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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 20/10/2025 04:31
"Los crímenes de Moisés Ville", de Javier Sinay, fue publicado en 2013 y está a punto de relanzarse con actualizaciones Es 2015 y en Moisés Ville hay un asesinato. Todo un suceso en un pueblo de 2500 habitantes. Aunque los vecinos no parecen abrumados. El paisaje, usualmente en calma, se agitó un poco. No demasiado. Un hombre, “Cacho” Galeano, de 76 años, había matado de un escopetazo a su vecino, “Yaco” Villarroel, de 80, mientras barría la vereda. Vivían en casas contiguas, medianera de por medio. Llevaban cincuenta años hostigándose. No hay demasiados detalles. Uno le habría tirado al otro una gallina muerta o algo parecido. Un rumor, como sucede en los pueblos. Lo cierto es que el viernes 16 de octubre de 2015, mientras Yaco barría la vereda comenzaron a discutir, se insultaron. Cacho entró a su casa, salió con un rifle y le disparó. Después se entregó a la policía. Cuando Javier Sinay —periodista, escritor— se enteró de este crimen, no lo dudó: se subió a un micro y el sábado, al día siguiente, ahí estaba. Hacía dos años había publicado Los crímenes de Moisés Ville (Tusquets, 2013) —a punto de relanzarse con actualizaciones— y este asesinato, “después de más de 45 años” de los que él había registrado, le despertaba una curiosidad que lo necesitaba en el lugar de los hechos. —Fue inesperado. Para mí era todo un impacto: “¡¿Un nuevo crimen en Moisés Ville?!”. Pero Ingue Kanzepolsky, que era un anciano que había sido mi principal fuente, no estaba sorprendido para nada. Y yo le dije: “Pero, ¿por qué, Ingue, vos no estás sorprendido y casi nadie está sorprendido acá?”. Y él me dijo: “Y, acá todos tenemos más de 80 años, ya vimos todo en la vida”. El asesinato de 2015 no era igual a aquellos veintidós crímenes primigenios que marcaron la historia de la formación de la colonia. Ya no se trataba de gauchos contra inmigrantes, de nativos contra recién llegados, sin embargo también era salvaje, irracional. Y quizás por eso Sinay necesitó volver a ese suelo que seis años antes no tenía un significado particular en su vida más que el reconocimiento del pueblo que abraza la raíz identitaria: la comunidad judía argentina —o la mayoría de ella— es hija —nieta, bisnieta, tataranieta— de colonos, conoce el génesis de su historia y tiene una estima particular por los asentamientos de donde viene. Pero a partir de 2009 aquel sitio se había transformado para él en el lugar donde estaba eso que buscaba. La Sinagoga Arberter (en ídish) conocida también como "Sinagoga Obrera" o "Sinagoga de los Artesanos", fue fundada en 1916 por iniciativa de artesanos, carpinteros, herreros, albañiles, talabarteros, sastres, quienes cubrieron el costo de la obra (gentileza Javier Sinay) El punto en la bota Casi inmediatamente al abrir Los crímenes de Moisés Ville, entre índice y prefacio, lo primero que encuentra quien lee es el punto en la bota santafecina. La localización exacta de este poblado situado en el departamento San Cristóbal, a unos 320 kilómetros de Rosario, unos 170 de la ciudad de Santa Fe, y unos 600 de la Ciudad de Buenos Aires. Ahí vivió algunos años de su juventud Mijl Hacohen Sinay, bisabuelo del autor. Como las 136 familias —824 personas— que llegaron huyendo de los pogroms y persecuciones rusas a unas tierras bastante diferentes de las prometidas en 1889 —salvajes, llenas de maleza y animales—, su antepasado había nacido en el Imperio zarista. Pero los Sinay no eran “podolier”, es decir, no provenían de la zona de Kamenetz-Podolsk como los primeros colonos; y, según pudo saber el periodista en su investigación, si bien también venían de Rusia donde vivían con leyes restrictivas y una vida compleja para los judíos, tampoco se habían ido con los asesinos pateándoles la puerta como muchos de quienes migraron. Mijl Hacohen Sinay había nacido en Grodno —actual Bielorrusia—. Llegó a Moisés Ville a los 17 años, con su padre que era rabino y lideraba “un grupo de unas cien familias que emigraban organizadas por la Jewish