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» Elterritorio
Fecha: 14/10/2025 07:13
En la Escuela 938 de San Pedro, docentes y auxiliares construyen aprendizajes con respeto por la cosmovisión mbya, donde cada clase refleja unión y pertenencia domingo 12 de octubre de 2025 | 6:05hs. Los alumnos enseñan su lengua a los docentes y corrigen la pronunciación. Foto: Carina Martínez Las escuelas que funcionan dentro de las comunidades mbya guaraníes dan esa sensación de un mundo aparte. No por aislarse sino más bien por tratarse de espacios donde perduran valores, donde la necesidad por alfabetizarse se palpa desde aprender a agarrar el lápiz hasta llegar a formarse en una escuela superior. En la aldea Alecrín, en San Pedro, la escuela de jornada completa 938 es un claro ejemplo de que un trayecto escolar exitoso es posible en un ambiente con una cultura y lengua propia, que le dan un matiz enriquecedor reciproco a cada jornada. En el patio, en el aula y en cada integrante de la comunidad educativa se respiran dos culturas, dos costumbres, dos idiomas, dos mundos que se fusionan en un ambiente donde prima el respeto por sobre todo. El docente aprende allí, en el terreno, poco a poco, al igual que los alumnos, porque no hay instituciones ni capacitaciones, o muy pocas, que preparen para estar frente a un aula mbya guaraní. Sin embargo, cuando hay interés, compromiso y respaldo comunitario, el trayecto escolar, aunque desafiante, se convierte en una de las experiencias educativas más fascinantes. La escuela se transforma es un espacio de intercambio constante, el docente blanco aprende el idioma, la cultura, tradiciones y los saberes ancestrales que pasan a formar parte de la planificación y cada actividad que quieran desarrollar, siempre y cuando no irrumpan con la organización y criterios de la comunidad. En ese sentido, el rol del auxiliar docente indígena (ADI), del cacique y los padres, son la base fundamental. La participación de los integrantes de la comunidad es de presencia permanente. “Siempre se trabajó en conjunto, la escuela y la comunidad son una sola familia, cada decisión se toma de manera mancomunada y con autorización. En este caso la relación es muy buena”, afirmó María José Ojeda, directora del establecimiento. Precisamente, el mayor desafío en este tipo de escuela pasa por el idioma y aprendizaje. “Hay que aprender a respetar no sólo su idioma sino su cultura, sus saberes ancestrales, costumbres y tradiciones porque somos nosotros los que vinimos a invadir su cultura, a ser solidario. Hay que conocer su cultura señaló. “Cuando llegué, no sabía qué hacer, ya que venía de trabajar durante siete años en una escuela que no era bilingüe. Me paré frente a los chicos y no sabía qué decirles, era totalmente distinto”, manifestó sobre un comienzo lleno de incertidumbre que refleja que los docentes no cuentan con formación específica para este tipo de enseñanza. En ese contexto de las dificultades, planteó la carencia de materiales didácticos. “En ninguna escuela mbya guaraní contamos con material didáctico. Nosotros tenemos un libro que intentó hacer la directora anterior con actividades para primero y segundo grado. No tenemos cursos, no contamos con capacitaciones”, dijo. A su vez, enfatizó en que la formación para estar frente a una dirección o aula la logran con la experiencia que se transmite luego a quienes dan continuidad a noble tarea. El ADI es la pareja pedagógica del docente blanco en el aula para enseñar de manera conjunta los contenidos educativos nacionales con la diferencia de que son articulados con los conocimientos ancestrales, la cultura y el idioma. “La maestra da el contenido común del sistema educativo y el ADI lo que hace es explicar desde su cosmovisión. Él no es un traductor de la maestra, él ve y lo explica desde su cultura”, detalló sobre como articulan el trabajo entre ambos docentes. Preservar la cultura guaraní La instalación o puesta en funcionamiento de una escuela o de un aula satélite dentro de un asentamiento guaraní no significa avasallar lo propio, lo nato, esas maneras de aprender, de interpretar y, en particular, de