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» Elterritorio
Fecha: 29/12/2024 15:02
domingo 29 de diciembre de 2024 | 6:00hs. Imagen ilustrativa. Esta es una columna de fin de año, de buenos deseos. Pero arranca así: "En Argentina hay 6 millones de jubilados, mi mamá es una de ellas. Es cierto, si logran que dos millones se mueran, los números van a cerrar, es decir van a poder aumentar las jubilaciones. Se van a morir muchos jubilados, no les alcanza para los medicamentos… la plata no les alcanza para nada. Pero a nadie parece importarle, si los números cierran…". El desahogo fue del actor Eduardo Blanco (El hijo de la novia, Luna de Avellaneda) en el marco de una charla que se generó en la mesa de Mirtha Legrand, en respuesta a un periodista que sostenía una férrea defensa de las políticas económicas del gobierno nacional. Fueron llamativas dos cosas: el silencio que se generó en la mesa después esa afirmación; y quién lo dijo, por los roles de los protagonistas. El periodista, que en general se espera no se muestre complaciente con el poder, y el actor, que tiene una responsabilidad distinta, que sin embargo aparece asumiendo un rol comprometido. La situación es una muestra de lo que se ha convertido el país donde el desprestigio de tantos años de malos políticos enlodó al periodismo, que, a fuerza de operetas y manipulaciones berretas, al servicio de los primeros, perdió su lugar de preponderancia en la valoración social. Pero el punto de este artículo no es la crisis de valores sino las consecuencias de un modelo económico que es una fábrica de excluidos, y como dijo Blanco, a nadie parece importarle. Pero bajó la inflación, dirán los complacientes. Es cierto, y está muy bien, y es importante que eso se sostenga. La discusión, es en todo caso, ni siquiera una cuestión de números, de estadísticas, de economía; es de empatía. Que los jubilados no se mueran de hambre o tengan su medicamento no afecta en lo más mínimo la economía nacional "en términos reales". Cuando los gobiernos priorizan intereses económicos o políticos sobre el bienestar de sus ciudadanos, las comunidades más vulnerables son las primeras en sufrir. "Un gobierno sin empatía es como un ciego guiando a un grupo en la oscuridad. No ve ni entiende las necesidades reales de quienes dependen de él", señala la socióloga chilena María Inés Salinas, especialista en derechos humanos y políticas sociales. Derivada del griego "empatheia", la capacidad humana de comprender y compartir las emociones de otros, constituye una herramienta crucial para la convivencia pacífica y el desarrollo social. Sin embargo, cuando los gobiernos carecen de esta cualidad, el impacto en la población suele ser devastador. "Empatía no es debilidad; es reconocer la humanidad del otro y actuar en consecuencia", afirma el politólogo español Javier López Rodríguez. Y es precisamente esta acción la que falta en estos tiempos. Pero todavía hay algo más preocupante. Se nota, sobre todo en las redes sociales, cierto desprecio (odio es una palabra muy fuerte) hacia los más vulnerables, son publicaciones que en muchos casos son compartidos por funcionarios del gobierno. Y a nadie parece importarle, al decir de Blanco. Según el lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky, eso no es azaroso, tiene un sentido. "Mientras la población general sea pasiva, apática y desviada hacia el consumismo o el odio de los vulnerables, los poderosos podrán hacer lo que quieran". Pero como decía al principio esta columna es de buenos deseos. Que el año que se inicia venga con mejores ventas para los comerciantes, más empresas con empleo genuino, mejores salarios, que los jubilados puedan comer y no se mueran por falta de medicamentos. Que los gobernantes incorporen una pequeña dosis, mínima, de empatía hacia los más vulnerables.
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