Colonization Association (la JCA que se le dice ICA, en ídish) en 1894”, recuerda Sinay. La Jewish Colonization Association era una organización creada por el barón Moritz von Hirsch, un empresario y filántropo judeo-alemán, para fomentar y posibilitar la emigración masiva de judíos desde Rusia y otras tierras de Europa del Este hacia colonias agrícolas que crecerían en tierras financiadas por la misma asociación, principalmente en Argentina pero también en Canadá y los Estados Unidos. Cuando Mijl Hacohen Sinay pisó Moisés Ville, la aldea tenía unos años de haberse fundado y estaba algo más organizada que cuando los primeros colonos llegaron hambrientos y desconcertados. —Ya habían superado la etapa más salvaje cuando vino esta gente con este rabino, mi tatarabuelo, supuestamente a darles una mano para continuar con la organización. Por ejemplo, mi bisabuelo y su padre fueron maestros. Pero ahí se armó una rebelión en la colonia que encabezó mi tatarabuelo tres años después de llegar, porque los colonos tenían que pagar por la tierra pero no sabían trabajar el campo. Se les exigía que pagaran, era barato, pero no conseguían de dónde sacar el dinero, entonces reclamaron. Esa rebelión la perdieron y mi familia se fue. Mijl Hacohen Sinay (gentileza Javier Sinay) El bisabuelo Sinay, Mijl Hacohen, echó raíces en Buenos Aires donde escribió y publicó Der Viderkol (El Eco), el primer diario en ídish de la Argentina y de Latinoamérica. “Un pasquín que tuvo solo tres números, hecho por un chico de 20 años para denunciar esta rebelión que había ocurrido ahí”, cuenta Sinay. Pero además del diario que, sin saberlo, inauguraría una serie de publicaciones en ídish de tirada masiva hacia todo el país, el antepasado Sinay, también periodista, publicaría algo más. En los años que acababa de vivir en la recién germinada Moisés Ville había sido testigo indirecto de varios crímenes. Matanzas encarnizadas, asesinatos y robos que parecen usuales en los capítulos inaugurales de las tierras de este país. Se habían sucedido desde la llegada de las primeras familias a ese punto de la bota santafecina, en 1889, y continuarían luego de que Mijl Hacohen se fuera de allí y publicara las tres ediciones de su pasquín. Donde quizás habló de alguno de ellos. Quizás no. Lo cierto es que unos cincuenta años después, en 1947, con un cúmulo de vida considerable en su espalda y en sus manos, quiso rememorarlos y escribió un artículo contando sobre esos, los veintidós crímenes de Moisés Ville ocurridos entre 1889 y 1906. Desde ese tramo de la historia que él relevó a la actualidad, en ese sitio que se transformó en epicentro de la identidad judeoargentina hubo otros crímenes. Pocos. Hasta hace dos semanas, cuando un nuevo asesinato sacudió al pueblo, el enfrentamiento entre los vecinos “Cacho” y “Yaco”, en 2015, había sido el último. Seis años antes de ese, Javier Sinay no sabía nada de todo esto. No eligió ser periodista en honor a su bisabuelo, ni conocía sobre su diario; mucho menos sobre los crímenes que había registrado en aquel artículo décadas más tarde, los que hacían parte de la fundación de esa colonia legendaria de la que quedan más historias y nostalgias que pobladores. No sabía prácticamente nada sobre Mijl Hacohen, de hecho. Y sin embargo es periodista. Y sin embargo se dedicó mucho tiempo a la crónica policial. Y sin embargo apenas se enteró de lo que a su bisabuelo lo había inquietado ya no pudo pensar en nada más que en ese punto de la bota. El cementerio judío de Moisés Ville es el más antiguo del país. Allí están las tumbas de muchas de las víctimas que se narran en el libro (gentileza Javier Sinay) En el principio, un correo En 2009 Javier Sinay recibió un mail. Era de su padre, Horacio, y el asunto rezaba: “Tu bisabuelo”. En el inicio de su libro el cronista lo transcribe: “Hola Javi, Entrá en esta dirección: www.generacionesmv.com/Generaciones/Victimas.htm. El autor, Mijl Hacohen Sinay, es tu bisabuelo. Lo acabo de encontrar y, además de todo lo emotivo e histórico que significa para nosotros, tiene un tinte de crónica policial”. Cuando pinchó en el