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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/11/2025 04:34
Maximo Kirchner, Axel Kicillof y Juan Grabois No hay dudas de que desde 1945, tanto en el gobierno como en la oposición, en la legalidad o la proscripción, el peronismo no sólo ha sido la principal organización político-partidaria y centro gravitante de la vida política nacional sino también un clivaje en torno al cual se ha estructurado por décadas el sistema político argentino. En esta “larga marcha” del movimiento fundado por Perón a mediados del siglo pasado, ha atravesado numerosas crisis, fuertes tensiones internas, ocasionales rupturas y no pocos virajes ideológicos. Lo cierto es que si bien este heterogéneo movimiento ya ha sobrevivido a otras crisis profundas desde el retorno a la democracia, incluso animando a algunos a vaticinar su inevitable declive de la mano de una reconfiguración “moderna” del sistema de partidos (con distintos matices y modulaciones, tras el triunfo de Alfonsín, De la Rúa, Macri y hoy Milei), ya sea como consecuencia de la capacidad de regeneración y renovación interna o de los déficits de los gobiernos de otro signo, el peronismo es un “sobreviviente”. Si bien esta historia podría llevar a una interpretación simplista de la situación actual del peronismo como un “momento” más de ese camino de ocasionales repliegues forzados por las coyunturas políticas y, por ende, como un preludio a una reconfiguración de cara a un nuevo proyecto de poder, una mirada más profunda debiera prestar atención a algunos aspectos de raigambre más estructural. La carencia de un liderazgo nacional, las pujas entre las diversas tribus en muchas provincias, las interminables internas bonaerenses, las tensiones y potenciales rupturas en los bloques del Congreso, son solo algunas de las caras visibles de una crisis acentuada tras la derrota electoral. Una crisis que, sin dudas, resulta altamente funcional para un gobierno libertario que encuentra sorpresivamente un espacio abierto para avanzar en la construcción de un oficialismo ampliado de cara al abordaje de una ambiciosa agenda de reformas luego del recambio del 10 de diciembre. Más allá de las coyunturas, realidades territoriales y necesidades tácticas de sus diversos referentes, la discusión sobre la identidad y el proyecto político del peronismo pareciera ser una necesidad tan ineludible como complicada en un contexto donde la unidad es precaria, las desconfianzas mutuas son generalizadas y las diferencias se profundizan de la mano del enojo y las heridas abiertas. Una discusión que, por cierto, también alcanza al sindicalismo. En este marco, la doble crisis que configura, por un lado, la interna bonaerense que se libra entre sectores del pankirchnerismo y, por el otro, la que enfrenta al cada vez más controvertido liderazgo nacional de la ex mandataria con los gobernadores y referentes territoriales peronistas de las provincias, parece ser un combo letal cuya falta de resolución conspira contra la posibilidad de abordar esos debates de fondo. Aunque nadie se anime a notificarle a Cristina Kirchner que su liderazgo ha llegado a su fin, en los hechos ya muchos actúan como si ello fuese una realidad de facto ante una derrota electoral que dejó en claro que aún ante una situación económica muy compleja, amplias franjas del electorado actuaron motivadas por el rechazo a un posible retorno del kirchnerismo. Una realidad que, por cierto, la propia Cristina está lejos de aceptar en un contexto donde enfrenta nuevos frentes en la justicia a la vez que concentra todos sus esfuerzos en la confrontación con Milei y la interna bonaerense. No llama la atención, entonces, que varios gobernadores, incluso algunos viejos aliados, perciban que la ex presidenta privilegia su situación personal y la supervivencia de su propio espacio bonaerense, desatendiéndose de las necesidades y urgencias de las provincias. Una percepción que no sólo hace aflorar viejos recelos y multiplicar los pases de factura, sino que pareciera habilitar un renovado margen de maniobra para habilitar canales de diálogo directo con el Poder Ejecutivo. Una nueva etapa pareciera avizorarse a partir del 10 de diciembre, con un grupo de gobernadores (Zamora, Jalil, Jaldo, Ziliotto, entre otros) dispuestos a desconocer cualquier límite que pretenda imponerse desde San José 1111 y actuar con una lógica diferente a la de estos dos últimos años, dejando atrás el rechazo frontal a cualquier iniciativa del gobierno para “negociar” y eventualmente consensuar caso por caso. El gobernador Kicillof tiene, a priori, un menor margen de maniobra que sus pares, no solo por ser excluido de todo diálogo por parte del Gobierno, sino por ser el eje de la disputa con su otrora mentora y hoy principal obstáculo no solo para sus planes nacionales sino para la propia gobernabilidad en su provincia. Un condicionamiento que puede verse con claridad por estas horas, donde si bien el gobernador logró que los diputados aprueben el dictamen del Presupuesto y la ley Fiscal Impositiva, quedó pendiente el dictamen por el endeudamiento, en una lucha contrarreloj ante una renovación de la legislatura provincial que tornaría casi imposible alcanzar los dos tercios necesarios para sacar esa iniciativa. Así las cosas, habrá que ver no sólo cómo se dirime la disputa bonaerense, sino también si la autonomización de los gobernadores tendrá como eventual correlato una ruptura en los bloques legislativos en ambas cámaras del Congreso Nacional, lo que podría no solo debilitar el músculo legislativo del peronismo como principal fuerza de la oposición sino también facilitar el tratamiento y la aprobación de las reformas estructurales impulsadas por Milei.
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