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Concordia » El Heraldo
Fecha: 13/09/2025 20:22
Dueña de un perfil bajo y una humildad que conmueve, “Noe” —como cariñosamente la llaman quienes la conocen— ha dedicado buena parte de su vida a rescatar aves lastimadas, muchas de ellas víctimas de tormentas o de la propia violencia humana. Prefiere el silencio de las acciones concretas antes que la exposición pública, pero su labor habla por sí sola. Docente de profesión, en sus tiempos libres responde sin dudar a cada llamado de auxilio. Se traslada a donde sea necesario para asistir a los pájaros caídos, y los acompaña pacientemente hasta que logran recuperar su vuelo. Lo hace sin esperar nada a cambio, movida solo por una profunda conexión con la naturaleza y un espíritu de libertad que, tal vez, se refleja en cada una de esas aves que vuelve a alzar el vuelo. Aunque por ahora elige mantenerse en el anonimato, su trabajo no pasa desapercibido. Personas de su entorno comienzan a contagiarse de su ejemplo y, sin saberlo, “Noe” está sembrando conciencia y compromiso. Porque, a veces, los grandes gestos no necesitan estruendo. Solo alas. Por eso y conociendo su tarea tan loable es que reproducimos casi un cuento sobre la vida de “Membrillo”, una de sus tantas aves rescatadas. Ads “Alas en mi ventana” El hallazgo Me avisaron una tarde que alguien había encontrado un pichón de paloma tendido al borde de un árbol. Parece que hubo una tormenta y quedó en el piso esperando, quizá a no ser invisible. Siempre hay ojos que ven y sucedió…me avisaron y fui a buscarla. Una cosa diminuta casi con ojos cerrados con algunos pelitos amarillos que son propios de los pichones. Temblando en una caja era apenas un bultito gris con ojos cerrados, demasiado frágil para estar solo en el mundo. La llevé a casa envuelta en mi bufanda, bolsita de agua caliente para que mantenga su temperatura y desde ese día su vida cambió y la mía también. No es fácil la alimentación, el cuidado y sobre todo ser lo más parecido a una “Mamá pájaro”. La puse en una caja con trapos viejos y le hablé suave, como si mis palabras pudieran calmarle el miedo. Le di un nombre: Membrillo, porque me provocaba un mar de dulzura y me traía un recuerdo de mi abuelo que me preparaba ese postre y con las miguitas que se caían mientras cortaba las rodajitas de pan, las juntábamos y después salíamos al patio a dárselas a los gorriones. Jamás imaginé que yo podía cuidar una vida tan pequeña. Ads El cuidado Los días pasaban, y yo aprendía a cuidar de ella como si fuera parte de mí. Tibia comida que se prepara de una manera especial y se asemeja a la de su mamá o papá que en este caso se da por sonda. Al principio apenas se movía, pero pronto empezó a abrir los ojos, a alzar la cabeza, a piar bajito. Nunca había sentido algo así. No era solo cuidar: era acompañar. Ver cómo una vida crece con tu ayuda, cómo confía, cómo depende de vos. Cada vez que me miraba, sentía que entendía algo que no podía decirse en palabras. La libertad Pasaron semanas y meses porque el proceso suele ser más lento si no están con sus padres. Membrillo ya no era un pichón indefenso. Sus alas empezaban a abrirse con fuerza. Saltaba de la mesa al respaldo del sillón, y un día llegó hasta la ventana. Y ahí me di cuenta de algo que venía temiendo desde el principio: no era mía. Nunca lo fue. Solo me necesitó un tiempo. Le hablaba siempre con voz suave sobre la libertad y sobre nuestro vínculo. Cuando necesites “Membrillito volvé, este va a seguir siendo tu hogar siempre”. Un día ya no necesitaste estar adentro de mi casa y ya no hablé casi más con vos solo para dejarte comida en un jaulón donde practicabas vuelo una y otra vez con tanta fuerza. Había llegado el momento de separarnos un poco porque nuestro vínculo era muy fuerte, pero yo entendía que vos tenías que estar con los tuyos. Abrí el jaulón luego de unas semanas cuando alcanzaste la altura suficiente para que nada ni nadie te haga daño. Membrillo dudó. Me miró, con esos ojos oscuros que parecían decir “gracias”, y voló…Se fue. Ads El después Durante días, cada vez que escuchabas mi voz venías a la ventana, Siempre supe que ibas a volver. Pasaron muchas estaciones y un día trajiste tu familia. Hiciste tu nido y nacieron tus pichones y me mostraste que este fue siempre tu hogar. Entrabas a casa por la ventana y seguiste posándote en el bordecito de la silla “que placer tomar mates con vos de mañana temprano” porque no siempre venías a comer a veces simplemente venias decirme que estabas bien. Que seguías volando, pero que no me habías olvidado. “Hablábamos tanto”, a veces hablar es silencio y miradas. Pasaron años y siempre volvías hasta que un día no viniste más a veces la vida tiene esos momentos, pero yo entendí que jamás fuiste mía porque eras libre, eras del viento. Te imagino siempre volando sobre el ceibo de nuestro hogar. Tu amiga que te quiere mucho por siempre
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