link se encontró con un artículo titulado “Las primeras víctimas fatales en Moisés Ville”. Ese texto escrito en 1947 en el que su antepasado recordaba y narraba lo que había sucedido cinco décadas atrás, cuando la colonia estaba en ciernes y él había pasado un breve período como uno de sus habitantes. El artículo original estaba escrito en ídish y se titulaba “Las primeras víctimas judías en Moisés Ville”. El ídish era el idioma de gran parte de los judíos migrantes, el de los abuelos y aún más de los bisabuelos de muchos de quienes hoy somos adultos judíos en Argentina. Tiene raíz germánica —estructura y léxico son heredados del alemán antiguo—, vocablos que son un mejunje de la propia cultura más las influencias de los países en los que la comunidad había vivido y de dónde los habían echado (tiene vocabulario del arameo, del polaco, del checo) y, por si eso fuera poco en las dificultades para aprehenderlo, su pronunciación suele diferir según la zona de donde se emigrara. Cualquiera puede hacer la prueba: si se le pregunta a dos abuelas descendientes de inmigrantes de diferentes puntos cómo se dice una palabra en ídish, aunque hayan venido de lugares cercanos, lo más probable es que las dos tengan una versión distinta para ese término y discutan un poquito acerca de cuál es el modo original de decirlo. Sinay no leía ídish, un obstáculo que luego se afanaría en resolver. Pero aquel día de 2009 cuando clickeó en el enlace que le envío su padre ese no fue un problema; el texto había sido traducido al español y ahí estaba: quizás el legado desconocido, esa esencia identitaria inexplicable que se transmite entre generaciones que lo había llevado a la crónica policial. Ahí estaba: su antepasado no tan lejano recordando los crímenes que habían tenido lugar los primeros años de la colonia. Barón Moritz von Hirsch, fundador de la Jewish Colonization Association, una organización creada para impulsar la emigración masiva de judíos desde Rusia y otras tierras de Europa del Este hacia colonias agrícolas (gentileza Javier Sinay) Cuando le envió el mail, porque pensó que le iba a resultar interesante, su padre, Horacio, no lo sabía pero Javier llevaba un tiempo en una búsqueda que él acababa de saldar. Y ese fin fue el principio. —Yo ya había publicado Sangre joven [N. de la R.: el primer libro del autor, también en el género de la no ficción] que era sobre crímenes de jóvenes cometidos por otros jóvenes y lo había escrito porque había estado trabajando en Forenses y en Fiscales, que eran dos programas sobre crímenes. Desde antes, y también durante, había trabajado en el suplemento “Sí”, de Clarín, y en la revista Rolling Stone haciendo historias de jóvenes. Y yo en ese momento era joven, estaba en ese rango de edad de menos de 30, y quería cruzar esos dos mundos: crimen y juventud. Mientras lo hacía leí Correrías de un infiel, que es un libro de Osvaldo Baigorria en el que narra un viaje que hace a un monasterio en la provincia de Buenos Aires para buscar algo sobre sus orígenes familiares. Y me impactó mucho, me encantó. Entonces, después de haber hecho un primer libro casi de actualidad, bien periodístico, pensé que sería bueno hacer algo de no ficción pero más personal o más familiar, incluso. Pero en la no ficción una cosa es querer hacer algo y otra cosa que la realidad te responda. Entonces estaba muy atento a ver qué podía hacer hasta que mi papá me mandó ese correo. Ese correo abrió una puerta que Sinay atravesó para recorrer un camino rumbo a un lugar que lo transformaría. —Yo no sabía nada. Sabía muy poco de mi bisabuelo, no sabía nada de Moisés Ville, menos de los crímenes, pero tenía ganas de escribir, como te digo, algo familiar o personal y me pareció que esto podía ser. Porque, además, me pasó algo parecido a lo que me había sucedido cuando escribí la crónica “Rápido, furioso, muerto”, que es la que obtuvo el Premio Gabo en 2015. Esa nota empezó con una denuncia de Julián Axat, que era abogado defensor oficial de menores de la ciudad de La Plata, en la que juntó seis casos de jóvenes asesinados por policías en sus días de