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  • Los caminos en los pueblos jesuíticos

    » Elterritorio

    Fecha: 24/11/2024 11:19

    domingo 24 de noviembre de 2024 | 6:00hs. Las correderas del Apipé sobre el curso del río Paraná, los rápidos de Salto Grande sobre el río Uruguay, los saltos del Moconá también sobre el curso del Uruguay, los saltos del Guayrá en el curso superior del Paraná y los esteros del Iberá constituían un conjunto de barreras naturales que contribuían al aislamiento de los pueblos misioneros respecto del resto del mundo colonial hispánico. La presencia inevitable de esos obstáculos naturales favorecía una comunicación con el exterior de las misiones controlada en función de objetivos predeterminados. En ese sentido, existía un notable contraste entre la fluidez de las comunicaciones internas de los pueblos misioneros con los escasos puntos de contacto establecidos con el mundo exterior. Interiormente, la infraestructura de comunicaciones y las posibilidades de movilidad y traslados eran óptimas, cualquiera fuera el sitio al que se quisiera arribar. Sin embargo cuando se trataba de abandonar o ingresar en el territorio de las misiones, las vías de comunicación eran muy específicas y sujetas a un control de bienes, personas y trayectos. Los vestigios que hoy persisten de aquella infraestructura volcada al logro de una eficiente comunicación en el ámbito de los pueblos misioneros demuestran la existencia de un plan vial basado en un aprovechamiento racional de los recursos y específicamente de la topografía de la región. Cada reducción contaba con circuitos de comunicación y tránsito usados cotidianamente por los habitantes. Las calles del pueblo y la plaza constituían las vías de tránsito por excelencia para la circulación de personas, animales, bienes. Pero existían algunas calles y senderos que poseían un especial significado. Los senderos o vías procesionales en algunos pueblos convocaban a los pobladores de la propia reducción y de las reducciones vecinas para la conmemoración de algunos eventos. Un caso era la peregrinación en honor a San Miguel realizada en la reducción de San Javier, a lo largo de un camino bordeado de jardines que partía desde la plaza del pueblo y culminaba unos 1.500 metros al norte en una capilla erigida a San Miguel en la cima de un pequeño promontorio del terreno. En la reducción de Nuestra Señora de Loreto se presentaba también una importante vía procesional. Se trataba de una calle de 1.300 metros de longitud que comenzaba en la Capilla de la Virgen de Loreto, ubicada en uno de los extremos del pueblo, cruzaba por el sector de viviendas, frente al cementerio, el templo, la residencia y la huerta, culminando en una elevación del terreno donde se ubicaba el Monte del Calvario. Las celebraciones que se realizaban en Semana Santa en este ámbito convocaban a los guaraníes de las vecinas reducciones de Santa Ana, Candelaria, San Ignacio y Corpus Christi. Existían también otros itinerarios, ubicados en el interior de algunos templos y muy relacionados con la fe. En el templo del pueblo de Concepción, el sitio en el que se exhibía la urna con los restos del Padre Roque González de Santa Cruz era el punto terminal de un camino recorrido periódicamente por guaraníes que veneraban aquellos restos. Un caso similar se presentaba en el templo de la reducción de Loreto, donde reposaban en un ataúd parte de los restos del Padre Antonio Ruiz de Montoya, venerados especialmente por los guaraníes de Loreto y de San Ignacio. Cada una de las calles que se originaban en la plaza de la reducción al salir del pueblo se bifurcaba en múltiples direcciones, conformando una red vial que cubría todo el entorno agrícola. Eran los caminos que conducían a las huertas, a las canteras, los yerbales hortenses, los corrales, las capillas. Generalmente estos caminos eran ramificaciones del llamado camino real, aquel que intercomunicaba a las diversas reducciones y que cumplía la función de camino troncal. Cada uno de los caminos que ingresaba en la reducción poseía en sus inmediaciones, a las afueras del pueblo, en un sitio elevado del terreno, una capillita u oratorio. Era el sitio en el que se detenían para orar los viajeros que llegaban o partían en viaje. El tránsito estaba muy bien administrado por una adecuada red vial que cubría todo el entorno del pueblo. La comunicación de los pueblos entre sí quedaba establecida por los caminos reales y en algunos casos por la vía fluvial de los ríos Paraná y Uruguay. Todos los pueblos se hallaban intercomunicados por caminos adecuadamente acondicionados para el tránsito. Entre algunos pueblos, como los ribereños del Paraná, prevalecía la comunicación fluvial. Lo accidentado del terreno hacía, por ejemplo, que los viajeros que iban de San Ignacio Miní a Santa Ana o a Candelaria prefirieran hacerlo navegando por el río Paraná antes que utilizar la vía terrestre. Por este motivo, los pueblos de Candelaria, Santa Ana, Loreto, San Ignacio, Corpus, Itapúa, Trinidad y Jesús tuvieron cada uno de ellos sus respectivos puertos y el camino que llevaba a éste desde la reducción adquiría una singular importancia, al punto de convertirse en un eje ordenador de la trama urbana. Esto explica el hecho de que los pueblos paranaenses no hayan desarrollado un sistema vial con el nivel de complejidad con que sí lo hicieron los pueblos uruguayenses.

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