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» La Nacion
Fecha: 28/12/2025 08:32
Símbolo sexual francés de la década de 1960, se convirtió en una de las grandes figuras del cine del siglo XX y más tarde en activista por los derechos de los animales; murió a los 91 años - 18 minutos de lectura' No hubo en la historia del espectáculo del siglo XX una reina de belleza más indómita, salvaje y desafiante que Brigitte Bardot. Su irresistible atractivo emanaba de esa sensualidad poderosa y casi palpable que definió mejor que nadie el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante al verla por primera vez en la pantalla. Mientras tuvo fuerzas para mantener en todo lo alto ese atributo nadie pudo hacerle sombra. En ese terreno no tuvo rival. En sus mejores momentos, siempre orgullosa y segura de sí misma, se valió de una alquimia ideal para ejercer un poder indiscutido. Su cuerpo esbelto, casi perfecto, funcionaba como un gigantesco imán capaz de atraer sin esfuerzo todas las miradas masculinas. A las mujeres, en cambio, las seducía con una personalidad fuerte, siempre segura de sí misma y rebosante de un irresistible desenfado. Lucía su belleza de un modo tan altivo que se hacía imposible pensar en ella como una mujer objeto fácilmente manipulable. La muerte acrecentará el misterio BB, un desafío que Francia y el mundo tratan de descifrar desde hace décadas a través de infinidad de ensayos escritos y audiovisuales. En lo único que están casi todos de acuerdo es en que BB supo enriquecer y hacer todavía más compleja la idea de mito o símbolo sexual a partir de una dimensión desafiante jamás alcanzada o superada hasta hoy. Bardot fue en gran parte de su vida una verdadera devoradora de hombres. Y al mismo tiempo se anticipó a su tiempo para convertirse en temprana representante, cuando no se hablaba del tema, de lo que hoy se conoce como empoderamiento femenino. Nadie podía manipular su voluntad o animarse a decirle lo que tenía que hacer. Todas las decisiones que tomaba le pertenecían por completo. Es tan depredadora como víctima de los depredadores, llegó a decir de ella Simone de Beauvoir. Esa voluntad le permitió a BB llegar a la meta que jamás pudo alcanzar Marilyn Monroe como símbolo sexual en el más completo sentido de la expresión. Había bastantes parecidos entre las dos. Surgieron a la fama como mitos eróticos y en su momento hicieron todo lo posible para escapar de esa jaula de oro a través de búsquedas personales y laborales más exigentes en el terreno artístico, intelectual y personal. Pero mientras MM pasó toda una vida de abusos que la dejaron expuesta y débil para enfrentar los traumas que arrastraba desde la infancia, BB tuvo el suficiente carácter y mucha más fortaleza de ánimo para resistir todas las adversidades, que en su caso tampoco fueron escasas. La chica parisina que desde la pantalla volvía locos a los hombres con sus mohines, sus curvas y su calculada ingenuidad también se las ingenió para sumar su nombre a varios proyectos prestigiosos del cine de su tiempo. Apenas dos décadas duró el reinado de BB, entre la segunda mitad de la década de 1950 y el primer tramo de los años 70. Veinte años intensos y muy potentes en términos artísticos, que coincidieron con un período de gran efervescencia social y política en Francia y en Europa. Sin embargo, el mayor compromiso ideológico de Bardot apareció mucho después de su retiro del cine en 1973. Hubo que esperar bastante hasta el momento en que Bardot, a contramano de la mayoría de sus colegas, empezó a difundir mensajes y consignas muy alineadas con el ultraderechista Frente Nacional. Una educación de lujo Brigitte Anne-Marie Bardot nació el 28 de septiembre de 1934 en París, en el seno de una familia de buen pasar económico. Su padre, propietario de una fábrica de productos químicos que llevaba el apellido familiar, le garantizó una educación de lujo. Su atracción por las clases de ballet creció junto a los impulsos de rebeldía que fueron alimentando su personalidad. La primera