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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 17/10/2025 10:52
Trabajadores se movilizan con una imagen de Juan Domingo Perón el 17 de octubre de 1945 Ocho décadas de peronismo y ocho décadas de antiperonismo. El 17 de octubre, una manifestación obrera, básicamente conurbana, tomó el centro de la Capital Federal en defensa del General Juan Domingo Perón, pero sobre todo en defensa propia. Lo hizo 24 horas antes de una huelga general convocada por la Confederación General del Trabajo. Lo hizo porque Perón había sabido conectar con la época y con una agenda sindical previa, la cual reflejaba el sentir de una clase trabajadora joven, nueva y heterogénea. Esa movilización sorpresiva buscaba defender un camino por entonces apenas esbozado: mejores salarios, mejores condiciones de trabajo, mejores sindicatos, más poder popular, menos incertidumbre laboral. Una manifestación en búsqueda de más felicidad. El peronismo nació ese 17. No antes, no con la conformación del Grupo de Oficiales Unidos (GOU), ni con el gobierno militar, ni cuando lo nombran a Perón en la Secretaría de Trabajo. No después, no en las elecciones de febrero del ’46, ni el 4 de junio cuando asume como presidente de la Nación. El peronismo nació con los trabajadores haciendo historia en las calles. Dice John William Cooke: “El pasado no es simplemente evocación emotiva; el pasado está presente porque toda política actúa sobre un medio concreto, sobre un marco histórico por el cual fluyen una serie de valores culturales acumulados a través del tiempo, y asimismo las instituciones que fueron producto de ese proceso. (...) Es decir que el pasado está presente. Pero el pasado es raíz y no programa; el pasado es el reconocimiento de los pueblos consigo mismo que se hace muy agudo en las épocas revolucionarias, pero no es la vuelta al pasado, es la proyección del pasado hacia el porvenir, porque el presente envuelve el pasado y encierra también el porvenir”. El 17 de octubre es un buen caso para pensarlo desde Cooke. Pensarlo desde el presente, de cara a lo que está por venir. Es por eso que se hace necesario poner luz sobre cinco cuestiones específicas vinculadas a esta efeméride, al nacimiento del peronismo, porque son raíz y bien pueden ser programa: La movilización: ese 17 de octubre decenas de miles de trabajadores hasta entonces no representados, políticamente “en disponibilidad”, se manifestaron en defensa de un líder, por un puñado de ideas y con una utopía: vivir mejor. Luego, esa movilización siguió en la campaña, en el nuevo Partido Laborista fundado a fines de octubre del ’45, en la sorpresiva elección presidencial, en la conflictividad de los primeros años de gobierno peronista, con picos huelguísticos en todo el país —en tres años, 300 huelgas con casi un millón de huelguistas—, empujando una victoria social hija de una victoria en las urnas, en las fábricas y en las manifestaciones callejeras. Un movimiento obrero movilizado, sindicalizando como nunca antes a jóvenes trabajadores recién llegados. Movilizarse, poner el cuerpo, hacer. Como bien decía René Zavaleta Mercado, seguramente el intelectual boliviano más importante del siglo XX: “ El verdadero programa de las masas es lo que ellas hacen”. La organización: el peronismo trajo consigo una inédita masificación de las organizaciones sindicales, una multiplicación radical en la cantidad de sus miembros. En los sindicatos industriales, de transporte y servicios, tomados en conjunto, la afiliación pasó de algo más de 500.000 en 1945 a cerca de 2.000.000 cinco años después. Se masificó una novedosa forma sindical para un nuevo tipo de capitalismo argentino, conducida por jóvenes trabajadores. Modernización completa: sindicatos industriales; sindicatos únicos por rama; organizaciones nacionales; con la relación capital-trabajo reglamentada en exhaustivos convenios colectivos; nuevos servicios sociales; y con poderosas comisiones internas. Una agenda sindical previa que se materializó con movilización y organización, hija de planteos de