franco y la elevó ante la Corte Suprema de la provincia de Buenos Aires pidiendo que se investigaran mejor. Acá había veintidós crímenes, ahí había seis, pero en las dos situaciones dije: “Esto es una cantera de historias tremendamente dramáticas y supongo que tremendamente importantes”. Y en ambos casos me pareció que en lo que se mostraba como una serie, como un conjunto, si me metía y lo diseccionaba, iba a encontrar la individualidad, la particularidad, el detalle y lo humano. Y eso fue lo que hice. Entonces, rápidamente me di cuenta de que era lo que estaba buscando. Aparte había sido escrito por mi bisabuelo, hablaba de un lugar como Moisés Ville que tenía ese nombre tan significativo. Y tenía esto del viaje en el tiempo. Uno en el que Sinay se embarcó. Javier Sinay (Vera Rosemberg) La arqueología del saber moishe “Durante algunas noches me desvela una pregunta: ¿cómo se investiga un crimen ocurrido en el ocaso del siglo XIX, en un pobre páramo santafecino?” (Los crímenes de Moisés Ville). Como el nacimiento de la colonia, como la mayoría de los comienzos, el de la investigación no fue sencillo. “Fue como moverme en un lugar sin luz, palpando a tientas para saber por dónde ir y cuáles eran las líneas que me iban a llevar a algo y cuáles no”, recuerda Sinay. Los dos sitios de los que más se nutrió para su pesquisa en busca de los crímenes de los que hablaba su bisabuelo fueron el oráculo digital que todo —o casi todo— lo sabe, Google, y la Fundación IWO, “es como la biblioteca más importante de cultura judía y cultura ídish en la Argentina y probablemente en Latinoamérica. Es un universo en sí mismo donde hay cientos de historias contenidas en esos estantes llenos de libros, diarios, revistas; aparte de cuadros, instrumentos musicales, obras de teatro, cartas, archivos personales. Hay mucho mucho mucho”, define con un entusiasmo que lo desborda. “Y lo que para mí es muy impresionante”, sigue, “es que la mayoría de lo que está ahí está escrito en ídish y es antiguo. Hay cosas que están en español, en inglés, en polaco, en ruso, en francés, en alemán, etcétera, pero todo lo que está escrito en ídish ahí habla de un mundo que muchas veces es europeo, pero muchas veces también es argentino, un mundo sobre el que cada vez sabemos menos porque cada vez hay menos gente que habla ídish y que puede acceder a esos escritos. Entonces, siempre fue como un misterio lleno de posibilidades para mí”. Es así que cuando supo de la existencia del IWO y, más aún, que su bisabuelo en sus últimos años de vida había sido archivista allí y que su diario, Der Viderkol, había estado en algún momento entre sus escaparates, no lo dudó. No solo se sumergió entre libros, archivos y documentos de la época, sino que comenzó a estudiar ídish —lo que haría durante dos años— para acercarse al material en su idioma original y poder detectar qué le era útil en su búsqueda y qué no. También se contactó con otros investigadores especialistas en el tema y, claro, se lanzó a Moisés Ville, entre otros lugares como Rosario, Santa Fe capital y Santiago de Chile. —Ahí vivía el familiar Sinay más anciano que quedaba, de 102 años, que era un sobrino de mi bisabuelo. Entonces fue una investigación con muchos documentos, muy bibliográfica, pero a la vez todo lo territorial estaba en Moisés Ville, entonces era importante ir allá. Y había un contraste porque obviamente ya no había crímenes cuando fui. El último asesinato había ocurrido en 1971. Yo empecé a ir en 2009 y publiqué el libro en 2013. En 2015 hubo otro y volví a ir y hace 15 días, increíblemente, hubo otro crimen. En uno de sus textos más célebres, la “Clase del 7 de enero de 1976”, el filósofo francés Michel Foucault dice que la “genealogía” es el “redescubrimiento exacto de las luchas y memoria en bruto de los combates”. El “acoplamiento del saber erudito y el saber de la gente”, ese saber desenterrado “que no es en absoluto un saber común, sino, al contrario, es un saber particular, un saber local, regional, un saber diferencial, incapaz de unanimidad”. Para él, la genealogía era un fenómeno que ocurría gracias a “la insurrección de los saberes sometidos” es decir, de aquellos “contenidos históricos” que habían sido sepultados “enmascarados en coherencias funcionales o sistematizaciones formales”. Eso es lo que comprobó Sinay luego de dar con el artículo de su bisabuelo, la punta de un ovillo que empezó a desmadejar: a través de un trabajo genealógico en el que escarbó en esos saberes locales, en esas historias de crímenes que habían quedado enterradas en los cimientos de la que después fuera la colonia judía agraria insignia del país, descubrió que “ese pueblo de 2500 habitantes que contaba el cuento de hadas de la llegada de los colonos judíos a la Argentina, el del cementerio judío más viejo y la sinagoga que es un monumento histórico nacional”, el que fue base de la expansión comunitaria en este suelo, no tuvo un comienzo tan romántico. El modo de desentrañar esos saberes ocultos, dice Foucault, es mediante un trabajo arqueológico —“La arqueología sería el método propio del análisis de las discursividades locales”—. Y esto, dado su oficio ya aceitado aunque también explorando nuevas posibilidades, es lo que hizo el periodista. El texto de su bisabuelo de 1947 que hablaba de los crímenes fue para él un estallido a partir del que se detonó una pregunta tras otra. “¿Por qué ocurrieron los crímenes? ¿Por qué estos inmigrantes judíos estaban acá? ¿Y por qué mi bisabuelo estaba ahí? ¿Y por qué mi bisabuelo escribió esto 50 años después? ¿Y por qué yo no sabía nada de esto y lo descubrí 60 o 70 años después? ¿Y por qué lo escribió en ídish y yo no hablo ídish? ¿Y por qué algunos gauchos se habían convertido en bandidos rurales?”. Interrogantes que los siguientes cuatro años, herramientas de arqueólogo en mano, Sinay trataría de responder. Colonos judíos en Moisés Ville, a finales de la década de 1930 (Colección fotográfica de la Jewish Colonization Association, Central de Archivos para la Historia del Pueblo Judío, Jerusalén) El lejano Oeste del sur global A quién se la iba a ocurrir que Moisés Ville o Moisesvishe —como muchos litoraleños oímos llamar a la colonia toda la vida— ese sitio que se imagina en tonos sepia, con sus habitantes pacíficos y en armonía ordeñando vacas y plantando la tierra, génesis de la comunidad judía argentina, podía ser hace 130 años un escenario parecido al lejano Oeste, con bandidos y pistoleros. En su libro Sinay transcribe un pequeño resumen que acompañaba la publicación de su bisabuelo sobre los crímenes: “No sin víctimas empezó la colonización judía en la República Argentina. Más de veinte vidas jóvenes cayeron tronchadas en este sitio solamente. A los pocos días de su llegada pagaron los pioneers judíos en tierra santafecina su primer tributo de sangre a las costumbres gauchas. Sucédense los hechos de sangre y barbarie, narrados en este artículo, con abundancia de detalles, uno a uno, siguiendo la crónica policial. El autor no califica los hechos, los expone y documenta con los testimonios literarios accesibles, que los convierte en lectura interesante, para conocer las modalidades gauchas de la época”. Sinay agrega: “El primero de esos crímenes ocurrió en 1889 y el último en 1906. El saldo es de veintidós víctimas en 17 años. No es extraño: en la campaña santafecina el homicidio era rutina y los bandidos no dudaban en pasar a degüello a sus víctimas antes o después de robarles sus pertenencias”. “Muchas veces las víctimas se contaban entre los colonos. Ellos, a diferencia de los gauchos bravos, eran rutinarios, laboriosos, ligados a los ciclos lentos de la agricultura. Moisés Ville fue la única colonia de judíos rusos en la provincia de Santa Fe durante más de veinte años, hasta que en 1912 fue fundada la de Montefiore”. —[La de su fundación] Es una época bastante salvaje en Moisés Ville —dice ahora, en diálogo con Infobae—. Así como hay un wild West, el lejano y salvaje Oeste, esto era como el lejano Sur (en el sentido en que vivimos en el sur global), era una especie de western en las pampas donde no había cowboys sino gauchos, colonos llegados de todos los lugares de Europa y, por supuesto, un montón