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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 03/12/2025 04:44
Christiaan Barnard, médico cardiocirujano sudafricano, pionero en trasplantes de corazón (PA/Reuters Connect) “Soy el nuevo Frankenstein”, le dijo el comerciante Louis Washkansky al cirujano Christiaan Barnard cuando salió de la anestesia en el Hospital Groote Schuur. Era una manera, si se quiere humorística, de verlo porque el hombre, de 56 años, acababa de convertirse en el primer ser humano en vivir con el corazón de otro, una mujer de 25 llamada Dénise Darvall, muerta en un accidente de tránsito. Y Washkansky estaba de muy buen humor por haber recuperado la esperanza de una vida que todos los médicos le daban por perdida. Ellos tres —la donante, el receptor y el cirujano cardíaco— fueros los protagonistas del primer trasplante de corazón entre seres humanos de la historia, realizado en Ciudad del Cabo el 3 de diciembre de 1967. La noticia, por su singularidad y su relevancia científica, fue portada en todos los diarios del planeta. En la Argentina, al día siguiente, Clarín lo tituló así: “Se trasplantó un corazón” y en la bajada desarrolló la información: “Una hazaña médica sin precedentes se realizó en África del Sur; el órgano de una mujer muerta por accidente fue injertado en el pecho de un hombre; horas después su estado era ‘óptimo’”. Los argentinos de la época estaban interesados en esos temas del corazón —diferentes de los que contaban las exitosas revistas de la farándula— porque ese mismo año, el 9 de mayo, su compatriota René Favaloro había sido el primero del mundo en hacer una cirugía de bypass coronario. Aquello había sido un gran logro; lo de Barnard era una hazaña que parecía salida de un libro de ciencia ficción. Quizás del “Frankenstein” de Mary Shelley, como bromeó Washkansky al despertar de la cirugía. Mientras en todos los países los médicos se interesaban por los aspectos técnicos del trasplante, el resto de la humanidad leyó con pasión las crónicas que contaban el costado “humano” de la historia. Así se supo que Louis Washkansky, dueño de una tienda, estaba internado en el Hospital Groote Schuur, donde los especialistas lo habían prácticamente desahuciado por sus repetidas crisis cardíacas agravadas por una diabetes aguda. En otras palabras, el tipo estaba condenado a morir en cuestión de días. Se lamentó también la trágica muerte de Dénise Darvall, tan joven ella, más cuando se conocieron los detalles. Ella y su madre habían sido atropelladas por un auto en Ciudad del Cabo, un accidente en el que la señora mayor murió instantáneamente mientras el corazón de Dénise siguió latiendo aún después de que se declarara su muerte cerebral. Se rescató la entereza del padre de la chica que, en medio del dolor por la pérdida de sus dos seres más queridos, aceptó donar lo que nunca nadie había donado antes: un corazón, el de su hija. Louis Washkansky, la primera persona de la historia en vivir con un corazón trasplantado (Bettmann) La operación que hizo historia Se aplaudió por último el surgimiento de una nueva y brillante estrella en el universo científico: el hasta entonces desconocido doctor Christiaan Barnard —con esa llamativa doble “a” en su nombre de pila—, el hacedor de la hazaña. Se exaltaba su audacia y la rapidez con que había obrado al enterarse de la muerte de la chica cuyo corazón aún latía. Su primer paso fue convencer a Washkansky, y también a su mujer, de someterse a una operación que no tenía precedentes. Ellos le preguntaron qué posibilidades de éxito había y el, muy seguro, les respondió que del 80 por ciento. Aceptaron, quizás no tanto por ese cálculo sino porque para el comerciante sudafricano era eso o una muerte segura y ya anunciada. “El paciente y su esposa me autorizaron de inmediato. No fue para ellos una decisión difícil. Él sabía que estaba cerca del final. Si un hombre es perseguido por un león en la selva cuando llega hasta el borde de un río lleno de cocodrilos se tira al agua convencido de que tiene alguna chance de llegar nadando hasta la otra orilla”, escribió después Barnard. En la operación, que comenzó la madrugada del 3 de diciembre y se prolongó durante seis horas, Barnard fue asistido por su hermano Marius y un equipo de treinta profesionales en el que descollaba uno de sus asistentes, Hamilton Naki, cuyo importante papel en el quirófano se ocultó entonces, porque el hombre —que no era médico sino un autodidacta idóneo— era negro y no tenía derecho a practicar la cirugía de los blancos en la Sudáfrica del apartheid. En eso, al incluirlo en su equipo desafiando las restricciones de la época, Barnard también fue un adelantado. Sobre las emociones que sintió, Barnard contaría después qué fue para él lo más conmovedor. Llamativamente no se refirió al momento culminante de insertar un órgano ajeno en el cuerpo del receptor sino al de extraer el de la donante. “Fue un momento de mucha emoción. La sentí muy hondo cuando le saqué el corazón a la joven donante y pensé que era un corazón humano”, explicó. La cirugía fue un éxito y el paciente despertó estable y de buen humor. El logro del cirujano sudafricano estuvo a punto de ser opacado tres días después, cuando su colega Adrian Kantrowitz realizó un trasplante de corazón de un bebé a otro en el Hospital Maimonides de Brooklyn, en Nueva York, pero el receptor murió dos horas después de la cirugía. En cambio, Louis Washkansky seguía vivo y feliz de ser “el nuevo Frankenstein”. Todos los reflectores quedaron enfocados sobre Christiaan Barnard, ese doctor de 45 años que había saltado a la fama de un día para el otro. Pocos conocían el largo camino que había recorrido para realizar su hazaña. La noticia del primer trasplante