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» Diario Cordoba
Fecha: 20/11/2025 04:10
No es un nombre abstracto, sino dos rostros concretos, muy concretos. Son un hombre y una mujer, de carne y hueso, de piel y alma, de días y sueños. Han venido a la campaña de la aceituna. Un año más han regresado a convertir su vida en surcos y besanas, sus manos en tierra y fríos, en nieblas sus ojos, su piel en lluvias, su tiempo en vientos. Llevan a sus hijos dentro del corazón, en el rincón del pecho donde más calienta el amor. Tuvieron que dejarlos con unos vecinos, en otra cama, otra comida y muchas añoranzas, muchas añoranzas. Cada madrugada, apartan la manta y su tibieza, salen del cuarto, se lavan, se visten de faena. Desayunan. Luego, en una plaza a oscuras, esperan que se ilumine otro amanecer, quizás sol, quizás lluvia; siempre frío. Un coche los recoge; en los asientos aún quedan huellas de oscuridad y madrugada. Viajan en silencio. A veces, él le toma la mano a ella, una mano curtida por la intemperie, y ella siente como si fuese la tierra quien la acariciase, como si fuese el tronco rugoso de un olivo centenario. Ella le aprieta la mano, endurecida por los olivares, y él siente que el calor del amor aparta esa aspereza, le busca las arterias, y sube por su sangre al corazón. A veces, se miran y se lo dicen todo: el silencio y las zozobras, las penurias para pagar con el salario de ese día tantas vidas, el pan, el agua, la sal, la luz, los libros de los hijos, la deuda en el mercado. Ambos se muestran los sueños: un viaje, un vestido, una esperanza. Nunca sabremos cuánta alma hay en una gota de aceite, y otra gota y otra gota, que brilla en nuestro plato, en nuestro pan y que nos desayunamos oyendo las noticias, pensando en otra cosa, siempre pensando en otra cosa .
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