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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 27/09/2025 06:48
No se crean que un libro que se llama El poder de la cultura va a hablar de cosas románticas, de eso que la cultura nos hace en la cabeza y en el corazón, de eso que nos hace en el cuerpo y nos comunica con los otros. O sí, bueno, un poco sí. Pero, sobre todo, este libro que escribieron Nathalie Peter Irigoin y Facundo de Almeida habla de política, de números de relaciones entre países, de gestión cultural. Cuando dicen “poder” quieren decir “poder”. Por eso, empiezan diciendo: “El poder de la cultura es uno de los arcanos de la actividad diplomática. Desde los regalos de los emisarios de los reyes hasta la influencia global de las celebrities, la cultura está presente en nuestra concepción del mundo y de la otredad”. Eso: cruce entre relaciones y formas de entender el mundo. De eso se van a ocupar Peter Irigoin y Almeida. Que vienen, claro, de la diplomacia y la gestión. Almeida es argentino y fue parte de la sección cultural de la Cancillería y de la sección internacional de la Secretaría de Cultura. En 2011 cruzó el charco y se fue a Montevideo a dirigir el Museo de Arte Precolombino e Indígena. Allí se quedó y hoy es, además, consultor del Ministerio de Relaciones Exteriores del Uruguay. El poder de la cultura,una mirada de gestión y relaciones internacionales Peter Irigoin es uruguaya, diplomática de carrera, estuvo en organismos multilaterales y en las embajadas de su país en Austria y Estados Unidos, y enseña en Internacionalización de la cultura en la Universidad de la República. Con ellos conversó Infobae. -Hay una idea de la que se habla en el libro y es la de “soft power”, o “poder blando”. ¿Podrían explicarla? Facundo: -El “soft power” es un concepto central en la teoría contemporánea de las relaciones internacionales. Fue acuñado por el politólogo estadounidense Joseph Nye a finales del siglo XX como una forma de explicar que el poder de un Estado no depende exclusivamente de su capacidad militar o económica –lo que se conoce como hard power–, sino también de su capacidad de atracción y persuasión. Nye propuso el soft power en contraposición a la idea tradicional de poder como coerción. Enonces, el soft power consiste en influir en las preferencias y conductas de otros actores internacionales mediante la credibilidad, la reputación y el atractivo de la cultura, los valores políticos y las políticas exteriores de un país. En términos sencillos, se trata de que otros hagan lo que deseamos porque quieren hacerlo, no porque los obligamos. Este cambio de paradigma es fundamental en un mundo en el que la interdependencia económica, las redes digitales y la opinión pública global limitan cada vez más el uso de la fuerza. Hoy vemos que las guerras, la expresión más extrema del poder duro, no se libran solo en el campo de batalla, sino también en las redes sociales y en los medios de comunicación. K-pop, un ejemplo de trabajo cultural. (REUTERS/Kim Soo-hyeon) Esto además es fundamental -y casi, te diría que la única opción- para los países de menor poder relativo en términos económicos y militares. En el libro se demuestra que trece países concentran el poder duro en el mundo, es decir, que para los otros Estados -casi todos- la única opción de incidir en el escenario internacional es a través del poder blando. La mención de Nye merece una anécdota del proceso de escritura de este libro. Fue sin dudas uno de los teóricos más relevantes del siglo XX y con Nathalie, se nos ocurrió que era una buena idea -aunque medio disparatada, por ser un personaje tan importante-, proponerle que pudiera escribir algunas palabras sobre nuestro trabajo. Pero para que tengan una dimensión, quienes no lo conocen, era como pedirle al Papa que escribiera algo porque estábamos preparando un libro sobre religión, o a Messi o a Luis Suárez, para uno sobre fútbol. Sin embargo, con intentarlo no perdíamos nada. Nathalie consiguió su email y le escribimos, como quien tira una botella al mar. En un par de horas recibimos una