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Fecha: 27/12/2025 05:47
Hace unas semanas, un grupo de amigas y yo intercambiábamos mensajes sobre su próximo viaje para visitarme en Nueva York. El tema giraba en torno a qué debían vestir para estar a la moda en una serie de bares modernos del centro de la ciudad de los que habían oído hablar en internet y planeaban visitar. Se trataba de un grupo de mujeres con estilo que habían trabajado en el mundo de la moda y los medios de comunicación y que normalmente no tenían problemas para vestirse para la ocasión. Pero, después de haber estado en algunos de esos lugares y haber sido testigo de las tendencias de la generación Z que vi allí, tuve que ser portadora de malas noticias: no había nada en ninguno de nuestros armarios que quedara bien. Ahora todas las chicas jóvenes y atractivas visten como Adam Sandler: pantalones cortos cargo, camisetas gráficas extragrandes, gafas de sol envolventes. Nuestras blusas Rachel Comey no nos iban a servir. Por mucho que nos esforzáramos, íbamos a parecer acabadas. El momento cristalizó un sentimiento que muchos milénials han estado sintiendo recientemente: que 2025 es el año en que oficialmente nos hicimos viejos. Hace tiempo que esta realidad se acerca sigilosamente, pero ya es imposible negarla. Los más jóvenes de nuestro grupo están a punto de cumplir 30 años y los mayores rozan los 45, lo que significa que ahora todos somos habitantes de la fase de la vida que la psicóloga Clare Mehta ha denominado adultez establecida, un periodo exigente que puede implicar compaginar carreras profesionales con el cuidado de hijos y padres mayores. Nuestros avatares generacionales hacen cosas cursis de mediana edad: Lena Dunham escribió un ensayo sobre "Por qué rompí con Nueva York; Taylor Swift se comprometió y escribió una canción sobre el fiable pene de su prometido; Ryan, de The OC: Vidas Ajenas, hizo un documental sobre los peligros de las criptomonedas. Si uno de los atletas de nuestra generación sigue dominando, se le considera una maravilla médica. Tenemos edad suficiente para experimentar un tipo de entropía milénial en la que nuestros iconos se desmoronan. (Véase la relación entre Justin Trudeau y Katy Perry). Fuimos la generación que primero acogió la exploración de cada aspecto de nuestra vida interior en busca de contenido, pero ya ni siquiera nos gusta publicar en las redes sociales. Gracias a milagros médicos como el bótox y el Mounjaro (y a las máquinas de pilates Solidcore), los milénials aún somos físicamente atractivos, pero culturalmente, nuestras actividades provocan menos fascinación, menos preocupación y menos ansiedad social. Cuando se habla de los jóvenes, ya no se refieren a nosotros. A cada generación le llega su turno de lamentar su obsolescencia cultural, pero eso escuece especialmente a los milénials. Alcanzar la mayoría de edad en internet nos hizo singularmente egocéntricos, o eso proclamaban los artículos de opinión: un ejército de más de 70 millones de narcisistas criados a base de concursos de BuzzFeed y Four Loko, incapaces de entender cómo ser adultos y que exigen una estrella dorada en la frente cada vez que hacíamos algo. Pero ahora son la generación Z y la generación Alfa las que hacen temblar a los departamentos de mercadotecnia. La sincronización de la pandemia de la COVID-19 hizo que nuestra salida del escenario cultural pareciera aún más dramática: todavía ágiles cuando nos resguardamos en casa, salimos con las rodillas crujiendo, a un mundo que se está rehaciendo a imagen de la generación Z. ¿Cómo sabemos que hemos envejecido? A veces un zoomer simplemente sale y nos lo dice a la cara, como cuando mi amiga de 35 años fue hace poco al concierto de su compañero de trabajo de 23 años y le preguntaron si era amiga de su madre. Otro amigo recibió miradas vacías de sus jóvenes compañeros de trabajo cuando dijo que planeaba disfrazarse de Fred Durst en Halloween. Millennial cringe Sin embargo, la mayoría de las veces, la demarcación de nuestra división generacional se produce en un lugar que solía ser nuestro para