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  • Manuel Muñiz: “Argentina puede tener un rol académico relevante como ventana hacia el sur global”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 15/10/2025 04:35

    Manuel Muñiz es rector de IE University, doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad de Oxford y exviceministro de Asuntos Exteriores de España. (Fotos: Maximiliano Luna) ¿Argentina podría hacer de su sistema universitario una fuente de “soft power” en América Latina o incluso en el “sur global”? ¿Qué deben enseñar las universidades en tiempos de IA generativa y cambios acelerados en el mercado laboral? Manuel Muñiz, doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad de Oxford y exviceministro de Asuntos Exteriores de España (en el período 2020-2021), conversó con Infobae sobre estos temas. Muñiz es rector de IE University, una institución educativa española que nació como escuela de negocios y se convirtió en una universidad con más de 10.000 estudiantes y sedes en Madrid, Segovia y Nueva York. Una de las características distintivas de esta casa de estudios es su alto nivel de internacionalización: el 90% de los alumnos son extranjeros. Como especialista en geopolítica, este miércoles 15 de octubre Muñiz será uno de los primeros oradores en el 61° Coloquio IDEA, que se realiza hasta el viernes en el Hotel Sheraton de Mar del Plata. Allí disertará sobre “El orden global en escena”; la moderación estará a cargo de Daniela Blanco, directora editorial de Infobae. –Varios analistas señalan una crisis de la globalización. ¿Esto está impactando en un retroceso en la movilidad internacional de estudiantes universitarios? ¿Van a cambiar los principales destinos de esos flujos? –Creo que hoy estamos viviendo una fractura del orden internacional, y eso se nota en varios planos. En el ámbito económico, por ejemplo, venimos de unas tres décadas de globalización acelerada y de construcción de interdependencias entre economías, con tratados de libre comercio e infraestructura compartida. Ese ciclo dio paso a un entorno mucho más fragmentado, con nuevas barreras comerciales y regulatorias. También lo vemos en la política y la diplomacia: un mundo más volátil, incierto y definido por zonas de influencia. La educación superior no es ajena a este contexto. Hay señales claras de una fractura en la movilidad de talento –no solo de estudiantes, sino también de docentes e investigadores–, con restricciones crecientes en muchos países. En Estados Unidos, la administración Trump impuso limitaciones a la llegada de estudiantes internacionales, y hoy incluso se debate establecer un tope al porcentaje de extranjeros en universidades que reciben fondos federales. Canadá, Holanda, el Reino Unido y Australia también aplicaron medidas que restringen la internacionalización, ya sea limitando cursos en inglés o reduciendo visas de acompañantes. Sin embargo, estas políticas son contradictorias con lo que expresan los jóvenes y los empleadores. La mayoría de los estudiantes aspira a una formación con experiencias internacionales, a conocer otras culturas y ampliar sus oportunidades profesionales. Y las empresas, en su mayoría, valoran precisamente esos perfiles con idiomas, estadías en el extranjero y una mirada global. Por eso, estoy convencido de que las universidades cumplimos mejor nuestra misión ofreciendo esas experiencias internacionales. –La mayoría de los rankings que comparan universidades valoran mucho el nivel de internacionalización, tanto de estudiantes como de profesores. ¿Qué le aporta eso a la experiencia educativa? –La internacionalización aporta valor en muchos niveles. En primer lugar, dentro del aula. Sabemos que la diversidad y la pluralidad del alumnado enriquecen el intercambio de ideas y la calidad del aprendizaje. Aunque el mundo se esté fragmentando, sigue siendo profundamente interdependiente, y es fundamental que los estudiantes estén expuestos a distintas culturas y formas de entender la realidad. En casi todas las profesiones actuales hay una dimensión internacional, un contacto permanente con el exterior. El liderazgo del siglo XXI requiere un anclaje local, una comprensión de tu entorno más cercano, pero también una mente global. Hay que poder moverse en ambos planos. Por eso creemos que las aulas son mejores cuando reúnen una pluralidad de voces y experiencias. Lo mismo ocurre con la investigación. El talento se distribuye de manera aleatoria en el mundo, así que es vital reunir saberes y perspectivas diversas en los equipos de trabajo. Si uno mira los lugares más innovadores del planeta, donde se generan más patentes y más transferencia de conocimiento al mercado, se encuentra con sociedades abiertas, capaces de atraer y retener talento de todas partes. En definitiva, la universidad cumple mejor sus tres misiones –formar, generar conocimiento y transferirlo– cuando se mantiene abierta a distintas perspectivas y saberes. Puede que eso implique remar a contracorriente de ciertas tendencias, pero está en la esencia de lo que una universidad debe ser. Muñiz resalta el valor de la internacionalización de la universidad, para que los estudiantes estén expuestos a distintas culturas y formas de entender el mundo. (Maximiliano Luna) –¿Las universidades de América Latina deberían tomarse más en serio el desafío de la internacionalización? ¿Argentina podría posicionarse en este sentido como una referencia a nivel regional? –Creo que sí. América Latina –y especialmente el Cono