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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 18/12/2025 04:35
La psiquiatra española Marian Rojas Estapé (foto: Cristian Taylor) No siempre las personas mayores son como los vemos en las publicidades y en las películas tiernas típicas de esta época de Navidad. No siempre los vínculos intergeneracionales fluyen sin conflictos. En ocasiones, los ancianos tienen actitudes que pueden generar malestar en quienes los rodean. Así lo expuso en una de sus últimas charlas la reconocida psiquiatra española Marian Rojas Estapé. Ella identificó 14 de esos comportamientos que pueden desesperar e incluso alejar a las personas que forman parte de su entorno familiar o social. Esta enumeración es útil para la propia persona que envejece, ya que puede llevarla a reflexionar y, en la medida de lo posible, cambiar. Pero al mismo tiempo, Rojas Estapé hizo sugerencias para el entorno de la persona mayor, que con frecuencia no sabe cómo actuar frente a cada una de esas circunstancias. Marian Rojas Estapé se graduó como Licenciada en la Universidad de Navarra en el año 2007, y completó la residencia de psiquiatría en el Hospital Puerta de Hierro (Madrid). Luego, pasó una temporada en el King’s College (Londres), profundizando en el campo de la somatización, uno de los temas que más le interesan. Desde sus diferentes plataformas en redes sociales, ofrece asesoramiento acerca de las diferentes problemáticas que observa en su actividad. “Envejecer es un privilegio que no todos tenemos, pero también es un proceso que viene acompañado de cambios profundos. Cambios en el cerebro, en el cuerpo, en las emociones, en la forma en que nos relacionamos con el mundo y con los demás. Y algunos de esos cambios generan comportamientos que, siendo honesta, incomodan. Generan malestar, distancia e incluso rechazo en quienes están alrededor”, dice Marian Rojás Estapé (en adelante MRE) en una de sus conversaciones. ¿Cuáles son esos hábitos que resultan irritantes? La psiquiatra española Marian Rojas Estapé, en una fotografía de archivo. EFE/Mauricio Dueñas Castañeda Primer hábito: la repetición constante de las mismas historias Se trata, aclara la psiquiatra, de ese momento en el que la persona mayor cuenta por décima vez la misma anécdota, con los mismos detalles, casi con las mismas palabras. Conforme envejece, el cerebro experimenta cambios en la memoria y en la capacidad de decodificar nuevos recuerdos. La corteza prefrontal, que es la zona que nos ayuda a organizar la información, a planificar y a tener noción del tiempo, empieza a funcionar con menos eficiencia. Eso significa que para una persona mayor, el recuerdo de esa historia que vivió hace treinta años está mucho más vivo, más nítido. No recuerda haberlo contado ayer, su cerebro no está registrando bien el “ya lo dije”, porque ese sistema de archivo temporal está fallando. “Hay algo muy humano y muy profundo en este hábito. Contar historias es una forma de sentirnos vivos, de reafirmar nuestra identidad, de decirnos a nosotros mismos y a los demás ‘Yo existí, yo viví cosas importantes, yo tengo un lugar en este mundo’”, dice MRE. Cuando una persona mayor repite sus historias, en el fondo está diciéndonos: “No me olvides, no olvides quién soy”. Si esa repetición nos genera agobio, está bien establecer límites internos, aclara. Uno puede escuchar atentamente las primeras veces y después, con mucho cariño, desviar suavemente la conversación hacia algo nuevo. No se trata de cortar en seco, sino de guiar con delicadeza. Segundo hábito: la rigidez del pensamiento Es esa actitud de “siempre se ha hecho así, siempre será así”. La incapacidad para abrirse a nuevas ideas, a nuevas formas de hacer las cosas, a nuevas perspectivas, la tendencia a juzgar todo lo diferente como una amenaza. “En neurociencia este fenómeno se llama disminución de la neuroplasticidad. El cerebro joven es flexible, está en constante