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  • De Roma a Buenos Aires: atascos de la antigüedad que interpelan a la gestión urbana actual

    Parana » Informe Digital

    Fecha: 08/10/2025 07:57

    En la Roma antigua, los problemas de tráfico y la búsqueda de estacionamientos ya formaban parte de la vida cotidiana, muy lejos de la imagen de calzadas amplias y tránsito fluido. La capital del Imperio y otras ciudades como Ostia y Pompeya sufrían congestiones que condicionaban la rutina de sus habitantes, según documenta Muy Interesante. La presión sobre las infraestructuras viales, la saturación de las calles y la escasez de espacios para aparcar generaban tensiones que evocan los desafíos urbanos actuales. El crecimiento demográfico de Roma, potenciado por su papel como metrópoli del Mediterráneo, atrajo a cientos de miles de personas dentro de sus murallas. Esa concentración ejercía una demanda constante sobre las calzadas que, aunque firmes, no estaban preparadas para soportar simultáneamente carros de transporte, vehículos privados y multitudes de peatones. Las calles del centro, con frecuencia angostas, se convertían en auténticos cuellos de botella. En Pompeya y Ostia, los restos arqueológicos muestran profundas rodadas en la piedra, evidencia del paso incesante de vehículos pesados. Esas huellas no solo atestiguan la intensidad del tráfico sino también el deterioro de las infraestructuras, que obligaba a reparaciones frecuentes y a la imposición de restricciones en tramos concretos, como señala Muy Interesante. Uno de los factores principales de la congestión era el movimiento constante de carros de transporte, indispensables para el aprovisionamiento de mercancías en la ciudad. El flujo de estos vehículos, sobre todo durante el día, colapsaba las vías principales. Para aliviar la situación, las autoridades imperiales dictaron normas que prohibían la circulación diurna de carros, obligando a los transportistas a operar durante la noche. Esa medida, sin embargo, provocó nuevas molestias: el estruendo de las ruedas metálicas y el paso de animales de tiro alteraban el descanso nocturno. Autores clásicos como Juvenal y Marcial se quejaron del ruido que perturbaba la tranquilidad de los romanos, según recoge Muy Interesante. De ese modo, la regulación del tráfico diurno trasladó el conflicto a horario nocturno, evidenciando la dificultad de conciliar las necesidades económicas con la calidad de vida. El estacionamiento era otro desafío importante. Sin espacios reservados, los romanos solían dejar sus carros cerca de los foros, mercados o termas (baños públicos de la antigua Roma, espacios construidos para el baño y la recreación, que incluían piscinas y otras estancias), lo que provocaba atascos y obstaculizaba el paso de peatones. Las inscripciones y textos legales de la época registran quejas contra quienes ocupaban lugares indebidos. En Ostia, la acumulación de carros a la espera de descargar mercancías generaba embotellamientos alrededor de los almacenes. En Pompeya, la presencia de postes de piedra delimitaba zonas para impedir el acceso de vehículos, reservando espacio para peatones y actividades comerciales. La falta de planificación de aparcamientos agravaba la tensión entre la circulación y la vida urbana cotidiana. Frente a ese panorama, las autoridades romanas intentaron imponer orden mediante regulaciones. Además de la prohibición de circulación diurna de carros, se establecieron restricciones de acceso a determinadas zonas, especialmente alrededor del Foro Romano, donde se privilegiaba el tránsito peatonal y la actividad política. En algunas ciudades se instalaron límites físicos —pivotes de piedra, escalones o estrechamientos intencionados de la calzada— para disuadir el paso de vehículos. Esas medidas reflejan un esfuerzo consciente por gestionar la movilidad y reducir los conflictos, aunque, como muestran las fuentes literarias, rara vez lograban erradicar el problema frente a la persistente presión demográfica y económica. La convivencia entre peatones y vehículos era fuente constante de fricciones. Los caminantes empleaban aceras elevadas y pasos de piedra, como los que aún se conservan en Pompeya, pero el espacio seguía siendo insuficiente. Con frecuencia los peatones debían compartir la calzada con los carros, lo que aumentaba el riesgo de accidentes. El filósofo Séneca criticó la incomodidad y el peligro de las calles abarrotadas, mientras que Juvenal ridiculizó la imposibilidad de moverse sin ser empujado o pisoteado. Estas quejas reflejan el malestar generalizado ante la congestión y el ruido, según destaca Muy Interesante. Para adaptarse a esa realidad, los habitantes de Roma desarrollaron estrategias cotidianas: algunos se desplazaban a pie para evitar la lentitud de los carros, otros programaban sus viajes en horarios menos concurridos y los aristócratas recurrían a esclavos para abrirse paso en las vías más saturadas. El ingenio y la flexibilidad se convirtieron en recursos esenciales para sobrevivir en la compleja jungla urbana romana. Incluso en ciudades más pequeñas como Pompeya, el trazado urbano revela intentos por controlar el flujo mediante calles de sentido único, zonas peatonales y sistemas de drenaje que condicionaban el ancho de la calzada. Esas soluciones locales demuestran que la gestión del tráfico fue un desafío común en todo el Imperio. Más allá de lo práctico, los problemas de tráfico y aparcamiento dejaron una huella cultural en la Roma antigua. El ruido de los carros se integró en el paisaje sonoro de la ciudad, y la congestión se convirtió en símbolo de los excesos urbanos, donde el lujo y el comercio convivían con la incomodidad del hacinamiento. El caos del tráfico llegó a ser una metáfora de la propia Roma: una ciudad poderosa y dinámica, pero también marcada por contradicciones y tensiones internas. La experiencia cotidiana de los romanos muestra que los dilemas de movilidad y congestión urbana no son exclusivos de la modernidad, sino que han acompañado a las grandes ciudades durante milenios, como ha documentado Muy Interesante.

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