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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 10/10/2025 02:31
Carlos Alessandretti junto a alumnos de una escuela en el “Sol” (Video/@parquenacionalloscardones) En un rincón perdido de Salta, donde no hay luz eléctrica ni señal de celular, un grupo de docentes y estudiantes decidió levantar un sistema solar. El escenario es Tonco, un paraje ubicado a más de 3.000 metros de altura sobre el nivel del mar, junto al Parque Nacional Los Cardones. Allí, donde viven apenas quince familias, el cosmos se representa en una escala precisa —cada metro equivale a 464 millones de metros reales— que permite caminar de la Tierra a Marte, como si el universo se hubiera replegado sobre la montaña. El impulsor es Carlos Alessandretti, un profesor santafesino de Matemática y Física que se radicó en la provincia hace más de dos décadas. La idea nació casi por azar, durante un proyecto educativo para enseñar a construir calefones solares en comunidades de altura. El docente llegó hasta ahí con ese propósito y quedó hipnotizado por el cielo “puro” y el silencio del lugar. El plan inicial —cuenta ahora, en charla con Infobae— era hacer un observatorio a cielo abierto, pero llegó la pandemia y quedó trunco. En esa pausa afloró una nueva idea: recrear el sistema solar para que cualquiera pudiera caminar de Mercurio a Marte y mirar el firmamento desde un punto donde el universo parece más cercano. “No es una idea superoriginal, está en otros lados, pero yo sentía que lo que había que hacer en Tonco era eso”, dice Alessandretti. Una tarde fue con su familia, casi de paseo, y detectó un sitio: “Por acá andaría bien el Sol, que sea una esfera de tres metros de diámetro”, pensó. Ese impulso definió la escala: si el Sol mide un millón y medio de kilómetros y aquí tendría tres metros de diámetro, todo debía reducirse unas 460 millones de veces. Lo que siguió fueron mediciones de GPS y viajes sucesivos para pensar dónde ubicar el resto de los planetas. Sus compañeros del profesorado, que entonces eran estudiantes y hoy son docentes, lo acompañaron desde el comienzo. Después, llevaron maquetas a la comunidad local y explicaron la idea: “Lo que les dijimos fue que queríamos hacer una especie de viacrucis, pero en lugar de pasar por las imágenes de la Pasión de Cristo, íbamos a pasar por los planetas del sistema solar”. Los vecinos lo entendieron enseguida y se sumaron. Desde entonces, docentes, estudiantes y familias de Tonco levantan juntos en ese mapa del cosmos, que todavía está en construcción. Alumnos de diferentes escuelas recorren el sendero de los planetas en Tonco “Nunca tuvimos un plan sobre cómo lo íbamos a hacer. Empezamos midiendo y poniendo cartelitos”, cuenta Carlos De Firmat al cosmos Carlos tiene 53 años, dos hijos y reparte sus días entre colegios secundarios y el profesorado de Física. Su relación con esta disciplina empezó en la adolescencia. “En los ochenta compraba una revista que se llamaba Muy Interesante. Me encantaban las notas de física y creo que me encantaban porque no entendía nada. ‘Acá hay algo muy misterioso, muy raro, que no lo termino de entender’, pensaba, y me daba la sensación de que estaba buenísimo”, cuenta. Durante un tiempo quiso ser científico, pero en el tercer año de la carrera cambió de rumbo y se fue a vivir al Sur. “Siempre sentí una tensión entre el estudio y la aventura, entre quedarme sentado, aprendiendo, y salir a explorar lugares desconocidos”, recuerda. Más adelante volvió a conectar con la física a través de la docencia y logró equilibrar sus dos pasiones. “Lo que estamos haciendo en Tonco permite que convivan ambas partes en armonía: por un lado, la física y la astronomía; y, por el otro, eso medio aventurero, de hacer algo distinto en un lugar poco habitual”, asegura. El primer planeta lo colocaron a fines de 2021. “Eso fue muy lindo: hicimos una reunión y plantamos como la piedra fundamental donde iba a ir el Sol. Después, la comunidad hizo el ritual de la ‘Challa’, para agradecer a la Pachamama y pedirle permiso por lo que se iba a hacer”, cuenta Carlos. Hasta ese momento —reconoce— no tenían trazado un plan: “Empezamos midiendo y poniendo cartelitos. Lo que hay es lo que llamamos el ‘Sendero de los planetas’ que va desde Mercurio