cambio, creando conexiones nuevas. Pero con la edad, esa capacidad de cambio se reduce”, dice MRE. Las rutas neuronales que usamos durante décadas se vuelven más rígidas, más automáticas y cuesta muchísimo salir de ahí. Hay que señalar, dice la profesional, otro componente emocional muy potente, que es el miedo. Cuando el mundo cambia muy rápido, cuando la tecnología avanza, cuando las costumbres se transforman, una persona mayor puede sentir que está perdiendo el control, que ya no entiende nada, que su lugar en el mundo está desapareciendo. El cerebro joven es flexible, pero con la edad las rutas nueronales se vuelven más rígidas (Imagen Ilustrativa Infobae) Aconseja no tomar esa rigidez como algo personal. Es la forma en que esa persona está lidiando con su propia inseguridad. Hay que elegir qué batallas vale la pena encarar: no todo merece una discusión, aclara. Y cuando se necesite poner un límite, hacerlo con firmeza pero con amor. “Entiendo que tú lo ves así y respeto tu forma de pensar. Yo lo veo diferente y también necesito que se respete mi manera”, puede ser la forma de decirlo. Sin confrontación, sin culpa, pero con claridad. Tercer hábito: la queja constante Es ese lamento perpetuo sobre el dolor de espalda, sobre el tiempo, sobre el tráfico, sobre lo mal que está todo, sobre lo que ya no pueden hacer, sobre cómo antes todo era mejor. Y lo más difícil es que muchas veces no buscan soluciones. Solo quieren quejarse, explica Rojas Estapé. El dolor físico es real, aclara. El cuerpo duele más con los años y el cerebro procesa ese dolor de manera más intensa cuando hay soledad, cuando hay falta de propósito, cuando la vida se ha vuelto monótona. El dolor físico y el dolor emocional comparten las mismas rutas neuronales. Así que cuando una persona se siente sola, aburrida o sin sentido de vida, su dolor físico se amplifica. “Si una persona mayor siente que ya no tiene mucho que aportar, que ya no es útil, que ya no es interesante, la queja se convierte en su forma de decir: ‘Estoy aquí, necesito que me veas’. Es un grito de auxilio disfrazado de lamento”, dice. Es necesario tener en cuenta que la queja también libera cortisol, la hormona del estrés, y eso crea un círculo vicioso. Su consejo es que hay que validar la emoción sin alimentar la queja. “Veo que estás incómodo, lamento que te sientas así”, pero sin engancharse en una conversación interminable de lamentos. Redirigir a la persona hacia algo positivo o una solución práctica. “¿Qué te parece si probamos esto? ¿Te gustaría que diéramos un paseo corto?” Y cuidar la propia exposición. Si estar mucho tiempo con esa persona nos drena completamente, está bien reducir el tiempo o buscar momentos en los que estemos más fuertes emocionalmente. No es egoísmo, aclara, es supervivencia emocional. El dolor físico es real pero con frecuencia la queja constante pued tener otro significado (Crédito: Freepik) Cuarto hábito: la invasión de límites personales Es esa tendencia de algunas personas mayores a opinar sobre nuestra vida, sobre cómo criamos a nuestros hijos, sobre nuestro peso, nuestro trabajo, nuestro matrimonio, sobre absolutamente todo. Y con una mezcla de autoridad y afecto que nos deja sin palabras, porque por un lado sentimos que nos están atacando, pero por otro lado sabemos que lo hacen porque nos quieren. ¿Por qué pasa esto? Rojas Estapé explica que, en muchas generaciones anteriores, la privacidad y los límites personales no se manejaban como ahora. La familia era un todo y opinar sobre la vida del otro era casi un deber. Entonces, para muchas personas mayores, no opinar sería como abandonarnos, como no cumplir con su rol. En su mente, están ayudando, cuidando, cumpliendo con su responsabilidad. Además, cuando una persona siente que está perdiendo control sobre su propia vida, su cuerpo no responde como antes, su independencia se reduce, sus decisiones importan menos, intentar controlar la vida de los demás se