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Parana » Ahora
Fecha: 28/11/2025 15:13
La correa A la abuela de mi amiga le gustaba sacar gajos de plantas de otras casas, guardaba la comida que sobraba en un restaurante, la metía rápido en la cartera como robando. Decía “si yo la pagué” pero la escondía. En la bolsa de las compras quedaban desplumados algunos helechos, en la heladera se secaban restos de milanesas a la napolitana que terminaba comiendo el perro de la cuadra. Sentía que las rodillas respondían bien y subía escaleras caracol, bajaba cajas de los armarios, mudaba las prendas de una estación a otra, sopapeaba con escoba de paja la alfombra tendida contra el alambrado. Cuando se acercaba tormenta, hacía cruces con la cuchilla grande, enterraba bulbos bajo los mangos, revolvía la tierra con los dedos, jugaba con lombrices y llamaba a los pichones de benteveo con un silbido que los imitaba. Alguna vez miré su escote, las arrugas llegaban hasta el suelo, me parecía el pecho de un caballo, las curvas de colores de un pelaje que se mezclaba suave como las nubes cuando chocan con montañas. Una tropilla de pulseras anunciaba que venía hacia nosotras con la olla llena de humo, servía los platos sin enchastrar los bordes, apoyaba servilletas de tela en la falda. Jamás nombró al marido muerto en esa mesa, ni puso sus fotos a la vista. Nosotras dormíamos algunas veces ahí, bajo un rosario de madera inmenso que colgaba de la pared formando un triángulo. Frente a su casa ladraba un ovejero negro, el vecino le ataba una correa al cuello y el animal llegaba hasta la reja pero no podía asomar su cabeza. Lo sobresaltaba el ruido de las motos, y a nosotras nos despertaba el tirón de la correa, el choque de eslabones, el alarido. Eso debía haber sido estar casada. La imposición del límite, el formato de las palabras. En un poema Emma Barrandeguy dice: envejezco furiosa de vida como el lirio. En otro Adrianne Rich escribe: Soy una mujer en la plenitud de la vida, con ciertos poderes y esos poderes seriamente limitados por autoridades cuyo rostro rara vez veo. Una noche la abuela de mi amiga caminó sonámbula, abrió el lavadero y salió sola al patio. Desenterró huesos de un cantero, los metió en la heladera unos minutos y después se los arrojó al perro del frente. Un acto de justicia íntimo que nosotras nunca quisimos poner en palabras. Un secreto de ella a su nieta, un resarcimiento hecho en sueños, una lección de mujer o un hambre sin nombre entre animales atados.
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