comunistas y socialistas, en línea con lo que ocurría en los países centrales de occidente, diseñada en tiempos de resistencia, construida desde la victoria del ’45. La unidad: la CGT se fundó en 1930. Desde entonces convivió con centrales anarquistas y comunistas, y con recurrentes fracturas internas. La unidad monolítica en una única y poderosa central se construyó en esta coyuntura, de la mano de una conducción que tenía historia y renovación. La CGT tuvo siete secretarios generales en la década peronista. Los primeros: Alcides Montiel, cervecero de la Quilmes; Silverio Pontieri, ferroviario; y Luis Gay, telefónico. Los tres rondaban los cuarenta años cuando asumieron la responsabilidad del cargo. Los siguieron Aurelio Hernandez, cuadro sindical de largos años en el movimiento obrero, y José Espejo, quien asumió con 36 años y quien estuvo más tiempo en el cargo. Cerraron el periodo Eduardo Vuletich, de farmacias, y Hugo Di Pietro, de ATE, quien tuvo el desafío de enfrentar el golpe de 1955. Esta CGT poderosa y en crecimiento, con cinco millones de afiliados, con influencia política y sindical, que representaba a toda la clase trabajadora, fue responsable central de homogeneizar la divergencia. Unió lo diferente con un propósito: construir poder popular. El poder: el gobierno de Perón empujó una agenda de modernización de las relaciones laborales. Lo hizo a partir de un Estado omnipresente, con decisión política y construcción de capacidades estatales. Sin embargo, eso sólo no explica la democratización del bienestar que se alcanzó en esa década. Fue necesario pero no suficiente. El poder plebeyo del pueblo argentino movilizado, organizado y en unidad fue un factor determinante, tanto a nivel simbólico como a nivel producción. Daniel James lo definió a la perfección: como un “ espíritu de irreverencia y blasfemia [...] una suerte de ‘antiteatro’, basado en el ridículo y el insulto, contra la autoridad simbólica y las pretensiones de la élite argentina ”. En las fábricas, el sindicato, las comisiones internas y los delegados trastocaron todo, generaron una ruptura de jerarquías nunca vista antes. El planteo político principal de la burguesía argentina no era económico, no era de tasa de ganancias, era de control, de disciplina, en definitiva de poder. La política: este proceso, este empuje popular, claramente ocurrió con una conducción definida. Perón condujo, marcó los tiempos y los límites, fijó rumbos. Rápidamente, llamó a disolver el Partido Laborista y a unificar el espacio político en un único partido con un norte claro: fortalecer la Nación con los trabajadores como principales protagonistas y beneficiarios. En paralelo había ministros, senadores y diputados obreros. Todo esto implicó tensiones y contradicciones; las lógicas entre un peronismo joven y una dirigencia sindical en la que la prescindencia política era una de las herencias más fuertes. Por eso los conflictos entre capital y trabajo tuvieron dinámica propia a pesar de los llamados oficiales; por eso cuando en 1952 tocó ajustar el bolsillo (un bolsillo ineditamente gordo) el movimiento obrero acompañó. Perón conectó con un momento. Abrazó una agenda preexistente, la materializó y radicalizó, se conectó con la vieja forma sindical para transformarla en algo nuevo; junto con el sindicalismo representó al todo. Mariano Tedesco, uno de los jóvenes que fundaron la Asociación Obrera Textil y su primer secretario general, resumió muy bien lo que hemos planteado acá, en un discurso dado el 11 de octubre de 1946: Amigos: Somos hijos de nosotros mismos. Somos hijos de nuestro propio dolor y de nuestras propias esperanzas. Los peronistas no somos obra de ningún partido y de ningún político. […] Ahora les salen muchos dueños del 17 de octubre, pero la verdad es una sola, la verdad, es que en aquella jornada no hubo más dirigente que la lealtad popular que no traiciona nunca a quien no la engaña, y que estuvo con Perón porque Perón nunca había engañado a su pueblo. El 17 como raíz. Y también como programa.
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