convierte en una forma de recuperar esa sensación de relevancia. Es como decir: “Todavía tengo algo que decir, todavía importo, todavía puedo influir”. Por otra parte, hay un componente cultural muy fuerte, especialmente en Lationamérica, donde el respeto a los mayores se confunde muchas veces con obediencia absoluta. Para poner límites, dice esta psiquiatra, hay que hacerlo con claridad y con amor. “Te agradezco tu preocupación y sé que me lo dices porque me quieres, pero esta decisión la voy a tomar yo y necesito que confíes en mí”. No hay que justificar en exceso. Cuando se justifica demasiado, damos pie a que la otra persona siga opinando. Un simple “lo tengo decidido” a veces es suficiente. Finalmente, es necesario mantener la calma. Si se responde con enojo, la otra persona se va a enfocar en la reacción y no en el mensaje. La firmeza serena es mucho más poderosa que el grito desesperado, aclara. La psiquiatra Marian Rojas Estapé aconseja cómo actuar frente a actitudes de las personas mayores que causan incomodidad David Zorrakino / Europa Press Quinto hábito: la pérdida de interés en el cuidado personal Esa persona que siempre fue impecable, empieza a descuidar su higiene y su apariencia. Se trata de algo muy profundo, que es la pérdida de la autoestima y del sentido de dignidad, explica. Muchas veces, detrás de este descuido, hay una depresión silenciosa. La depresión en personas mayores no siempre se manifiesta con llanto o tristeza evidente. A veces es con apatía, falta de energía, sensación de para qué, si ya nada importa. Cuando una persona deja de cuidarse, lo que está diciendo es: ya no me importo, ya no vale la pena el esfuerzo. También puede haber un componente físico, el dolor crónico, la artritis, la dificultad para moverse hacen que bañarse, vestirse o arreglarse se conviertan en tareas agotadoras. Y si la persona vive sola, si no tiene a nadie que la motive o que le ayude, el descuido se va instalando poco a poco hasta que se vuelve evidente. Detrás del descuido personal puede haber causas físicas y psíquicas (Freepik) MRE recomienda no minimizar este fenómeno porque el cuidado personal está directamente relacionado con la dignidad y el bienestar emocional. Recomienda ofrecer ayuda práctica sin ser invasivos. ¿Te gustaría que fuéramos juntas a la peluquería? ¿Quieres que te ayude a organizar tu armario? Desde el acompañamiento, no desde la lástima. Observar si hay señales de depresión y, si es así, buscar ayuda profesional. Un tratamiento adecuado de la depresión en la vejez puede cambiar completamente la calidad de vida de una persona. Sexto hábito: comentarios inapropiados o fuera de lugar Apreciaciones sobre el físico de alguien, temas que ya no son aceptables socialmente, juicios duros sobre personas que están presentes, opiniones racistas, machistas o discriminatorias, que antes quizás pasaban desapercibidas, pero que ahora resultan inaceptables. Se ha perdido el llamado “filtro social”. Entonces, pensamientos que antes eran reservados, ahora salen sin freno. Si el comentario es ofensivo hacia nosotros, hay que responder con firmeza, pero sin humillar. “Ese comentario me ha dolido y no es aceptable”. Pero si el comentario es hacia otra persona y estamos en público, podemos intervenir con suavidad, pero con claridad. “Quizás no te das cuenta, pero eso que acabas de decir puede herir a alguien”. Y si la persona está en una etapa de deterioro cognitivo real, lo adecuado es simplemente pedir disculpas en su nombre, recomienda MRE. Séptimo hábito: el manejo inadecuado del dinero Puede ser por tacañería extrema o por gastar de manera impulsiva, irracional, por ocultar dinero, por desconfiar de todos o, en el otro extremo, por dejarse engañar fácilmente y regalar todo lo que tienen. ¿Qué está detrás de esto? El dinero representa seguridad, control y supervivencia. Cuando una persona mayor siente que su autonomía está amenazada, cuando teme depender de otros, cuando