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  • Silvio Fabrykant, el hombre que retrató a un país: los secretos de la imagen de Gilda que aún se venera

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 19/10/2025 02:35

    Silvio Fabrykant y una de las tomas de la histórica sesión de fotos de Gilda (Crédito: Nicolás Stulberg) El estudio está inundado por la luz suave de la tarde, la que se filtra entre los objetos y resalta los contornos de un hombre que, sin proponérselo, capturó una de las fotografías más icónicas de la música popular argentina. Silvio Fabrykant observa, medita y se detiene en cada pregunta, como si cada respuesta fuera el disparo de una cámara antigua, esa que requiere un instante justo y una mirada certera. Ante él, la historia de Gilda, de la cumbia, de una Argentina retratada entre flashes, anécdotas y silencios, se despliega como una película. Uno podría pensar que el mayor retratista del país buscaría siempre robarse el centro de la escena, pero la autopercepción de Silvio descoloca: “No es por falsa modestia. Yo me considero el fotógrafo más grande que hay (risas)... pero darle el mérito a la foto...” El fotógrafo mira la imagen, se reclina hacia atrás en su sillón y lo repite, casi como un mantra: “Fue una foto más. Lo que pasa es que Gilda ya traía una carga en sí misma al margen de la foto”. ¿Dónde termina el arte y empieza el mito? ¿Cuándo deja una imagen de ser una simple toma para convertirse en objeto de veneración, incluso de devoción? El propio Fabrykant asegura no encontrar todas las respuestas: “Yo hice la foto y después, la foto tomó su propio camino”. Tan simple y tan complejo como eso. Poster del filme La Imagen Santa, de Pablo Montllau En los últimos días, en la penumbra elegante del Cine Gaumont, el murmullo del público se apaga. La pantalla se ilumina: La imagen santa, el documental dirigido por Pablo Montllau, comenzó su única función. Esa misma sala fue testigo de un pequeño milagro: la foto de Gilda, convertida en disparador, en eco y en misterio. No es sólo portada de disco, ni un simple retrato. Desde la muerte de la cantante, ocurrida apenas un año después de la toma, en 1996, esa imagen inundó el país y el sentimiento popular. ¿Cuántas veces —y en cuántos rostros y paredes— apareció desde entonces? Estampitas, murales, remeras, estatuillas, banderas y todo tipo de formatos. En 2016, al cumplirse el vigésimo aniversario de la muerte de Gilda, el director Montllau sintió la inquietud de ir más allá: ¿Qué relación unía a esta imagen con su autor y con esa multitud que cree y venera a Gilda como una santa? Así comenzó una investigación minuciosa, un viaje de dos décadas de replicación, de fervor, de arte y fe. El documental, estrenado dentro de la sección Panorama Argentino del 39° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en 2024, logra reconstruir ese mapa sentimental. Silvio Fabrykant en una escena del filme La Imagen Santa (Crédito: Prensa) Tras la proyección, ya en su estudio, la voz de Fabrykant, uno de los grandes protagonistas, toma forma: “Me impresionó muy bien. A mí me parece que va un poquito más allá de un documental. Es una película que no plantea soluciones, te deja con inquietudes. ¿Y qué más que eso podés esperar de una obra cualquiera, que te deje un cachito pensando?”