relacionarse con la naturaleza que se transmiten de generación en generación. El hecho de que aprendan castellano, lengua, matemática y ciencias, por mencionar algunas de las materias, constituye una vía para atesorar y preservar esas raíces. En ese sentido, Ojeda explicó que “los alumnos vienen con su lengua materna; en primero y segundo grado aprenden a leer en su idioma y, a partir de tercero se les enseña español. Siempre estamos pendientes de que ellos sigan su cultura, de que cuenten cuentos, canten y mantengan los rituales. Les exigimos que no pierdan eso y que nos enseñen su idioma y saben corregirnos hasta que la pronunciación te salga bien”. Asimismo, la autoridad educativa comentó que lleva once años trabajando en la institución y que considera esta experiencia como una de las más enriquecedoras de su carrera. Destacó el respeto y la amabilidad de los niños y niñas y señaló que la diferencia más notoria entre un aula común y un aula mbya radica en la conducta de los estudiantes, quienes se muestran atentos, concentrados y dispuestos a aprender en un clima de respeto mutuo. Si bien algunas cuestiones que desde afuera pueden parecer una carencia, están en realidad vinculadas con su forma de vida. Existen muchas necesidades con las que conviven los docentes y para las cuales buscan distintas maneras de brindar asistencia. Una de ellas es la disponibilidad de alimentos, además de lo que cada familia produce en sus chacras o huertas. “Hay necesidades. Hay chicos que sabemos que vienen por el plato de comida, el salario no les alcanza. Son familias muy numerosas”, puntualizó la directora, quien junto a las maestras afirmó que sufre en invierno al verlos llegar desabrigados o descalzos. Sin embargo, explicó que se trata más de una cuestión de costumbre que los mantiene en contacto con la naturaleza y con la tierra. “A ellos les encanta andar así”, afirmó María José. En cuanto a necesidades de la escuela, mencionó que tiene que ver con un cargo de nivel inicial “Con la directora anterior se han presentado varios pedidos sin respuestas. Hay demanda todos los años y es un nivel muy importante”, aseguró Ojeda. Ante esta realidad, una mujer indígena -integrante de la comunidad- de manera voluntaria, sin recibir remuneración alguna atiende a niños de 4 y 5 años. Con la ayuda de los docentes respecto a los contenidos, enseña desde aprender a sostener el lápiz, distinguir los números, las vocales. Esto es sumamente favorable y marca la diferencia cuando llegan a primer grado. “Por eso es muy importante que nos creen el cargo de nivel inicial”, reiteró. Historia de la 938 La escuela que se ubica a metros de la ruta provincial 20 en San Pedro. Se creó en 2010 como aula satélite de la Escuela 812 de Tekoa Arandú de Pozo Azul, debido a la necesidad de garantizar el derecho a la educación de todos los niños. En ese momento, contaba con 34 alumnos, desde el nivel inicial hasta quinto grado. Gracias a la ayuda de un padrino, se reunieron los recursos necesarios para la construcción de un aula de madera. Posteriormente, el mismo padrino donó los materiales para construir una escuela de material, que es el edificio que funciona actualmente y fue inaugurado en 2015. En ese momento, la escuela ya contaba con una matrícula de 89 alumnos. También en ese año, se creó la Escuela 938, que pasó a ser de jornada completa con un secundario mediado por Tics. En un período contaban con un cargo directivo y una docente de grado. Se crearon cargos de maestro de grado y dos cargos de ADI. En su funcionamiento cuenta con primero y segundo grado acoplados, tercero y cuarto, y quinto, sexto y séptimo también acoplados, con un total de 79 alumnos, un cargo directivo, tres docentes y tres ADI. Dos de estos viajan todos los días desde la comunidad Tekoa Arandú hasta Alecrín, mientras que uno pertenece a la misma comunidad. Además, la institución cuenta con una profesora de tecnología. La escuela tiene a su cargo un aula satélite en Yabotí Mirí, donde sólo existen dos cargos docentes. Actualmente no cuentan con un docente indígena. Compartí esta nota:
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