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» Diario Cordoba
Fecha: 20/04/2025 06:25
La chispa saltó en un barrio de Córdoba, pero el fuego no tardó en alcanzar a toda la ciudad. En pie de guerra, entre 6.000 y 7.000 cordobeses llegaron a plantar cara a los gobernantes de la capital cuando la situación colmó su paciencia: un niño murió en brazos de su madre, víctima de la miseria en que se había sumido la población tras la epidemia de peste, unas malas cosechas de trigo y el encarecimiento de los precios. El 6 de mayo de 1652, al salir de la misa de San Lorenzo, una mujer grita y llama la atención de todos los feligreses: su hijo había muerto de hambre y ella sostenía su cadáver. Los lamentos de la dolorida madre excitaron a los allí reunidos hasta el punto de que, alentados por sus mujeres, 600 hombres, armados, fueron a buscar al corregidor, el vizconde de la Peña Parda. "Lo hubieran asesinado si no se esconde", escribe Teodomiro Ramírez de Arellano en sus Paseos por Córdoba. Sin embargo, el gobernante se refugió en el convento de la Trinidad y salvó la vida. Pero el motín fue a más. Tres días sin tregua Tres días duró el levantamiento del pueblo cordobés, más conocido como el motín del hambre o del pan. Los exaltados entraron a la casa del corregidor, rompiendo todo lo que encontraron a su paso; posteriormente, ya 2.000 personas se encaminaron a transmitir su malestar al obispo, Pedro de Tapia. De la casa del prelado, así como de los hogares de otros nobles, sacaron todo el trigo que pudieron. El obispo salió a pie de la ciudad, los nobles se escondieron y sus mujeres buscaron protección en los conventos. Vista de San Lorenzo, desde el campanario de la iglesia. / A.J.González El pan y otros productos básicos habían alcanzado precios excesivos. Escaseaba en el mercado y los panaderos, esperando mayores ganancias, reservaron además algunas existencias. Por ese motivo, arramblaron con todo el trigo y la harina posible, que depositaron en el pósito de la Corredera y en la iglesia de San Lorenzo, un granero improvisado para tal efecto. Superficie sembrada de cereal en una finca de la campiña cordobesa / A.J. GONZÁLEZ De San Lorenzo a toda la ciudad De San Lorenzo, el motín se había extendido a toda la ciudad. Los amotinados vigilaban las puertas de la capital para evitar que saliera el trigo. Incluso, recoge el cronista, es posible que llegaran a plantar cañones en la Calahorra y en la Puerta del Puente. Entre asaltos, transcurrió el primer día. Al siguiente, más personas se sumaron a la protesta, encabezados por personajes como Juan Tocino (quien tiene su calle en la ciudad). Al malestar que había provocado la hambruna, se añadió el rumor de que el Marqués de Priego, acompañado por un ejército, llegaba a Córdoba para defender a la nobleza. Ante eso, los cordobeses levantados siguieron armándose. Sin embargo, lo que acabó llegando fue la paz. Y gracias a otro caballero, Diego de Córdoba, quien era una persona querida por el pueblo. El noble, que comprendía a los amotinados, fue nombrado corregidor ante la insistencia de los vecinos y los ruegos del obispo y de sus allegados, pese a que al principio rechazó el cargo. Vista aérea de la Mezquita-Catedral y su entorno. / A.R. SÁNCHEZ La paz Frente a 4.000 personas recibió de la máxima autoridad eclesiástica en Córdoba el bastón de mando y pidió a los cordobeses que volvieran a sus casas y confiaran en él. Diego de Córdoba prometió pan barato hasta la próxima cosecha a cambio de la entrega de armas. Esa misma tarde, cumplió su promesa. El pan volvió a precios normales. Esa misma jornada hubo amagos de un reavivamiento del motín a causa de tres muertes entre los amotinados. Al tercer día, Córdoba amaneció sosegada. Sin embargo, un muerto y un herido causaron la indignación, de nuevo, de los cordobeses, que acusaban a un noble. Otra vez 2.000 hombres se juntaron y pidieron su cabeza, por lo que Diego de Córdoba, a fin de amansar a las masas, se comprometió a castigar al acusado si se demostraba que era el autor. La tregua definitiva del motín del pan llegó gracias al indulto que el rey concedió a los promotores.
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