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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/09/2025 04:41
Informe - Perritos “Te presento a Pito lindo. Hace unos seis años más o menos que vive en la calle. Es un perro que nadie quiere porque es bastante antisociable. Me costó muchísimo que confiara en mí”, cuenta Vanesa Moreira, rodeada de canes que se acomodan sobre colchones y canastos improvisados a la entrada de su bazar. “Acá encuentran reparo y no están deambulando por todo el pueblo. Así los puedo castrar y vacunar. No son perros que muerden ni agreden. Por eso la idea es conseguirle una familia a todos los que podamos”, explicó. Vanesa es la dueña del bazar Los Mellis, ubicado en San Vicente, provincia de Buenos Aires. Cada noche deja en la puerta del local camitas y mantas para los perros callejeros. “Son perros de la calle que no tienen familia. De algunos sabemos las historias, de otros no. Algunos se han mudado y los abandonaron. En otros casos el perro crece, ya no les sirve y lo tiran a la calle”, relató. La rutina de esta comerciante implica dedicación y ternura. Los nombres de los perros ya son famosos en San Vicente: la Rubia, la Morocha, Sabina, Catrasca y Banana son el staff fijo. “Yo siempre digo: ‘este perro no cuida campos, no cuida casas. Es un perro, hay que darle amor, hay que darle cariño, el respeto y el lugar que necesita el animal’”, afirmó. “Me dicen la loca de los perros, pero esta locura la voy a seguir haciendo porque es un problema mucho más profundo que pasa en San Vicente y en toda Argentina”, advirtió Vanesa sobre la cantidad de perros que deambulan en la calle. Así duermen los perritos sin familia de San Vicente El origen de una “locura” necesaria El bazar no solo se reconoce por los productos que ofrece a sus clientes sino porque en su entrada siempre hay mantas, colchones y cestos donde descansan perros callejeros. “Estamos en la zona comercial del pueblo y hay muchos perros sueltos. Yo les doy una galletita o un bizcochito, y se quedan dos horas, cuatro horas... y al otro día ya están acá de nuevo”, explicó la dueña del local. Todo comenzó como un gesto espontáneo. “Cuando nos mudamos a este bazar que tiene un techo grande, empecé a poner un cartoncito para Pito lindo, que fue el primero que se quedó. Pero rápidamente se fueron multiplicando y dije: ‘¿Y ahora qué hago?’ Es el día de hoy que les sigo dando amor”, señaló. La historia de Pito lindo es la piedra fundacional de esta misión. Vanesa aún recuerda el primer encuentro: “Lo conocí muy lastimado y le puse ese nombre porque tiene una enfermedad que hace que tenga el pene al descubierto. Yo digo que el perro me vino a pedir ayuda y se instaló acá. Ya es su lugar. Duerme, come y está siempre acá”. Desde ese momento, la rutina fue tejiéndose lentamente. “Primero con un cartón, después con unos canastos donde viene el pan, con unos colchones que saqué de casa. Al principio eran uno o dos, y un día ya eran como siete o nueve que encontraban en esta vereda, su lugar para venir a dormir”, remarcó. El esfuerzo no solo es personal, se transformó en un pequeño fenómeno del pueblo. “La gente abre la puerta y dice: ‘¡Qué bueno, gracias chicos!’. Nos han donado: colchones, sábanas y comida. El amor que recibimos es impresionante. Pero también hay dos o tres personajes que han venido a amenazarnos con que me los iban a matar a palos”, denunció Vanesa. Sin embargo, para ella no es una elección dejar de cuidarlos. No se trata de un método, ni de un plan sino de responder a una necesidad real. “No fue una idea que un día me levanté y dije: ‘voy a rescatar perros’. Ellos vienen a mí y yo no puedo hacer la vista a otro lado. Empecé con un colchoncito”. Así, una “locura personal” se transformó en refugio y símbolo de respeto, gestando una dinámica comunitaria destinada a “conseguirle una familia a todos, pero con adopción responsable”. "Empecé con un colchoncito y ahora ya son nueve perritos", contó