Sur– tiene una oportunidad clara para fortalecer la internacionalización. La región es hoy muy estratégica desde el punto de vista geopolítico: interesa a Estados Unidos, a Europa y también a China, y está atravesada por dinámicas muy interesantes. Argentina, en particular, tiene una posición privilegiada. Es un país seguro, con un ecosistema sólido de universidades públicas y privadas, capaz de generar alianzas, colaboraciones y proyectos conjuntos que permitan entender mejor la región. Incluso iría más allá: Argentina puede convertirse en una ventana hacia el sur global, un concepto emergente que abarca buena parte del mundo y que empieza a tener un papel central en las relaciones internacionales. Hoy ya no todo se define entre el norte y el norte; cada vez más cuestiones se juegan entre el sur y el sur, o entre el norte y el sur. En ese contexto, Argentina puede tener un rol académico relevante: generar conocimiento, construir comunidades, convocar talento y ofrecer una mirada desde el sur global. Además, cuenta con la ventaja del idioma: el español es una lengua muy extendida, que permite producir conocimiento y docencia con alcance internacional. Si yo estuviera aquí, ese sería el camino que impulsaría: aprovechar el capital académico existente, combinar las dos lenguas y proyectar al país como un polo de conocimiento y diálogo global. –¿Tener más clases y más investigación en inglés es un requisito clave para ese proceso? –Incorporar más el inglés en la investigación y la docencia sería fundamental. En nuestro caso fue una herramienta decisiva para la internacionalización. Aunque el español es una lengua global, el inglés lo es también y nos permite llegar a regiones donde el español no tiene tanta presencia. Gracias a eso hoy en IE tenemos estudiantes canadienses, estadounidenses, indios, indonesios, de muchos países que probablemente no habrían venido a nuestras aulas si solo enseñáramos en español. En ese sentido, somos una gran exportación académica: de unos once mil alumnos, cerca de diez mil vienen de otros países. Es una forma concreta de atracción de talento y también de proyección internacional. Además, aunque muchos estudian en inglés, les pedimos que aprendan español. No es un requisito para ingresar, pero sí para graduarse. De esa manera, pueden sumergirse en la cultura española e hispana, convivir en un entorno cosmopolita y aprender el idioma mientras estudian. Esa experiencia genera vínculos duraderos: es una fábrica de afinidad y de soft power. –En Argentina, pero también en Europa y EE.UU., las universidades atraviesan problemas de financiamiento. ¿Qué solución imagina para enfrentar este desafío? –El problema de fondo no es solo la sostenibilidad de las universidades públicas, sino la sostenibilidad del propio Estado de bienestar. Hoy los sistemas públicos están tensionados en todo el mundo. La economía digital ha modificado la distribución de la riqueza: la renta del capital crece, mientras que la del trabajo se estanca o disminuye. Según datos de la Organización Mundial del Trabajo, a nivel global la participación de los salarios en la renta nacional cayó en promedio 10 puntos porcentuales en los últimos 15 años. Puede parecer poco, pero equivale a unos 2,5 billones de dólares que dejaron de ir al trabajo para ir al capital. Y los Estados tienen una gran capacidad de recaudación sobre el trabajo, pero les cuesta muchísimo más gravar el capital. Esa brecha explica parte de la crisis del financiamiento público, incluso en contextos de crecimiento económico. Hay una transformación estructural en el modelo productivo y en nuestro contrato social, que afecta directamente la forma en que financiamos la educación superior y los servicios públicos en general. Manuel Muñiz vino a Argentina para participar del 61° Coloquio IDEA, que se realiza hasta el viernes en el Hotel Sheraton de Mar del Plata. (Maximiliano Luna) –¿La desigualdad social y la polarización política se terminan reforzando mutuamente? –La polarización, es decir la concentración del voto en los extremos del espectro político, es la manifestación más visible. Esto ocurre hoy en casi toda Europa. Pero detrás de esa polarización hay un proceso previo: el vaciamiento y la precarización del centro de la distribución del ingreso. Las clases medias, que históricamente sostenían el equilibrio político y social, han experimentado en los últimos treinta años un congelamiento o incluso una caída de sus ingresos reales. Ese vaciamiento del “centro económico” está íntimamente ligado al vaciamiento del centro político. Sin clases medias sólidas es muy difícil sostener una democracia deliberativa estable. Lo que observamos es una creciente preocupación por el futuro –propio y de las próximas generaciones–, un pesimismo que alimenta el apoyo a fuerzas políticas extremas. Ese pesimismo viene acompañado de un sentimiento antiélite: desconfianza hacia las élites políticas, económicas e intelectuales, hacia quienes supuestamente construyeron un futuro que hoy se percibe como frustrado. El resultado es el ascenso de movimientos iliberales. Y la gran pregunta es: ¿por qué se está produciendo este vaciamiento del medio? Es paradójico, porque no estamos fracasando en la generación de riqueza: países como España, Alemania, el Reino Unido o Estados Unidos alcanzan niveles récord de PBI. Pero sí estamos fracasando en la distribución de esa riqueza. La explicación más convincente, a mi juicio, está en la transformación del modelo productivo y en el impacto de las