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» Elterritorio
Fecha: 27/04/2025 08:01
La presión laboral, el hambre emocional y los modelos estéticos impuestos llevan a descuidar la relación con el cuerpo domingo 27 de abril de 2025 | 6:05hs. Nutricionista Alejandra Arévalo. En tiempos de múltiples trabajos, agendas apretadas y exigencias constantes, sostener una alimentación ordenada puede convertirse en un desafío. A menudo, priorizar las tareas diarias hace que el cuidado nutricional quede relegado, generando desajustes que, lejos de ayudar, profundizan el cansancio y el estrés. Coordinar el trabajo y los hábitos de alimentación no es sencillo, pero resulta clave para el bienestar integral. Ante ese contexto, Alejandra Arévalo, presidenta del Colegio de Nutricionistas, sostuvo que la ansiedad muchas veces nos lleva a comer por impulso y perdemos el registro de si el hambre es real o bien existe alguna situación emocional o psicológica que no estamos observando o atendiendo en nosotros. “Puede hacer que elijamos alimentos ultraprocesados o desarrollemos una preferencia por los dulces, incluso puede pasar que dejemos de comer por estar muy alterados. Es importante destacar que la ansiedad es una condición que puede diagnosticarse y tratarse con ayuda profesional. No todas las personas experimentan ansiedad clínica, pero sí es común atravesar momentos de tensión o malestar emocional que afectan la forma en que comemos”. De igual manera, la profesional explicó que los ritmos acelerados afectan las rutinas alimentarias, favoreciendo conductas como saltear comidas, comer de manera apresurada o picotear sin hambre real. Además, mencionó que sustituir comidas por café o mate se vuelve habitual, aunque esto incrementa la fatiga, la irritabilidad y los desequilibrios en el organismo. “Algunas prácticas pueden afectar la relación con la comida y llevar a conductas de riesgo, como el control excesivo o la culpa al comer. Por eso, siempre es mejor buscar asesoramiento profesional antes de hacer cambios importantes en la alimentación”. Del mismo modo, advirtió que las dietas restrictivas no solo fallan en ofrecer resultados sostenibles, sino que también deterioran la relación con la comida y aumentan los riesgos emocionales. La búsqueda de cambios en la alimentación debe estar guiada por un profesional que contemple tanto la salud física como emocional. Redes sociales De igual manera, Arévalo remarcó que las redes sociales influyen un montón en cómo nos alimentamos y cómo percibimos nuestro cuerpo. “Por un lado, pueden motivar o brindar ideas saludables, pero también es muy fácil caer en comparaciones, presión estética o modelos de alimentación que no son realistas ni saludables. Cada cuerpo y persona es distinta y es necesario dejar atrás la idea de que un cuerpo saludable es sólo aquel que es de determinada forma o tamaño. Muchas veces se viralizan consejos que no tienen base científica o están pensados sólo para ‘verse bien’, sin tener en cuenta la salud física ni emocional. Por eso es importante aprender a filtrar lo que vemos y buscar información confiable”. De la misma forma, enfatizó que los contenidos que circulan en redes deben analizarse críticamente, evitando caer en comparaciones o seguir tendencias que priorizan la apariencia física por sobre el bienestar integral de cada persona. A su vez, la nutricionista sostuvo que cuando se trabaja muchas horas o se tiene más de un empleo, es común que la alimentación pase a segundo plano por cuestiones obvias como el poco tiempo disponible. “Esto puede generar falta de energía, problemas de concentración, mal humor, dolores de cabeza o bajones de azúcar. A largo plazo, sostener ayunos prolongados o comer siempre ‘a las corridas’ aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades como obesidad, hipertensión o diabetes. El cuerpo necesita combustible de calidad y regularidad para funcionar bien, sobre todo en jornadas tan exigentes”, agregó. En concordancia, detalló que la alimentación irregular no sólo afecta el rendimiento inmediato, sino que también incrementa el riesgo de enfermedades crónicas si se mantiene a lo largo del tiempo, sobre todo en personas con jornadas laborales extensas. “Desde la nutrición, se trabaja no sólo con qué comer, sino también con cómo y para qué comemos. Se puede acompañar para recuperar una relación más amigable con la comida, sin culpa, sin rigidez, aprendiendo a registrar el hambre real, las emociones que intervienen y la importancia de disfrutar al alimentarse. A veces también se articula con otros profesionales si hay señales de una relación conflictiva con el cuerpo o con la alimentación, como en los trastornos alimentarios”. Enfoque integral Además, planteó que el enfoque nutricional debe ser integral, incluyendo no solo el tipo de alimentos, sino también los factores emocionales y conductuales que intervienen en la forma de alimentarse. Por otra parte, la profesional comentó que hay formas de comer que ayudan a sostener la energía durante el día. Las comidas que combinan hidratos de carbono complejos (como avena, pan integral o frutas), proteínas (huevo, legumbres, yogur) y grasas saludables (palta, frutos secos, aceite de oliva) ayudan a mantener estables los niveles de azúcar en sangre y mejorar el estado de ánimo. También recalcó la importancia de hidratarse bien y no pasar muchas horas sin comer. Esto es clave para reducir los bajones de energía y los efectos del estrés diario. “La educación alimentaria es fundamental para poder tomar decisiones más conscientes incluso en contextos difíciles. Cuando hay autoexigencia o poco tiempo, aprender a organizar las comidas, planificar compras o tener opciones rápidas y nutritivas a mano puede marcar una gran diferencia. También ayuda a salir del todo o nada: no hace falta comer perfecto, sino encontrar lo que es posible y saludable dentro de cada realidad”, puntualizó la especialista. En la misma línea, subrayó la importancia de la educación alimentaria para afrontar entornos de alta exigencia, permitiendo adaptarse de manera saludable sin caer en extremos o en la autoexigencia excesiva. “La clave es acompañar desde lo posible, sin imponer reglas estrictas. Se puede empezar por pequeños cambios: no saltear comidas, preparar algo sencillo para llevar, tener colaciones a mano o hidratarse más. La idea no es sumar más presión, sino facilitar herramientas que ayuden a sostener hábitos sanos incluso en contextos de mucho estrés. Cada paso suma, y todo cambio real se construye con paciencia y empatía”. Por otro lado, la nutricionista advirtió que muchas personas llegan con malestar emocional que se traduce en una relación difícil con la comida. “Comer por ansiedad, por estrés, por aburrimiento o incluso dejar de comer en momentos críticos. En estos casos, es importante trabajar desde un enfoque integral, validando lo emocional y dando herramientas concretas para volver a conectarse con el cuerpo y con el acto de alimentarse desde otro lugar”. También describió que en su consulta son habituales los casos en que la ansiedad o el estrés afectan los hábitos alimentarios, por lo cual se plantea un abordaje que contemple tanto lo emocional como la alimentación consciente. “Primero se trata de ayudar a diferenciar entre el hambre física y el hambre emocional. Luego, generar una rutina de comidas que sea posible y sostenida en el tiempo. También es importante aprender a escuchar al cuerpo, organizarse con tiempo y permitirse momentos de disfrute. Lo saludable no es lo que genera más presión, sino lo que ayuda a sostenernos mejor en lo cotidiano”. Y cerró: “Prevenir los efectos del estrés sobre la alimentación implica sostener hábitos simples, flexibles y adaptables, priorizando siempre el bienestar antes que la autoexigencia extrema”. Compartí esta nota:
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