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Parana » Analisis Litoral
Fecha: 28/12/2024 22:19
Facebook Twitter WhatsApp LinkedIn Copy Copied Messenger 0 Shares Es uno de los científicos del año. Recibió el Premio Salem, que reconoce al mejor matemático del mundo. Por qué prefiere quedarse en el país pese a las ofertas de prestigiosas universidades. Qué piensa sobre la situación de la ciencia en la Argentina. En Ciudad Universitaria, el ruido de los aviones que llegan y despegan desde Aeroparque recuerda que las puertas de salida del país, por distintos motivos, están más activas que nunca. Es mejor aceptarlo y dejar que sobrevuele también durante la entrevista con Miguel Walsh, uno de los científicos del año, reciente ganador del Premio Salem, que el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, Estados Unidos (fundado entre otros por Albert Einstein y donde hoy enseña el argentino Juan Martín Maldacena), entrega anualmente al matemático/a más destacado del planeta. Walsh, que por su aspecto juvenil de Levi’s, remera y zapatillas parece un alumno antes que un profesor universitario de la UBA, es sobrino nieto del periodista y escritor Rodolfo Walsh (desaparecido durante la última dictadura militar) y, a los 37 años, es además una de las mentes más lúcidas de este país. El Salem es sólo una de las distinciones de una larga lista de logros académicos. Empezó a sorprender cuando terminó su Licenciatura en Matemática en 3 años y medio: lo común es hacerlo en cinco o más. El doctorado también fue rápido. Lo consiguió a los 24 con una investigación tan sobresaliente que le permitió ganar la codiciada beca Clay Research Fellowship del Instituto Clay de Matemática, en los Estados Unidos. Gracias a ella conoció las mejores universidades del mundo, Oxford en Reino Unido; y Berkeley, Princeton y UCLA, en los Estados Unidos. En ninguno de esos lugares se quedó por mucho tiempo. Siempre regresó a la Argentina. Ya había cosechado varios reconocimientos cuando, en 2014, recibió el Premio Ramanujan, que otorga la Unión Matemática Internacional y el Centro Internacional de Física Teórica. Con 26 años, fue el ganador más joven de la historia. Walsh es ahora investigador del Conicet en el Instituto de Investigaciones Matemáticas (IMAS) y profesor titular de la UBA. El matemático indio Srinivasa Ramanujan, cuya vida fue llevada al cine en «El hombre que conocía el infinito». Su vida también inspiró el premio que lleva su nombre y que ganó Walsh en 2014. Foto: Archivo Clarín. Con su historial podría trabajar en cualquier otra universidad prestigiosa en el mundo y ganar un salario 20 veces más alto, pero está acá, hoy frente a Viva, escuchando preguntas y aviones, sentado a una mesa de un jardín circular en Ciudad Universitaria, donde da clases e investiga. Donde piensa. Piensa, entre otras cosas, en problemas matemáticos que llevan siglos sin resolver. Grandes desafíos. -¿Por qué te quedás trabajando acá con la situación actual de la ciencia, con esta incertidumbre? – La coyuntura es pésima. La situación actual es muy mala. La realidad es que el quedarme acá es una decisión que tomo a diario porque constantemente a uno le envían ofertas muy generosas, sobre todo comparadas con los salarios en la Argentina. Es verdad que una de las desventajas en nuestro país es estar lejos de los centros de investigación mundiales. Pero siempre sentí que lo mío lo podía hacer acá. Para mí, hacer investigación en mi universidad, cerca de mis seres queridos, es una aventura más linda que estar trabajando afuera. – Justamente por investigar en Matemática no necesitás un mega laboratorio. ¿Eso también ayuda para que te quedes en el país? -Si mi investigación requiriera de grandes inversiones millonarias en dólares, sería más difícil. Pero bueno, aquí hay ventajas y desventajas. Este premio que me dieron, el