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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 16/10/2025 09:27
Nacido en Estocolmo (Suecia) en 1833 y fallecido en 1896, Alfred Nobel fue un ingeniero químico, escritor y empresario. Dueño de una empresa de hierro y acero, fabricante de armamentos a gran escala, y famoso, entre otras cosas, por haber inventado y patentado la dinamita. Pese a los indudables beneficios del producto, sobre todo en construcciones de represas, parece que Nobel quedó impresionado por los también inevitables estragos que ocasionaba su invención. Además obviamente, de los productos de sus fábricas, copiosamente utilizado en guerras varias (y eso que murió antes y no llegó a ver la Primera Guerra Mundial) Como sea, y, según se dijera, con cargo de conciencia, creó una Fundación que lleva su nombre a la que legó buena parte de su fortuna e instituyó por testamento un premio que debía otorgarse “a la persona o institución que haya trabajado más o mejor a favor de la fraternidad de las Naciones, abolición de ejércitos alzados o celebración de acuerdos de paz”. Los eventuales beneficiarios son elegidos, cada año, por una comisión del Parlamento de Noruega. A través del tiempo de vigencia del premio ,-a veces interrumpido en tiempos de las guerras mundiales, o declarado “desierto”, cuando nadie pareció tener méritos suficientes- las nominaciones a veces han sido recibidas con general beneplácito. Y otras, generando rechazos , controversias y rispideces, acerca del criterio de selección. Pero, sea como fuere, lo cierto es que nadie niega con seriedad, la importancia de la distinción y el galardón honorable y empoderamiento, moral y material que significa para la persona u organización premiada. Un profesor del secundario nos despertó a muchos el interés sobre el tema. Así, conocimos que en la década de los años treinta el Nóbel de la Paz fue concedido al entonces canciller argentino, Saavedra Lamas, por su intervención en el acuerdo de paz que puso fin a la Guerra del Chaco, entre Bolivia y Paraguay. Algún tiempo antes, en 1935 se le otorgó similar distinción, a un ciudadano alemán, periodista y escritor pacifista, a quien, por supuesto, Adolfo Hitler, no le permitió ir a recibir la medalla y el importe del premio, y lo encerró en un campo de concentración donde murió en 1938. De yapa, el Führer prohibió, bajo severas penas, que cualquier ciudadano alemán aceptara ser nominado. Más adelante, apelando a la memoria, recuerdo, entre otros, el Nobel de la Paz a Martín Luther King; a la Madre Teresa de Calcuta; al monje tibetano conocido por Dalai Lama. En 1975 se le concedió el premio al disidente soviético, el físico Andrei Sajarov, quien, tampoco pudo viajar a recibirlo, y fue pasible de diversas represiones en la entonces URSS. En 1980 muchos fuimos sorprendidos al enterarnos que el designado ese año para recibir igual distinción era un argentino, para muchos desconocido, Adolfo Pérez Esquivel de quien solamente se mencionaba que había permanecido detenido por parte del gobierno militar, entre 1977 y 1978. Tuve oportunidad de conocerlo personalmente, y aún dialogar con él, porque, invitado por una filial local de APDH, y, con las restricciones propias de la Dictadura, visitó Concordia en 1981. Más allá del indudable mérito de sus luchas, resultaban, por lo menos extrañas algunas definiciones del galardonado: por ejemplo proclamarse “pacifista” y “enemigo de métodos violentos” y a la vez ensalzar la figura del Che Guevara, o manifestarse partidario de la “Teología de la Liberación”, a la vez que proponer como “ideal” de sociedad los “grupos cristianos” que “vivían en comunidad” (modelo quizá bueno en escala limitada, pero impracticable en un escenario nacional) Ya en Democracia, recordamos su insólita negativa a integrar la CONADEP, creada por Alfonsín, que, como sabemos, realizó un formidable trabajo de investigación y esclarecimiento sobre la tragedia de los desaparecidos, tarea no superada hasta hoy. Referente de la paz y los Derechos Humanos, Pérez Esquivel consideraba “presos políticos” al grupo armado delirante que, en pleno gobierno democrático, enero de 1989, atacó el cuartel de La Tablada y asesinó a mansalva soldados y policías. Siendo presidente De la Rúa, lo instaba a “tener coraje” y “ponerlos en libertad” (¿). Ahora lo vemos unirse al coro de bien pensantes, políticamente correctos, supuestamente de “izquierda” que levantan su voz en contra del otorgamiento del Nobel a María Corina Machado. Vuelve a ponerse sobre el tapete el tema del “criterio selectivo”. Incluso el premier cubano Díaz Canel, especialista en politizar hasta la sopa, afecta asombrarse que el Nobel “se politice”. Más allá de errores en la nominación, convengamos que los parlamentos escandinavos expresan las democracias más sólidas, equilibradas y asentadas del planeta, lo que les otorga innegable autoridad. Por supuesto que cada elección, más allá de la persona a que se otorga, traduce un mensaje: así, cuando se premia a un dirigente conservador argentino como Saavedra Lamas pone en el tapete la locura de una guerra absurda entre dos pueblos hermanos de Sudamérica; cuando se distingue a un casi ignoto prisionero de los campos hitlerianos, se lanza una advertencia al mundo (que infelizmente, no la atendió) sobre el tremendo peligro a la paz y a la dignidad humana que significaba el régimen de la Alemania nazi; al homenajear a la Madre Teresa de Calcuta, se nos alertaba sobre el crónico tema del hambre y las carencias sociales; los derechos civiles y la igualdad racial eran el punto álgido, en el caso de Luther King; la tolerancia religiosa en el del Dalai Lama. Cuando se nominó a Andrei Sajarov se trataba de una señal acerca del anquilosamiento del régimen opresivo del llamado “ socialismo real” autoritario y burocrático,. que no tardaría en colapsar, con la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética. Al premiar a Adolfo Pérez Esquivel, al margen de la mediocridad o intrascendencia del personaje, el acierto fue la denuncia que cambiaba, ante la opinión internacional, la imagen alegre de la Argentina del Mundial 78, y revelaba el verdadero rostro de una régimen cívico militar que violaba los Derechos Humanos. ¿Y en el caso reciente de María Corina Machado? Pongamos a un lado la discusión acerca de la persona. Aquí lo que interesa es Venezuela, un régimen corrupto, frauduleto, desconocedor de la soberanía popular, con creciente violación de libertades y derechos, asentado en la fuerza de las armas y con peligrosas vinculaciones con la droga y el narcotráfico. Sobre todo, un país con larga tradición democrática, modelo en Sudamérica, que ha perdido o se ha distorsionado a través de un proceso seudo revolucionario y que urge recuperar. Ese es el sentido positivo y justificativo del Premio, recibido con beneplácito por todos quienes repudiamos las dictaduras, vengan de donde vengan, porque, al decir de Lisandro de la Torre “nos hacen el efecto de un ultraje”. (Al margen: como es sabido, el gobierno de Nicolás Maduro se asienta en el más escandaloso fraude perpetrado en las últimas elecciones y probado hasta el hartazgo. Llama la atención que un legislador de Entre Ríos, autoproclamado “Radical” ,¡ nada menos que el Partido que nació levantando la bandera del sufragio libre!, aplauda dicho régimen. ¿si viviera en tiempos de la “Década Infame”, defendería el “fraude patriótico? Pero, de todo hay en la viña del Señor). (*) Ex vocal del Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos y ex diputado nacional.
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