Vanesa Los perros que encontraron un hogar Para Vanesa, muchos de los canes que llegaron a la vereda del bazar eran “invisibles”. Nadie sabía muy bien de dónde venían o cuánto tiempo llevaban sobreviviendo en las calles de San Vicente, pero de golpe, dormir juntos y a la vista de los vecinos les cambió la vida a ellos, y también a la comunidad. “No te podría explicar cómo es, es algo que me nace espontáneamente, no tengo un método. Los perros aparecen solos… porque hay comida, agua fresca y un lugar donde ellos se acuestan y nadie los patea ni les tira agua caliente. Obviamente, el perro se siente seguro acá”, relató la comerciante. Ella los nombra uno por uno como si fuesen miembros de una extensa familia. “Han llegado a ser nueve en total, pero los que veo todos los días son cinco. Son perros del pueblo que no vamos a lograr conseguirle una familia porque se escapan o porque no la pasan bien fuera de su rutina”, explicó. Aun así, cada caso es distinto. “Cuando conocí a Catrasca, además de hambre, tenía sarna, un olor que todo el mundo lo echaba. Era suicida, se ponía en el medio de la calle y le tocaban bocina. Fue un trabajo de casi tres meses lograr que confiara. La entrega de ese perro, que vino acá sin ganas de vivir, lastimado en el alma, el corazón y el cuerpo... de a poquito, con un mimo, con un besito me fui ganando su confianza. Un perro que era todo agradecimiento”, detalló. La adopción para Vanesa es una meta deseada, pero sabe que no siempre es posible. Para los perros más viejos o independientes, la misión cambia. “La Morocha es la mejor amiga de la Rubia. Hace seis años que vive en la calle junto con su amiga inseparable. Dos veces me la llevé a casa. Yo vivo a 5 kilómetros de acá y las dos veces se escaparon, caminaron por la ruta y volvieron a la plaza. Ese es su espacio. Esto es lo que las hace felices. Tienen sus camas en particular, no duermen en cualquier cama”, remarcó. La Rubia y La morocha descansan en la puerta del bazar Un refugio en el bazar: rutinas, amenazas y solidaridad Lejos de ser solo un comercio, el bazar funciona como refugio improvisado. Allí, perros y humanos comparten una rutina marcada por los gestos de afecto y la organización. Vanesa lo describe con sencillez: “A la mañana, tipo 7.30, vengo, levanto todo, barro y cambio las sábanas todos los días. En invierno tienen frazadas y ahora, en primavera, sabanitas de algodón para que no transpiren. Ellos se lo merecen”. El compromiso y la solidaridad del pueblo se hace notar. “Estos colchones los han donado los vecinos”, contó Vanesa y resaltó un lazo comunitario que no siempre fue fácil. “Hubo dos o tres personajes que vinieron a amenazarnos, que me los iban a matar a palos. Primero vinieron a decir que los perros ladraban y no podían dormir. Llegaron a amenazar a mi hija que atendía el bazar”, recordó. A pesar de los conflictos, Vanesa decidió continuar y redobló las medidas de protección. “Puse una cámara que apunta a donde están los colchones. Así, desde mi casa, una vez que cerré, los puedo observar y veo los movimientos. Mi familia también está más atenta, mirando las cámaras, esperando que no sea nada grave”, confesó. Pero su sentido de responsabilidad es inquebrantable. “Lo único que yo te aseguro es que el perro está vacunado, está castrado y yo me hago responsable de ellos, ya que nadie lo hizo. Siempre que no se los moleste, porque también veo por las cámaras cómo algunas personas, a propósito, cuando pasan por acá frenan y aceleran el doble”, reclamó. Vanesa asume su rol en el vecindario, pero se sincera: “No es normal tener perros en la vereda de un comercio, pero tampoco es normal que uno los vea atropellados en la calle o con la pata rota. Esta es mi locura y la voy a seguir haciendo. Porque ellos me dan solo satisfacciones. No existe el rencor en ellos. Seguramente otro humano como yo los tiró a la calle y sin embargo deciden confiar en mí. El perro es todo fidelidad, todo amor, no