Salem, se entrega desde hace casi 60 años y es la primera vez que lo gana alguien de Latinoamérica, es decir, por algo eso es así. En lo personal, yo tengo acá a todos mis seres queridos. Soy hijo único, mis padres están vivos, los veo muy seguido, igual que a mis primos, tías y amigos. Para mí es un momento de disfrutar el hacer acá aunque sea más complicado. -¿Tus padres tienen que ver con la ciencia? ¿Te contaron algo sobre tu tío abuelo, Rodolfo Walsh? -No tengo algún familiar relacionado con la ciencia. Mi viejo trabajó como contador; mi vieja estudió Ciencia Política. Y obviamente, por un tema cronológico, no conocí a mi tío abuelo Rodolfo Walsh. No sabría qué decirte sobre él. Miguel Walsh en un jardín circular del Pabellón Cero + Infinito, de Ciudad Universitaria. Foto: Mariana Nedelcu. -¿El hecho de que tu padre fuera contador puede haberte acercado de algún modo a los números? – (Ríe) No, te diría que nada que ver. De hecho, justamente, a ver, la matemática de investigación, que es a lo que me dedico, es muy distinta. Cuando era chico, para mí la matemática no tenía nada de atrapante. La investigación Matemática sí, porque tiene que ver con la creatividad, con ideas, con imaginar. No pensaba que era así cuando era estudiante, pero cuando lo descubrí me empezó a gustar. El matemático Miguel Walsh dice que, cuando era chico, Matemática era la materia que menos le gustaba. Foto: Mariana Nedelcu. -Entonces, de chico, ¿nunca participaste, por ejemplo, en las Olimpíadas Matemáticas infantiles? -No, justamente en el colegio era la materia que menos me gustaba y donde peor me iba como estudiante. De hecho, tenía un amigo que al elegir entre Humanidades y Ciencias en el secundario, prefirió Ciencias. Recuerdo haberle comentado no sólo que yo hubiera elegido Humanidades sino que ¡a quién se le ocurre elegir Ciencias voluntariamente! Mis intereses iban por lados distintos. Me gustaba la música. – La matemática y la música tienen que ver. -Bueno, pero eso uno de chico no lo sabe (risas). De adolescente tenía una banda de música. Después, sobre el fin del secundario, tuve más interés en algunas cosas relacionadas con la ciencia. Y a medida que fui descubriendo más, rápidamente me orienté. Problemas del milenio Lo que hace Walsh, entonces, es matemática de investigación. Por supuesto que en ella están (solo por citar lo más conocido) los números -todos los tipos de números- y las operaciones, interacciones y relaciones entre ellos. Pero su trabajo va más allá de cálculos. Él se dedica a pensar en problemas que, con las herramientas de hoy, no se pueden resolver. Para lograrlo se necesita desarrollar una nueva forma de pensar, nada menos. Esos desafíos son los que le gustan a Walsh y, para enfrentarlos cuanto antes, acortó el camino: a los 24 ya tenía su doctorado. Por esa época, también, obtuvo su primer reconocimiento internacional. “Hay que pensar y trabajar mucho. Día y noche”, dice sobre sus logros. -¿Cómo organizás tu tiempo en el trabajo? -Básicamente, si no estoy haciendo otra cosa, estoy investigando. Porque también la matemática tiene eso que a veces puede ser contraproducente: uno no necesita casi nada más que pensar. En cualquier momento uno puede irse y hacerlo. Es muy misterioso, tenemos este universo matemático al que se accede pensando y ese universo uno lo tiene adentro de la cabeza. Toda la investigación transcurre dentro de la cabeza. La Matemática no se inventa, se descubre. -¿Puede ser que uno instale una idea en el cerebro y que luego aparezca la solución? -Yo no he tenido una experiencia así. Uno siente que, lo que tiene, lo debe trabajar y dar vuelta. No es que de repente viene un Eureka. Uno lo va pensando, lo da vuelta, lo da vuelta, hace eso que quizás no hay que hacer con otras cosas en la vida. A veces se cree que en Matemática se hace una cuenta y se sigue algo