Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • La longevidad de los objetos

    » Clarin

    Fecha: 18/06/2024 06:12

    Acostumbramos a tener con los objetos una relación utilitaria y desaprensiva. La mayoría nos parecen anónimos, intercambiables. Me refiero a los objetos de uso diario, común. Sin embargo, basta que nos fijemos en ellos para advertir que no solo poseen una singularidad inusitada, sino también una longevidad inquietante. Quien haya tenido que desarmar la casa de un ser querido lo sabe muy bien. En algún momento, en el trivial gesto de doblar una toalla gastada por los años, o al asomarse al cajón donde se amontonan los cubiertos de diario, la presencia de aquel a quien amamos y despedimos se nos abalanza como un dolor deslumbrante. No importa el carácter industrial de los objetos, su carácter fungible, como decimos los abogados. Pueden existir millones de toallas y cubiertos similares, pero nosotros los recordamos en las manos del ausente. Nos hablan de él más que cualquier trabajado recuerdo, porque nos lo recuerdan en el mero ejercicio de estar vivos, en esa vida cotidiana que parece eterna. Todos atesoramos en nuestras casas recuerdos de nuestros muertos queridos. El listado de cosas que guardamos, y su valor, es infinito. Sin embargo, de vez en cuando se cuelan objetos por debajo de nuestra atención, le damos un uso común, hasta que un día, sin aviso, nos iluminan con su singularidad, con su evocación súbita del ausente. El lugar por excelencia de estos objetos es la cocina. En la mía, sobreviven de mi madre una pequeña olla y una cuchara. Ambas de uso cotidiano. A veces pasa mucho tiempo sin que las enfoque, no tanto con la vista como con el pensamiento. Por supuesto, es la olla que prefiero, la más fiable y perfecta para salsas y comida de olla. La cuchara, cuando emerge de casualidad entre las otras, también la prefiero. Pero pocas veces me detengo en ellas. Su densidad, la densidad de su significado, queda para momentos especiales. Lo mismo sucede con el tercer objeto que me ha llegado de su mano. Es un palo de amasar. Pocas veces lo veo, pero cuando lo enfoco me produce una sensación casi de vértigo. Vértigo amoroso y de identidad. Ese palo de amasar, pesado, negro, con asas perdidas, viene de lejos, viene de Italia. No recuerdo haberle dado uso, pero sí la recuerdo a mi madre con él, como ella recordaría a su propia madre, que según me contaba lo usaba con maestría. Pero mi abuela lo recibió primero de su propia madre, que fue quien lo trajo, entre sus pobres enseres, de una aldea del Piamonte.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por