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» La Nacion
Fecha: 28/12/2025 00:23
El arte como botín - 4 minutos de lectura' Durante mucho tiempo, el robo de obras de arte fue percibido como un delito excepcional, casi novelesco: un golpe audaz, un ladrón solitario, un museo vulnerado en circunstancias extraordinarias. Sin embargo, las noticias recientes obligan a abandonar definitivamente esa imagen romántica. El robo de bienes culturales se ha convertido en una tendencia global, sistemática y profesionalizada, que afecta por igual a museos, iglesias, bibliotecas y colecciones privadas en ciudades tan diversas como Londres, París, San Pablo o Bristol. El dato es inquietante: no se trata ya de episodios aislados, sino de una verdadera economía del saqueo cultural, alimentada por redes criminales organizadas, por la existencia de mercados opacos legales e ilegales y por una demanda constante de piezas únicas cuya circulación escapa, muchas veces, a todo control estatal. Las alarmas que sonaron en los museos del mundo en 2025 no lo hicieron solo en sentido literal: sonaron también como advertencia sobre la fragilidad estructural del sistema de protección del patrimonio cultural. A diferencia del expolio nazi objeto de una política estatal y de una ideología genocida, y al que se ha hecho mención repetidas veces desde estas páginas, el robo contemporáneo de obras de arte responde a lógicas criminales y financieras. Pero ambos fenómenos comparten un rasgo inquietante: la instrumentalización del arte como botín, como mercancía de alto valor simbólico y económico, despojada de su función cultural y reducida a activo transable, garantía, moneda de cambio o trofeo de prestigio. La sofisticación de los robos recientes revela, además, una adaptación constante a los sistemas de seguridad. No estamos frente a improvisación, sino frente a planificación, inteligencia previa y conocimiento profundo de los circuitos institucionales. En este contexto, la respuesta estatal no puede limitarse al refuerzo episódico de la vigilancia ni a la reacción posterior al delito consumado. Se impone una política integral, que combine precisión regulatoria, prevención, cooperación internacional, trazabilidad, control de mercados y, sobre todo, voluntad política sostenida. Europa parece haber tomado nota de esta realidad, aunque de manera desigual. La coordinación entre fuerzas de seguridad, museos y organismos internacionales como Interpol ha mostrado resultados parciales, pero aún insuficientes frente a la magnitud del problema. América Latina, por su parte, enfrenta un desafío adicional: a la vulnerabilidad de sus instituciones culturales se suma, muchas veces, la debilidad de los sistemas de registro, inventario y control del patrimonio. La Argentina no es ajena a este escenario. Aunque no figure entre los casos más resonantes del momento, el país cuenta con un vasto patrimonio artístico y cultural público y privado que lo convierte en un objetivo potencial. Frente a ello, resulta indispensable abandonar la lógica reactiva y avanzar hacia una estrategia proactiva de protección del patrimonio, que incluya inventarios exhaustivos, capacitación especializada, cooperación internacional y un marco normativo eficaz para desalentar tanto el robo como la circulación posterior de las piezas sustraídas. Pero hay un punto adicional que no debe soslayarse. El combate contra el robo de obras de arte no se agota en la recuperación de las piezas. Implica también definir con precisión los contornos de la ilegalidad; apoyar a los mercados transparentes; perseguir a quienes reciben obras sospechosas y a los intermediarios que las blanquean y combatir las zonas grises del comercio internacional del arte que permiten que una obra robada encuentre, tarde o temprano, un destino respetable. Sin una política decidida de definiciones correctas acerca de qué constituye patrimonio cultural, de transparencia y de diligencia reforzada, el sistema seguirá produciendo incentivos para el saqueo. El arte no es un lujo ni un adorno prescindible. Es memoria material, identidad colectiva y testimonio histórico. Tratarlo como botín ya sea por ideología, codicia o indiferencia empobrece no solo a las víctimas directas del robo, sino a la sociedad en su conjunto. Las alarmas que hoy suenan en los museos del mundo deberían ser escuchadas más allá de sus muros: lo que está en juego no es sólo la seguridad de las obras, sino la responsabilidad de los Estados frente a su patrimonio cultural.
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