lineal. No, uno tiene un problema y tiene conceptos, ideas y piensa qué puede hacer y tiene como imágenes en la cabeza y las trata de mezclar y ver. Es como si uno tuviera sensaciones que trata de ir guiando hasta que de a poco se va formando algo medio nebuloso en la cabeza, pero no es algo lineal de “hago esto y luego esto otro”. Es ahí donde uno tiene que unir las ideas y aplicarlas. El matemático Miguel Walsh eligió para investigar problemas de difícil resolución. Foto: Mariana Nedelcu. -¿Por qué, para investigar, elegiste los problemas que son más difíciles de resolver? -Bueno, elegí problemas que están hace más de 100 años y nadie los pudo resolver. A mí siempre me fascinó eso porque, en el fondo, ¿por qué se hace Matemática? Porque los problemas que uno elige como comunidad matemática, los que interesa encontrarles una solución, son los que requieren nuevas ideas y conceptos que cambien la manera en que uno piensa la Matemática. En ese proceso se pueden obtener herramientas básicas que se podrían usar luego en otras partes de la ciencia. Entonces, hay problemas que fascinan porque uno dice “acá está faltando una manera entera de pensar”. Hay algo que claramente falta en cómo entendemos la realidad: son fascinantes. Van al quid de qué es lo que no entendemos del Universo. Entonces, para mí, a veces se puede utilizar el tiempo en otras cosas que te pueden llevar a publicar más trabajos científicos, pero ignorando preguntas fundamentales. La vida es corta: hay que pensar en las cosas más fascinantes (ríe). – ¿Tenés ídolos matemáticos, hay Messis en tu campo? -Sí, pero no es uno, son muchos por diferentes razones. Hay muchos matemáticos que hacen las cosas de manera distinta y ninguna es mejor que otra. Entonces, yo tengo un montón de matemáticos que admiro por distintas razones. Hay dos que me parece que son los más importantes de las últimas décadas. Por un lado, el australiano Terence Tao. Le tengo mucho aprecio porque compartió su investigación en un blog y eso a mí me ayudó mucho. Lo conocí y sé que tiene una capacidad inmensa para resolver problemas de todo tipo. Después hay otro ejemplo, el del matemático más importante de los últimos cincuenta años, el ruso Grigori Perelman. -Mencionás a Perelman, un excéntrico. ¿Un matemático tiene que tener una dosis de excentricidad? -Él se encerró a pensar en un problema fundamental, la Conjetura de Poincaré, y lo resolvió. Eso es uno de los grandes logros de la historia de la Matemática. A él no lo conocí porque básicamente nadie lo conoce (ríe). Es un misterio. Tiene una manera de pensar completamente distinta a la de Tao. -¿Vos cómo te definirías? -Yo espero ser normal (risas). El problema de esta profesión es que puede ser muy solitaria y eso a veces puede llevar a alguna excentricidad. Hay todo tipo de matemáticos y algunos pueden ser un poco excéntricos porque no lo pueden evitar. Y hay otros que les gusta serlo o parecerlo. Pero hoy en día es una actividad muy colaborativa, no es mi caso, pero es la generalidad. -¿Lo decís porque siempre firmás como autor único de tus investigaciones? ¿Eso es una decisión? -No. Al principio se fue dando porque estaba acá y no había nadie más que trabajara en lo que yo hacía, así que obviamente lo tuve que hacer solo. Y después que los temas que me gusta investigar son un poco arriesgados y uno no puede decirle a otra persona “vamos a dilucidar esto”, no es la manera de empezar una colaboración. Entonces, se fue dando, no es por principios. En la vida yo no soy solitario, tal vez mi manera de trabajar es solitaria y entonces en el ámbito académico puedo parecerlo. Pero el trabajo es solitario, ¡no yo! (ríe). -Y cuando querés descomprimir, porque a veces las ideas pueden aparecer cuando cambiás el chip. ¿Qué hacés, a qué te dedicás? -Es bueno estar con la gente que uno quiere, mirar fútbol, soy de Boca. Ver