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  • La asesina en serie que mataba en un ritual para “proteger” a su hijo soldado y hacía masas secas con los restos de sus víctimas

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 15/10/2025 04:43

    La vida de Leonarda estuvo marcada por maldiciones, violencia familiar y supersticiones que influyeron en sus crímenes Que una madre debe hacer cualquier cosa por sus hijos es una máxima que Leonarda Cianciulli llevó hasta sus últimas consecuencias, tanto que para cumplir con ella se convirtió en la asesina en serie más famosa de Italia. Cuando murió el 15 de octubre de 1970, a los 77 años, en el manicomio de mujeres de Pozzuoli, llevaba 24 encerrada, pero sus crímenes estaban lejos de ser olvidados. Por el contrario, los objetos que utilizó para perpetrarlos ya ocupaban –y todavía tienen- un lugar privilegiado en el Museo Criminológico de Roma. Es que los asesinatos de “la jabonera de Correggio”, como se la llamó, fueron tan singulares como siniestros: por su motivación, por sus métodos y por la manera en que se deshizo de los cuerpos de las víctimas. Los cometió por superstición, en rituales destinados a proteger al hijo soldado que combatía en el frente de batalla durante la Segunda Guerra Mundial; los llevó a cabo con engaños a personas que confiaban en ella, y utilizó los cadáveres para hacer jabones que luego vendía y exquisitas masas crocantes que hizo comer a su propia familia, a sus amigas e incluso a algunos allegados de las personas que había matado. Pero más allá de los detalles, como trasfondo estaba la maternidad, que era cosa seria para Leonarda porque le había costado lograrla: cuando nació Giuseppe, el mayor de los cuatro que llegaron a crecer, llevaba siete embarazos perdidos y diez hijos muertos en los primeros días de vida. El chico era la luz de sus ojos y lo crio embargada de un miedo constante a perderlo, a que algo o alguien se lo arrebatara. Por eso, cuando en 1939 su vástago fue obligado a alistarse en el ejército para pelear en la guerra decidió hacer lo imposible por blindarlo contra las balas enemigas y lo hizo con los únicos recursos que conocía, los de las supersticiones que habían marcado desde siempre su vida. Leonarda se convenció de que solo los sacrificios humanos podrían evitar la muerte de Giuseppe. Elaboró entonces un plan macabro para cometer asesinatos rituales sin saber que con ellos también haría realidad la predicción que le había hecho una gitana que le leyó las líneas de las manos: “En tu mano derecha veo prisión, en tu izquierda un manicomio”. La policía descubrió los crímenes tras la denuncia de una familiar de una de las víctimas y halló pruebas en la casa de Leonarda Maldiciones y presagios La vida de Leonarda Cianciulli estuvo marcada por maldiciones, malos presagios y golpes desde que llegó al mundo en Montella el 14 de noviembre de 1893. Fue producto de una violación y quizás por eso su madre, Emilia, la maltrató desde el primer día. No soportaba tenerla cerca porque la consideraba la causa por la que sus padres la habían obligado a casarse con su violador. No la amamantó y cuando lloraba el único alimento que le brindaba eran los golpes. Así Leonarda creció desnutrida y constantemente enferma, con marcas en el cuerpo y ni un gesto de amor. Cuando llegó a la adolescencia, sus pequeñas rebeliones multiplicaron la intensidad de los castigos. Emilia ya no le pegaba con sus manos sino que la apaleaba. Atrapada en una casa cargada de violencia, Leonarda intentó suicidarse dos veces como única ruta de escape. Por eso, cuando en 1914 conoció al empleado de correos Raffaele Pansardi no dudó por un instante en casarse con él. No vio al hombre como un príncipe azul sino como un pasaporte para salir del infierno. Para poder casarse debió enfrentar a Emilia, que ya había concertado su matrimonio con un primo. Al final, Leonarda obtuvo su propia voluntad sin la bendición de Emilia que, al contrario, llenó a la pareja de maldiciones y le predijo todo tipo de desgracias. Las maldiciones de Emilia comenzaron a cumplirse pronto: Leonarda no tardó en descubrir que Raffaele era un alcohólico perdido y que, además de trabajar en el correo, aumentaba sus ingresos con estafas, una actividad que le valió una condena de tres años de cárcel. Al salir en libertad, la pareja se mudó a Potenza donde otra desgracia le cayó literalmente encima: un terremoto les destruyó la casa y todo lo que había dentro de ella. Leonarda y Raffaele se salvaron de milagro, pero debieron dejar la ciudad con una mano adelante y otra atrás. Se mudaron a Correggio, el lugar donde Leonarda cometería todos sus crímenes. Mientras tanto, de manera mucho más sorda, otra desgracia perseguía a Leonarda: quedaba embarazada, pero la ilusión de ser madre se le hacía pedazos una y otra vez por abortos espontáneos o por muertes prematuras de los bebés. Leonarda comenzó a estudiar ciencias ocultas y a practicar rituales para superar la maldición que le impedía ser madre. Lo logró con Giuseppe, el primero de los niños que sobrevivió. Como Raffaele aportaba poco y nada para mantener a la familia, Leonarda abrió una pequeña tienda donde vendía ropa de segunda mano, jabones y hasta tiraba las cartas. El nacimiento del hijo le cambió el carácter: si hasta entonces había sido una mujer amargada y retraída, se volvió en una vecina amable y respetada en el barrio. Por las tardes sus amigas iban a la tienda a tomar el té y comer las deliciosas masas secas que Leonarda preparaba con sus propias manos. Leonarda