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  • Misiones jesuitas, ¿imperio o república?

    » Elterritorio

    Fecha: 24/09/2025 09:45

    miércoles 24 de septiembre de 2025 | 6:00hs. El 28 de agosto pasado, en la Biblioteca Popular Posadas, asociación civil empeñada en difundir lectura, educación y cultura; intelectuales presentaron un proyecto a realizar sobre la ‘Edición Crítica de El Imperio Jesuítico’, ensayo elaborado por Leopoldo Lugones a pedido del ministro Joaquín V. González durante el gobierno de Julio Argentino Roca en 1902. ¿El contenido del libro? Un escarnio sobre la cultura misionera, jesuita y guaraní. El eximio escritor cordobés, que en su juventud fuera izquierdista y fundador con José Ingenieros del periódico socialista La Montaña, se suicidó bebiendo cianuro el 18 de febrero de 1938. Trágico final para quien recorriera las Ruinas Misioneras y diera numen para escribir su obra detractora. Inmolación que también hiciera un año antes el joven fotógrafo que lo acompañara, Horacio Quiroga, bebiendo igual brebaje el 19 de febrero de 1937. Confeso anticatólico, festejó la revolución del general Uriburu que desalojara al presidente radical Hipólito Irigoyen en 1930. Y virando el poncho de socialista a fascista escribió a favor del golpe, cuando antes había publicado su antidemocrática asonada “ha llegado la hora de la espada”, que dio pábulo para los sucesivos golpes militares en Argentina. Con esos antecedentes aquel gobierno de facto encomendó a Lugones la redacción de la proclama revolucionaria que gustoso realizara. Pues bien, este gran hombre de las letras, anticatólico y antisemita confeso, escribió aquel libro encomendado en 1902 con título draconiano: El imperio jesuítico. Por supuesto lo leí y siendo profesor del Instituto del Profesorado Ruiz de Montoya, conversando sobre el tema con el rector, reverendo Jorge Kemerer, me expresó: “No dé importancia, el verdadero héroe misionero es Antonio Ruiz de Montoya”. A partir de allí estudié a Ruiz y a los jesuitas en Misiones, cuyo resultado lo volqué en el libro ‘Misiones la República Utópica de los Jesuitas’, cuyo final se da en Caibaté En ese lugar, en febrero de 1756, se libró la última batalla de la guerra guaranítica. En la oportunidad, el cura Sebastián Gamarra le envía una última carta al Padre General Aloysius Centurione con asiento en Roma, dando resumen de la República Jesuita y Socialista de las Misiones que fenece: “Cuando usted reciba la presente ya no estaré en este mundo, aunque sí estaré en el lugar que todo cristiano anhela residir después de muerto. Ignoro el momento porque lo mío no es un suicidio, pero presumo que será en unos días en el campo de batalla. Mi intención primaria es pedirle disculpas por no haberme despedido en el mismo momento en que decidí regresar a esta tierra, que a la vez es mi patria de adopción. Tenía presente que, de haberlo hecho, usted me habría reprochado mi deserción del Ejército Jesuita, lo cual habría generado largas discusiones e interpretaciones políticas y filosóficas que en ese momento de crisis moral no estaba en condiciones de tratar. En mi concepto, he abandonado mi puesto en la Orden, ¡no en el Ejército de Cristo!, pues por encima de toda organización, primero está Él y sus divinos mandatos que nos enseñan a amar al prójimo y a defender por siempre a los más desvalidos; en este caso, a hombres y mujeres de las Misiones acosados por la insolencia de reyes inmisericordes. ¿Recordáis la bienaventuranza del Señor que nos dice que los mansos poseerán la tierra y los pobres el reino de Dios? Los misioneros son seres pacíficos con hambre y sed de justicia; sin embargo, la jerarquía de la Orden no se comportó con la entereza comprometida al aceptar el trueque de los siete pueblos allende el Río Uruguay, y permitir la expulsión de sus habitantes. No me permitiré juzgar al hombre que dirige la Compañía, ¡no, por favor!; digo nada más que al aceptar la excesiva presión del mandato del rey, os habéis puesto en lugar incómodo. Y yo, ante la alternativa de seguir en Roma, decidí por propia voluntad ponerme al lado de mis hermanos que estaban sufriendo el agravio del desalojo ¡de lo que siempre fue suyo! Lo terrible no es solamente la relocalización obligada, sino el haber destruido un modo de vida distinto, el que Tomás Moro describió en su libro Utopía y que en las Misiones se hizo realidad. Utopía es un país inexistente, imaginario, ideal, fundado en la justicia, la bondad y en la ecuanimidad bajo mínimas leyes. Una sociedad cuyos principios básicos sostienen la libertad, el bienestar general y la solidaridad. El lugar donde no existe la avaricia, la codicia, ni la propiedad privada. En Utopía, trabajo y descanso son obligatorios y lo que se obtiene de la producción comunitaria se distribuye según la necesidad de cada uno. Allí, el núcleo familiar es sostén de la sociedad y a los ancianos se los respeta venerablemente, pues gozan de cuidados especiales y revisten de consejeros sociales. Utopía está ubicada en una isla donde cohabitan cincuenta y dos pueblos con el mismo principio de vida, (las Misiones tiene treinta con igual precepto). Si cerrarais vuestros ojos y dejarais volar la imaginación tratando de cotejar las características de estos dos Estados, Utopía y las Misiones, os aseguro que no hallaríais diferencia. Y si cotejarais estas repúblicas de iguales con las del mundo civilizado de los blancos, comprobareis que existen diferencias extraordinarias. Allá, en la civilización, la envidia, la avaricia, la traición, la falta de libertad, la injusticia y la pobreza están a la orden del día. La ambición desmedida y las intrigas corrompen los sectores del poder y allí nadie puede estar seguro del lugar que ocupa. El hijo del rey asesina al padre por la corona, o el rey mata a tal pariente para que herede el preferido, y hasta decapita a su mujer para casarse con la nueva agraciada. Si hablamos de los círculos subalternos, el Canciller, los ministros, funcionarios y hasta el mínimo ordenanza temen caer de su pedestal y ser sustituidos por otros expectantes conspiradores. Así viven temerosos. Estimado Padre General, con este mi escrito os revelo el estado de mi espíritu y la felicidad que embarga mi corazón al haber podido encontrar en la selva mi rincón en el mundo como soldado de Cristo. Lleno estoy de dicha sin igual al exponer que el bienestar general se construye cuando hay buena voluntad en sus habitantes, que aquí en las Misiones Jesuitas se ha logrado como Estado independiente. Allá, afuera, los gobernantes tendrán que luchar muchísimo por hallar el principio de entendimiento entre los hombres que aquí se ha logrado; repito, el principio de entendimiento que los guíe a la senda de la construcción del bien común. Con esto me despido, rogando de todo corazón que sigáis encontrando en nuestro Señor Jesucristo la fortaleza que todo cristiano necesita. Padre Sebastián Gamarra”.

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