deportes en general. Quizás no tengo ahora la chance de practicarlos como me gustaría, pero por lo menos puedo mirarlos. En el colegio, la Escuela Argentina Modelo, hacía fútbol, jugaba de 11. -¿Hoy en qué estás trabajando? -Mi intención es seguir en lo que vengo trabajando en los últimos 5 años, que es en lo que contribuí, por lo que me dieron este último premio, el Salem. Sin profundizar, tiene que ver con la estructura de los números enteros. Investigo una secuencia que nos intriga desde hace 150 años. Si pudiéramos entenderla, eso explicaría un montón de fenómenos distintos. Y, como dije, la motivación es que uno sabe que las ideas que va a necesitar desarrollar para entenderla nos van a permitir hacer un montón de cosas. -¿Qué pensás de la IA y su capacidad de cálculo? ¿En algún momento podría resolver alguno de los problemas que investigás? -Bueno, hoy en día resuelve cosas sencillas, hace dibujos sencillos y ese tipo de cosas (ríe). No veo por qué no, en largo tiempo, sea en el formato actual o en otro, podría superar al humano en todo, Matemática o cualquier ciencia, o en lo artístico. Pero por ahora falta. Ahora, yo creo que el día en que pueda resolver uno de los problemas matemáticos abiertos va a poder hacer todo lo demás que hacemos los humanos (ríe), porque este tipo de investigación matemática tiene una mezcla de pensamiento racional y de creatividad. Entonces, para poder hacer las dos cosas va a poder hacer todo lo demás también. Probablemente lo logre dentro de 10, 100 años, quién sabe. -¿Eso te preocupa? -Me preocupa como le preocupa a cualquier persona en cualquier cosa que haga. Por suerte, en las próximas décadas nos va a ayudar, quizás la IA es una herramienta para poder utilizar algunas cosas sin necesidad de entenderlas del todo. -¿Vos la usás de algún modo? -Hoy en día no la uso de ninguna manera que no sea simplemente por diversión. En este momento no está capacitada para ayudar en lo que yo trabajo. En otras áreas de la Matemática puede que sí, pero en lo que yo investigo no llegó al punto en que pueda ayudar. Tal vez en el futuro lo logre. -¿Lo conociste al físico argentino Juan Maldacena en Princeton? -No lo conocí personalmente. Estuve en el Instituto de Estudios Avanzados, pero en Matemática. Pero a cualquier lado que voy y hablo con gente de cualquier rama de la ciencia, me mencionan a Maldacena con un respeto mayor al que se le tiene a un Premio Nobel. Maldacena es hoy más que un Nobel. Yo no sé si acá eso se valora en su justa medida. -¿Te sentís parte de ese legado impresionante que tenemos de matemáticos y físicos? -Me encanta la idea de formar parte de eso. Si uno mira, hoy tenemos a Maldacena, y a los ganadores este año de la Medalla Dirac, los físicos Marina Huerta y Horacio Casini, que trabajan en la Argentina. El año pasado, el matemático Luis Caffarelli ganó el Abel, considerado el Nobel de Matemática, y ahora a mí me dieron el Salem. No sé cuántos países hay, probablemente ninguno que no sea los que todos ya conocemos, que tengan esta cantidad y calidad de producción científica. De hecho es una cosa única, que no sé si se aprecia del todo. -¿Ves estudiantes y condiciones para seguir con esa tradición? -Acá tenemos muy buenos alumnos y es impresionante lo que hacen los profesores de Exactas en la UBA, a pesar de todas las dificultades, para seguir generando gente de calidad. A ver, la situación salarial es pésima: comparado con el costo de vida es vergonzoso lo que gana un profesor acá. No hay ninguna universidad del mundo que tenga el nivel de profesores que tenemos en el país y que gane tan poco como ganamos nosotros. De hecho, el mundo está lleno de universidades que ponen mucha plata para tratar de tener lo que tiene la UBA, ese rol intangible, ese rol social que tiene. Y no lo consiguen.
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