. Sus palabras hacen eco de la misma duda inquietante que atraviesa la película: ¿Por qué una imagen alcanza estatus de mito? ¿Cuándo un retrato deja de serlo para volverse sagrado? Él, acostumbrado a esconderse tras la cámara, propone una definición: “Cuando yo hago una foto, ¿qué quiero cuando la expongo? Yo quiero que el tipo que la vea, mire y se quede tres, cuatro, cinco segundos”. Un anhelo modesto que, esta vez, encendió años de mirada detenida, de oración silenciosa, de discusión apasionada. Leonardo Favio se convirtió en casi un amigo de Silvio, una relación que el fotógrafo atesora en su corazón (Crédito: Silvio Fabrykant) “Extendiéndolo a esto: la película tiene la capacidad de dejarte con ganas de hablar de ella, más que discutir dónde vamos a comer la pizza. A mí, te digo, en lo personal, al margen de que yo estoy en la película, me parece digna de ver”, sentenció casi con pudor y emoción. El documental —como esa foto casual que se volvió milagro— elige no dar respuestas cerradas. Prefiere la inquietud, la conversación. Invita a mirar (y quizá a creer) apenas un poco más. Desde el pasado jueves está disponible en el portal CineAr para todos los que quieran verla. Además, se prevé una nueva función en el Gaumont para los primeros días de noviembre. Pero la vida de Silvio Fabrykant, nacido en 1945, germinó al ritmo de mandatos familiares y migraciones lejanas, aunque ninguna línea de su guion estaba escrita de antemano. Sus padres, inmigrantes de Polonia, procedentes de “distintos pequeños pueblitos judíos”, levantaron desde cero una nueva raíz en el país. “Se conocieron acá, tuvieron dos hijos y el mandato para cualquier familia era un hijo doctor. Un hijo doctor y el otro... Bueno, mi hermano salió doctor, pero doctor de verdad, y el otro, yo, salió un atorrante, pero algo tenía que hacer”. Así lo resumió, con ese humor levemente melancólico que lo caracteriza. Silvio Fabrykant, el arquitecto a cargo de la remodelación del teatro El Nacional (Crédito: Silvio Fabrykant) El destino parecía traerle una carta marcada. “A mí me gustaba el diseño, entonces estudié arquitectura. Y empecé haciendo ni más ni menos que con un teatro. Yo conocía a Alejandro Romay y un día me llama y me dice: ‘¿Vos podés hacer un teatro?’ ‘Sí, claro’”. Así respondió Silvio, casi sin pestañear. La obra fue nada menos que la remodelación del Teatro Nacional de la calle Corrientes 960, en 1975. Un edificio emblemático, cargado de historia, aguardando renovarse bajo la mirada de un joven arquitecto. Pero el pulso de la ciudad es impredecible. El 22 de julio de 1982, la sala fue consumida por el fuego. Se representaba una revista con Susana Giménez que parodiaba a la dictadura militar en uno de sus números. Solo se salvaron el frente y la marquesina que ocupaba los 25 metros del edificio. El origen de las llamas, hasta hoy, no tiene veredicto certero: Nunca se determinó si había sido intencional. Herminio Iglesias, retratado por el histórico fotógrafo (Crédito: Silvio Fabrykant) El tiempo avanza y el teléfono suena, como si los ciclos buscaran siempre repetirse. “Dos años antes del cambio de siglo, yo estaba acá sentado y suena el teléfono. Romay me dice convencido ‘vamos a volver a hacerlo’. Yo digo: ‘Mirá, tengo los planos a dos metros y medio’”. Otra vez, la reconstrucción. El histórico teatro Nacional renació, parte por convicción, parte por nostalgia compartida. Entre escombros, planos y manchas de tinta, la Ciudad recuperó uno de sus altares laicos. La arquitectura, sin embargo, fue solo una estación de paso. La verdadera pasión lo esperaba al final de un revelado. “En un momento dado, yo siento que me gustaba la fotografía, y pensé cómo podía hacer para vivir de eso”, recordó. El desafío, entonces, se volvió descubrimiento y oficio. “Empecé a hacer fotografía publicitaria… y me puedo todavía dar el gusto de hacer desde la toma hasta todo el procesado. Yo tengo todavía aquí el laboratorio”. La imagen tiene un título que resume su esencia: "Federico Manuel Peralta Ramos, Presidente" (Crédito: Silvio Fabrykant) La fotografía política, el trabajo para revistas y productoras, son caminos que lo cruzaron con personas como Leonardo Favio, Herminio Iglesias, o incluso Federico Manuel Peralta Ramos: “Él venía acá a dormir la siesta, pedía un té, le hacía fotos. Con Favio entablamos un vínculo. Para mí, lo más