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» Diario Cordoba
Fecha: 07/10/2025 02:59
El ser humano siempre se ha movido entre las rotundidades y los matices, y cada una de las decantaciones de esta balanza es la que ha otorgado el marchamo de cada época histórica. Nos deslumbra la rotundidad de la fe del medievo, cuya fortaleza quiso trasladarse al neogoticismo y al positivismo decimonónico, donde el mundo era una gran tarta para repartir entre los Estados más poderosos. En esta última y descarada oscilación hacia la rotundidad, marcada por las improntas imperialistas, hay que asirse a los últimos eslabones del matiz. El ejemplo, las multitudinarias manifestaciones pro-palestinas, muchas de ellas encabezadas por jóvenes, lo cual quiebra una tendencia demoscópica. La ultraderecha está creciendo exponencialmente en la juventud, y subliminalmente está dejando caer para sus intereses el choque generacional. Muy de necios sería despreciar esta tendencia, apoyada en el desdén hacia la radicalidad de la testosterona, la misma que hacía levantar los adoquines de París y fraguar la realidad de lo imposible; la que hace apenas tres lustros acampaba en Sol en un acné asambleario y hoy torna en empatizar con aquella liturgia de hachones y camisas nuevas que acompañaron el largo traslado de los restos de José Antonio. La izquierda se ha atrincherado en unas conquistas sociales que para quienes recauchutan ya no el alquiler de un piso, sino de una habitación, les pueden sonar gagá: las pensiones y la sanidad se encuentran a años luz de sus aspiraciones. Incluso, muchos de quienes están a punto de entrar en el casillero del parchís de la jubilación anticipada, endosan a milennials y centennials ser unas generaciones de cristal por vindicar la importancia de la salud mental. Sería muy peligroso prender la edad como una mecha del instrumento político, y es un ejercicio de responsabilidad espantar estos fantasmas demagógicos. Para empezar, rompiendo esa sensación creciente de que el estado del bienestar se está acuartelando en la generación silenciosa y en los boomers: el dorado de la paguita, los viajes a Benidorm y todos esos logros que tanto presentismo y espurios intereses de una clase política pueden reventar. Entre la rotundidad y el matiz, la paradoja se sitúa como el fiel de la balanza. Nosotros, lo que mirábamos con cierto desdén las coplas de Juanito Valderrama que embelesaban a nuestros padres, podemos acabar en un particular monte Taigeto, con los bafles muy altos, escuchando incesantemente a los Pegamoides o la Chica de ayer. La cuadratura de un buen gobernante es practicar la eficacia y la equidad. La vivienda puede ser el silencioso talón de Aquiles de un Gobierno incapaz de contener unos precios desbordantes, si es que antes no cae por este astracán de burlar los Presupuestos. Hay que desmontar estas franquicias de totalitarismos recuperando la senda de los grandes consensos -viejunos, pero a mucha honra, los Pactos de la Moncloa-. El problema para los talluditos, tanto rojos como fachorros, es que parte de esa juventud con tendencias aguiluchas y bizarras se crea seriamente que este no es un país para viejos. *Graduado en Ciencias Ambientales y escritor
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