de habitantes nativos de distintos pueblos. Y había también soldados del Gobierno que iban empujando lo que se llamó “la frontera”, la línea entre el Estado y lo que era tierra de los nativos; pero a medida que iban empujando la frontera los territorios adentro quedaban medio abandonados. Entonces había muchos robos, mucha delincuencia rural. Y el gaucho quedaba desplazado porque la política de los Gobiernos liberales de la época era productivizar el campo, hacer colonias, organizar esas tierras, traer inmigrantes europeos con la idea de que las iban a civilizar. Entonces el gaucho se tenía que someter y convertirse en un peón de estancia; y el que no, pasaba a vivir al margen y se convertía en bandido. La xenofobia por los recién llegados también flotaba en el aire de una tierra que era yuyos y abandono. Eso fue hasta que la coexistencia de los gauchos y locales y los nuevos pobladores que bajaron de los barcos terminó por armonizarse, a fuerza de tiempo y entendimiento, y logró convertirla en algo más. En el cementerio judío de Moisés Ville hay unas 2.500 tumbas, todas orientadas hacia el este, en dirección a Jerusalén. Sobre ellas se acostumbra a dejar piedras en lugar de flores como símbolo de que la memoria, como la piedra, perdura (Paula Salischiker) Si bien se sabe que Moisés Ville se fundó en octubre de 1889, cuando llegaron las 136 familias de “podolier”, Sinay dice que no hay un día exacto ni un acta formal. —Fue una llegada bastante accidentada la de los colonos. El barón de Hirsch, con la Jewish Colonization Association, los cobijó en 1891, pero ellos migraron solos como un grupo independiente y fundaron antes el pueblo. Argentina, con esta política de productivizar los campos, no solo tenía las puertas abiertas sino que además le pagaba los pasajes de barco a muchos inmigrantes. Cuando llegaron, el 14 de agosto de 1889, creían que iban a estar en La Plata o cerca, pero esas tierras se habían vendido y quedaron a la buena de Dios [N. de la R. habían comprado las tierras desde Europa, ya que para fomentar la inmigración agrícola el Gobierno promocionaba el suelo argentino mediante oficinas de venta en distintos países]. Durante un tiempo anduvieron mendigando por la Ciudad de Buenos Aires. Acá ya había una comunidad judía, pero eran judíos de Europa Occidental, aburguesados, que venían en representación de casas comerciales de Francia, Inglaterra, Alemania, ellos fueron los que se enteraron de que estaba esta gente sin rumbo y lograron que un terrateniente de Santa Fe, que tenía las tierras del actual Moisés Ville, se las vendiera relativamente baratas y en muchas cuotas. Se fueron en tren hasta allá y cuando llegaron, en octubre, no había nadie. Las tierras eran para ellos pero había juncos, animales predadores. Entonces primero tuvieron que desmalezar, organizar el terreno y así, en algún momento, se fundó la colonia, pero no fue un día en particular. El filósofo judío alemán Walter Benjamin escribió que “no hay documento de la cultura que no sea también un documento de la barbarie”. Entre que los primeros colonos se asentaron y que Moisés Ville se convirtiera en la aldea judía más importante de Argentina y en un epicentro de cultura reconocido mundialmente, famoso por sus sinagogas, teatro, escuelas y academias hebreas, las tierras fueron escenario de robos y asesinatos atroces que en su mayoría tenían a los inmigrantes como víctimas y a los gauchos como victimarios. Quizás, como en el lejano Oeste, alguno usaba pañuelo al cuello, quizás sombrero de ala ancha. No siempre eran claros los sucesos. A veces la muerte era el acto seguido o la excusa para robar alguna pertenencia, un almacén de comestibles o el medio para conseguir un poco de vino. A veces eran hombres, a veces mujeres o se ensañaban contra una familia entera. En esa veintena de casos originarios el patrón era la violencia indiscriminada. Esto también estuvo en el principio del principio de la judeidad argentina. —La versión oficial de la historia de la comunidad judía en la Argentina, que es la de los gauchos judíos, que no habla de los crímenes sino de