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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 24/10/2025 04:36
El desastre de Nedelin fue la explosión de un cohete soviético que provocó más de un centenar de víctimas La filmación, en riguroso blanco y negro, registrada en película de 16 milímetros dura apenas dos minutos y es aterradora: se ve un cohete de unos 30 metros de altura en la rampa de lanzamiento, como si estuviera a punto de despegar y, de pronto, se produce una explosión enorme que desata un infierno de llamas. La cámara se mueve y vuelve a enfocar. Hay fuego y humo por todas partes y después aparecen las siluetas en movimiento. Son hombres que corren, se tambalean, se derrumban con las ropas en llamas. Antorchas vivientes, hasta que mueren. Detrás de ellos, el incendio sigue creciendo hasta que la pantalla queda en negro. La película fue registrada en la plataforma de lanzamiento 41 de la zona de pruebas misilísticas del Cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán, el lunes 24 de octubre de 1960 pero recién tomó estado público más de treinta años después, luego de la disolución de la Unión Soviética. No solo la película, también los hechos fueron mantenidos en secreto durante décadas. Corría uno de los períodos más tensos de la Guerra Fría, cuando Washington y Moscú se disputaban palmo a palmo la primacía de la carrera armamentista y la conquista del espacio. Faltaban menos de un año para que se iniciara la construcción del Muro de Berlín y dos para que las dos potencias mantuvieran al mundo en vilo con las crisis de los misiles en Cuba. El desastre se produjo por el estallido de un misil balístico intercontinental R-16, todavía en período de prueba, y no se pudo establecer con certeza cuántas víctimas produjo: se habla de 100, de 150 y otras fuentes suben la cifra de muertos a 300. Lo que sí se sabe es que ocurrió debido a un apuro, a la urgencia del Kremlin por mostrar un nuevo logro armamentístico antes del aniversario de la Revolución de Octubre, cuya celebración se preparaba –por el cambio de calendario– para el 7 de noviembre. Unos pocos días antes de la explosión, el líder soviético Nikita Kruschev se había jactado en la Asamblea General de las Naciones Unidas con una frase que quedó en la historia: “Quieren arrastrarnos a una competencia. No nos da miedo, pero no la queremos. Hace poco visité una fábrica. Allí producen misiles como salchichas”. Por eso la urgencia para producir el R-16: era necesario sostener sus palabras con hechos. Toda la presión recayó sobre dos hombres: el diseñador jefe Mijaíl Yangel y el comandante en jefe de las Fuerzas de Misiles Estratégicos, el prestigioso mariscal jefe de Artillería Mitrofan Ivánovich Nedelin, distinguido como héroe de la Unión Soviética por la toma de Budapest durante la Segunda Guerra Mundial. Fue este último quien, para satisfacer las urgencias de Moscú, tomó la serie de decisiones riesgosas y erradas que provocaron el desastre. Lo pagó con su vida, porque fue una de las víctimas de la explosión que hoy lleva su nombre: “La catástrofe de Nedelin”. En la explosión se desintegró uno de los más grandes héroes soviéticos de la Segunda Guerra Mundial y comandante de las Tropas de Misiles Estratégicos, el mariscal Mitrofán Ivanovich Nedelin “¿Cómo le explico a Nikita?” Nedelin había sido nombrado jefe de las recién creadas Fuerzas de Misiles Estratégicos el año anterior y era uno de los hombres con más pergaminos para el cargo. En su currículum figuraba su colaboración en la fabricación del misil R-7, un cohete balístico intercontinental con más de 6.000 kilómetros de alcance, lo que lo hacía capaz de llevar ojivas nucleares hasta territorio estadounidense. Como arma demostró no ser la más adecuada, porque debía volar a demasiada altitud, pero su desarrollo sirvió para fabricar el cohete que llevó al espació el Sputnik, el primer satélite puesto en órbita, y la nave Vostok que permitió llevar al primer ser humano al espacio, el cosmonauta Yuri Gagarin. Para producir un misil superior al R-7, las autoridades soviéticas convocaron a Mijaíl Kuzmich Yangel, un experto en combustibles hipergólicos al que se le pidió que el nuevo cohete utilizara propergoles almacenables a temperatura ambiente. Los propergoles son propulsantes que, al reaccionar en la cámara de combustión, generan gases a tan alta presión que al salir por la tobera proporcionan el empuje necesario para que el misil se eleve. El otro gran diseñador de misiles de la época, el ingeniero Serguei Korolyov –responsable del R-7- cuestionaba el uso de propergoles, a los que consideraba extremadamente peligrosos, tanto que los llamaba “veneno del diablo”. El misil R-16 antes de su primera prueba. Cuando le plantearon a Nedelin los riesgos del lanzamiento, su respuesta fue terminante: “Esto no es para cobardes” Después de ensayar con varios modelos, para octubre de 1960, Nedelin y Yangel tuvieron listo el prototipo R-16, un cohete de 30 metros de largo por tres de ancho y 141 toneladas de peso, con un alcance de 13.000 kilómetros. Los dos responsables del proyecto sabían que todavía era necesario ajustar detalles: había frecuentes fallas de automatización, falsas alarmas y fugas en las válvulas. Debían solucionar esos problemas, pero para mediados de mes las presiones que recibían desde Moscú los obligaron a saltar algunos pasos. Se fijó como fecha para la prueba final el 23 de octubre, pero ese día hubo que suspenderla. Serguéi Leskov, uno de los periodistas rusos que más a fondo investigó la catástrofe de Nedelin, reconstruyó lo ocurrido ese día: “En un momento dado, el combustible se derramó del cohete en grandes gotas. Nedelin preguntó: ‘¿Es peligroso?’