tecnologías emergentes sobre el mercado laboral y sobre la distribución del ingreso. Las rentas del capital –especialmente del capital tecnológico– se concentran cada vez más, mientras que los empleos sometidos a automatización o sustitución tecnológica se precarizan o desaparecen. Ya no se trata solo de trabajos manuales: la automatización afecta también a sectores profesionales altamente calificados –contabilidad, asesoramiento jurídico, traducción, entre otros–, lo que genera una depresión de ingresos en esas capas del empleo. En conjunto, esto produce una concentración creciente de rentas en el capital y una caída de las rentas del trabajo. Las consecuencias son múltiples: desigualdad, sensación de injusticia, polarización política y, además, una crisis de financiamiento del sector público. En muchos países hay recortes severos en salud, educación y servicios sociales, lo que a su vez alimenta el ciclo de descontento y desconfianza. –¿Los sistemas educativos debilitados por los recortes conservan alguna capacidad de seguir generando ese “centro” social y económico? –El sistema educativo cumple un papel fundamental en la reconstrucción de ese centro social, porque es el que brinda formación, habilidades y oportunidades. Y justamente ahí hay un tema interesante: frente a este enorme desafío, el sector educativo puede ofrecer varias respuestas. La primera es formar personas con habilidades y conocimientos alejados de las zonas más susceptibles de automatización. Ya tenemos evidencia de qué tipo de tareas están siendo automatizadas y cuáles son más resistentes. Sabemos que las llamadas soft skills –creatividad, pensamiento estratégico, liderazgo, trabajo en equipo– van a ganar mucho peso. También las habilidades digitales y cuantitativas, la capacidad de dialogar con la tecnología y usarla de forma productiva, serán esenciales. En la convergencia de esos dos ejes –las competencias humanas y las digitales– está el espacio de mayor resiliencia frente a la automatización. Entonces, la universidad debe alinear su formación con esas necesidades, pero también transformarse en un espacio de generación de emprendimiento. Tradicionalmente, entre el 80 y el 90% de los graduados terminaban insertándose en empleos asalariados; eso va a cambiar. Necesitamos que una parte significativa de los egresados –un 40 o 50%— se conviertan en emprendedores, porque la economía del futuro va a requerir mucho más emprendimiento. En el IE, por ejemplo, cerca del 40% de los estudiantes emprende al terminar la carrera, una cifra muy alta. Lo hacen en el mundo corporativo, en organizaciones sociales o en proyectos propios. Nuestra tarea es formarlos, conectarlos, acelerar sus ideas y vincularlos con inversores y con el ecosistema emprendedor. Para Muñiz, las universidades tienen que pensar en formar emprendedores, en un contexto de cambios acelerados en el mercado laboral. (Maximiliano Luna) –La brecha de habilidades es un tema central en la agenda educativa. ¿Qué habilidades son esenciales en el escenario actual, marcado por el avance de la IA? –Durante siglos, una de las funciones principales de la universidad fue custodiar, transmitir y certificar el conocimiento. El título universitario era la prueba de que esa transferencia se había concretado. Pero la revolución tecnológica está erosionando el valor de ese arbitraje de información: mover o reproducir conocimiento ya no tiene el mismo valor económico ni simbólico. Lo vemos en muchos sectores –como la traducción o las agencias de viaje– que enfrentan crisis similares. Esto obliga a las universidades a repensar su valor diferencial. Yo diría que hay cuatro grandes ejes para definir la universidad del siglo XXI. Primero, la generación de conocimiento, que sigue siendo un pilar esencial. Las universidades pueden sostener equipos de investigación potentes y dotarlos de herramientas tecnológicas para producir conocimiento en la frontera. Aunque la IA asista en ese proceso, la innovación sigue siendo humana, y las universidades son espacios privilegiados para que ocurra. Segundo, la formación en habilidades para navegar un entorno en permanente cambio: estrategia, innovación, pensamiento crítico, empatía, liderazgo, gestión de equipos, creatividad. Son las llamadas “habilidades blandas”, que en realidad son las más difíciles de automatizar y las que más valor tendrán en el futuro laboral. Tercero, la capacidad de convocar comunidades diversas. Las universidades pueden reunir saberes, perfiles y experiencias distintas, generar redes y crear entornos multiculturales donde el aprendizaje ocurre por interacción. Ese componente vivencial y de red humana será imposible de sustituir por la inteligencia artificial. Cuarto, el acompañamiento a lo largo de toda la vida. La universidad del futuro debe ofrecer formación modular, continua, que permita a las personas actualizar sus conocimientos y reinventarse. No se trata solo de obtener un título, sino de contar con una institución que te acompañe en tu desarrollo profesional e intelectual. En ese sentido, el aprendizaje permanente (lifelong learning) será una función central. Si sumamos estos cuatro elementos –investigación, habilidades humanas, comunidad y formación continua–, se dibuja una universidad muy distinta a la del siglo XX. Una universidad que forma emprendedores, innovadores, líderes globales, y que no se limita a transmitir información o a expedir títulos, sino que acompaña, transforma y conecta.

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