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  • Clamar en el desierto

    » Diario Cordoba

    Fecha: 20/11/2025 04:11

    Se producen tantos actos culturales en Córdoba que a menudo unas propuestas solapan a las otras y hasta corren el riesgo de pasar desapercibidas si no es para los de siempre. Los demás, por no saber a qué acudir primero, o por asustarse en cuanto caen unas gotas y preferir quedarse en casita, se pierden, nos perdemos muchas cosas sin ser conscientes de su valor real. Algo así ocurrió, y no es ni mucho menos el único caso, con una extraordinaria conferencia que dio a principios de semana el director de la Escuela de Artes Plásticas Mateo Inurria, Miguel Carlos Clementson Lope, digna de la extraordinaria exposición sobre la que giraba y que ayer cerraba sus puertas, ‘5 maestros cordobeses en la estela de Romero de Torres y Vázquez Díaz’, que él mismo ha comisariado. Cierto es que la tarde estaba lluviosa y fea, y que la cita en la Fundación Cajasol, sede de la muestra, era a las seis, quizás un poco temprana, porque estaba otra programada en el mismo sitio para cuando acabara la primera. Pero lo triste fue eso, que hubo poco público en una convocatoria que venía a ser el epílogo de una magna exposición; no por su extensión, 17 piezas, sino por la importancia de las obras que se exhibían: dos debidas a los maestros, grandes artistas del siglo XX y «proverbiales educadores» (Clementson, ‘dixit’) de discípulos tan destacados como Horacio Ferrer, Rafael Botí, Pedro Bueno, Ángel López-Obrero y Antonio Rodríguez Luna, cada uno representado con tres obras de gran calidad técnica. Sobre ellas y muchos aspectos más dio una lección magistral el académico; porque todavía no he dicho que la muestra pictórica era la décima organizada por la Real Academia de Córdoba en su afán por promocionar a nuestros artistas, con el patrocinio de Cajasol y guiadas por el mismo comisario. Se acabó la posibilidad de contemplar las piezas al natural –bueno, alguno de los cuadros de Botí sí puede verse en la sede del centro que lleva su nombre-, pero queda el catálogo editado por la corporación bicentenaria a todo lujo, como es habitual, en el que grandes firmas de la crítica de arte y de la literatura -Eugenio D’Ors, Valle Inclán, Gómez de la Serna, Gala, Carlos Clementson…- acompañan con prosas y versos la reproducción de los lienzos. Todo esto no es sino una parte minúscula de las actividades promovidas por la Academia con la más firme vocación de investigar y difundir la cultura. Trabajos a cargo de expertos en ciencias, artes y letras en las sesiones de los jueves, ampliadas desde el pasado curso con gran éxito a Los Lunes de la Academia en el instituto Góngora; publicación de libros y ahora también una revista, modesta pero digna, son algunas de las muchas iniciativas que despliega la Academia cordobesa, más que ninguna otra en Andalucía. Y eso que vive en precario y de prestado. Sin más fortuna que la de tener instituciones amigas que la socorren en su día a día –al final, siempre, el maldito dinero-. Y abocada a un nomadismo que descorazona a quienes lo padecen –los sufridos académicos que, con tanta mudanza, a veces no saben dónde acabará celebrándose la sesión- y debería abochornar a quienes lo consienten. La Academia ha de agradecer, y agradece, a la Universidad que la recibiera como hermana en el antiguo rectorado desde que hace años hubo de dejar la sede de Ambrosio de Morales. Pero no deja de ser una invitada de larga duración que pone a prueba la generosidad de los anfitriones. Y, mientras, ve impotente su histórica casa en la más absoluta ruina, sin que los que pueden evitarlo entiendan que salvarla de una vez por todas, sin parcheos, es salvar una piedra angular de la cultura cordobesa. Esa que se prodiga sin cansancio, a veces clamando en el desierto.

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