un acuerdo entre culturas muy fácil, es la que refutaba el texto de mi bisabuelo y Los crímenes… también terminó por refutar, en el sentido de que no fue fácil al principio. Justamente creo que este libro en realidad se trata de cómo dos culturas que al comienzo chocan después entran en cooperación, porque finalmente sí se forma la figura de un gaucho judío que es este colono llegado de Rusia que se adapta a las costumbres de la pampa y se hace amigo de los gauchos locales veinte años después de la primera fricción. Habla del paso de una fricción a una fusión cultural. Moisés Ville fue un experimento social, comunitario, de gente que necesitaba irse, algunos desesperadamente. Y hubo muchos conflictos a lo largo de su historia. Pero más allá de todo eso creo que valió la pena que se haya buscado un lugar de prosperidad acá, en un rincón del sur global, para gente perseguida que quería hacer su vida. Uno de los crímenes más brutales narrados en el libro de Sinay es el cuádruple homicidio de la familia Waisman. Los gauchos criollos degollaron al matrimonio y a dos de sus hijos. Están enterrados los cuatro juntos y su tumba es una parada obligada en el cementerio de Moisés Ville (Paula Salischiker) Una mamushka de historias Los crímenes de Moisés Ville, entonces, narran el comienzo álgido de la primera colonia rural judía en Argentina, rompen con la inocencia y el romanticismo de la historia de los gauchos judíos conocida por todos, pero, además, narran la genealogía trazada por Sinay al recuperar su propia historia familiar. Y, por si fuera poco, narran una subtrama, un extraño caso de envenenamiento de perros en 2013 que responde a la búsqueda del periodista acerca de dónde residía la violencia contemporánea de la colonia. El libro es como una mamushka —quizás debido al origen ruso de sus protagonistas— en la que la historia principal se abre para dar lugar a otra, que da lugar a otra, que da lugar a otra. De todas las preguntas que se hizo Sinay y se lanzó a responder, solo una de las importantes, la piedra filosofal en la búsqueda del periodista, quedó abierta: dónde está el diario de su bisabuelo, Der Viderkol. Lo buscó, lo buscó, pero no pudo dar con él. —Estaba guardado en el IWO, que era uno de los pisos de la AMIA y cuando explotó el edificio el diario voló por el aire. Se salvó, lo rescataron. Alrededor de 1997 lo exhibieron en la Biblioteca Nacional y después de eso desapareció. Quizás está en algún lugar o quizás no, pero esa es una de las preguntas que no pude responder: ¿dónde está Der Viderkol? En 2009 Sinay publicó Sangre joven, con historias policiales. En 2013, Los crímenes de Moisés Ville unieron el policial con una genealogía de su familia. En 2019 publicó Camino al Este: Crónicas de amor y desamor, en el que emprendió otro viaje, un poco más largo en distancia: se fue a Japón. Pero en el medio pasó por muchos otros sitios narrando diferentes historias. Entre esos lugares fue a Grodno. Desde la investigación que había hecho para Los crímenes quería conocer el lugar de donde había venido su familia —sobre este viaje y otros dos escribe en la reedición del libro que estará disponible a partir de noviembre—. Luego, en 2024, publicó Después de las 09:53, una cartografía del atentado a la AMIA. Donde supo estar alojado el diario de su bisabuelo. Sus libros se interconectan, van formando un círculo. Unos parecen cerrar —o buscar responder— las preguntas que abren los anteriores, como intentando completar un ciclo: el personal, en el que como un arqueólogo levanta piedra tras piedra de su historia que a la vez está tejida en una trama mayor, la de la llegada de los judíos de Rusia, cuando empezó todo. Ese es su método: ve una pista que lo convoca y comienza a cavar. Quita capas de polvo decidido a encontrar todos aquellos objetos, todas aquellas personas, que le aporten algo para narrar una historia que persigue. Para narrarse. Para entender de dónde viene. De qué está hecho el tramo de círculo que lo antecede. Qué va a volcar en el que sigue después o a partir de él.
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