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  • Otros verdes: escapadas donde la naturaleza invita a detenerse

    » Elterritorio

    Fecha: 26/10/2025 07:43

    Entre montañas y valles cordobeses, lejos del bullicio y la humedad del Litoral, existen lugares donde el verde cambia de textura y sonido. En El Durazno y San Javier, el paisaje se vuelve calma, el aire huele a tierra fresca y los días transcurren con la serenidad de lo simple. Dos destinos para reencontrarse con la naturaleza domingo 26 de octubre de 2025 | 6:00hs. Hay verdes que sorprenden, que se sienten distintos a los que uno conoce, aunque estén a miles de kilómetros de casa. No es la selva misionera ni sus ríos que corren cargados de memoria, pero igual conmueven. Son verdes de montaña, de valles tranquilos, de ríos que susurran historias antiguas y caminos que invitan a caminar sin prisa. Este domingo, la propuesa es salir de lo conocido y recorrer tres rincones de Argentina donde la naturaleza se vive con calma y esplendor: el valle silencioso de El Durazno en Córdoba y los senderos que trepan por los cerros de San Javier, también en Traslasierra. Aquí, cada lugar tiene su ritmo: algunos invitan al descanso absoluto, otros al paseo lento por senderos y chacras, y todos despiertan algo que solo la naturaleza puede: el asombro sencillo, la sensación de pertenecer a un paisaje que parece hecho a la medida de quien lo mira con atención. El Durazno Al caer la mañana sobre las Sierras Grandes de los Comechingones, un camino de ripio desciende entre pinos y matas autóctonas, llevando al viajero hacia un paraje que parece haber quedado ajeno al ajetreo del mundo. Ese lugar es El Durazno: apenas a 138 km de la ciudad de Córdoba, en el valle de Calamuchita, se abre como un refugio de silencios y aguas claras. El río Durazno nace en la ladera este del cerro Champaquí y atraviesa torrentes, remansos, playas y ‘ollas’ profundas de hasta seis metros en algunos tramos. El agua helada invita al chapuzón en verano o a la contemplación en días frescos. Justo donde el puente colgante sobre el cauce se convierte en el “spot” perfecto para detener el paso y respirar naturaleza. Aquí, no todo es descanso pasivo. Se puede salir en bicicleta por senderos suaves, internarse a caballo por el bosque de pinos, caminar hasta la reserva natural Los Cajones, donde las rocas y el agua crean cavernas fluviales que parecen forjadas para el silencio. La soledad del lugar se mezcla con el murmullo del viento y el rumor del río: un combo perfecto para quienes buscan conectar con otro ritmo. La infraestructura turística de El Durazno no es ostentosa — más bien íntima — y ese puede ser su mayor atractivo. Hay campings que bordean el río, posadas y complejos de cabañas integrados al paisaje. Una casa de té en medio del bosque, un restaurante sencillo con platos serranos, un hotel boutique en medio del verde: todo pensado para que el visitante respire el entorno, sin grandes interrupciones. Historia ligera, presente vivo: Si bien El Durazno no se define por un legado monumental, su historia combina lo rural, lo pausado y lo natural. La llegada de la electricidad en 2013 marcó una “modernización suave” del lugar, sin suspender el encanto de lo simple. Ahora, esas casas de veraneo que se dispersan entre los árboles conviven con la tierra local, el río y el bosque que parece no haber sido tocado. Para quienes viven en Misiones, acostumbrados al verde intenso de la selva, El Durazno supone un verde distinto — el de la sierra, más seco, claro, con aire frío al amanecer. Es una escapada que pone distancia sin desconectarse del paisaje argentino, un “otro verde” que complementa, no reemplaza. En un país tan diverso, vale la pena contar también estos rincones. San Javier Al adentrarse por la sinuosa ruta que atraviesa el valle de Traslasierra, una curva abre de golpe el paisaje: al pie del imponente Cerro Champaquí, con sus picos que se recortan contra el cielo, se encuentra San Javier y su vecina Yacanto. Es un rincón de Córdoba que aún conserva ese sabor sencillo de lo serrano: casas de piedra y madera, senderos de tierra que crujen bajo los pies, arroyos que atraviesan los prados y el silencio que solo rompen los pájaros autóctonos. El murmullo del pasado se percibe en cada rincón: en las casonas de estilo inglés construidas a fines del siglo XIX, cuando los ingenieros británicos del ferrocarril eligieron estas montañas como lugar de descanso. Los andamios del presente sostienen casas centenarias, molinos reconvertidos y pequeñas bodegas que —entre vid y uva— narran la transición de una aldea rural al turismo consciente. El bosque se despereza temprano. A unos mil metros sobre el nivel del mar, el verde toma otra tonalidad: robles, coihues, líquenes que cubren las ramas, y aire fresco que llega como un aliento nuevo. Los senderos del Champaquí y otros circuitos más accesibles —como la quebrada del Tigre o el faldeo— permiten al visitante caminar entre sombra y luz, con el sonido del viento y el latido de la montaña como compañeros. Perderse por el Circuito Histórico Cultural del pueblo: recorrer la iglesia antigua, las pulperías, los talleres de artesanos que aún hilan con paciencia. Probar el enoturismo local: bodegas que abren sus salas a degustaciones, y cabañas que invitan al huésped a quedarse, respirar y saborear calma. Caminar o cabalgar por rutas de bosque para contemplar el valle desde arriba, o bajar al río y sentir cómo el agua clara acaricia los pies.Comprar en la eco-feria los productos de la tierra: quesos, dulces, panificados artesanales, miel, textiles que cuentan que alguien aquí trabaja para que este lugar siga siendo auténtico. Alojamiento, gastronomía y ambiente: La oferta es modesta, con encanto: hosterías con historia, cabañas ocultas entre los árboles, casas de té junto al arroyo y restaurantes donde el menú refleja lo local. El ambiente es silencioso, salvo por el murmullo de la naturaleza, ideal para quienes quieren una pausa distinta al bullicio habitual. La población de San Javier y Yacanto se ha duplicado en poco tiempo, lo que habla de su pujanza como lugar para habitar y para visitar. Pero, a la vez, el reconocimiento reciente por parte de ONU Turismo, a través del programa “Best Tourism Villages”, confirma que este pueblo no quiere el turismo de masas, sino uno que respete su identidad, su paisaje y su gente. Para un lector misionero, acostumbrado al verde eterno de la selva y al sonido envolvente de la vegetación densa, San Javier y Yacanto ofrecen otro matiz: el verde de la sierra, claro, abierto, con aire de montaña y relieve; un eco distinto, pero afirmativo de lo que significa conectar con la naturaleza. Es una invitación a ver que el país tiene muchos “verdes”, cada uno con su propio ritmo, su luz y su valle.

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