tiene ninguna contra”, opinó. “Ojalá esto genere conciencia, que todos podamos darle un espacio a un perrito en la calle. No te pido adoptarlo, pero un espacio, un poquito de comida, una vacuna, un poco de amor", pidió la comerciante Historias de rescate, vínculo y segunda oportunidad En el bazar Los Mellis, cada perro que llega trae consigo una historia de abandono y resiliencia. Vanesa conoce bien la transformación que experimentan. “Muchos buscan paz, es decir, tener la tranquilidad de que se acuestan a dormir y no les hacen daño. Y lo consiguieron en esta vereda”, aclaró. La llegada de nuevos animales es un proceso cargado de observación y paciencia. “Vienen solos. Algunos pasan al local, otros prefieren no entrar, la puerta es su límite. Yo les digo: ‘Buen día, ¿cómo estás amor?’ Me agacho, le doy un beso, y el perro te entrega el alma”, reconoció. El trabajo de socialización y sanación es intenso, y los pequeños logros la emocionan. “Yo digo que el perro llega y no te puede contar su historia, no te puede contar a qué le tiene miedo. En casa tengo una que tiraron en la esquina con un cinturón humano atado al cuello. Hace casi tres meses que la tengo y todavía tiene miedo a los movimientos bruscos”, explicó. A pesar del dolor y el daño que traen, la mayoría de los perros logra florecer en la puerta de su comercio. Y aunque la adopción no siempre es posible, se esfuerza por lograr que cada uno encuentre un futuro mejor. “Ojalá esto genere conciencia, que todos podamos darle un espacio a un perrito en la calle. No te pido adoptarlo, pero un espacio, un poquito de comida, una vacuna, un poco de amor”, pidió. “No es normal tener perros en la vereda de un comercio, pero tampoco es normal que uno los vea atropellados en la calle o con la pata rota", remarcó Vanesa Entre el desgaste y la esperanza: una vocación sin final El día a día de Vanesa está marcado por la entrega y la esperanza. “Hace más o menos dos años que tenemos los colchones en esta vereda. No es un trabajo fácil. El desgaste físico y emocional se suma a la presión social. “Tengo siete perros en mi casa. Todos de la calle, el descarte, como digo yo, el que nadie quiere, el que no es de raza, el que es viejo, las embarazadas… La mayoría primero elige el kiosco, que tiene unas camas atrás, y después empiezan a salir de a poquito”, explicó. Ante la pregunta sobre el futuro, su respuesta es contundente: “Voy a rescatar perros toda mi vida porque siento que esto no se va a terminar nunca”. Es que la esperanza se renueva con cada historia de rescate, con cada perro que, tras años en la calle, encuentra finalmente un poco de paz, una caricia y una camita donde pasar la noche. “Voy a rescarar perros toda mi vida. Sigo dando amor, los cuidados que requieren, castraciones, curaciones, vacunas”, explica Vanesa. La adopción responsable y el llamado a la conciencia Convertida en referente local, Vanesa insiste en que su objetivo va mucho más allá del refugio: busca contagiar una conciencia distinta y promover la adopción responsable en San Vicente. Sabe que aún con la mejor de las voluntades, el abandono es difícil de revertir. Pero su lucha es intensa. “Me gustaría decirte que todos encuentran final feliz, pero a veces vuelven o no se adaptan. Algunos eligieron volver a la plaza, a su espacio de siempre. La felicidad para ellos no siempre es una casa con techo, a veces es la libertad controlada y el cariño de la vereda”, aclaró. Sin embargo, Vanesa persiste en el mensaje: “Yo invito a que por favor la gente castre. La castración es gratuita y así evitamos este sufrimiento. Los perros que llegan acá no tienen nada, y si alguna vez lo tuvieron, lo perdieron vagando”. Esa simple invitación, nacida en la vereda del bazar, se replica en cada gesto solidario de los vecinos, en la mirada agradecida de los perros y en la esperanza renovada de que algún día la calle deje de ser su único destino.
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