Cianciulli, conocida como la "jabonera de Correggio", cometió asesinatos rituales para proteger a su hijo durante la Segunda Guerra Mundial El ritual de la asesina Por primera vez, la vida de Leonarda tenía un sentido: cuidar a su hijo. Era una tarea que, además de alegría, le provocaba constantes angustias porque temía perderlo. Después de que Giuseppe llegó al mundo tuvo tres hijos más, pero el mayor seguía siendo su preferido, era el que le había permitido vencer a la maldición. Por eso, cuando en 1939 Italia entró en la Segunda Guerra Mundial y el chico fue convocado a las filas, Leonarda enloqueció. Sintió que debía protegerlo y, desesperada, buscó la manera de hacerlo en las únicas herramientas que tenía: tiró una y otra vez las cartas de Tarot para conocer los peligros que corría y buscó en libros de ciencias ocultas rituales para alejarlo de todo mal. Con ese cóctel de ingredientes oscuros en la cabeza, Leonarda se convenció de que la única manera de salvar a Giuseppe era con sacrificios humanos: ofrendar otras muertes para evitar la de su hijo. Y elaboró un plan, en el que las clientas de su tienda le servirían como chivos expiatorios. El ritual sacrificial que armó en su mente tenía varios pasos: invitaba a la clienta con una copa de vino mezclado con un somnífero y cuando la mujer se dormía la mataba a hachazos en la trastienda; después descuartizaba el cuerpo y reducía las partes con soda caústica en un gran caldero. Con la mezcla resultante hacía jabones o la mezclaba con harina y otros ingredientes para elaborar masas secas que vendía en la tienda o servía a la hora del té. La primera víctima fue Faustina Setti, una joven que sucumbió a sus engaños el 17 diciembre de 1939 cuando visitó la tienda para que Leonarda le tirara las cartas porque quería saber si conseguiría marido y terminó descuartizada dentro del caldero con soda cáustica. Esa vez, Leonarda solo hizo jabón y desechó los otros restos en una fosa séptica. En el barrio nadie se percató de la repentina ausencia de Faustina porque la joven vivía sola y solía viajar muy a menudo. El siguiente año, Francesca Soavi y Virginia Cacioppo se convirtieron en las siguientes víctimas de Leonarda. Francesca fue engañada con la promesa de un trabajo, mientras que Virginia, una ex soprano, fue seducida con la oferta de un nuevo contrato de canto. Con los restos de las dos, la tendera hizo jabón y también preparó masas para vender en el negocio. Como en el caso de Faustina, nadie notó la ausencia de Francesca. En cambio, la cuñada de Virginia, preocupada por su desaparición, hizo una denuncia y le informó a la policía que le había dicho que visitaría a Leonarda. Cuando los agentes fueron a la tienda y la revisaron, encontraron la ropa y las joyas de Virginia, objetos que después identificaron como pertenecientes a las otras dos víctimas y todos los “instrumentos” utilizados por Leonarda para perpetrar los asesinatos: tres hachas, dos cuchillos y el caldero donde sumergía los cuerpos descuartizados. Los objetos utilizados por Leonarda en sus crímenes se exhiben en el Museo Criminológico de Roma como testimonio de su historia La confesión de la jabonera Leonarda Cianciulli no tuvo reparos en confesar los tres crímenes y explicó en detalle las razones que la había llevado a cometerlos: hacer rituales para proteger a su hijo. En el juicio, realizado en 1946, reconstruyó paso por paso el proceso. “Eché los trozos en una olla, agregué siete kilos de soda cáustica (que había comprado para hacer jabón) y agité la mezcla hasta que las piezas se disolvieron en una papilla espesa, oscura, que vertí en varios recipientes y luego arrojé a una fosa séptica. En cuando a la sangre de la palangana, esperé a que se coagulara, la sequé en el horno, la molí y mezclé con harina, azúcar, chocolate, leche y huevos, así como un poco de margarina, amasando todos los ingredientes juntos. Hice un montón de pastas crujientes para el té y los serví a las damas que me vinieron a visitar, aunque Giuseppe y yo también los comimos”, contó sobre la suerte corrida por su primera víctima, Faustina Setti. Al relatar el crimen de Virginia Cacioppo se dio incluso el lujo de hacer un comentario gourmet: “Ella terminó en una olla, al igual que las otras dos… su carne era grasa y blanda, cuando se había derretido le agregué una botella de colonia, y después de mucho tiempo en ebullición fui capaz de hacer algunos jabones cremosos bastante aceptables. Le di barras a mis vecinos y conocidos. Las galletas fueron las mejores: era una mujer muy dulce”, dijo. En el tribunal, Leonarda también mantuvo un entredicho con un perito forense. Se enojó cuando el hombre, un médico judicial, dijo que mentía, que era imposible deshacerse de un cadáver de la manera que ella había descripto. Al escucharlo, Leonarda se levantó y le gritó indignada: “¡Que alguien en este tribunal me dé un cadáver, de cualquier edad y lo demuestro!”. El juicio duró pocos días y el tribunal condenó a Leonarda a treinta años de cárcel y a tres en un hospital psiquiátrico. Sin embargo, “la jabonera de Correggio” fue enviada directamente al manicomio de mujeres de Pozzuoli, donde permaneció los siguientes 24 años hasta su muerte a causa de una hemorragia cerebral. Se cumplió así la predicción de la gitana que le había anunciado un futuro en la cárcel o en el manicomio. Murió convencida de que su hijo Giuseppe había sobrevivido a la guerra gracias a los sacrificios humanos perpetrados por ella para protegerlo.

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