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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 07/10/2025 11:00
En el segundo aniversario del brutal atentado de Hamas del 7 de octubre de 2023, los ojos del mundo entero se posan hoy sobre Gaza y Medio Oriente. El drama y la incertidumbre se mezclan con la esperanza de un cese el fuego definitivo bajo presión de Donald Trump y su plan de 20 puntos para terminar con dos años de conflicto. El grupo islámico dijo estar dispuesto a liberar a los 48 rehenes que siguen en cautiverio en el enclave palestino -vivos y muertos-, al tiempo que Israel frenó el avance terrestre sobre la Ciudad de Gaza y Estados Unidos se esperanza con encontrar un entendimiento concreto en los próximos días para avanzar con la iniciativa de Trump. El diccionario no tiene la profundidad suficiente para describir los horrores de esta guerra. Las palabras que la caracterizaron, de un lado y del otro, definen uno de los momentos más oscuros de este siglo XXI: terrorismo, devastación, antisemitismo, poderío nuclear, bloqueo, crisis humanitaria, rehenes, hambruna, supervivencia y hasta genocidio. Son vocablos fuertes enquistados bajo decenas de miles de víctimas en distintos puntos de una frontera frágil y violenta. Más allá del rechazo o la aceptación y el eventual cumplimiento de una iniciativa diplomática que viene sucumbiendo ante el poder de las bombas, la guerra marcó con un fierro ardiente a toda una región. Las cicatrices perdurarán durante décadas y traspasarán generaciones. Dos años después del ataque terrorista que conmocionó a Israel y al pueblo judío, el mapa geopolítico de Medio Oriente sufrió cambios profundos. Fueron 24 meses en que el mundo observó, casi sin pestañear, un cambio radical en el equilibrio de poder militar y político con un precio humanitario pocas veces visto en las últimas décadas. La guerra cambió muchos escenarios. Hamas primero, con el fuerte involucramiento de su aliado Irán y sus grupos armados afines, e Israel después, movieron las piezas de un violento tablero regional que ya no será el mismo. Las consecuencias son visibles; las heridas, indelebles: Irán perdió gran parte de su influencia en la región con una durísima derrota militar en el terreno de sus grupos proxy (Hamas en la Franja de Gaza y Hezbollah en el Líbano) y su guerra aérea de 12 días contra Israel y Estados Unidos. Sus ambiciones nucleares quedaron cuanto menos en suspenso. Siria terminó con la dinastía de la familia Assad, dominada por Teherán. Ahora lo gobierna Ahmed al Sharaa, un antiguo líder terrorista devenido en demócrata. Irán perdió a su gran aliado regional, hoy controlado por Turquía y bajo presión de EE.UU. El país sigue inmerso en una gran inestabilidad. La Franja de Gaza ya no existe. Con decenas de miles de víctimas, es solo un enorme basural de escombros donde la muerte, el hambre y el sufrimiento deambulan en cada rincón de un enclave arrasado por las bombas. Hamas quedó muy debilitado, pero no fue destruido. Israel afianzó su seguridad, pero a costa de un aislamiento internacional cada vez más palpable y bajo una creciente presión interna. Hoy las denuncias de genocidio no solo llegan desde el mundo árabe y por izquierda. También desde la aliada Europa. Una comisión independiente de la ONU certificó en un informe la existencia de un plan de este tipo con el objetivo de “destruir a los palestinos”. Israel lo niega en forma enfática. Donald Trump aumentó el poder de EE.UU. en la región y le ganó una batalla estratégica a Rusia, que también perdió a su gran aliada natural, Siria, aunque sigue muy vinculado a Irán. El presidente estadounidense puede ser el gran ganador de este conflicto si logra finalmente frenar la guerra con su plan de paz. Pero su papel en la crisis lo alejó de sus aliados árabes, en especial de Qatar y Arabia Saudita, golpeados por las esquirlas diplomáticas y militares del conflicto y su difícil relacionamiento con Israel. El drama de los rehenes La crisis no comenzó hace dos años. Desde la creación del Estado de Israel, en 1948, la región ha enfrentado varias guerras y ha estado en tensión permanente. Israelíes y palestinos tienen visiones diferentes sobre el inicio de un conflicto que se hereda de padre a hijo y ensangrienta a dos pueblos condenados a convivir uno al lado del otro, más allá de odios y diferencias. La actual guerra de Gaza empezó el 7 de octubre de 2023. El ataque terrorista dejó una herida profunda en el sur de Israel. Cientos de milicianos de Hamas y de otras facciones armadas palestinas, financiadas y armadas por Irán, asesinaron y secuestraron a cientos de personas bajo la mirada atónita del pueblo judío y el mundo entero. Fue un ataque sanguinario que tuvo como único objetivo sembrar el terror en la población civil. Israel aplicó su derecho a la defensa. La reacción fue implacable. Bombardeó e invadió Gaza para acabar con Hamas y rescatar a los más de 240 rehenes secuestrados en algún lugar del enclave, muchos de ellos argentinos, como el devastado matrimonio Silberman Bibas, cuyos pequeños hijos Kfir y Ariel se convirtieron en el mayor símbolo de la lucha por la liberación de los cautivos. Hoy, después de algunas rondas de liberaciones tras efímeros acuerdos de alto el fuego, quedarían solo una veintena con vida. Kfir y Ariel, así como su madre Shiri, están enterrados en el cementerio de Tsoher, cerca de su casa en el kibutz Nir Oz. Israel sostiene que fueron brutalmente asesinados. En Gaza aún quedan otros tres argentinos: Eitan Horn y los hermanos Ariel y David Cunio. Además, el cuerpo del también argentino Lior Rudaeff sigue en el enclave. “Nunca pensé que íbamos a llegar a los dos años. Es inexplicable por lo que están pasando mis hijos. Eitan ahí abajo en los túneles, sin saber como está, aunque yo se que a pesar de todo él es fuerte y hace todo lo que puede por sobrevivir. Amos y Iair acá conmigo, pero destrozados por no tener a Eitan con nosotros. Yo, como madre, desesperada por no poder ayudar a mis hijos. Necesitamos a Eitan acá para poder, juntos, salir de este pozo en el que caímos sin buscarlo”, dijo a TN Ruth Chmiel, madre de Eitan Horn. Su hermano Iair fue liberado en febrero.
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