tiene miedo al futuro, el dinero se convierte en su último bastión de control. Acumular dinero, negarse a gastarlo, ocultarlo, es como decir: “Todavía tengo algo, todavía controlo algo, todavía puedo cuidarme solo”. También hay un componente emocional. Muchas personas mayores que vivieron escasez, guerras, crisis económicas, hambre, desarrollan una relación con el dinero marcada por un trauma que no desaparece con la edad; al contrario, muchas veces se intensifica. Es necesario abordar este tema con muchísima sensibilidad, porque la persona mayor puede sentir que se le quiere quitar lo último que le queda, explica la psiquiatra. Hay que buscar el momento adecuado y hacerlo desde la preocupación genuina, no desde el interés personal. Si la persona siente que uno quiere quedarse con su dinero, se cerrará completamente. Y si hay señales de deterioro cognitivo, hay que buscar asesoría legal para proteger a esa persona de sí misma y de posibles abusos externos. Finalmente, si simplemente es tacañería o una forma de ejercer control, debemos aceptar que probablemente esa persona no va a cambiar. El manejo del dinero puede ser otro motivo de preocupación y de conflicto (Freepik) Octavo hábito: la manipulación emocional Es ese “si me quisieras, vendrías más a verme”, “si te importara, harías lo que te pido”, “me vas a matar de un disgusto”, “cuando me muera, te vas a arrepentir”. Frases cargadas de culpa, de chantaje afectivo, que nos dejan sintiéndonos terribles, pero sin saber muy bien cómo responder. En muchos casos, se trata de una necesidad profunda de afecto, de atención, de sentirse importante, pero que se expresa de la manera más dañina posible. Porque esa persona nunca aprendió a pedir directamente lo que necesita, nunca aprendió a expresar sus emociones de forma sana, y entonces recurre a lo único que conoce: la manipulación, explica MRE. Pero si esa persona siempre usó la culpa como herramienta de control, no va a dejar de hacerlo ahora. Es su forma de relacionarse, es su forma de intentar mantener a las personas cerca, aunque paradójicamente lo que genera es distancia y resentimiento. La soledad amplifica estos comportamientos. Cuando una persona está sola, cuando se siente abandonada, sea una sensación real o percibida, la desesperación por conectar se vuelve tan intensa que puede llevar a comportamientos cada vez más manipuladores. Entonces, ¿qué hacer? Primero, no morder el anzuelo. Cuando alguien lanza una frase manipuladora, contar hasta cinco y responder desde la calma. “Entiendo que te sientas así y lo lamento. Yo te quiero y, dentro de mis posibilidades, estoy aquí”. Segundo, no entrar en el juego de justificarse o de defenderse en exceso. Cuanto más se justifica uno, más poder le da a la manipulación. Tercero: si esto es un patrón constante que está dañando seriamente nuestro bienestar, hay que buscar ayuda profesional. Marian Rojas Estapé recomienda buscar ayuda profesional cuando las actitudes inapropiadas de las personas mayoresmson persistentes (RGT Consultores Internacionales) Noveno hábito: la competencia o comparación constante La hija de mi amiga sí la visita todos los días. Tu prima sí le compró un auto a su mamá. Los nietos de fulanita sí la sacan de paseo. Comparaciones que nos hacen sentir que, hagamos lo que hagamos, nunca es suficiente, nunca estamos a la altura. Muchas veces, detrás de esa comparación, hay una tristeza, una sensación de que su vida no fue como esperaban, de que sus hijos o sus nietos no son como soñaron. También hay un componente de necesidad de validación. Cuando una persona mayor siente que su vida no tiene valor, que no logró lo que quería, intenta encontrar ese valor a través de sus hijos o sus nietos. No debemos entrar en el juego de la comparación. No intentar justificarnos. “Yo hago lo que puedo con amor y eso es lo que tengo para dar”. Hay que intentar llegar a la emoción real que está debajo. “Veo que te sientes triste. ¿Qué es lo que realmente necesitas?”