respuesta muy afectuosa y alentadora, pero nos contaba que acababa de fallecer su esposa y que estaba muy triste después de haber compartido 65 años de vida. A los pocos meses falleció él. Al menos, nos quedó la emoción de saber que Joseph Nye se enteró y nos alentó, para que, desde el sur del sur, publicáramos esta obra. -¿Los países periférico tienen alguna posibilidad de influir culturalmente en el mundo? Nathalie: - Sí, absolutamente. Si bien es cierto que los países periféricos enfrentan desafíos importantes -como mercados locales pequeños, menos acceso al financiamiento o dificultades en la distribución- también es cierto que han surgido muchísimos fenómenos culturales con impacto global desde estos lugares. Y hoy, con internet y las plataformas digitales, esas posibilidades son mucho mayores. Un creador uruguayo, por ejemplo, ya no necesita pasar por los grandes centros culturales del mundo para tener proyección internacional. Puede llegar directamente a audiencias globales. Y eso ya está ocurriendo: tenemos músicos, escritores y cineastas que están siendo vistos, leídos o escuchados en distintas partes del mundo. Bienal de Venecia, donde los Estados muestran su arte. (AP) Ahora bien, para que ese potencial realmente se consolide, no alcanza solo con talento -que en Uruguay es abundante-, sino que hace falta un ecosistema que lo apoye. Porque la creatividad está bastante bien repartida en el mundo; lo que no está repartido de forma equitativa son las oportunidades para hacer visible esa creatividad. Por eso, ahí entran en juego el apoyo institucional, las redes internacionales, la inversión en cultura. Esos son los factores que hacen la diferencia entre tener talento y poder transformarlo en influencia cultural real. -Muchas veces se discute si un Estado en crisis, como muchos, debe financiar artistas o si se están manteniendo hobbies. ¿Hay algún dato objetivo en un sentido o en otro? ¿Qué recomendarías para los países latinoamericanos? Nathalie: - Te contesto con datos, porque desde mi punto de vista ahí no hay mucho margen para discusión: la economía creativa no es un lujo, ni un gasto superfluo. Es un sector estratégico, con impacto económico real y con un potencial enorme de desarrollo. Según el último informe del BID, este sector genera ingresos por más de 2.250 millones de dólares a nivel mundial, representa el 3% del PBI global y da empleo a más de 30 millones de personas. En América Latina y el Caribe, hablamos de ingresos por 124.000 millones de dólares, el 2,2% del PBI regional y cerca de 2 millones de puestos de trabajo. O sea, no estamos hablando de hobbies: estamos hablando de un motor económico con peso propio. Y lo interesante es que, incluso en contextos críticos como la pandemia, la economía creativa mostró una resiliencia notable. Muchos sectores -el cine, la música, los videojuegos, la televisión- no solo resistieron, sino que crecieron gracias a la innovación digital. La oferta de contenidos culturales en plataformas digitales se multiplicó. El consumo cultural creció en la pandemia. (EFE) Pero además del impacto económico, hay otra dimensión que para mí es clave: la inclusión social. La economía creativa genera empleo diverso, calificado y con capacidad de integración. Abre oportunidades especialmente para poblaciones que históricamente han estado excluidas del mercado laboral tradicional: jóvenes, mujeres, afrodescendientes, pueblos originarios, personas LGBTQ+. Esto tiene mucho que ver con la lógica más colaborativa, más abierta, que tienen las industrias culturales. Entonces, América Latina no solo tiene talento de sobra, sino también una oportunidad enorme. Pero para aprovecharla del todo, tenemos que sacarnos de encima ciertos prejuicios viejos, que siguen viendo a la cultura como un gasto, cuando en realidad es un sector clave para el desarrollo económico y social de la región. -¿Cómo analizan los fenómenos del K-pop o del trap? Facundo: - Corea del Sur es un ejemplo de una acción doble de diplomacia cultural y de internacionalización de la cultura porque ha logrado instalarse como una