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  • El amor prohibido que derribó barreras pero el destino no lo dejó ser: de la felicidad plena a la prohibición de una despedida

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 28/09/2025 05:03

    Carolina y Leandro se conocieron en reuniones de la Unión Cívica Radical (Imagen Ilustrativa Infobae) Carolina M. tenía solamente 19 años cuando la mirada de Leandro (un hombre de 39, separado y con una hija de 15), la sorprendió en una de las primeras reuniones a las que había empezado a asistir en un comité de la Juventud Radical. Esos ojos dulces, mansos, transparentes, más claros que el cielo, como los describe ella, fueron la mágica puerta de entrada al gran amor de su vida. Inicio veloz “Había terminado de estudiar el secundario, pero decidí tomarme un año antes de elegir una carrera. Justo había elecciones y empecé a ir a las reuniones de un partido político de mi ciudad con la Juventud Radical. Pasábamos muy lindos momentos con el grupo. Había chicos de mi edad y, también, algunos más grandes. Conversábamos de todo, pintábamos carteles e, incluso, jugábamos a las cartas. Fue en esas reuniones medio políticas, pero ante todo sociales, donde conocí a Leandro. Enseguida me encandiló con sus ojos. Él era mayor, ya tenía 39, ¡veinte años más que yo! De pelo rubio, dorado, lo llevaba medio rapado y con esos faroles claros, impactantes. Además, era sumamente simpático. Estaba separado en ese momento de su esposa y mantenía con ella una relación tóxica en la que iban y venían”, relata Carolina. Leandro y ella habían nacido en la misma ciudad entrerriana: Concepción del Uruguay. Carolina cuenta que su familia “es de clase media: mi papá en ese entonces trabajaba en el ferrocarril y le iba muy bien. Mamá era catequista y ama de casa y se ocupaba de sus tres hijos. Soy la mayor y la única mujer. Ellos me educaron de manera estricta. A ninguno de los dos se le ocurrió jamás que yo podría llegar a salir con un separado”. Para Carolina que Leandro fuera casado por civil y por iglesia y tuviera una hija adolescente, no supuso un problema. Él le dijo que estaba separado. Eso era suficiente para ella. Pero la relación, por temor a las reacciones de ambos lados, se inició a escondidas. El romance fogoso y clandestino duró unos seis meses. Así fue hasta que el día anterior al 24 de diciembre del año 2000 decidieron blanquear su relación. “El 23, un día antes de Nochebuena, ambos comunicamos a nuestras respectivas familias lo que nos había ocurrido”, cuenta Carolina. Lo que les había sucedido era, nada más y nada menos, que el amor. Y vaya fecha para comunicarlo. Carolina les dijo a los suyos: “Miren, quiero contarles que conocí a alguien y estoy saliendo. Cuando mis padres me dijeron que querían conocerlo, les comenté su edad y les revelé que estaba separado. Mamá lo tomó mejor que papá, que se mostró muy cerrado a aceptarlo. Yo soy su única hija mujer y creo que para él fue un gran golpe porque se dio cuenta de que no podría entrarme a la iglesia vestida de blanco. ¡Literal que casi los infarto con la novedad!”. Leandro, quien trabajaba en una compañía de electricidad, hizo lo mismo con su ex y con su hija y les reveló la novedad. No lo tomaron nada bien. Luego de anunciar su nueva relación, dejó esa casa y se fue a vivir con su mamá. Pese a las resistencias iniciales de algunos, con la velocidad de un Fórmula Uno, se había armado la enamorada pareja oficial. Y fueron felices. Por un rato. Arranca la vida de a dos Contra todo pronóstico, los padres de Carolina, apenas conocieron a Leandro quedaron encantados con él. La familia de Carolina invitó a Leandro a pasar las vacaciones junto a ellos frente al río Paraná (Imagen Ilustrativa Infobae) El verano arrancó muy bien porque la familia invitó a Leandro a pasar las vacaciones con ellos en una casa muy simpática que el padre de Carolina había armado, con viejos vagones de tren, sobre el Río Paraná. “Pasamos unos veinte días con mis viejos y mis hermanos en nuestra casa sobre el río. Los tres hermanos y Leandro dormimos en camas cucheta. La convivencia funcionó muy bien. Mis padres enseguida lo quisieron un montón. Al volver, decidimos irnos solos a Colón otros quince días. Pero mi papá ahí puso límites y nos dijo que si ya nos íbamos solos de vacaciones teníamos que pensar en vivir juntos. Así fue. Al volver nos alquilamos un dos ambientes y nos mudamos. Éramos felices”. Leandro continuó con su trabajo en la empresa de energía. Mientras, Carolina hacía de ama de casa y se preparaba para dar un par de materias que debía de quinto año: “Las preparé en un nocturno y él fue quien me empujó para que lo hiciera. Me convenció de que tenía que arrancar pronto a estudiar algo. Teníamos un montón de planes y proyectos. Lo clásico: que yo hiciera una carrera, mudarnos a una casa más grande y tener hijos”. Después de las vacaciones, alquilaron un departamento de dos ambientes (Imagen Ilustrativa Infobae) La ex y la hija de Leandro habían quedado enojadas con el hecho de que él comenzara una relación con alguien y, encima, tan joven: “Pensá que yo tenía cuatro años más que su hija. En ese momento no se veían, pero él igual les llevaba dinero. Estaba amargado por la situación, pero estaba convencido de que sería algo transitorio. Creía que su hija iba a recapacitar y a entenderlo”. Demasiado breve Les duró muy poco la felicidad. Fueron escasos los días para soñar con el amor perfecto. Dos meses después de semejante movida sentimental, en abril del 2001, Leandro comenzó con los primeros problemas de salud. “El primer síntoma que tuvo fue que, cuando iba al baño, perdía sangre y le dolía. Consultó a un médico gastroenterólogo que le mandó a hacer una colonoscopia. Así fue que le descubrieron un tumor encapsulado en el esfínter. En junio del 2001 nos derivaron al Hospital Italiano de Buenos Aires. Nos instalamos, le hicieron más estudios. En ese tiempo, a veces, nos quedábamos en un hotel que le pagaba la mutual o, cuando estuvo internado, yo me iba a la casa de su hermano -que vive en Buenos Aires- a bañarme. Le dijeron que le quitarían el tumor y que después se vería si había que hacer algo más. El pronóstico parecía bueno. Al final, lo operaron en el mes de julio. Se lo sacaron y le colocaron una bolsa de colostomía que, supuestamente, era provisoria. Por los resultados, tuvo que empezar a hacer rayos y quimioterapia preventiva. Al poco tiempo de irse a vivir juntos, Leandro comenzó a padecer los primeros síntomas de su enfermedad (Imagen Ilustrativa Infobae) Al comienzo, él estaba bien, parecía que iba a superarlo. Pero también comenzaron los problemas económicos. Había cosas que su mutual no cubría, él estaba de licencia, y hacía fines de 2001, terminamos optando por devolver el departamento que habíamos alquilado. Lo más sensato era no sumar estrés económico y mudarnos cada uno de vuelta a la casa de nuestros padres. Yo volví con los míos; él con su madre. Pero seguíamos juntos y enamoradísimos. Él se quedaba a dormir en mi casa familiar y yo también en la suya”. Los viajes a Buenos Aires eran frecuentes. Terminaron los rayos y siguió con la quimioterapia: “Cuando se la hacían quedaba deshecho. Durante dos o tres días se sentía muy mal. En uno de esos viajes a Buenos Aires, la hija fue con él. Se volvieron a ver. Fue muy bueno eso”. Las ilusiones de que todo volvería a la normalidad se evaporaron en uno de los controles terminando