. No caer en la trampa de la culpa. No somos responsables de la felicidad de otra persona, ni siquiera de nuestros padres. Décimo hábito: falta de adaptación a los tiempos modernos acompañada de resistencia activa No solo no entienden la tecnología, sino que se niegan a intentarlo, critican constantemente los cambios, idealizan el pasado de manera obsesiva y rechazan cualquier cosa nueva como si fuera una ofensa personal. Cuando el mundo cambia tan rápido que ya no lo reconocemos, cuando las referencias que usamos toda la vida ya no aplican, cuando nos sentimos como un extranjero en nuestra propia ciudad, la nostalgia se convierte en refugio. “Antes todo era mejor”. No es solo una frase, es una forma de protegerse del vértigo de un mundo que ya no entienden. Aprender cosas nuevas requiere energía, tolerancia a la frustración, estar dispuesto a sentirse torpe y vulnerable, explica MRE. Y cuando una persona ha pasado décadas siendo la que sabía, la que enseñaba, la que tenía las respuestas, aceptar que ahora es la que no sabe puede ser devastador para su autoestima. Algunos adiltos mayores no solo no entienden la tecnología, sino que se niegan a intentarlo (Shutterstock) Cómo actuar entonces. Primero, tener paciencia. Enseñar a alguien mayor a usar un celular, a manejar una aplicación, requiere ir despacio, repetir mil veces y celebrar cada pequeño logro. Segundo, no forzarlos. Si no quieren aprender, está bien, no todos tienen que adaptarse a todo. Y tercero, buscar puntos de conexión que no dependan de la tecnología. A veces, simplemente sentarse a tomar un café y conversar vale más que mil videollamadas. Undécimo hábito: la necesidad de atención constante Es ese llamar diez veces al día por cualquier cosa, crear crisis donde no las hay, hacernos sentir que si no estamos disponibles todo el día algo terrible va a pasar. “Cuando una persona mayor dejó de trabajar, los hijos se fueron, los amigos murieron o se alejaron, las actividades que le daban sentido ya no puede hacerlas, se queda con un vacío enorme. Y ese vacío necesita llenarse con algo”, explica la psiquiatra. También está la ansiedad. Muchas personas mayores desarrollan ansiedad ante la soledad, el silencio, estar solas con sus pensamientos. Y entonces buscan constantemente esa conexión externa para no tener que enfrentar lo que sienten por dentro. También influye la pérdida de la noción del tiempo. Para alguien que está solo todo el día, que no tiene actividades, ni horarios, las horas se vuelven eternas. Entonces, es necesario establecer horarios claros de contacto. “Voy a llamarte todos los días a las seis de la tarde. A esa hora estaré disponible”. Eso le da estructura, y algo a qué aferrarse. Buscar alternativas de compañía, grupos de adultos mayores, actividades en centros comunitarios, cuidadores si es necesario. Porque no puede ser uno mismo la única fuente de compañía. Hay que darse permiso para desconectar. A muchas personas mayores, la soledad les genera ansiedad y necesitan comunicarse constantemente (Freepik) Duodécimo hábito: el consumo excesivo de alcohol o medicamentos Ese “solo es una copita para dormir mejor, solo es una pastillita para los nervios”, que va escalando poco a poco hasta convertirse en un problema real de adicción. “Cuando una persona está sufriendo emocionalmente y no tiene otras herramientas para lidiar con ese sufrimiento, recurre a lo que le funciona rápido”, dice MRE. Un alivio temporal que crea dependencia y con el tiempo empeora todo. Además, el metabolismo cambia con la edad. El hígado ya no procesa el alcohol ni los medicamentos con la misma eficiencia. Entonces, los efectos son más fuertes y más peligrosos. Por otro lado, muchas personas mayores están lidiando con dolor crónico, con insomnio, con enfermedades que nadie puede curar, solo controlar. Y cuando los médicos no dan soluciones reales y nadie parece entender su sufrimiento, la automedicación