vez que el mundo conoció la sonrisa pícara de esa adolescente indomable fue en mayo de 1949. Una Brigitte de apenas 14 años apareció en la tapa de la revista Elle. Esa imagen deslumbró a un ayudante de dirección de 21 años llamado Roger Vadim y puso en marcha una historia de amor que siete años después, en 1956, con el estreno de Y Dios creó a la mujer, convertiría a Bardot para siempre en una estrella. Vadim se acercó a la joven Brigitte, hubo flechazo y desde ese momento quedó en claro que la futura BB parecía dispuesta a todo. Se plantó frente a sus padres, que le prohibieron ver a su futuro Pigmalión. Soñaba con casarse con él a los 16 y como la relación estaba vedada tomó una decisión drástica. El suicidio se convirtió en mi vía de escape, confesó mucho después, en 2020, al agregar al texto original de sus memorias un nuevo capítulo dedicado al tema. Primero, cuando era adolescente, lo intentó metiendo su cabeza dentro de un horno. Más tarde, afectada por la depresión post-parto, con una sobredosis de somníferos. Y cuando tenía 49 años hizo otro intento, también estimulado por un exceso de pastillas, en la piscina de su casa. Detrás de la belleza y la arrogante personalidad que aparecía a la vista de todos estaba el lado oscuro, frágil y oculto de BB, pidiendo en silencio que alguien la rescatara. Su boda con Vadim La boda con Vadim se concretó en 1952, cuando BB tenía 20. Poco después iniciaría su carrera en el cine con pequeños papeles en películas en blanco y negro: Deshojando la margarita, Armas de mujer, La reina del bikini. Allí se la veía, todavía menuda y con el castaño de su cabellera natural, insinuando por primera vez la inquietante fórmula que empleaba para enloquecer de deseo a los hombres. La explosión llegó poco después, a fines de 1956, con el estreno de ...Y Dios creó a la mujer. Vadim transformó allí a BB en una Lolita (ahora rubia) que andaba por la vida sin complejos seduciendo a hombres jóvenes (Jean-Louis Trintignant) y maduros (Curd Jürgens). Todo ocurrió de manera casi azarosa, porque Brigitte no quería al principio convertirse en actriz, solo estaba locamente enamorada de Vadim y dispuesta por amor a hacer lo que él le pidiera. Había unos cuantos desnudos en Y Dios creó a la mujer. Pero la cumbre de toda esa sensualidad, atenuada entre velos y cortinados, apareció al final cuando Brigitte parecía alcanzar el éxtasis bailando descalza el mambo. Cuando se estrenó la película, el diario oficial del Vaticano LOsservatore Romano llegó a sugerir que Bardot y el diablo eran lo mismo. Para reforzar la idea se incorporó una foto de esa misma escena del baile al pabellón montado por la Santa Sede en la Feria Mundial de Bruselas de 1958. Había una sala con imágenes de santos, mártires y devotos, y otra en la que se mostraban ejemplos del mal en el mundo. La danza lujuriosa de Bardot sobresalía en este último espacio. Hubo que esperar hasta 1995 para que el Vaticano la indultara. En septiembre de ese año, vestida con mucha discreción y declarándose creyente, Bardot llegó a la audiencia general con el Papa encabezando una delegación de 40 asociaciones protectoras de animales, de una audiencia general con el Papa. Poco después, Juan Pablo II le dedicó unos minutos de charla en privado. Las imágenes del momento registran un saludo muy cálido entre los dos y la sonrisa plena en el rostro de la actriz Se dijo entonces que hasta algunos seminaristas se acercaron a la ya madura BB para pedirle autógrafos. Por entonces también había sido reivindicada por el gobierno francés, que le otorgó su máxima condecoración oficial: la Orden de la Legión de Honor. Bardot nunca tuvo problemas para mostrarse en la pantalla sin el más mínimo pudor. Con la suma de sus apariciones como símbolo sexual (siempre provocativas, pero sin una sombra de vulgaridad) podríamos escribir toda su historia en el cine. Fue un mito erótico completamente atípico. Desde ese lugar se propuso salir a la búsqueda de nuevos modos expresivos y participar en proyectos dirigidos por