26/09/2025 04:58
26/09/2025 04:58
26/09/2025 04:57
26/09/2025 04:56
26/09/2025 04:56
26/09/2025 04:55
26/09/2025 04:54
26/09/2025 04:53
26/09/2025 04:52
26/09/2025 04:52
Parana » AnalisisDigital
Fecha: 26/09/2025 03:06
Nada es lo que parece. Nada es creíble. Lo real no importa, es imperfecto. No se pretende modificar la realidad ni transformarla, sino inventarla, corregirla, y forzar el asentimiento público de una depuración que encaje con el nuevo mapa de la “verdad”. Nos embarga la sensación de que vivimos en un realidad que no está disponible para nosotros. En una “fiesta” a la que no estamos invitados, que no sea en su condición de personal de servicio, sirviendo las copas, los canapés, y regresando al sitio que nos fue asignado, obligados a producir cada vez más, a consumir cada vez más, a bajar la cabeza cada vez más, a costa de vivir alienados para evitar que el sistema se derrumbe. En esta nueva intemperie, donde ya no vemos lo que queremos ver sino lo que nos dicen que debemos ver, vivimos abrigados al calor de este nuevo capitalismo disruptivo, transformador, tecnócrata y desregulador. Y ahí están los pibes, que lo absorben todo. Han dejado la pelota por el bitcoin, y con muchas ganas de ser Ceos con mentalidad de tiburón. Han sustituido el sentido de pertenencia por el individualismo obsceno, la solidaridad por el narcisismo, deambulando por esta sociedad de la interpretación, del engaño, de la impostura y la obscena riqueza. Sabemos muy bien que el poder de algunas ideas poco tiene que ver con la verdad que contengan, pero por qué parecerte a Mastantuono si quieres reconocerte en Jeff Bezos, “Adolf” Musk o Mark Zuckerberg, más cuando hoy el cariño se compra en Amazon. No es esto lo que la sociedad posmoderna les está pidiendo a nuestros hijos. Es que el modelo aprieta. Se nota que es gente que sabe, que aprieta bien. Embisten y embisten, duela lo que duela, sangre lo sangre. No lo hacen solos, los acompaña la banca, los mercados, las empresas, los medios afines. Todos juntos, apretando. Está para gritarles, “no me lean mis derechos, léanme sus privilegios”. Aunque sea difícil de entender en sociedades donde creemos que el éxito es fruto exclusivo de nuestra virtud, quizás nos ayude el enfoque de John Rawls: si una sociedad premia que yo sea hábil dándole patadas a un balón, ¿no tiene esto más que ver con la fortuna que con mi talento? Pero el fútbol es un concepto totémico asociado a nuestra identidad, por momentos intocable, donde la pasión se lleva por delante, en más de una ocasión, la racionalidad. Hay identidades que se “fabrican” por amputación, algo que reproducen muchos futbolístas de éxito, arrancándose una parte de lo que fueron. Uno recuerda la expresión de esa estrella rutilante del fútbol internacional llegado de la pobreza y condenado por evasión fiscal: “Voy a pagar, pero dejen de robarme”, a lo que el portavoz del sindicato español de Técnicos del Ministerio de Hacienda (GESTHA) le contestó con ironía: “Un robo que permite construir escuelas y hospitales”. Los pibes ya no quieren jugar a la pelota. La vida adolescente se ha convertido en una gestora de la realidad en vez de creadora de realidades, en una forma de estar en el mundo distinta a la de antes, pero sin cambiar los mundos mentales, las estructuras de dominio que nos apresan. Y todo sucede a plena luz del día, y no reaccionamos porque la realidad es un espectáculo delirante, una invitación a normalizar la pesadilla para sumirnos en la confusión política, cognitiva y ética, sometidos bajo esas perversas libertades liberales que liberan tan poco. (*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979.
Ver noticia original