hasta Marte. Tuvimos momentos de avance y momentos de que se planchó todo porque no había plata, porque no había tiempo o porque se me rompió la camioneta y no podía viajar hasta allá. En estos últimos meses, como queríamos mostrarlo para la 24° Reunión Nacional de Educación en Física, le pegamos una acelerada. Y avanzamos bastante: hace dos meses pusimos la estructura del sol. Pero durante un año y pico lo único que había era una columna de tres metros. Más que el Sol, parecía un obelisco. Ahora que tiene esa estructura curvada, se parece más. Cuando esté terminado, la idea es que sea una esfera metálica de aluminio, que va a reflejar la luz del Sol real”. La estructura del Sol, hoy. “Cuando esté terminado, la idea es que sea una esfera metálica de aluminio, que va a reflejar la luz del sol real”, cuenta Carlos La estructura del Sol, antes. “Más que el Sol, parecía un obelisco”, se ríe Carlos —El sol va a ser de aluminio. Y el resto de los planetas, ¿de qué material son? —Arrancamos haciendo los planetas en cerámica, porque además tenía ese componente “tierra” del lugar. Los hicimos con la ayuda de una ceramista, pero era difícil lograr el tamaño exacto: la cerámica se contrae al cocerse en el horno. Las últimas versiones las hicimos en masilla epoxi, una mezcla que, cuando endurece, queda como piedra. Después apareció una artista de Salta que se ofreció a pintarlos, y la Tierra quedó tan real que parece de verdad. Así que los planetas que tenemos hasta ahora son de epoxi, porque queremos que respeten las medidas exactas. Si la pintura resiste o no la intemperie, lo iremos viendo. Para sostenerlos usamos rayos de bicicleta, y tratamos de colocarlos sobre lo que hay en el lugar: plataformas de piedra, tierra, incluso cardones que usamos como columnas. No es solo un proyecto científico: tiene algo artístico, cultural y artesanal. Es una mezcla de todo eso, pero con espíritu científico. —Y la Luna, ¿cómo es? —Es una bolita chiquita, mide menos de un centímetro. La colgamos con una tanza para que pueda girar alrededor de la Tierra, a unos ochenta centímetros. Con eso se pueden explicar cosas muy concretas, como los eclipses: qué son y por qué se producen. Incluso podemos generar eclipses reales, con la sombra de la Luna sobre la Tierra. Es muy didáctico: cuando lo ven, entienden muchas cosas. —¿Qué buscan generar? ¿Conocimiento, asombro, belleza o una forma de conexión? —Todo eso (ríe). Es una caminata a los planetas en un lugar que está a más de tres mil metros de altura y con pendiente, así que uno se va cansando. Caminar esas distancias, llegar al planeta, verlo de lejos y después acercarse es una experiencia muy distinta a cualquier imagen o documental. En el profesorado de Física damos mucha importancia al contacto directo con los fenómenos: si vamos a medir temperaturas, vamos con un termómetro. Hay toda una línea de enseñanza que promueve eso y funciona: los chicos se enganchan más cuando experimentan por sí mismos. Caminar hasta Marte —unos quinientos metros en subida— es, en cierto modo, una experiencia con el fenómeno. Pero, sobre todo, es una forma de conexión. Aparece el asombro, se despierta la curiosidad, y eso es más importante que el conocimiento. Cuando llevamos a la gente —niños, adolescentes o adultos—, todos terminan haciéndose preguntas sobre el sistema solar que no se les hubieran ocurrido sentados en sus casas mirando el cielo. Los planetas están hechos con epoxi y pintados a mano por una artista salteña “Para sostenerlos usamos rayos de bicicleta, y tratamos de colocarlos sobre lo que hay en el lugar: plataformas de piedra, tierra, incluso cardones que usamos como columnas”, cuenta Carlos —¿Qué tipo de preguntas surgen? —Cuando llegan, lo primero que notan es que la Tierra está inclinada, y eso ya les genera inquietud. “¿Por qué la Tierra está inclinada y el resto de los planetas no?”, preguntan. Así descubren que el sistema solar es un proceso dinámico. Hay algo muy mágico cuando los grupos se quedan a pasar la noche en la escuela de Tonco para mirar el cielo. Ahí aparecen preguntas más profundas, más místicas, sobre el destino del universo. Más que información, se llevan nuevos interrogantes. Uno de los objetivos es que vean las distancias entre los planetas, pero también que conecten con el