierras lejanas, el que fue odiado también en su propia tierra. San Francisco de Asís, sin lugar a dudas uno de los santos o personajes que preferimos quienes abonamos a una filosofía del pueblo, a una teología de la Casa Común –como nos lega Francisco del Fin del Mundo. Este Francisco, el nuestro, no fue un político al que le gustaba la religión, ni un religioso al que le gustaba la política, fue un pastor, un pastor con ‘olor a oveja’. La Iglesia, y todos nosotros su rebaño –el Todos de Francisco, fue el núcleo de su mensaje pastoral, concepto clave de su doctrina que es ni más ni menos que la doctrina social del Nuevo Testamento. Es irrisorio, casi ridículo, el hecho que hayamos perdido la oportunidad de disfrutarlo por una década, en parte gracias a que un sector del país en lugar de escuchar, juzgó. Lo tildaron para descalificarlo de peronista, de comunista (podrían haberlo hecho de marxista porque ciertamente denunció mejor que nadie el fetichismo del dinero y la mercancía, los peligros y la crueldad de una economía de mercado), lo tildaron de socialista –cuando venía de una familia radical–, de conservador por no cambiar según el capricho de algunos, lo tildaron a conveniencia de todo cuanto tenían a mano para menospreciar su obra. Muy por el contrario a todos estos intentos, muy por el contrario también a las tendencias apocalípticas sobre el fin de la Iglesia que intentaron instalar antes como ahora, Francisco reivindicó la Historia, su historia personal, las raíces –las suyas y las ajenas–, la política como servicio, la ciencia como camino para descubrir a Dios, la Paz como llamamiento universal, la economía con rostro humano. Francisco a diferencia de quienes se creen líderes y hablan solos, dialogó con Todos, se reconoció migrante, noción que para nosotros los cristianos es cercana y resuena a peregrino, habló de Patria, de la suya que lo vió crecer y la de Todos: “no seamos huérfanos de Patria” decía una y otra vez mientras advertía de los peligros de la política sin memoria, sin pertenencia, sin amor, sin ideales. Argentina lo educó y le dio en sus propias palabras su “identidad cultural”, “que lo que el árbol tiene de florido. Vive de lo que tiene sepultado”. Un intelectual entre los intelectuales, un hombre bueno, un hombre que alentaba a la valentía, a levantarse, a soñar. Quizás muy pocos sabían de su padecimiento por Gaza y en general por las víctimas de los conflictos bélicos y refugiados ambientales, un padecimiento real, no uno impostado de diarios ni revistas. El padecimiento casi maternal, ese dolor que provoca mirar a los ojos a los niños sin sonrisa, de sonrisa borrada por el espanto que muchos infligen sin miramientos mientras se creen dueños del mundo. Y me he preguntado con nuevas lágrimas: ¿quién llamará a esa pequeña parroquia Sagrada Familia todos los días a las siete de la tarde y preguntará: cómo están, comieron hoy, qué comieron, tienen medicinas, están bien? He pensado mucho mi propia respuesta, y he concluido que me gustaría poder llamar. La realidad es que aun si pudiera, no sabría qué decir. Él, sí sabía qué decir, sabía qué decirle a todos, sabía cómo aliviar el dolor de las heridas más ondas como si pudiese contener tanta humanidad. En la soledad de la pandemia emplazó al Cristo doloroso y rezó por nuestros dolores, supo pedir perdón, besó otros pies, se arrodilló, su postró. Su magisterio del cual conoceremos en profundidad durante los próximos años, será inmenso. Y por primera vez se hablará también de un magisterio visual. Esto es, un magisterio del testimonio, de los gestos, de las imágenes construidas con metáforas simples pero no por eso menos profundas. ¿Cuán distinta sería nuestra realidad –personal, colectiva, como especie– si ante cualquier situación tan sólo supiésemos preguntar y preguntarnos “¿Quién soy yo para juzgar?”, “¿Comiste hoy?” No se trata, no se trató nunca para Él, de un pan para el cuerpo, sino también para el espíritu. Se equivocan y se equivocan ex profeso aquellos que piensan que los pobres son solamente quienes carecen de las condiciones materiales suficientes para vivir, pobres son también aquellos que aun teniendo las condiciones materiales suficientes, no conocen el Amor de Dios y son incapaces de amar al prójimo. Y esta es al modo simple de ver de una madre, la auténtica incomodidad que generaba Francisco, y por lo cual, muchos festejan su muerte. Hay que advertirles que esa incomodidad no pasará, porque el obispo de Roma no ha muerto, vive en la Misericordia de Dios. No es casual para los cristianos que le haya sido concedida una muerte santa, en uno de los tiempos litúrgicos más importantes del año, incluso la hora de su muerte es significativa para la liturgia. Claro está estos son misterios de la Fe que no pueden ser explicados sino a través de la Fe. Felices los que han recibido ese regalo, felices todos –sin importar sus creencias religiosas– los que hemos sido testigos con un corazón abierto del paso de una vida extra-ordinaria. Uno de los hechos más significativos para la historia humana de los últimos cientos de años fue el documento que Francisco firmó con el Gran Imán de Al-Azhar Ahmad Al-Tayyib denominado "Documento sobre la hermandad humana por la paz mundial y la convivencia común" en Abu Dhabi hace unos años. En este documento que expresa la voluntad de unir en lazos fraternos Oriente y Occidente, ambas partes reconocieron ciertos principios comunes. La existencia de un Dios creador, la dignidad y libertad de la persona humana y los valores de paz e igualdad, entre otros puntos de enorme impacto tanto en la teología que comparten ambas religiones como en los principios filosóficos y criterios sociales que se derivan de ellas. Desde ese Oriente, y desde los confines más recónditos del planeta sin importar cuán disímiles seamos, han llegado los testimonios, las condolencias y las lágrimas por la muerte de Francisco. Sólo un Estado retiró sus condolencias –como si acaso al resto del planeta le significase menos la figura de un Papa cuya vida y obra serán un capítulo obligado en la enciclopedia universal–, no cabe ni nombrarlos, ya que “por sus frutos los conoceréis” (Mat. 7, 15-20). Francisco seguramente no guardaría ningún rencor, en su “Todos” ya los abraza, y seguramente repite desde el amor eterno del Padre, ¿quién soy yo para juzgar? Después de todo, también Jesús tuvo su Judas; y cuántos Judas tiene la Historia muchos sin lugar a dudas irán a su funeral querrán chequear que esté definitivamente muerto. Cuánta pena dan esos mismos que levantan muros, cuánta pena. “No busquéis entre los muertos al que está vivo”, como Jesús, Francisco no morirá jamás y no porque haya sido un revolucionario como todos suponen sino porque supo anteponer el goce efímero del odio que el mundo propone al gozo verdadero del amor de Dios. Francisco no fue un revolucionario, Cristo lo es. Que el próximo Papa sea sólo eso y será grande: un testigo vivo de Jesús, el Señor. Si hay un Rey en el universo, éste lo es, larga vida al Rey. Demos gracias, hemos visto vivir un Hombre Bueno.
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