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  • Entre Ríos, Argentina

  • Pirueta nostálgica

    » Diario Cordoba

    Fecha: 07/04/2025 16:24

    El otro día cogí un avión. La compañía era de las que se caracterizan por el respeto a la dignidad de los pasajeros y por haber alcanzado un nivel de hacinamiento imbatible. Al llegar a mi fila, comprobé que me habían asignado el asiento de en medio, entre un grandullón y una obesa. En este caso, el protocolo que se siguió fue cederle a la segunda un cinturón especial y parte de mi asiento. Esto me vino muy bien para practicar la meditación, porque llevaba un libro, pero no tenía espacio para abrirlo. La azafata, al pasar a nuestro lado, ni amagó con bajar nuestro reposabrazos. Fueron dos horas y media de vuelo, pero no fueron las mismas para todos. Cuando salí del aeropuerto, besé el suelo y me dije: «He aquí una evidencia de que el tiempo se expande». Afortunadamente, tengo facilidad para olvidar contratiempos (mala memoria), y más aún si estoy en Italia. Después de que la dueña del apartamento nos propusiera cancelar la reserva de la página web para llegar a un acuerdo privado, con la correspondiente rebaja, dejamos nuestro equipaje y nos lanzamos a la calle. La Piazza Maggiore de Bolonia está flanqueada por fachadas imponentes, incluso la de la basílica de San Petronio, a la que le queda bien haberse quedado incompleta. Allí se mezclan turistas, mendigos y manifestantes. Es una ciudad en continua lucha. Pedimos dos trozos de pizza en Due Torri y el tiempo se disparó. Visitamos la pinacoteca nacional, donde el vendaval de belleza termina por resultar subyugante. Recorrimos todo el centro a través de sus pórticos interminables. Bebimos spritz («di Campari sempre», sentenció el camarero) en la Piazza Santo Stefano. Volvimos a las puertas de las que fueron nuestras casas. Comimos tortellini in brodo, que es un caldo de pasta reconstituyente; tagliatelle al ragù, que es pasta con salsa de carne, y rematamos con una crema de mascarpone. Bolonia es naranja teja y amarillo albero; es adoquín y cableados; es una tardoadolescente electropunk, a la que le cuelga un pitillo mal liado del labio, recorriendo los pasillos de la universidad más antigua de Europa con gafas de sol. Es una ciudad demasiado acostumbrada a lo sublime, ante lo que se muestra, en ocasiones, incluso irreverente. No elegimos nuestro destino al azar. Allí nos conocimos hace quince años. Éramos los mismos y éramos otros completamente diferentes. Pisábamos las calles como si nos pertenecieran, insultantemente jóvenes. Lo de la semana pasada en Bolonia no fue turismo, sino una pirueta nostálgica arriesgada. Salió bien. El pasado, a veces, parece mentira. *Escritor

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