definirla: en línea. Internet, antaño nuestro espacio seguro, se ha convertido cada vez más en territorio hostil. La mera existencia de los milénials se ha vuelto tan embarazosa para la generación Z que han acuñado una frase para ello: "millennial cringe. Este cringe, o vergüenza ajena, incluye el tipo de calcetines que usamos (hasta los tobillos, no a media pantorrilla) y las pausas incómodas en nuestros videos, el hecho de que terminamos nuestros mensajes con "lol, usamos en exceso el emoji de llorar de risa y cómo sabemos cuáles de nuestros amigos son Gryffindors. Ahora somos unc (tíos), y con frecuencia también pasados de moda. Este año, las tensiones latentes se han convertido en una guerra abierta. Los milénials arremetieron contra los zoomers -quienes, según se dice, salen menos de fiesta, tienen menos relaciones y pasan menos tiempo juntos- al tacharlos de ermitaños analfabetos y sin sexo que malgastan su juventud pudriéndose el cerebro en TikTok y radicalizándose con streamers nacionalistas blancos. Si lees esto como miembro de la generación Z, probablemente todo eso ya sea obvio para ti. Y también es increíble que lo estés leyendo en primer lugar. Gran parte del alarmismo de los milénials sobre los miembros de la generación Z (copos de nieve que se ofenden con facilidad, son perezosos y, en general, no están preparados, según The New York Post) es palabra por palabra lo que las generaciones anteriores dijeron de nosotros. Habiendo vivido las últimas décadas bajo la lupa, los milénials deberían reconocer que la hostilidad generacional es a menudo solo una forma de evitar lidiar con el cambio culpando a los jóvenes, quienes en realidad son los más afectados. Sabemos que la razón por la que no podíamos comprar casas no era que comprábamos demasiadas tostadas de aguacate, del mismo modo que las cosas que nos preocupan de la generación Z son el resultado del mundo que han heredado. De hecho, tenemos mucho más en común con la siguiente generación de lo que pensamos. Hijos de las crisis Ambos alcanzamos la mayoría de edad en medio de grandes crisis económicas y heredamos la misma política polarizada y disfuncional. En una encuesta realizada por Deloitte en 2025, el 48 por ciento de los miembros de la generación Z y el 46 por ciento de los milénials dijeron sentirse inseguros económicamente, y el 74 por ciento de los miembros de la generación Z y el 77 por ciento de los milénials esperaban que la inteligencia artificial reconfigurara su forma de trabajar. Los milénials tienen más deudas, se casan y tienen hijos más tarde y compran casas más tarde (si es que pueden hacerlo) que nuestros padres. Muchos de los indicadores tradicionales de la edad adulta de clase media -viajes familiares a Disneylandia, logros profesionales- están muy lejos del alcance de nuestra generación. Esto puede hacernos sentir más jóvenes que cualquier otra generación de mediana edad anterior a la nuestra, como decía Emily Gould en un reciente ensayo de la revista New York sobre los milénials mayores. Quizá por eso muchos de nosotros nos esforzamos tanto por aferrarnos a nuestra juventud: nos enfrentamos a la vejez con todo el bagaje y ninguno de los beneficios que nos enseñaron a esperar. Pero todo esto debería hacernos más comprensivos con la próxima generación, no menos. Podemos sentirnos al mismo tiempo horrorizados por los creadores de TikTok con sus diminutas gafas de sol y darnos cuenta de que estamos juntos en esto, de que las crisis políticas, financieras y tecnológicas actuales nos van a afectar a todos. Aunque los milénials ya no controlen el discurso en internet ni sean capaces de reconocer a más del 20 por ciento del cartel de Coachella, nuestra generación está asumiendo cada vez más el poder institucional. Después de pedir el fin de la gerontocracia durante años, por fin estamos empezando a verlo. Tenemos un vicepresidente milénial, un alcalde milénial electo de Nueva York y una editora milénial de Vogue. Los milénials están entrando en la alta dirección (pasando por encima de la pobre generación X una vez más) y redefiniendo la vida familiar con