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» Diario Cordoba
Fecha: 20/04/2025 06:26
Cada día, y así lo hizo hasta que murió, su padre iba por las mañanas a verlo, se sentaba en un rincón del taller y, ante la mirada de quien fue su gran maestro, Francisco pasaba el hilo por los zapatos, pegaba y clavaba suelas y tacones, rebajaba los sobrantes, daba brillo a las pieles y, al fin y al cabo, hacía lo que tantas veces había visto hacer, de niño, al hombre que permanecía a su lado. Francisco Clavero aprendió de su padre un oficio para toda la vida: se podría decir que, desde los 14 años, es zapatero remendón. Uno de los pocos que queda, actualmente, en Córdoba. En los primeros compases de la mañana, el oficio de zapatero es una dedicación sosegada y hasta silenciosa. El hilo que sigue el paso de la lezna apenas suena al rasgar las costuras de los zapatos. Y mucho menos el pegamento que, con una brocha, Francisco junta en el tacón. Solo, cada cierto tiempo, el martilleo preciso con que clava las tachuelas interrumpe la calma en el taller de la calle Gonzalo Ximénez de Quesada. La tertulia, un ritual en la zapatería Cuando el sol ya despunta y la calle comienza a cobrar vida, los vecinos se asoman a la ventana medio abierta tras la que trabaja. Paco esto, Paco lo otro. Y alguno tira de repertorio humorístico, sin complicarse mucho: "Zapatero, a tus zapatos". De un momento a otro aparece el primo hermano del padre de Francisco. Se sienta al frente y comienza lo que vienen a llamar la tertulia. "No sé si tú lo habrás conocido. En las zapaterías y en las barberías antiguamente había las tertulias. ¿No has escuchado eso nunca?", cuentan. "Viene él, vienen unos pocos vecinos, se juntan ahí" y hablan "de lo que se tercie". Un ritual de viejas raíces que no interrumpe las labores de Francisco. Cuando acaba con unos zapatos, empieza con otros. La segunda vida de los zapatos / Manuel Murillo Con el calzado arreglado, Francisco le da el último toque usando la única máquina que maneja: una vieja Reig que combina una fresa, con la que pule los laterales de las suelas de cuero; una lija, que hace lo propio con el tacón, y un cepillo que abrillanta las pieles después de darles crema. La forma de trabajar "no ha cambiado, lo que ha cambiado es la calidad del producto que te llega". El zapatero, que cada mañana acude a Ciudad Jardín desde el Campo de la Verdad para abrir, como hace desde 1989, aquel taller, podría coser a máquina, pero no lo hace por dos razones. La primera es porque las manos y el punzón le permiten ser más delicado. La segunda, porque debe de costar abandonar un hábito adquirido hace tantos años. Francisco Clavero da una puntada a un zapato. / Manuel Murillo Los inicios del zapatero "Lo primero que me enseñó mi padre fue a coser. Me decía que era lo primero que tenía que aprender un zapatero", recuerda. Puede imaginarse uno que, a esa edad, cuando la adolescencia agita y descentra tanto, lo último que quiere un chaval es encerrarse en un taller: "Yo esto no lo quería, yo no quería nada más que estar en la calle jugando con mis amigos", pero Francisco tenía que compensar el no ser un buen estudiante. Solo la madurez hizo que valorase aquellas tempranas enseñanzas: "Hoy en día me alegro porque es mi medio de vida". En aquellos tiempos, tanto él como su hermano trabajaban con su padre, quien había aprendido de un maestro que tenía su taller en la calle Antonio Maura, donde comenzó, tras la jubilación de este último, la empresa familiar de los Clavero. Había semanas en que Francisco llegaba a coser 15 o 20 pares de suelas. "Hoy en día se cose poco", y no solo eso. Lo que antes hacían tres, hoy lo hace él solo. "Había mucho más trabajo" y, aunque ahora remienda de todo, desde deportivas hasta botas de campo, hay zapatos "que no merecen la pena". El negocio del zapatero también tiene algo de estacional. Cuando llega el buen tiempo, la Semana Santa, la Feria y demás fiestas, la demanda crece. "La gente va saliendo más a la calle, gasta más zapatos", explica. La fidelidad del cliente Con el tiempo, el gusto por el oficio fue floreciendo en Francisco. Y el zapatero sigue disfrutando del día a día. "Sinceramente, cuando viene gente con arreglos que no haces a diario es como un reto para mí", dice. Aunque cabe pensar que, tras más de cuarenta años de profesión, no debe de ser sencillo sorprenderlo. Francisco clava unas tachuelas en el tacón de un zapato. / Manuel Murillo En tiempos en los que comprar calzado por internet está a la orden del día, solo la fidelidad de quienes le conocen mantiene a flote negocios tradicionales como el suyo. Francisco da gracias a Dios por tener "muchísimos clientes" que le llegan de cualquier barrio de Córdoba y hasta de pueblos de la provincia. Clientes que han transmitido, como si fuera una tradición, el valor por el trabajo del zapatero a hijos y nietos. "Me llegan hasta terceras generaciones", apunta. Así ha logrado superar dos crisis y siete meses de baja: “Había clientes esperándome, guardando los zapatos rotos para cuando yo volviera. Hemos pasado malas rachas, pero aquí estamos". Suscríbete para seguir leyendo
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