creadores prestigiosos o de vanguardia. El mejor ejemplo fue El desprecio, que BB hizo en 1963 para Jean-Luc Godard y se convirtió en una de las películas más comentadas de su tiempo. En el comienzo hay una larga escena en la que la vemos desnuda y tendida boca abajo en la cama junto a su amante, un escritor interpretado por Michel Piccoli. En un momento de esa conversación, BB va nombrando cada parte de su cuerpo, una tras otra, y le pregunta a Piccoli si está a gusto con ellas. Para ese momento, Bardot ya era la máxima estrella del cine europeo. En 1960, el entonces ministro de Finanzas de Francia, Antoine Pinay, dijo que la actriz aportaba a su país una cantidad de divisas similar a la de Renault con la exportación de sus vehículos. Mientras tanto, el furor por descubrir los secretos de la vida pública y privada de la actriz empezó a convertirse en una obsesión nacional que nunca se detuvo hasta hoy. BB ayudó a crear ese mito con una actitud frente a la vida siempre desprejuiciada, ajena a todas las reglas y convenciones. Basta mencionar un ejemplo temprano: Vadim y BB ya estaban casados cuando se filmó Y Dios creó a la mujer. En pleno rodaje, Bardot se enamoró de Trintignant, uno de sus galanes en la ficción. Poco después, BB se separó de Vadim y formalizó frente a todo el mundo esa nueva relación, con planes de boda incluidos. Mientras todo esto pasaba, Vadim tuvo un hijo con otra mujer, fruto de una relación iniciada antes de firmar el divorcio con Bardot. Cuando el director volvió a casarse, Trintignant fue el padrino de la boda y Bardot la madrina de ese niño. Y Vadim se comprometió a ser el padrino del futuro hijo de la pareja Trintignant-Bardot. Algo que nunca ocurriría, porque la pareja de jóvenes estrellas se rompió muy pronto. El segundo esposo de BB fue el actor y productor francés Jacques Charrier. Se casaron en 1959 y de esa unión nació el único hijo de la actriz. Fue tan turbulenta la relación que en sus memorias Bardot lo definió como un grosero, un machista dictatorial e incontrolado, alcohólico y despreciable. Habló del embarazo como una pesadilla que la llevó de nuevo a imaginar el suicidio y de su futuro hijo como un tumor. La pareja se separó en 1963. Charrier y su hijo se sintieron tan agraviados que más tarde pidieron a la Justicia eliminar cualquier mención de sus nombres en la autobiografía de Bardot. Querían borrar 80 de las 555 páginas de un libro que llegó a superar en ventas el medio millón de ejemplares. Con el tiempo, BB y su hijo, Nicolas-Jacques Charrier (que se radicó en Noruega y hoy tiene 65 años), lograron reconciliarse. En Las Vegas, Bardot reincidió en 1966 por tercera vez en el matrimonio, esta vez con el multimillonario playboy alemán Günter Sachs, que le demostró un día su amor lanzando desde su helicóptero centenares de rosas al jardín de La Madrague, la amplia casa de Saint Tropez, junto al Mediterráneo, que BB eligió como su lugar en el mundo. Allí vivió desde 1958 hasta el fin de sus días. Mucho tiempo después, Sachs también recordaría a Bardot por sus vaivenes temperamentales: Era difícil vivir con ella. Se dormía feliz, pero se levantaba furiosa y enojada conmigo. Todo esto ocurrió durante una agitada década que había empezado para Bardot con la única película de toda su carrera que, según ella misma confesó, estaría dispuesta a salvar: La verdad (1960), un tenso thriller judicial de Henri Georges-Clouzot, el aplaudido director de Las diabólicas y El salario del miedo. Esos diez años fueron los más prolíficos y exitosos de toda su carrera. Siempre rubia y siempre sexy, BB se puso al frente de un puñado de títulos que mezclaban el entretenimiento puro con cierto rigor artístico. Filmó en ese tramo a las órdenes de realizadores muy probados y competentes como Louis Malle (El amor es asunto privado, ¡Viva Maria!), Guy Casaril (Las novicias), Michel Deville (El oso y la muñeca), Christian-Jaque (Las petroleras) y Robert Enrico (El Bulevar del Rhum). También volvió con Vadim para hacer El reposo del guerrero