de corazón fue portada en todos los diarios y revistas del planeta y el médico de 45 años, Christiaan Barnard, hasta entonces desconocido, saltó a la fama por su gran hazaña Del mono al hombre Si bien la idea de trasplantar un corazón era de larga data, fue necesario esperar el desarrollo de técnicas de cirugía vascular, derivaciones cardiopulmonares y medicamentos para controlar el rechazo del cuerpo del receptor a un nuevo corazón sano. A principios del siglo XX, Alexis Carrel y Charles Guthrie realizaron los primeros trasplantes de corazón y pulmón en animales en los Laboratorios Hull de la Universidad de Chicago. Los estudios de Frank Mann, director de los laboratorios médicos experimentales de la Clínica Mayo, descubrieron y demostraron el fenómeno del rechazo en animales. Durante las décadas de los ‘40 y los ‘50, el médico soviético Vladimir Demikhov realizó importantes contribuciones al conocimiento de la cirugía cardíaca. Se le atribuye ser la primera persona en implantar un corazón auxiliar en el tórax. En 1960 publicó “Trasplante experimental de órganos vitales”, donde detalla sus técnicas. Un año antes, Barnard había realizado el primer trasplante de riñón de Sudáfrica. Se sumó a la carrera de los trasplantes de corazón a principios de la década de los ‘60. Nacido en Beaufort West, en la entonces Unión Sudafricana, el 8 de noviembre de 1922, se graduó de médico en 1953 y dos años después consiguió una beca para estudiar en la Universidad de Minnesota, Estados Unidos, donde se doctoró como especialista en Cardiología en 1958. Junto a los estadounidenses Norman E. Shumway, Adrian Kantrowitz y James Hardy desarrolló en la Universidad de Stanford una técnica que permitía trasplantar con éxito un corazón. La investigación demostró que un cirujano podía extraer un corazón de un perro donante y conservarlo en una solución salina fría a 4 °C. Posteriormente, los cirujanos podían conectar un sistema de circulación extracorpórea al perro receptor para mantener la circulación mientras se extraía el corazón y se cosía el del donante. Tras la sutura y la liberación de las pinzas, la sangre fluía por el corazón, pero no con normalidad hasta que se le aplicaba una descarga eléctrica. Eso permitió que en 1964 Hardy trasplantara el corazón de un chimpancé a un paciente humano, Boyd Rush, que falleció dos horas después de recibir el órgano. Formado en esas experiencias, Barnard regresó una vez más a su país natal y retomó su cargo de jefe de Cardiología del Hospital Groote Schuur de Ciudad del Cabo. Estaba dispuesto a ser el primer cirujano en realizar un trasplante de corazón de un ser humano a otro y esa oportunidad le llegó en diciembre de 1967. Los protagonistas del primer trasplante de corazón: Louis Washkansky, el trasplantado; Dénise Darvall, la donante, y Christiaan Barnard, el médico que cambió la historia de la Medicina Y después… Louis Washkansky, “el nuevo Frankenstein”, sobrevivió 18 días a la operación. Murió el 21 de diciembre de 1967 por una neumonía derivada de los inmunosupresores que le administraron para evitar el rechazo del órgano que había recibido. Esa muerte no amilanó a Barnard y el 2 de enero de 1968 hizo un segundo intento. El receptor, un dentista llamado Philip Blaiberg, sobrevivió diecisiete meses y murió por causas ajenas al órgano que había recibido, por lo que su caso se considera el primer trasplante de corazón exitoso de la historia. Impulsada por los éxitos del cirujano sudafricano, se produjo una oleada de trasplantes cardíacos en el mundo. En el transcurso de 1968 se realizaron unos cien, entre ellos el practicado en abril de ese año por el cardiocirujano argentino Miguel Bellizi en la Clínica Modelo de Lanús. En este caso, el paciente sobrevivió solo cuatro días. Muchas de esas operaciones fueron temerarias, realizadas sin condiciones adecuadas de infraestructura y con resultados muy poco satisfactorios que generaron una gran controversia ético-científica y acciones legales que se extendieron por años. Mientras tanto, Christiaan Barnard recorría el mundo disfrutando de su fama. En febrero de 1968 visitó la Argentina para dar conferencias y participar del programa televisivo más popular de la época, los Sábados Circulares, que conducía Nicolás “Pipo” Mancera. Su llegada fue un acontecimiento extraordinario con una multitud que lo esperó en el aeropuerto de Ezeiza como si se tratara de un deportista famoso o una estrella del mundo del espectáculo. Años después volvió, invitado a los almuerzos de Mirtha Legrand, a quien tuvo el atrevimiento de preguntarle la edad. Convertido en una celebridad, Barnard fue objeto también de controversias. Muchos de sus colegas lo acusaron de priorizar la construcción de su personaje por encima de su labor científica. “Cualquier hombre que diga que no le gustan los aplausos o el reconocimiento es un tonto o un mentiroso. Mi mayor contribución fue mostrar que los cirujanos también somos seres humanos y que podemos cantar, bailar, reírnos y amar”, solía responder. Otros directamente lo señalaron como un ladrón que había “robado” su técnica a los cirujanos estadounidenses con los que había aprendido. A todo esto, el responsable del primer trasplante cardíaco de la historia respondía con hechos: su porcentaje de intervenciones era muy alto y varios de sus pacientes tuvieron sobrevida superior al año y medio. Incluso, dos de ellos vivieron más de 18 años. Christiaan Barnard dejó de realizar trasplantes en 1983, cuando una artritis reumatoidea le impidió seguir utilizando el bisturí. Murió durante unas vacaciones en Chipre, el 2 de septiembre de 2001, a los 78 años, luego de sufrir un violento ataque de asma. Su corazón falló.
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