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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 17/10/2025 06:43
Desde mi oficio de periodista, Beatriz Sarlo nunca fue para mí un personaje o una autora más a quien debía entrevistar: sentarme a conversar con ella para luego transcribir esa charla y hacerla pública fue siempre una situación anómala, que discurría entre el hábito y la tensión. Esa persona a quien a lo largo de los años entrevisté decenas de veces había sido antes mi profesora más querida en la universidad, aquella que había marcado con sus propias elecciones teóricas y estéticas mi destino lector. Beatriz había sido mi maestra y no dejaba de serlo nunca, tampoco durante las entrevistas. Como dijo Sarlo Por Varios autores eBook Gratis Descargar Ella sabía, claro, que mi intención nunca iba a ser dañarla, avergonzarla o exponerla. Sin embargo, al estar a cargo de las preguntas, podía incomodarla igual, incluso sin intención. Y eso pasó algunas veces. No necesitaba decirme “estoy molesta” o “no quiero hablar de este tema”; alcanzaba con ver sus gestos, con prestar atención al modo en que respondía. Cuanto más incómoda estaba, más altiva se volvía y, también, más exhibicionista de su conocimiento. Actuaba como un puercoespín: su respuesta a la incomodidad o a cualquier cosa que pudiera mostrarla vulnerable era la multiplicación de su arrogancia. No recuerdo haberla visto o escuchado dubitativa y mucho menos vulnerable en sus respuestas. Eso no era para ella, siempre lista para el retruco. Sarlo tenía una extraordinaria capacidad para la argumentación, cultivada por décadas de debates y discusiones, privados y públicos. Sabía mucho y, lo que sabía, conseguía siempre exponerlo con claridad y excelencia. Lo más alucinante es que, de lo que no sabía, también: acabo de decirlo, era una gran jugadora de truco. Podía disimular su desconocimiento o ignorancia a partir de su destreza retórica, de manera que, cuando se sentía atrapada por un déficit de conocimiento que podía mostrarla en falta, lograba llevar la conversación hacia orillas más amigables con su saber. En eso de acomodar las fichas para instalar los temas era imbatible. Como dijo Sarlo: un libro de entrevistas a la intelectual. La entrevisté con cámara y sin cámara, con público y sin público. La entrevisté en un camioncito especial de la radio pública instalado en la Feria del Libro, por zoom en pandemia y también en salas colmadas de fans de su obra y de su estilo porque, sí, Beatriz Sarlo tenía un estilo que podía resultar fascinante. Había algo de su cancherismo elegante que era magnético porque nunca perdía el buen habla ni la calidad de las imágenes y los ejemplos o la sintaxis perfecta de sus respuestas. Esto sucedía sobre todo cuando sentía que le había tomado el pulso a la charla pero se la veía mucho más fría y alerta cuando sospechaba que la cosa podía escurrirse de sus manos. Recuerdo puntualmente una entrevista que está en Como dijo Sarlo, en la que hablamos de los derechos de las mujeres y de feminismo y Beatriz respondía todo el tiempo a la defensiva, orientando la charla hacia el registro de las ciencias sociales; marcando sus coincidencias con los reclamos feministas pero, al mismo tiempo, haciendo todo lo posible por mostrarse, de alguna manera, excepcional: ella nunca había perdido un trabajo por ser mujer, tampoco le habían pagado menos, no se habían abusado de ella de ninguna manera, eso decía. No se sentía cómoda llamándose “feminista” porque no había militado el feminismo, decía también. Hoy le responderíamos que, en todo caso, fue una feminista sin marco teórico. Beatriz Sarlo conversa con Hinde Pomeraniec en la Feria del Libro, en 2019. Le gustaba destacarse, correrse de las marcas; disfrutaba el lugar de francotiradora. Beatriz necesitaba alejarse de cualquier asomo de victimización y se esforzaba por exhibir una suerte de condición excepcional que la había salvado, suponía, por haber nacido en el seno de una familia de maestras y porque luego había estudiado Filosofía y Letras. Todo eso la había alejado de los riesgos del machismo abusivo. En el transcurso de la charla, sin que ella fuera consciente y mientras buscaba acomodar la conversación para hablar de lo que realmente le interesaba, se iban filtrando “cositas” que la ubicaban de este lado de la foto: como a todas las mujeres, también a ella todo le había costado más; teniendo los créditos para lograr buenos puestos, la obligaban a arrancar por debajo de sus capacidades laborales; como todas, había tenido que escuchar comentarios inapropiados en sus lugares de trabajo y también, como a todas, la habían manoseado en el subte, aún “vestida con un Burberry que llegaba hasta la punta de las botitas”. Independientemente del tema, cualquier conversación con Beatriz era siempre un espacio en el que surgían ideas, historias y citas inesperadas. Para alguien que, como yo, con poco más de veinte años ya asistía a sus grupos privados en el final de la dictadura y, poco después, cursaba con ella Literatura Argentina contemporánea en la carrera de Letras de la UBA, resultó magnético ver el modo en que su participación creció en el debate público. En las últimas décadas de su vida, esa deriva hizo posible que sus opiniones fueran influyentes para grandes audiencias y no sólo para quienes cursaban en sus cátedras. Una joven Beatriz Sarlo. Sarlo se tomó en serio eso de ser la intelectual de la república; sus temas de interés se ampliaron fabulosamente igual que las temáticas de sus libros: todo comenzó con sus columnas en medios masivos en las que, además de abordar asuntos coyunturales de la política, se permitió frivolizar sus elecciones y escribir y opinar también sobre cirugías estéticas de quinceañeras, shoppings y los efectos de las redes sociales. Alguna vez, en una de las entrevistas (que también está en este libro) me confesó que “preferiría volver a escribir más sobre literatura y menos sobre política”. Me atrevo a decir que le pasaba algo parecido a la hora de las entrevistas: estaba más cómoda, se sentía más segura hablando sobre literatura o sobre la periferia social de la literatura que sobre la política y sus avenidas (para seguir con las metáforas cartográficas). Hablar sobre temas de distintas esferas que afectan a todos puede haberle resultado un desafío magnético en un comienzo, pero también la obligó a dedicarle su tiempo y energía a cuestiones cuya electricidad duraba segundos. Escenas y temas chiquitos si se los pensaba a largo plazo, como siempre había elegido pensar ella. Se me ocurre que, en los últimos años de su vida, la obligación de opinar sobre cada cosa y cumplir con el delivery de expresiones y posicionamientos que demanda la época le restó espesor a la celebrada profundidad de su pensamiento, aunque no tengo dudas de que sus aportes enriquecieron y apuntalaron la conversación pública. ¿Valió la pena su éxodo del coto académico para entregarse a otros escenarios con audiencias masivas y populares? Sí, valió la pena. Finalmente, ese tipo de intervención política, esa forma de incidencia social y democrática, eran propias de un modelo de intelectual que Sarlo siempre admiró y que claramente había aspirado a reproducir. A lo mejor ese trabajo dejó sus frutos y fueron muchos y muchas los que, después de leerla o escucharla en los medios masivos, terminaron llamándola “maestra”.
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