estrategias más suaves de crianza. Nuestra tarea ahora es averiguar cómo envejecer con elegancia en esta nueva fase del ciclo generacional de la vida, aunque no siempre estemos de acuerdo con los chicos que vienen detrás. Los personajes que siempre han tenido más atractivo intergeneracional no son quienes se convierten en viejos gruñones amargados. Más bien son quienes están dispuestos a evolucionar y aún sienten curiosidad por lo que les interesa ahora a los más jóvenes. Piensa: el temprano reconocimiento de David Bowie de la cultura de internet. O más recientemente, Charli XCX en su era Brat, cuya estética lo-fi y colaboraciones con artistas jóvenes como Billie Eilish y Addison Rae hablaban del estado de ánimo de la generación Z, incluso cuando sus letras evocaban preocupaciones milénials por excelencia sobre la fertilidad y encontrar el mejor baño para consumir cocaína. A su vez, los miembros de la generación Z se involucra y aprecia elementos del canon millennial de maneras que nosotros no siempre hicimos, ya sea viendo Girls con admiración en lugar de con un discurso ansioso o haciendo fila para ver a Caroline Polachek y Mac DeMarco en concierto. Nuestra generación dio al mundo algunas cosas buenas (Superbad, tops para salir, Williamsburg de los 2000), y algunas cosas malas (Theranos, tatuajes de bigote en los dedos, Williamsburg de los 2020), pero no siempre depende de nosotros cuáles de nuestros puntos de contacto culturales resisten el paso del tiempo. Aunque puede resultar molesto ver cómo los más jóvenes reivindican a tus íconos -sobre todo si compites con ellos por los conciertos en Ticketmaster-, la reinterpretación es lo que mantiene viva la cultura. La escritora Anne Helen Petersen afirma, con razón, que nuestra generación debe estar alerta para evitar el pecado capital de nuestros antepasados boomer, en el que subimos la escalera hacia una relativa estabilidad y luego retirarla tras de nosotros. Mientras que muchos de nuestros compañeros se dedican a la tradición ancestral de convertirse en cretinos ricachones, ella percibe un preocupante solipsismo incluso entre quienes no eran empleados con acciones en empresas de transporte compartido a mediados de la década de 2000. Nos dimos cuenta de todas las formas en que la sociedad está preparada para fallarnos a muchos de nosotros, escribe, justo en el momento en que empezamos a sentirnos demasiado agotados, demasiado viejos, para arreglar las cosas. Sin embargo, algunos de los líderes políticos más influyentes de nuestra generación son quienes han descubierto cómo hablar de lo que le importa a la siguiente. JD Vance y Zohran Mamdani, de maneras diametralmente opuestas, se dirigen a las ansiedades económicas de los jóvenes votantes al prometer un cambio respecto a la política habitual de los boomers. Mamdani, que pronto será el primer alcalde milénial de Nueva York, ganó las elecciones con un 78 por ciento de los votos de los menores de 30 años. Lo consiguió, en parte, al responder a las preocupaciones de los votantes jóvenes en torno a la vivienda y la asequibilidad, al tiempo que utilizaba herramientas como los videos cortos de una manera que parecía orgánica en lugar de complaciente. Pero también aceptó sus complejos milénials: gran parte de su campaña inicial -un tipo de 33 años, parado en una esquina con menos del 1 por ciento en las encuestas, preguntando a personas al azar por qué votaron por el presidente Donald Trump para un video de YouTube- era objetivamente vergonzosa. Había algo en la sinceridad bobalicona de Mamdani que los votantes más jóvenes apreciaron. La generación Z puede que se estremezca ante nuestra seriedad, pero también valora la autenticidad. En cierto modo, la vergüenza milénial es sinónimo de optimismo milénial, ese sentimiento sincero (y, sí, a veces ingenuo) de que es posible mejorar. Pero vale la pena conservarlo, siempre y cuando podamos separarlo de la música de palmas y pisadas que tan a menudo lo acompañaba. (*) Anna Silman es redactora y editora independiente residente en Nueva York.
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