y Si Don Juan fuese mujer. Su personaje en esta película (la última compartida por la estrella y su descubridor, en 1973) juega entre la ficción y la realidad: le toca aquí a Bardot seducir nada menos que a Jane Birkin, que en ese momento estaba unida a Serge Gainsbourg. En 1969, BB y Gainsbourg terminarían compartiendo la versión definitiva de Je taime, moi non plus, el gran himno musical del erotismo, reconocido por sumar a la melodía una sucesión de jadeos, susurros, gemidos e insinuaciones propias de un acto sexual. Un año antes, Bardot fue la primera en grabar ese tema y desató un escándalo. Estaba en ese momento casada con Sachs y el tema sugería un romance prohibido entre BB y Gainsbourg. Por eso, esta versión original no se conoció hasta 1986, cuando Bardot aceptó difundirla con fines benéficos. Fue uno de los pocos momentos recordados de su fugaz carrera como cantante. En ese tiempo de éxitos cinematográficos en color, maduración artística y agitada vida personal también hubo todo tipo de rumores alrededor de los amores fugaces y clandestinos de BB. La larga lista de amantes presuntos o reales incluyó a varios actores (Sami Frey, Raf Vallone, Sean Connery, Glenn Ford, Warren Beatty), músicos (Sacha Distel, Gilbert Bécaud, Jimi Hendrix) y hasta un famoso piloto de Fórmula 1, el malogrado François Cevert. También se habló mucho en ese tiempo de las invitaciones que Bardot hacía a actores desconocidos y mucho más jóvenes que ella para compartir unos días en La Madrague. Siempre me fue fácil encontrar un hombre con quien acostarme, pero nunca entendí por qué resultaba tan complicado encontrar a uno para convivir, reconoció una vez. Turistas y curiosos de paso por la Costa Azul solían aproximar sus embarcaciones a las cercanías de la casa de BB con la idea de verla desde lejos junto a alguna compañía ocasional. Algunos de ellos, al igual que los paparazzi que hacían vigilia desde lejos durante las 24 horas, tuvieron durante un verano la suerte de ver cómo el notorio playboy italiano Gigi Rizzi izaba la bandera de su país en la casa de su famosísima amante francesa. A los 38 años, después de aparecer brevemente en Colinot, el seductor, un divertimento picaresco ambientado en tiempos medievales, Bardot decidió abandonar el cine. La decisión fue completamente inesperada, pero la justificó como un punto de inflexión que marcaría a partir de allí el resto de su vida pública. En el set recordaría años después- había una pequeña cabra y la dueña tenía apuro para terminar la escena. Me contó que se estaba por celebrar la comunión de su sobrino y quería asarla para el festejo. Le compré la cabra a la señora y me la llevé, atada con una cuerda, a la habitación de mi hotel cinco estrellas. Se armó tal escándalo que ese mismo día tomé la decisión de terminar con el cine y dedicarme a ayudar a los animales. Testaruda a más no poder, renunció públicamente a sostener de manera artificial su mayor atributo. A partir de ese momento jamás aceptó someterse a cirugías y usar maquillajes o tinturas para disimular el paso del tiempo. Había decidido alejarse del espectáculo para volcar toda su energía a la protección de los animales. Los hombres amaban a la Bardot. Los animales, a una mujer llamada Brigitte, escribió una vez. A partir de ese momento se dedicó por completo a cumplir ese compromiso. Se hizo vegetariana, reclamó la prohibición de los espectáculos con delfines, atacó la costumbre bien francesa de consumir foie gras (el paté que se elabora con el hígado de patos y ocas), se opuso a las corridas de toros, pidió el fin de la matanza de las crías de focas en el Ártico, amenazó con renunciar a la ciudadanía francesa si se sacrificaba a dos elefantes en Lyon, y hasta llegó, en 1993, a reclamar públicamente al entonces presidente Carlos Menem la cancelación de un encierro de novillos que se había programado en Mar del Plata para ese año como modesta e inocua copia de la tradición de San Fermín. El mismo impulso forzó un primer choque entre Bardot y el Islam. En 1996 