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  • Una polémica en el Salón Provincial de Artes Visuales de Entre Ríos reabre el debate sobre transparencia, ética y confianza en los concursos culturales

    Concepcion del Uruguay » 03442noticias

    Fecha: 15/11/2025 12:26

    Cada tanto, el mundo del arte entrerriano vive un episodio que, sin proponérselo, desnuda tensiones mayores que las de una simple premiación. Eso es lo que ocurrió en los últimos días tras conocerse que el Primer Premio en Arte Textil del 62º Salón Provincial de Artes Visuales de Entre Ríos fue otorgado a una obra que, según denuncian artistas y gestores culturales, es prácticamente idéntica a otra presentada, y premiada con mención, en la edición anterior del mismo certamen. La pieza en cuestión, “Flora entrerriana. Primer brote”, del artista Fernando Kosiak, se contrapone directamente con los requerimientos históricos del salón, organizado desde 1963 por la Secretaría de Cultura de Entre Ríos, a través del Museo Provincial de Bellas Artes “Dr. Pedro E. Martínez”, que prohíbe sin excepciones la presentación de obras ya exhibidas en el mismo concurso. Lo que en un principio parecía un detalle técnico se convirtió rápidamente en una discusión ética de gran alcance, alimentada por un dato que multiplicó la sorpresa: el propio artista reconoció públicamente, en su cuenta de Instagram, que se trata de la misma obra del año anterior, con apenas un mínimo fragmento modificado, un nuevo título y un texto conceptual diferente. La polémica quedó servida. Un salón histórico y una regla que nunca estuvo en duda Desde su creación hace más de seis décadas, el Salón Provincial de Artes Visuales se consolidó como uno de los espacios más prestigiosos para la creación contemporánea entrerriana. Su objetivo declarado siempre fue transparente: visibilizar la producción de toda la provincia, promover nuevas miradas y asegurar condiciones equitativas para todos los participantes. Entre las reglas fundamentales, en el artículo 4º, inciso 7 se puede leer claramente que no se admitirán “Las obras que hayan sido seleccionadas en ediciones anteriores de este Salón.” Se trata de una norma simple, lógica y ampliamente conocida por cualquier artista que haya participado del certamen. Las reglas sostienen la igualdad de condiciones, el espíritu competitivo y la legitimidad del premio. Por eso, cuando la comunidad artística entrerriana advirtió que la obra ganadora de este año era, a simple vista, idéntica a la que obtuvo mención en 2024, la pregunta que resonó fue inmediata y contundente: ¿Cómo llegó esa obra a ser aceptada, evaluada y finalmente premiada como si fuera nueva? Dos obras, una misma imagen “Flora entrerriana” (2024) y “Flora entrerriana. Primer brote” (2025) tienen las mismas dimensiones, la misma técnica, la misma paleta, el mismo bordado, la misma composición. Artistas que participaron del salón no tardaron en señalar que las similitudes representaban “un 99% de coincidencia”. Pero lo que parecía una percepción subjetiva se volvió certeza cuando el propio Kosiak, en una publicación en sus redes, reconoció que era la misma obra que presentó el año pasado y explicó que “Las bases de este año decían que no se podía volver a presentar una misma obra y eso implicó un desafío de reelaboración material y conceptual que dio su fruto.” Solo había intervenido un fragmento mínimo, que además documenta en la foto que acompaña ese posteo, para justificar que se trataba de otra obra. No lo logró. Si bien la sinceridad del artista ha sido apreciada; para muchos, el gesto fue leído como un intento de forzar un cambio cosmético para eludir una regla clara. Para otros, es directamente una falta de ética profesional. Para algunos pocos, como una lectura errada de su propio proceso creativo. Pero más allá de interpretaciones, lo que quedó expuesto es un hecho: si una obra es casi idéntica a la anterior, y si el artista reconoce que es prácticamente la misma, el reglamento fue vulnerado. La responsabilidad institucional Las preguntas, sin embargo, no recaen solamente en el artista. Buena parte del debate actual se dirige hacia la Secretaría de Cultura y el Museo Provincial, organismos encargados tanto de verificar las obras ingresadas como de garantizar el cumplimiento del reglamento. La comunidad artística se