excelso”. El estudio se convierte, entonces, en templo y en refugio, en espacio creativo y testigo de pequeños milagros. Su destino parecía marcado por el azar de los llamados oportunos. Y uno de esos, inesperado y decisivo, terminaría abriéndole la puerta a uno de los desafíos más importantes de su carrera. Esa vez no fue solo cuestión de trabajo, sino de amistad y confianza. “Con mi mujer -la escritora Ana María Shua- éramos muy amigos de Jorge Guinzburg, desde su etapa de creativo publicitario. Un día me llama y me dice que quiere hacer la tapa de la revista Humor con Las Primas”, recuerda, la memoria activa, el pulso intacto. Las Primas en el estudio de la calle Juncal, el inicio de la relación con Leader Music (Crédito: Silvio Fabrykant) En el estudio, las fotos se sucedieron. Y detrás de la sesión, el representante del grupo también estuvo presente. Las imágenes recorrerían un destino insospechado: cuando Las Primas editaron su disco en Leader Music, esas fotos viajaron hasta las manos de Kuky Pumar, fundador del emblemático sello discográfico. Vio el material, preguntó dónde se habían hecho esas fotos. “Un estudio ahí en la calle Juncal”, recibió como respuesta. La ironía no se esconde en el recuerdo de Fabrykant: la sofisticada calle Juncal, epicentro de uno de los barrios más exclusivos de la Ciudad, conectada de pronto con la cumbia. La primera impresión de Kuky fue letal: la unión de la calle Juncal y la cumbia no se llevarían bien. Pero finalmente se apersonó allí. “Hice una, le gustó, hice otra, le gustó y a partir de ahí ya pum, pum, pum”, resumió el fotógrafo. Esa onomatopeya se queda flotando en el aire. Es el resumen perfecto de veinte años de historia fotográfica de la cumbia en la Argentina, una época en la que ese ritmo, antes relegado, comenzó a sonar sin pudores en los canales de televisión y radios nacionales. Nombres como Ricky Maravilla, Alcides, Adrián y Los Dados Negros, Pocho La Pantera y tantos otros, encuentran en las fotos de Silvio no solo promoción, sino también memoria visual. Acides, una de las figuras más imprtantes del desembarco de lacumbia ne Buenos Aires a pricipios de los '90 (Crédito: Silvio Fabrykant) Para ese entonces, él ya tenía un recorrido diverso y prestigioso: “Hacía además de fotografía publicitaria, también fotografía de artistas de teatro y de cine. Hacía pósters de películas, muchos para Argentina Sono Films, para Carlos Mentasti. Muchas fotografías de publicidad”. La agenda se mezclaba con los nombres más importantes de la escena, retratando no sólo rostros famosos, sino también una postal de la cultura popular que cambiaría para siempre. La historia fluye como una sucesión de destellos en su memoria hasta desembocar, inevitablemente, en la fotografía icónica. Ese punto de inflexión, donde el azar y la intuición comparten autoría, tiene un nombre propio: Gilda. Lía Crucet, una de las máximas exponentes de la cumbia en el país (Crédito: Silvio Fabrykant) Muchos recuerdan el estándar de los retratos de la cumbia de la época: figuras femeninas cercanas a la estética de vedette, poses calculadas, distancia y brillo artificial. Pero Gilda era otra cosa. “¿Qué pasaba con Gilda? Yo hacía fotos en general…pero ella tenía otro perfil, no era el de casi vedette que se estilaba en esa época. Con ella era todo fácil porque se prestaba muy bien”. Era sencillez genuina, simpatía natural. La sesión se anunciaba como rutinaria, hasta previsible. O al menos eso creía el fotógrafo. No todo salió como en el estudio, donde cada elemento obedece al diseñador detrás de la lente. “Yo tengo acá en el estudio todo muy controladito. Regulo la luz, no tengo viento. Pero ese día, la producción fue en un country del Gran Buenos Aires. Todo eso fue armado por Leader Music, porque no es ese mi trabajo. Ni la ropa ni la coronita”. Los detalles los