el año 2001: “Descubrieron que sus riñones habían sido alcanzados por el cáncer y habían dejado de funcionar. Tenía metástasis. Le tuvieron que hacer una nefrostomía (una abertura artificial para derivación urinaria) y empezó con diálisis. Se sentía mal, pero le ponía mucha onda, tenía una fe increíble. Para ese tiempo, para que sus controles de la bolsita y para la diálisis resultaran más fáciles, lo derivaron a un centro médico más cercano a nuestra ciudad, en Puiggari”. En las buenas y en las malas Los siguientes meses del 2002 fueron durísimos porque el cáncer avanzó sin darles tregua. Durante este año fue que empezaron a sospechar que las cosas podrían no terminar bien. Carolina no se separó nunca de Leandro, seguían unidos y enamoradísimos (Imagen Ilustrativa Infobae) “El 30 de diciembre era su cumpleaños, pero a la tarde se descompuso. Lo llevamos al sanatorio donde lo dejaron internado para estudiarlo. Los padres se fueron y me quedé con él. Pasamos Año Nuevo ahí y recibimos el 2003 juntos. En los primeros días de enero vino el médico y, a solas, me reveló: Tengo que darte una mala noticia, el cáncer hizo metástasis y ya está en casi todos los órganos. Tiene hasta los pulmones tomados. Como mucho tiene seis meses de vida. Me lo dijo a mí, pero yo no se lo iba a decir, ¿cómo decírselo? Llamé a sus padres por teléfono desesperada, desde una cabina pública al teléfono de línea de ellos porque no eran tan comunes los celulares en esa época. Les conté lo que me había dicho el doctor y que el profesional también quería conversar con ellos. Vinieron ese mismo día y cuando les informaron todo, ellos dijeron que Leandro querría saber la verdad, que él siempre había pedido ser informado. El médico, entonces, fue y le explicó las cosas con todo detalle: lo que tenía, lo que iba a sentir y cómo iba a ir cambiando todo etapa por etapa. Le anticipó, también, el tiempo estimado de vida que le quedaba. Leandro reaccionó sin llorar, ni una lágrima. Solo dijo: “Yo ya sabía esto. Que no estaba bien”. “Fue el día más devastador que experimenté jamás en toda mi vida”, se estremece Carolina con solo recordarlo. Leandro comenzó a pedirle a Carolina que se fuera, que lo dejara, esa no era vida para ella: “Empezó a decirme: No vengas más, no quiero que vengas. Lo mejor es que sigas con tu vida. Sos muy joven, buscá a alguien para ser feliz”. Ella se negó tajante: “Era mi gran amor. Lo sigue siendo en mi memoria. ¿Cómo iba a dejarlo en ese momento? Lo acompañé siempre, cada día. Jamás lo dejé solo. Vivíamos separados exclusivamente por el tema económico, lo que de por sí era una situación dolorosa, pero seguíamos juntos y amándonos. Yo lo levantaba, le preparaba el desayuno. Soy muy cariñosa e intensa y él se sentía profundamente amado por mí”. Enterados de que no había final feliz posible Carolina y Leandro no hablaron más de la enfermedad. Extirparon el tema. Tenían 5 o 6 meses y querían usarlos para ellos: “Desde que supimos que se iba a morir ya no hablamos nunca más de eso. Me alentaba y me decía que tenía que estudiar, que tenía que hacer algo de mi vida. Siempre positivo. Es más, cuando él andaba un poco mejor antes de morir, hubo algunos días que hasta salimos a comer”. Lo cierto es que la vida de Leandro terminó transformada en “un suplicio. Estaba con morfina que tomaba por boca y, al final, también se la inyectaban.Y seguía con diálisis” reconoce Carolina. La no despedida del amor eterno Por la rapidez de cómo habían empezado a salir y la súbita aparición de la enfermedad, Leandro nunca había hecho los papeles de divorcio con su ex. “Fue en esta etapa final que ella reapareció. Se había trasladado a otra ciudad con su hija, pero volvió a la casa que habían compartido