escribió una durísima columna en el diario conservador Le Figaro criticando como mujer francesa de viejo cuño el ritual aplicado por los musulmanes para matar a las ovejas. Más tarde, ese conflicto pasó a tener un color ideológico: Francia, mi patria, está siendo invadida con las bendiciones de varios gobiernos por otros extranjeros, en su mayoría musulmanes, con una amenaza de superpoblación de la que ya estamos pagando las consecuencias. Su acercamiento al Frente Nacional, la agrupación de ultraderecha que simpatiza con este tipo de ideas, quedó todavía más a la vista en su cuarto y definitivo matrimonio con el empresario Bernard DOrmale, asesor de Jean-Marie Le Pen, fundador de la corriente y padre de Marine, su actual líder. A comienzos de 2001 se expresó públicamente a favor de un gobierno autoritario que ponga orden en medio del caos en el que estamos viviendo y más tarde dijo que no tenía miedo de ir a la cárcel si la condenaban por difundir mensajes que sugerían algún tipo de odio racial. En 2007 declaró que la comunidad musulmana estaba destruyendo nuestro país e imponiendo sus actos. Un fiscal pidió que se la condenara a dos meses de prisión en suspenso por esos dichos. La misma mujer que en su juventud llegó a ser definida por la sexóloga Shere Hite como pionera del feminismo moderno llegó al final de su vida relativizando las reivindicaciones del movimiento #MeToo. Hay muchas actrices que coquetean con los productores para arrebatarles un papel. Luego vienen a contar que las acosan y todo eso terminan por lastimarlas. A mí siempre me resultó fascinante que me dijeran que era hermosa o que tenía un bonito trasero. Esos piropos son agradables. Dentro de poco, reconocer que una mujer es hermosa va a ser un crimen. A mí me gustaba que me miraban, afirmó. La última gran polémica de Bardot tuvo que ver con el Covid. En 2021 se negó a vacunarse alegando que era alérgica a toda clase de productos químicos. ¿Qué tiene de bueno este virus? Que funciona como una especie de regulación de una superpoblación que no podemos controlar, dijo con la misma temeridad que empleó para aplicarle al presidente francés Emmanuel Macron el calificativo de maléfico. La imagen final de la larga vida de BB es la de una anciana dispuesta a defender con encendida obstinación posturas políticas controvertidas y por momentos hasta extremas. Volvió a ser noticia en julio pasado, cuando se supo que los bomberos debieron atenderla de urgencia en su casa por problemas respiratorios. Ya venía arrastrando otras complicaciones y achaques. Tengo doble artrosis de cadera y camino con muletas, pero si me ponen una rumba, un cha cha cha o algo de Gypsy Kings me entran las ganas de moverme, reconoció hace unos años. Bardot es un mito, y lo único que puede destruir un mito es el tiempo, había dicho Cocó Chanel cuando BB empezaba a deslumbrar a toda Francia con su mezcla inédita entre juventud, inocencia, audacia y sensualidad. El largo ciclo vital de la actriz fue sumando matices a la construcción de su imagen dentro del imaginario colectivo y la cultura popular de Francia hasta convertirla en un mito viviente de eterna actualidad. Ni siquiera el ocaso inevitable de los últimos tiempos, acompañado por un retiro paulatino de la vida pública, logró apagar esa presencia tan poderosa. Si queremos guardar un recuerdo ideal de BB tendríamos que viajar de nuevo hacia el pasado y el tiempo de la plenitud, cuando exhibía sin complejos su irresistible atractivo natural, transmitía un magnetismo a toda prueba y mostraba la confianza ilimitada en su poder de seducción. El misterio BB, un dilema imposible de resolver, permaneció toda la vida oculto y agazapado detrás de esos atributos. Todo lo que sostenía esa aparente y envidable fortaleza le impidió al mismo tiempo alcanzar la estabilidad anímica, afectiva y espiritual. Brigitte Bardot no podía ser feliz -dijo una vez Roger Vadim, el hombre que más y mejor la conoció-. Devoraba a quien la amaba.
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