puso la discográfica; el escenario, en cambio, lo eligió Silvio. Su instinto lo llevó a recorrer el lugar, observar la caída del sol, anticipar dónde caería la luz perfecta, ese recurso capaz de envolver lo ordinario hasta volverlo inolvidable. Gilda y la imagen que trascendió el tiempo y se convirtió en emblema (Crédito: Silvio Fabrykant) “Hay muchas cosas que entran en juego incluso cuando estás en mitad del trabajo… Había un caballo, hicimos una toma con un caballo”. Todo parecía seguir el rito habitual, pero la singularidad aguardaba agazapada unos instantes más allá. Entonces, la secuencia. “Y después hicimos esta toma, donde tengo todo bien: me cae la luz acá, esto está acá, tengo la cámara en un trípode. Miro, está el encuadre, le digo que mire a la cámara, y empecé a disparar. Pero en un momento dado ella deja de mirarme y mira hacia arriba. Y ahí yo disparo nuevamente. Hice dos o tres tomas más”. La magia, si existe, se manifiesta en esos detalles: lo inesperado que interrumpe la coreografía. Después llegó el ritual del revelado. Junto a su equipo, revisa el material. Entre las imágenes, una sobresale, pero no por aquello para lo que fue planeada. “Y esa que habitualmente yo no hubiese mandado, donde no está mirando a la cámara, finalmente decidimos que vamos a mandarla. Qué sé yo, está mirando al cielo. Esa es la cuestión, por qué pasó eso, no sé”. En esa foto que no mira al objetivo, como si hubiera recibido otro llamado, irrumpe la trascendencia: lo accidental adquiere sentido. Para la contratapa del CD de Gilda se usó una de las imágenes de la cantante sobre un caballo La sinceridad del artista disipa cualquier tentativa de mito cerrado. “El único mérito que yo me atribuyo es que en ese momento disparé, que habitualmente no tenía que haber disparado. Esa es la mejor condensación de ese momento que puedo contar. Si cuento otra cosa, es porque estoy inventando, la verdad es esa. Podemos armar toda una historia si querés, pero la verdad es esa”. La imagen sagrada que surgió de un gesto casual, el tiempo suspendido sobre la mirada de una mujer hacia el cielo, el azar atrapado y compartido para siempre. En 2014, los pasillos del Centro Cultural Recoleta rebosaron ritmo y memoria visual. Silvio presentó allí Movida y Tropical (100+1 fotos de la cumbia argentina), una muestra monumental, colorida, donde cada imagen pulsaba con el latido irresistible de la música popular. Pero la historia de este retratista singular, imán de encuentros decisivos y talento renovado, no terminó en esa exposición. La travesía siguió, como si negar el paso del tiempo fuera parte de su oficio. Silvio Fabrykant y una de las escenas de su muestra Circo Incluso hoy, en la intimidad de su estudio, la vida de Fabrykant late entre nuevas fotos. Allí se encuentra, por ahora en exhibición privada, la muestra Circo, un universo aparte, en equilibrio entre fantasía y vértigo. No es casual la elección temática, ni el puente entre generaciones y disciplinas. Hace unos años se publicó el libro Fenómenos de circo de Ana María Shua. Su lectura disparó la creatividad del director Gerardo Hochman, quien en 2021 lanzó un espectáculo de circo deslumbrante, único en su especie. De esas noches, de esos cuerpos que desafían la física, Silvio extrajo una nueva colección de retratos. Cada fotografía reafirma que su poder de inmortalizar momentos permanece intacto, que el ojo inquieto y la sensibilidad para el instante exacto lo mantienen siempre lejos del verdadero retiro. Entre negativos y flashes, Fabrykant no sólo guardó el pulso de la cumbia ni la devoción a una santa popular. El circo, la música y la historia argentina caben también en su renovada galería. La obra sostiene, en cada cambio, la única certeza: el asombro nunca desaparece si se sabe mirar.

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