pregunta: ¿Se revisaron realmente las obras comparándolas con las del año anterior? ¿El jurado fue informado de que se trataba de una obra previamente presentada? ¿Qué mecanismos de control fallaron para que la obra se aceptara en el salón? En concursos organizados por organismos estatales, estas preguntas no son accesorias: son fundamentales. Un conflicto que reaviva las sospechas La discusión tomó aún mayor dimensión cuando se recordó que Fernando Kosiak ya fue ganador del Premio Fray Mocho en 2017, máximo reconocimiento literario provincial, que también otorga una pensión al mérito artístico. El Primer Premio del Salón Provincial de Artes Visuales concede otra pensión similar, equivalente a tres jubilaciones mínimas, a partir de los 50 años de edad. En los últimos años, incluso en este 2025, varios primeros premios han recaído en artistas que ya contaban con pensiones previas, lo que genera un efecto llamativo: el premio es otorgado, pero la pensión no se activa porque ya es incompatible. Distintos artistas han interpretado este fenómeno como una suerte de «recorte silencioso»: el Estado sigue otorgando premios simbólicos, pero evita nuevas obligaciones económicas. La coincidencia de estos datos no implica necesariamente irregularidades, pero sí alimenta una sensación que daña la credibilidad de los premios provinciales. El arte y la ética: ¿cuándo una obra deja de ser la misma? La premiación de este año abrió un debate que excede lo anecdótico y toca el corazón de la creación artística contemporánea: ¿cuánto debe cambiar una obra para ser considerada otra? ¿Una puntada nueva basta? ¿Un parche? ¿Un cambio de título? ¿Una nueva lectura conceptual? La mayoría de los artistas coincide en que estos cambios son insuficientes. Una obra nueva requiere decisiones nuevas. Implica tiempo, investigación, proceso. Implica riesgo. Implica trabajo. Y, por sobre todo, implica respeto por quienes compiten. La ética profesional no se certifica solo con talento: se demuestra en la manera de participar, de presentar, de competir y de aceptar reglas comunes. La confianza como patrimonio cultural El punto más crítico de esta situación no es la semejanza entre dos obras. Es la erosión de confianza que genera. Confianza en el reglamento. Confianza en la institución que lo administra. Confianza en el jurado. Confianza en el valor del premio. Confianza entre los propios artistas. Sin esa confianza, un salón deja de ser un espacio de reconocimiento y pasa a ser un campo de sospecha. Y cuando las instituciones culturales del Estado, que deben ser las primeras en cuidar la transparencia, se ven envueltas en polémicas evitables, quienes terminan pagando el costo simbólico son todos: artistas, gestores, docentes, curadores, estudiantes y espectadores. Lo que está en juego El caso Kosiak no es simplemente una controversia puntual. Es una oportunidad, quizás incómoda, pero necesaria, para revisar: los procedimientos de verificación de obras , , la claridad de los reglamentos , , y la responsabilidad ética tanto de los artistas como de las instituciones. También es un llamado a repensar algo más profundo: el lugar del arte en la esfera pública, algo que Entre Ríos, con su larga tradición cultural, merece cuidar con esmero. Un cierre que no cierra: más preguntas que respuestas Hoy, a la luz de los hechos, quedan flotando interrogantes que reclaman atención: ¿Por qué la obra fue aceptada? ¿Por qué fue premiada? ¿Quién debía evitarlo y no lo hizo? ¿Qué medidas se tomarán para que no vuelva a ocurrir? ¿Qué significa “obra nueva”? ¿Qué le exige la ética al artista? ¿Qué le exige la ciudadanía a sus instituciones culturales? Es probable que estas preguntas no se resuelvan de inmediato. Pero ya están instaladas. Y seguirán ahí, insistiendo, cada vez que un concurso de arte abra sus puertas. Porque el arte, incluso cuando calla, habla. Y cuando habla, nos obliga a pensar. A veces más de lo que quisiéramos. Por Raúl Albanece Raúl Albanece es artista visual, escenógrafo y docente entrerriano. Con más de treinta años de trayectoria, expuso en Argentina y el exterior, publicó libros y desarrolla investigación académica sobre arte y carnaval. Es profesor universitario y especialista en collage, diseño escénico y análisis crítico del campo cultural.

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