potencia cultural a nivel global. Es un país que en pocas décadas ha logrado cambiar su imagen y ser reconocido a nivel global a través del audiovisual, la música y la literatura. El cine y las series coreanas son ejemplo de lo primero, el K-pop de lo segundo y la reciente Premio Nobel, de lo tercero. Lo interesante es que atrás de ese posicionamiento internacional a través de la cultura no solamente hay talento -muchos países tienen talentosos artistas-, sino que hay una política pública sostenida y articulada. Todas las embajadas de Corea en el mundo organizan anualmente un concurso de K-pop en sus países. Más allá de su relevancia, el trap no parece haber impactado en la imagen de los países. (Buenos Aires Trap) Yo lo vivo personalmente en Uruguay -quiero decir que soy casi experto en BTS, porque tengo una hija fanática- y, cuando se presenta el K-Pop World Festival en Montevideo, se llenan salas con cientos de adolescentes. Cuando el Embajador sale a dar su discurso lo reciben con alaridos, como si fuera una estrella de rock. Creo que eso solo sucede en el mundo con los embajadores de Corea del Sur. Pero esto también tiene un correlato en la internacionalización de la cultura. La exportación de bienes y servicios culturales tiene un impacto enorme en la balanza comercial de Corea, pero también tiene impacto en otros sectores de la economía y del comercio internacional. Buena parte del turismo receptivo de ese país se explica por este fenómeno cultural y también derrama en las exportaciones de otros sectores como los alimentos, los dispositivos móviles y la tecnología, el maquillaje, entre otros. Cada vez que visito Buenos Aires, tengo que ir a un local en Puerto Madero que vende productos coreanos porque mi hija me pide la comida o el café que “toman” los integrantes del BTS. El trap me da la impresión que no ha tenido el mismo impacto a nivel de imagen país -más allá de su relevancia en el sector de la música-, y aquí va una de las diferencias entre diplomacia cultural e internacionalización de la cultura. Una expresión artística puede tener un gran impacto de público y comercial y eso no estar asociados tan directamente a la imagen de un país, ahí es donde hay un trabajo fundamental de las Cancillerías y las Embajadas. Corea es un gran ejemplo. Pero también es importante destacar que ese rol tiene que ser articulado con otros sectores. Para la presentación en la Feria Internacional del Libro de Montevideo no elegimos diplomáticos ni académicos, sino a una periodista, a María Lorente, directora de AFP América Latina, porque queríamos una visión experta, pero desde fuera de la disciplina, pero que a la vez mostrara ese carácter público y de difusión que tiene esta rama de las relaciones internacionales. -¿Qué otro aporte te parece que hace el libro? Facundo: -Tratamos de que el libro tuviera un sustento teórico, pero también práctico y operativo, por eso le agregamos ideas para el diseño de una estrategia de diplomacia cultural, pero también una cuarta parte que es un manual básico para gestores culturales internacionales. La idea fue, pensando ya no solo en los teóricos o en los hacedores de políticas públicas, sino en los gestores culturales y en los artistas, decir, bien, ya me contaste el “por qué”, ahora explícame el “cómo”, y allí damos algunas ideas. Por supuesto, hay mucho más para decir -se podrían escribir uno o más libros enteros sobre ese tema-, pero quisimos dejar algunas ideas, desde nuestra experiencia personal, del modo en que se puede encarar la gestión cultural en el ámbito internacional. En este punto quiero dejar una nota personal, mi reconocimiento al Embajador Claudio Giacomino, hoy embajador de Argentina en Noruega, porque el me brindó la primera formación teórica -y también práctica- sobre estos temas, a Teresa de Anchorena, con quien lo llevamos a la práctica durante muchos años, y a Thomas Lowy, gran gestor cultural uruguayo, con quien reflexionamos y discutimos mucho sobre las enormes posibilidades de los países latinoamericanos en este campo.
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