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    » Diario Cordoba

    Fecha: 21/11/2025 19:23

    Numéricamente, sí. Eso dice el INE en la estadística continua de población. Acariciamos por primera vez la cifra de 50 millones de personas sobre el suelo patrio. Lo que parece contradictorio si mantenemos una tasa de fecundidad de 1,2 hijos por mujer, que no llega ni a la tasa de reposición natural. La media europea dobla la nuestra, y en el continente africano se sitúa en 4, 5 hijos por mujer, con lo que ello supone. Nos encontramos en una de las cifras de natalidad más bajas de nuestra historia y más bajas del mundo, un invierno demográfico pese a tener la mayor acumulación de medios materiales y económicos y la mayor red de protección social de nuestra historia. Los españoles no queremos tener hijos, aunque sí más de 9 millones de mascotas. Las causas de la baja natalidad en España son una combinación de factores económicos y sociales, como la inestabilidad laboral, la precariedad económica, las dificultades para acceder a la vivienda, la falta de políticas de conciliación y el retraso de la maternidad. Sin olvidar el cambio de prioridades de los jóvenes hacia la autorrealización profesional y la búsqueda de un mayor disfrute individual. La segunda reflexión se centra en el motivo del aumento de esa población en nuestro país, que llega con los más de 7 millones de personas extranjeras que conviven entre nosotros. Ellos son la causa de ese crecimiento, de que no se cierren colegios ni institutos, o que se mantengan sectores enteros de la economía como la agricultura, la construcción, la hostelería, el turismo, el transporte por carretera, o el servicio doméstico, con la riqueza que genera. Si el planeta Tierra crece a un ritmo de mil millones de personas más cada 12 años, algo tiene que tocarnos. Ya saben que sólo 1 de cada 10 personas que nace hoy en nuestro mundo es de raza blanca, lo que cuestiona sobre el modelo de convivencia integradora para todos que queremos construir, porque esto no de va de muros y miedos, de dominadores y dominados, sino de dignidad, necesidades y encuentros. Me pregunto también si ese crecimiento demográfico pudiéramos orientarlo para que la España vaciada lo fuera menos. Y que se ofertaran puestos de trabajo con vivienda y colegio, en municipios donde se van abandonando cultivos y granjas que antaño dieron de comer a muchas generaciones, mientras se caen o cierran viviendas por la falta de quienes las habiten y mantengan. Lo que arrastra el cierre de comercios, farmacias y hasta el cuartel de la Benemérita provocando la muerte lenta de la localidad. Podríamos hacerlo mejor con una planificación e incentivos adecuados en esta nueva repoblación rural por toda la geografía nacional, donde ya existe un censo de 3.000 pueblos abandonados. Las previsiones apuntan a que en un par de décadas, un tercio de la población española tendrá más de 65 años con una larga esperanza de vida, y hoy ya hay 150.000 puestos de trabajo que no se cubren en nuestras empresas. Con urgencia necesitamos de «luces largas» y un plan integral de Estado que de forma transversal contara con las demás administraciones y los consensos amplios en un debate serio y riguroso que, desgraciadamente como tantos otros, está siendo sustraído de la vida política, centrada en otros menesteres menos nobles. Sí, somos más sin duda. Pero finalmente, con su permiso, me pregunto también si somos mejores o no. Si el estado del «bienestar» nos ha hecho más felices, o si se contrapone al estado del «bienser». Aunque esa reflexión, amigo lector, la dejo abierta a otra jornada.

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