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Parana » Informe Digital
Fecha: 26/10/2025 00:58
Como las mentiras, el proteccionismo tiene patas cortas. Esa afirmación cabe para la declaración de la secretaria de Agricultura de Estados Unidos, Brooke Rollins, después de que el presidente Donald Trump dijera que estaban evaluando importar más carne vacuna de la Argentina para morigerar el impacto de las subas de precios de los cortes que padecen los consumidores de su país. Rollins sostuvo que la Argentina tenía problemas con la fiebre aftosa y que, si se incrementaban las importaciones, no sería por una cantidad significativa. Queda claro que la funcionaria del gobierno de Trump buscó calmar el malestar de los productores ganaderos estadounidenses ante el posible efecto negativo de la medida sobre su producción. El anuncio del mandatario contradice, de algún modo, la política de “América Primero” que el republicano enarboló en su campaña. La propia Rollins, en abril pasado y poco después de asumir, había dicho que era necesario reducir las importaciones de carne de “países como la Argentina”. Sin embargo, una suba del 15% en los precios de la carne —una alza considerable para Estados Unidos— pareció despertar a los funcionarios de la administración Trump y dejar de lado los principios proteccionistas en favor de una lógica más liberal: que la competencia externa ponga un techo a los valores internos. buenas prácticas ganaderas Es comprensible que Rollins respalde a sus ganaderos; lo llamativo es que una funcionaria de su nivel ignore que la Argentina no registra focos de fiebre aftosa desde 2006 y que no tiene ningún mercado cerrado por esa enfermedad. Más aún: está en proceso de abrir un mercado exigente e históricamente vedado a las carnes argentinas, como el de Japón. Tal vez la secretaria de Agricultura norteamericana haya incurrido en ese error por la discusión sobre la desregulación de la vacuna contra la aftosa que tuvo lugar en la Argentina en los últimos años. Desde el kirchnerismo y sus satélites también se intentó impulsar esa interpretación. En plena campaña electoral, sus voceros difundieron en redes sociales mensajes que vinculaban la desregulación promovida por el ministro Federico Sturzenegger con la supuesta reticencia de Estados Unidos a comprar más carne argentina. Rollins, además, seguramente sabe que el banco de vacunas con que cuenta Estados Unidos para enfrentar un eventual brote de fiebre aftosa está a cargo del laboratorio argentino Biogénesis-Bagó, que desde este año también administra el de Canadá. Curiosamente, es la firma a la que Sturzenegger acusaba de haber manejado de forma monopólica el precio de la vacuna. Si la confusión de la funcionaria nació a partir del debate sobre el precio de la vacuna, el episodio deja en evidencia que la desregulación en materia de sanidad animal y de productos veterinarios debe hacerse con bisturí, no con motosierra. La competencia y la desregulación son bienvenidas, pero si se aplican sin criterio técnico y sólo con fines comerciales se corre el riesgo de dañar la reputación de la actividad ganadera y de las carnes argentinas ante otros mercados, en un contexto de guerra comercial. En todo caso, Estados Unidos enfrenta un problema estructural por la caída del stock bovino. De hecho, Rollins anunció esta semana un programa para recuperar la producción. Pero es evidente que esta crisis puede representar una oportunidad para la Argentina, especialmente si se concreta el acuerdo con los EE.UU. por el cual la cuota con aranceles bajos pasaría de 20.000 a 80.000 toneladas anuales. Más mercados abiertos implican un desafío para toda la cadena. Si aumentan los incentivos para producir más animales pesados, será más fácil alcanzar el objetivo de mejorar los índices reproductivos que tiene la ganadería argentina. Es también una ocasión para superar el resto de las trabas que enfrenta la actividad, como la infraestructura, la presión impositiva, el doble estándar sanitario y la informalidad, entre otras. Así como la Unión Europea esgrime argumentos de dudosa base ambiental para no aceptar una mayor oferta de carne de los países del Mercosur, algunos funcionarios norteamericanos apelan a motivos sanitarios cuestionables. Es el viejo proteccionismo que se viste con ropas nuevas y al que conviene estar muy atentos para no perder oportunidades en los mercados internacionales. La producción agroindustrial argentina compite en una liga mundial en la que las reglas de juego no siempre son del todo limpias.
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