lugar. Ese es el plus que ofrece Tonco: entre cardones y un paisaje casi desértico, los planetas parecen perdidos en la soledad, como ocurre en realidad. Entre el Sol y la Tierra hay apenas dos bolitas —Mercurio y Venus—, y estamos ahí, flotando en medio de la nada. Ver eso también es una experiencia: encontrarse con la Tierra tan lejos, tan chiquita. —¿Y cuál fue el planeta que más los conmovió a todos? —La Tierra. Verla y darse cuenta de que todos estamos ahí es lo que más los impacta. Incluso los astronautas que van a una estación espacial vuelven fascinados con la Tierra y traen el mismo mensaje: “Che, la Tierra es fantástica, pero frágil. Es única. ¿Qué hacemos peleándonos y destruyéndola?”. Creo que la astronomía te da un poco de eso. A veces digo que una noche ahí es mucho más efectiva que un año de clases, porque les abre la cabeza. La Tierra es el planeta que más conmueve a todos “Uno de los objetivos es que vean las distancias entre los planetas, pero también que conecten con el lugar. Más que información, se llevan nuevos interrogantes”, dice Carlos —Cuando el proyecto esté completo, ¿cuánto habrá que caminar para recorrer todo el sistema solar? —Por ahora, la caminata va desde la Tierra hasta Marte: son casi quinientos metros, con una subida leve. Después solemos ir hasta el mirador, un cerrito que está al lado y que permite ver la disposición de los planetas desde arriba. Es como si fuera un dron, pero natural. Toda esa vuelta te lleva una hora, tranquilo. Cuando esté Júpiter va a llevar más tiempo. Y el día que quieras ir hasta Saturno y caminar tres kilómetros por la montaña, ya será un trekking de mediana dificultad. Tal vez la opción sea hacerlo a caballo. Vamos a tener que inventar alternativas. Ir hacia un planeta más lejano requiere más esfuerzo, pero también te premia: a medida que subís, el paisaje se vuelve cada vez más lindo. No vas solo a ver el planeta: caminás por un lugar que no verías si no fuera por ese planeta. Los dos últimos, Urano y Neptuno, se verán pasando en vehículo. —¿Vos hacés de guía en todas las recorridas? —Sí, casi siempre. Pero no estoy solo: en cada viaje y en cada movida hay grupos de profesores y estudiantes que me acompañan. Si esto sigue creciendo y el paseo empieza a recibir más visitantes, vamos a tener que organizarnos junto con la comunidad. Mi idea es que ellos se involucren cada vez más y que los chicos del secundario puedan ser los futuros guías. Tonco es un paraje pequeño que se está vaciando: los adolescentes terminan la escuela y migran a la ciudad de Salta. Nos encantaría que este proyecto ayude a revertir ese proceso, que los lugareños vean que tienen oportunidades, que hay futuro. Sería un sueño que los jóvenes se conviertan en guías astronómicos y que la comunidad ofrezca servicios turísticos: paseos a caballo, caminatas, comidas, artesanías, planetas en miniatura para los visitantes que recorren el sistema solar. Otra de las ideas es construir un albergue integrado al paisaje, con un pequeño observatorio, para que los contingentes de estudiantes puedan quedarse sin necesidad de usar la escuela. Creemos que puede funcionar. Y ojalá que con el tiempo ya no dependa tanto de mí, aunque estoy muy conectado con todo esto. Por ahora, la caminata va desde la Tierra hasta Marte: son casi quinientos metros, con una subida leve. Entre cardones, cerros, montañas y algunos animales comienza el “Sendero de los Planetas” —Si tuvieras que resumir el proyecto en una frase, ¿cuál sería? —Lo defino como un sueño compartido que evoluciona de manera aleatoria y caótica, como el mismo sistema solar cuando se formó. El sistema solar no apareció todo ordenadito. Al principio era un desparramo de planetas que se chocaban entre sí; Júpiter iba y venía, se acercaba al Sol, se alejaba, y dejó un reguero de piedras que hoy conocemos como el cinturón de asteroides.Hay muchas dudas sobre cómo se formó el sistema solar real. Nuestro proceso de avance es así: no hay un plan, vamos avanzando como podemos, de manera caótica y azarosa. Pero sabemos que, a futuro, este sistema solar va a tener vida propia, como el verdadero, que un día generó la suya. Y esa vida somos nosotros. Fotos/Gentileza de Carlos Alessandretti y @tonco.astronómico
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