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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 28/09/2025 06:34
Javier Milei y Donald Trump Un nuevo “salvataje” financiero (el segundo en apenas seis meses) insufló nuevos bríos a un gobierno que no encontraba salidas a un laberinto en el que se adentró a fuerza de una sucesión de improvisaciones, errores no forzados, daños autoinfligidos, mala praxis política y exceso de confianza que parecía ponerlo “contra las cuerdas” apenas a un mes de unas elecciones intermedias en las que el propio Milei había cifrado grandes expectativas. Tras la escalada de un dólar que amenazaba con colapsar la banda superior del sistema de flotación acordado en abril con el FMI, el desplome de bonos y acciones, y la disparada del riesgo país, quedaba claro que más allá de las narrativas oficialistas en torno al carácter transitorio de unas turbulencias que se achacaban a un imaginario “riesgo kuka” y no a déficits inherentes a la gestión política y el programa económico, el Gobierno atravesaba una profunda crisis de confianza. Ni la cadena nacional en la que Milei presentó el Presupuesto 2026, ni mucho menos las posteriores declaraciones de Luis Caputo afirmando que venderían “hasta el último dólar” para defender el techo de la banda cambiaria, fueron suficientes para calmar los mercados en ebullición. Por el contrario, sumaron mayor incertidumbre ya no solo en torno a la gobernabilidad o la sostenibilidad del programa económico, sino incluso sobre el riesgo de un default ante la potencial imposibilidad de hacer frente a los gravosos intereses de la deuda que operarán durante 2026. Los mercados no le creyeron ni a Milei ni a Caputo, aunque sí al Secretario del Tesoro de Estados Unidos. Las declaraciones de Scott Bessent, y las promesas aún no del todo claras respecto a la magnitud, las condicionalidades y plazos de la ayuda financiera, propiciaron un shock de confianza. Un importante alivio para un gobierno que parecía groggy, pero que está lejos de despejar las grandes incógnitas y de exorcizar la profunda incertidumbre que se cierne sobre la presidencia de Milei, algo que queda en evidencia si se analizan algunas cuestiones puntuales tanto en lo político como en lo económico. En primer lugar, si bien es cierto que entre el lunes y el jueves hubo una rápida respuesta de los mercados al anuncio del apoyo estadounidense, y que ello le puso freno a la corrida y a la escalada del riesgo país, el viernes se volvieron a registrar algunas turbulencias que, aunque significativamente menores que las de la semana anterior, dan cuenta de que no hay señales nítidas de estabilidad. En segundo lugar, porque aún ante la falta de claridad en relación a la “letra chica” del acuerdo con Estados Unidos, de las propias declaraciones del Secretario del Tesoro se desprende que una de las supuestas condicionalidades es la de forjar un acuerdo de gobernabilidad. El problema, en este caso, es evidente: no solo porque la “política”, la negociación y la búsqueda de consensos no son ni atributos del Presidente sino incluso conceptos que se dan de bruces con el propio credo libertario, sino porque el propio gobierno, al enfrentarse con los gobernadores con armados electorales propios en las provincias y con la disputa por los fondos, y al elegir un camino de confrontación e intransigencia en el Congreso de la Nación, no encuentra un camino despejado en ese plano. Menos aún en el tramo final de la campaña electoral. En tercer lugar, porque si bien las promesas de Trump fueron -al menos por ahora- suficientes como para calmar las turbulencias en los mercados, de las declaraciones de Bessent pareciera desprenderse que el acuerdo formal se gatillaría en función de los resultados electorales. Y, a esta altura está más que claro que el escenario electoral pareciera seguir deteriorándose aceleradamente para el oficialismo. Lo cierto es que si bien está claro que la promesa del salvataje del “amigo americano” no solo representó una bocanada de aire fresco para el gobierno, sino una oportunidad para recuperar iniciativa, control sobre la agenda y protagonismo de Milei -todas capacidades que el gobierno había ido perdiendo en el último semestre-, el gran interrogante radica en cómo el gobierno podría convertir lo que parece un shock de confianza de los mercados en un renovación de expectativas ciudadanas. Aquí residen varias de las principales incógnitas respecto a lo que viene, no solo en estas cuatro semanas de campaña, sino incluso después de conocerse un resultado electoral incierto. ¿Está Milei a tiempo de cambiar para construir esos acuerdos que le reclamaron en Estados Unidos y, más inquietante aún, está dispuesto a hacerlo? ¿Cómo recrear expectativas en una sociedad golpeada por una situación económica que no se modifica en nada tras el “salvataje”? ¿Qué pasará con los mercados si el oficialismo no consigue un resultado electoral favorable? En un contexto en donde está claro que la ayuda prometida por Trump podría aportar dólares que hoy el gobierno no tiene, pero que ello no garantiza los votos que Milei necesita en octubre, llama poderosamente la atención cierta euforia y actitud auto celebratoria que parece primar en el presidente y su círculo más estrecho, como si el salvavidas del “amigo americano” fuese uno más de los reconocimientos y premios de dudosa especie de los que tanto se jactó durante su primer año de mandato, y no una inédita ayuda cuasi providencial ante una situación dramática. Si bien Milei logró salir de una situación que parecía terminal, y ello le da la chance de poder intentar ajustar su estrategia electoral para encarar la campaña sin tener que afrontar al mismo tiempo una crisis cambiaria, resulta difícil pensar en que el panorama pueda alterarse significativamente como para torcer el destino de una elección en un contexto en donde las condiciones estructurales que podrían explicar la derrota bonaerense del 7 de septiembre permanecen incólumes: una economía en recesión nuevamente por segundo año consecutivo, un derrumbe en el consumo y las expectativas, el empleo privado planchado en los niveles de 2015, y el salario en los niveles más bajos de la última década. Así las cosas, parece inverosímil creer que “lo peor ya pasó”, como aseguró el Milei cuando anunció el proyecto de presupuesto 2026, y que una estrategia electoral que ponga en valor todo lo hecho para explicarle a los votantes que “el esfuerzo vale la pena” pueda ser un factor persuasivo en este contexto. Por ello, en un escenario en donde igualmente el oficialismo, de materializarse un escenario de tercios imperfectos, podría aspirar igualmente a obtener un resultado que aunque alejado de la meta autoimpuesta de “pintar el mapa de violeta” con 40 o 45% podría ser “digno” (incluso aspirando a ser la fuerza “más votada”), la clave estará en ver cómo ese resultado podría proyectarse como un piso de legitimidad para realizar cambios y relanzar la gestión, en lugar del disciplinador de adversarios o el “efecto alineamiento” que imaginaba Milei hasta hace poco tiempo.
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