se convierte en su único recurso. Es necesario actuar con compasión absoluta. No juzgar ni señalar. Hablar con claridad, pero con amor. “Me preocupa lo que estoy viendo, me preocupa tu salud. ¿Podemos hablar con el médico juntos?” Por último, buscar ayuda profesional. “La adicción en personas mayores es real, es poco tratada, pero es tratable”, aclara la psiquiatra. Decimotercer hábito: el aislamiento voluntario acompañado de quejas por soledad Se trata de esa persona que rechaza todas las invitaciones, que dice no a todo, que se queja de que nadie la visita, pero cuando vamos a verla, nos hace sentir tan incómodos que no queremos volver. Es una contradicción que parte el corazón, porque vemos a alguien que está sufriendo, pero sabotea activamente cualquier intento de ayuda. Otro desarreglo de conducta en algunas personas mayores es el aislamiento involuntarioa (Imagen Ilustrativa Infobae) Muchas veces hay una depresión profunda que hace que la persona no tenga energía ni para socializar ni para disfrutar de nada. “Es lo que en psiquiatría llamamos anhedonia, la incapacidad para sentir placer. Entonces, salir, ver gente, hacer cosas, todo se siente como un esfuerzo enorme sin ninguna recompensa”, aclara MRE. También puede haber ansiedad social. Quizás esa persona se siente avergonzada de cómo se ve, de cómo está su casa, de lo que dirán los demás. O tiene miedo de ser una carga, de molestar, de no estar a la altura. Y entonces, prefiere aislarse antes que arriesgarse a sentir rechazo o lástima. ¿Cómo ayudar? Primero, mantener el contacto, aunque sea mínimo. Una llamada corta, un mensaje, algo que diga: “Sigo aquí, no te he olvidado”. Segundo: no tomar el rechazo como algo personal. No es contra uno, es lo que esa persona puede dar en ese momento. Y tercero: si vemos señales claras de depresión, intentar que reciba ayuda profesional. Decimocuarto y último hábito: la falta de gratitud o el menosprecio constante hacia lo que otros hacen por ellos Hacemos algo con todo amor, con todo esfuerzo, sacrificando nuestro tiempo, energía, dinero, y recibimos a cambio críticas, reclamos, comentarios de que no es suficiente, de que lo hicimos mal, de que esperaban más. Hay una expectativa irreal de lo que los demás deben hacer por ellos. Una creencia de: yo sacrifiqué mi vida por ustedes, ahora ustedes me deben todo. Y entonces, nada de lo que hagamos va a ser suficiente porque en su mente hay una deuda imposible de pagar. También puede haber un dolor tan grande, una decepción tan profunda con cómo resultó su vida, que lo proyectan hacia afuera. En otros casos, simplemente nunca aprendieron a dar las gracias, a reconocer, a valorar. Crecieron en contextos donde eso no se hacía, donde expresar gratitud era visto como debilidad o como innecesario, porque para eso estaba la familia. ¿Cómo proceder, entonces? No hacer las cosas esperando gratitud. Hacerlas porque decidimos hacerlas, porque están alineadas con nuestros valores, porque nos permiten mirarnos al espejo en paz, pero no esperemos nada a cambio. Porque cuando esperamos y no recibimos, el resentimiento crece y crece hasta que nos enferma. Pongamos límites claros a lo que estamos dispuestos a dar. No nos vaciemos por llenar a alguien que tiene un agujero sin fondo. Busquemos nuestra propia validación. Sabemos lo que hacemos, sabemos de nuestro esfuerzo “y eso tiene valor independientemente de que alguien más lo reconozca o no”, afirma MRE. Conclusión “La clave no está en cambiar a la otra persona, no está en lograr que tu mamá deje de repetir historias, que tu papá sea más flexible, que tu suegra ponga menos límites, que tu abuela deje de quejarse. No. Porque probablemente eso no va a pasar. Y si condicionas tu paz a que el otro cambie, vas a vivir en un estado permanente de frustración”, aclara Marian Rojas Estapé. La clave está, entonces, en cambiar nuestra relación con lo que sucede.
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