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  • Mar del Plata, la arcadia argentina

    » Clarin

    Fecha: 27/12/2025 06:53

    Ese aroma imposible de sintetizar en un perfume, el olor del mar, nos obliga a ir a Mar del Plata en este diciembre de gloria y un poco de tristeza, como todo lo que termina. Yo nací en diciembre, sin embargo no tengo una especial predilección por ese mes de fuegos artificiales y promesas de una felicidad que no llega nunca o que tarda en llegar, y luego se va con su música a otra parte. No como Mar del Plata y su mar que siempre siguen ahí esperando que vayas a visitarla, a caminar por su malecón y a comerte unas rabas bien sabrosas para luego ir a ver a los lobos marinos. Todo esto antes de meterte en el mar que suele estar frío y lleno de olas que te tumban si no te andas con cuidado. Es hermoso ese mar porque miras hacia el horizonte y sientes el canto de las ballenas a lo lejos, al menos yo las he sentido, por eso cuando estoy allá afino el oído, espero que pase el vendedor de mazorcas asadas, que aquí llaman choclos, proponiendo su mercancía, y, sentado en la arena, en la vacía playa (porque suele ser muy temprano) logro escuchar el canto de las ballenas que no están muy lejos aunque no se dejan ver. He medido mi vida con cucharillas de té, decía T. S. Eliot, el poeta. Un argentino podrá decir: he medido mi vida con mis idas a Mar del Plata. Para muchos la primera vez que vieron el mar fue desde la rambla de esa bella ciudad, tal vez la más linda de Argentina. La primera vez que estuve allá, recién llegado de Cuba, sentí que se parecía a La Habana, sobre todo en la parte del malecón, sólo que el mar argentino es bravío y suele ser muy frío en invierno. He visto tantas fotos de infancias en Mar del Plata, muchas guardadas como tesoros, otras tiradas en la calle, siendo arrastradas por el viento, mojadas por la lluvia, u olvidadas dentro de libros de uso. Me detengo a mirar esas fotos, cargadas de sonrisas, reposeras y mates, y mirándolas me doy cuenta de que la felicidad es algo muy pequeñito que nos sorprende en cualquier parte, que no es necesario buscarla en Miami o Punta del Este, la felicidad está ahí mismo, y esas fotos de gente que ya no está lo atestiguan. Nosotros también tenemos fotos en Mar del Plata, que demuestran que también fuimos felices en La Feliz. La primera vez que estuvimos (las fotos están) me siguió un perro acostumbrado a dar cariños, me siguió a todas partes como si me reconociera de otra vida donde tal vez yo era el perro y él, el extraño, o tal vez era el perro de Ulises y yo llegaba adonde ya había estado en sueños, porque las ciudades viven dentro de uno y te esperan o no. Hay ciudades que te repelen. Mar del Plata no, te quiere a primera vista. Yo también estuve en Arcadia, decían los grecorromanos, entendiendo de esta forma que la felicidad era posible. Y estar en Mar del Plata, ciudad pensada con los preceptos de los arquitectos franceses que diseñaron Biarritz, y que durante mucho tiempo tuvo el edificio más alto de Argentina cuyo nombre remite a mi ciudad natal en Cuba, es una forma acaso sutil de ser feliz por unos días. Marcial Gala es escritor cubano Sobre la firma Newsletter Clarín

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