y empezó a ir a visitarlo. Creo que estaba interesada más en el seguro del trabajo que después cobró que en otra cosa. Se instaló en esa casa a la vuelta de los padres de Leandro y eso empezó a poner tensión en la familia de él y dificultó mis visitas diarias y el que me quedara a dormir. Yo no quería líos, ni molestar a sus padres que pasaban por ese momento tan complejo. Entonces, empecé a preguntar antes de ir si ella estaba o si pensaba pasar”. Por cuestiones de esa logística administrada fue que la última noche de vida de Leandro, Carolina no se quedó a dormir. Cuando llegó por la mañana su suegra le comunicó que Leandro no había dormido nada en toda la noche. Carolina decidió dejarlo dormir hasta tarde y no despertarlo. “Me volví a mi casa y le dije a mi suegra que iba a volver a eso de las cuatro para tomar unos mates con él. Pero justo a esa hora se largó una lluvia torrencial y decidí esperar un poco a que parara el diluvio. A las 18 sonó el teléfono. Era la madre de Leandro para avisarme que él había muerto una hora antes de un paro cardíaco. Me fui corriendo a su casa sin dejar de llorar como loca. Me fui recién cuando llegaron los de la funeraria”. Era el 4 de julio de 2003. Carolina no pudo asistir al velorio esa noche porque la madre y la hermana de Leandro le advirtieron que la ex mujer se oponía. Les había dicho que si Carolina llegaba a ir, ella y su hija no la dejarían entrar. No quiso provocar un escándalo en un día tan triste. No fue. El 5 de julio el hermano de Leandro, mientras su ex cuñada y su sobrina se habían ido a bañar para prepararse para el entierro, se ocupó de llevar a Carolina a la casa para que pudiera despedirse de Leandro. Le anunciaron que al entierro tampoco podría ir por la negativa de la ex y su hija. “Imaginate quedarte con ese dolor. Estuve en mi casa llorando con mis padres. ¡Recién al otro día del entierro pude visitar su tumba! Ahora voy regularmente. Nadie le lleva flores, solamente yo”, cuenta emocionada Carolina no pudo asistir a su velatorio, por la negativa de su ex y tuvo que esperar al día siguiente a visitar su tumba (Imagen Ilustrativa Infobae) Carolina quedó deshecha. Decidió irse a vivir con su abuela materna a otra ciudad e ingresó a trabajar en un frigorífico donde conoció a quien sería el padre de sus hijos. “No sé si me enamoré, creo que lo conocí en un momento de gran debilidad. Nos casamos muy rápido, en el 2004”, reconoce, “Mi matrimonio fue muy complicado. Con mucha violencia. Aguanté quince años por amor a mis hijos. Esa relación no se pareció en nada a la dulzura y al amor que viví con Leandro”. Tuvo tres hijos y, finalmente, tomó coraje y se divorció. Tuvo alguna pareja más, pero nada ni nadie nunca pudo suplantar su amor eterno por Leandro. “Él fue el gran amor de mi vida. Leandro jamás dejó de ocupar el mayor espacio dentro de mi corazón. Todos los que me quieren han sabido siempre lo importante que fue él en mi vida. Como lo quise, nunca quise a ningún otro hombre. Siempre sostengo que el amor verdadero soporta la enfermedad y que jamás lo hubiera abandonado por eso. Supongo que ese amor que sentí tan profundo me alcanzará para el resto de mi vida. No necesito otra relación. Tengo 46 años, ya soy abuela, trabajo en un minimercado pero, como le prometí a él, ahora estoy estudiando. Me faltan las prácticas para recibirme de maestra. Donde sea que esté debe estar orgulloso de mí porque estoy cumpliendo mi promesa. Leandro tendría hoy 66 años y tengo la convicción de que, si no hubiese muerto, estaríamos juntos y felices”. *Escribinos y contanos tu historia. amoresreales@infobae.com * Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas

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