. Yangel respondió: ‘No es nada’. Se colocó un balde debajo del chorro de combustible; Nedelin ordenó a un centinela que lo vigilara. Los técnicos oyeron fuertes roturas de membranas en el interior del cohete. Todos se dieron cuenta de que la automatización tenía un fallo. El diseñador jefe de sistemas de control, Viktor Kuznetsov, envió a uno de los ingenieros, cuyo hijo había nacido un mes antes, directamente de la plataforma de lanzamiento al dormitorio: ‘Participarás en las próximas pruebas’. No quería ponerlo en peligro. Finalmente, la prueba del 23 de octubre se canceló; había muchas fallas que debían solucionarse. Kuznetsov, se opuso categóricamente a continuar y fue relevado por otro técnico. Esa noche, Yangel le preguntó a Nedelin: ‘¿Quizás deberíamos vaciar el combustible?’. Esto significaba posponer la fecha de la prueba dos o tres semanas. Nedelin respondió: ‘No podemos, ¿cómo le explico el retraso a Nikita (Kruschev)?’”, escribió. Decidieron seguir adelante y realizar la prueba al día siguiente. El desastre se produjo por el estallido de un misil balístico intercontinental R-16, todavía en período de prueba, y no se pudo establecer con certeza cuántas víctimas produjo: se habla de 100 y hasta de 300 muertes “No es para cobardes” La tarde del lunes 24 de octubre había una multitud en la zona de pruebas del Cosmódromo de Baikonur, entre ellos altos jefes del Ejército Rojo y miembros prominentes del gobierno y del Partido Comunista. Todos querían presenciar la prueba. Muchos de los ingenieros y técnicos que participaban del proyecto recomendaron postergarla una vez más para evitar riesgos. Había fallas que no habían podido solucionar. Cuando se lo plantearon a Nedelin, su respuesta fue terminante: “Esto no es para cobardes”, les dijo. Los jerarcas se ubicaron a unos cien metros de distancia para observar el lanzamiento del misil, mientras decenas de técnicos y operarios realizaban las últimas tareas de mantenimiento de las estructuras del cohete. Con un teléfono rojo a su lado para comunicarse con Moscú, Nedelin se sentó en una banqueta a unos quince metros de distancia. Lo acompañaba Yangel, que en un momento se alejó porque quería fumar un cigarrillo y, por cuestiones de seguridad, no podía hacerlo tan cerca del cohete. Eso le salvó la vida. Serguéi Leskov relata así lo que ocurrió segundos después: “El cohete estaba rodeado por decenas de personas cuando, en un momento, los motores de la segunda etapa se encendieron espontáneamente sin ninguna orden. Un potente chorro de fuego quemó todo el cohete hasta los tanques de combustible de la primera etapa. En seis segundos, toda la plataforma de lanzamiento quedó envuelta en llamas. La gente cayó del cohete desde 30 metros de altura. Algunos intentaron esconderse en pozos, pero allí se acumularon gases tóxicos. Los testigos recordaron que nunca habían visto nada más aterrador en sus vidas: decenas de antorchas vivientes recorriendo la estepa. La gente intentó apagar las llamas de las personas quemadas. Muchos murieron allí; otros en el hospital, por las quemaduras o intoxicados por los gases”. Yangel envió un telegrama a Moscú: “Solicito asistencia urgente para los afectados por envenenamiento por heptilo”, decía. Los médicos no tenían idea de cómo tratar a los afectados por esos gases. En el lugar donde se había instalado el mariscal Nitrofan Ivánovich Nedelin con su banqueta no quedaban rastros del hombre. El Héroe de la Unión Soviética se había, literalmente, esfumado. Solo se encontraron un pedazo de su gorra milagrosamente salvado de las llamas y su reloj, detenido a las 18.45, el momento preciso de la explosión. Los cámaras enviados para filmar el lanzamiento pudieron ser testigos de la tragedia “¿Por qué seguís vivo?” El 25 de octubre, una comisión encabezada por Leonid Brezhnev, por entonces presidente del Presidium del Soviet Supremo, llegó a Baikonur para investigar el caso. El futuro secretario general del PCUS estaba capacitado para liderar el trabajo porque había trabajado años en Dnepropetrovsk, donde se encontraba la Oficina de Diseño de Yangel, y era un experto en tecnología espacial. Las conclusiones de la investigación –igual que la existencia de la explosión– no se hicieron públicas. Se las consideró un secreto de Estado. Según el periodista Leskov, al terminar su trabajo, Brezhnev les dijo a los ingenieros y técnicos investigados: “No vamos a castigar a nadie, ya nos hemos castigado mucho a nosotros mismos”. Yangel recibió la orden de viajar inmediatamente a Moscú para entrevistarse con Nikita Kruschev. El líder soviético quería interrogarlo personalmente para que diera explicaciones. Lo recibió con una pregunta: -¿Por qué seguís vivo? -Me alejé para fumar. Es culpa mía – respondió el ingeniero con voz temblorosa. En medio de tanto secreto, lo que era imposible de ocultar era la muerte del mariscal Mitrofan Ivánovich Nedelin. Era un alto jefe militar, héroe de la Unión Soviética, que tenía una alta exposición pública. Un comunicado oficial del 28 de octubre informó que había muerto en un accidente de aviación. Pese a “la catástrofe de Nedelin”, el proyecto del R-16 continuó y el misil fue lanzado con éxito en noviembre de 1961. De todos modos, ya no era una prioridad, porque Kruschev había decidido volver a potenciar el desarrollo de los misiles balísticos basados en el R-7, de mediano alcance, para instalarlos en Cuba, a pocos kilómetros del territorio estadounidense.
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