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» Diario Cordoba
Fecha: 09/11/2025 11:10
Te has quedado sin trabajo a los casi cincuenta años. No por incompetencia profesional ni por una crisis económica sobrevenida. Tu empresa, donde llevas casi veinte años, va como un tiro. El problema no es ese. En realidad, aún no sabes cuál es. En recursos humanos solo han puesto cara de circunstancias mientras te hablaban de «reconversión generacional» y del futuro del negocio. Mucho maquillaje para decir lo que ya intuías: te echan a ti para contratar a alguien más joven y más barato. Escuchas todas esas excusas mientras calculas los años que te faltan para jubilarte. Con suerte, tendrás que cotizar hasta casi los 67. Vives en un país que envejece a gran velocidad y, como consecuencia, hay que trabajar más para sostener nuestro sistema de pensiones. Intentas ver el lado positivo. La experiencia siempre ha sido un grado, aunque en tu empresa no la valoraran. Te dices que encontrarás otro empleo, seguro. Incluso barajas aprovechar el despido para descansar un tiempo de madrugones, estrés y rutinas. Unos meses sabáticos más que merecidos antes de volver al mercado. Lo que entonces no sabes es que da igual la prisa con la que empieces la búsqueda: no importa si lo haces mañana mismo o decides postergarlo un par de meses. Un muro invisible se levanta ante ti. Indestructible. Infranqueable. Desesperante. Tienes casi cincuenta años. Desde hoy, tu fecha de nacimiento borra y destruye tu currículum, lo reduce únicamente a esa cifra que te condena al ostracismo laboral. Al principio creerás que es mala suerte. Que tu perfil no encajaba en esa oferta para la que te creías idóneo. Pero pasa el tiempo y la confianza en tu valía se erosiona. Siempre hay candidatos que se quedan fuera, sí, pero ¿ni siquiera llegar a una entrevista? Respuestas automáticas que rechazan tu candidatura cinco minutos después de enviarla. ¿Cómo han tenido tiempo de leer tu currículum? La respuesta es cruel: no lo han hecho. Para el algoritmo encargado de filtrar solicitudes, tu currículum vitae es solo una fecha. Casi cincuenta. Se lee rápido. Se descarta más rápido aún. El prejuicio más cínico anida, paradójicamente, en los departamentos de selección de personal. «Gestión de talento» los llaman ahora, como si el talento caducara de forma automática al cumplir cuarenta y cinco. Y así, confunden sénior con senil. El edadismo laboral no solo es injusto, también es torpe. Desaprovecha años de formación, de resiliencia frente a crisis y de habilidades blandas que no se aprenden en un máster ni en un tutorial. En Europa, políticas proactivas de países como Dinamarca, Alemania o Suecia ya han demostrado que la diversidad generacional enriquece a las organizaciones. En España, todavía son pocas las empresas que se han atrevido a implantar políticas de equilibrio intergeneracional. Equipos donde perfiles júnior comparten e intercambian conocimientos con otros más experimentados son, sin duda, una apuesta ganadora. Los trabajadores jóvenes y baratos de hoy también dejarán de serlo. Es solo cuestión de tiempo. *Periodista
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