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Gualeguaychu » El Argentino
Fecha: 07/09/2025 07:13
El militar retirado Carlos Alejandro Otero compartió en una charla realizada en el Museo Magnasco su experiencia de la travesía conmemorativa del Cruce de los Andes, realizada en 1993. Desde Uspallata hasta Chacabuco, una gesta que sigue enseñando. Domingo, 7 de Septiembre de 2025, 6:15 Por Sandra Insaurralde Alejandro vivió hasta los 17 años a una cuadra de la Escuela Rocamora. Hizo toda la primaria ahí, y el secundario lo cursó en la ENOVA. “A los 17 me fui al Colegio Militar, y egresé con 21 años allá por 1984. Recién volví a Gualeguaychú en diciembre de 2019, cuando me retiré, o sea, pasaron unos 40 años y llegué justo a Gualeguaychú con la pandemia”, comentó el protagonista de esta historia a EL ARGENTINO. Durante su carrera militar alcanzó el grado de Coronel y la mayor parte del tiempo estuvo destinado en unidades y comandos cercanos a la frontera. En particular, en Uspallata, donde sirvió en el Regimiento de Infantería 16 entre 1991 y 1994. “A lo largo de la carrera fui jefe de subunidad independiente, jefe de regimiento, segundo comandante de brigada y jefe de Estado Mayor de un Comando de División. Estos fueron los cargos más importantes que ocupé”. Alejandro, en diálogo con EL ARGENTINO narró cómo sus experiencias lo acercaron al Padre de La Patria y con orgullo mencionó los sentimientos que se sienten al seguir los pasos de San Martín. Otero vivía en Uspallata cuando recibió la invitación para participar en una travesía conmemorativa organizada por el club ecuestre Santiago Paperchase. La propuesta era clara: cruzar la cordillera por el Paso de Los Patos, desde San Juan hasta la Cuesta de Chacabuco, en homenaje al Cruce de los Andes y a la llegada del caballo a América, en el marco de su quinto centenario. “Ya tenía tres años viviendo y trabajando en la montaña, conocía lo que era andar montado en mula, desplazarme a pie por los cerros, y siempre me había atraído la idea del cruce. Así que la decisión fue fácil: tenía ganas de saber cómo era”, contó Alejandro. Pero, recién casado, con dos hijos pequeños, debía dejar a su familia en Uspallata para embarcarse en una travesía exigente y prolongada. La experiencia reunió a unas 60 personas, entre ellas civiles mendocinos, periodistas chilenos, baqueanos del Ejército y mujeres jinetes, e implicó una logística compleja: transporte en mulas, refugios de Gendarmería, campamentos improvisados y enfrentamiento con el soroche, el mal de altura. “Esto fue en 1993 y el cruce tenía dos motivos: uno era homenajear la travesía de San Martín, y el otro, conmemorar el centenario de la llegada del caballo América.” “El paso de Uspallata es más directo. Lo conocía tanto del lado argentino como del chileno, que cae un poco más abrupto. En cambio, en el Paso de los Patos, la logística era más compleja. Nos apoyamos en un grupo de especialistas del Ejército, la Sección Baqueanos de San Juan. También contábamos con el apoyo de dos refugios de Gendarmería Nacional: uno en la salida y otro en pleno Valle de los Patos. Este paso hasta aún hoy no tiene camino. Todo se transportó en cofres de suela sobre albardas. Las mulas son más seguras que los caballos, pero también más tercas”, explicó. San Martín: estrategia, doctrina y logística Durante la charla en el Museo Magnasco, Alejandro buscó resaltar las capacidades estratégicas y tácticas de San Martín. “La estrategia estaba en su cabeza, pero debía traducirse en acciones concretas, con medios limitados. Sin logística, no hay cruce posible”, afirmó el ex militar y Licenciado en Estrategia y Organización. “Antes de Rancagua, San Martín tenía en mente organizar un ejército auxiliar. Pero tras esa batalla, con las tropas chilenas replegadas a Mendoza, hubo que conformar el Ejército de los Andes prácticamente desde cero.” No solo se trataba de planificar el cruce, sino de montar toda la logística necesaria para llegar en condiciones al otro lado de la cordillera. Alejandro destacó, en diálogo con EL ARGENTINO, cómo San Martín descartó avanzar por el Alto Perú: “San Martín había descartado avanzar por el Alto Perú, por las dificultades estratégicas y logísticas que implicaba. Ya había visualizado que la única vía posible era cruzar la cordillera por los pasos que hoy marcan el límite entre Argentina y Chile. Los pasos más importantes eran el de Los Patos y el de Uspallata. El primero, más largo y complejo; el segundo, más directo.” Para organizar el ejército, San Martín montó el campamento de El Plumerillo. “Allí no solo se preparó la logística, sino que se instruyó a las tropas que se iban incorporando. Con su famosa “guerra de zapa”, buscó confundir a las autoridades españolas sobre el paso que usaría el grueso del ejército. Había que llegar bien, concentrar las tropas en los dos pasos principales y dar batalla para entrar a Santiago sin mayores contratiempos.” En este sentido, Alejandro subrayó que San Martín pensaba en términos continentales, no provincianos, pero lo más relevante es que fue capaz de materializar su pensamiento estratégico en acciones tácticas. Dividió las capacidades del Libertador en tres grandes aspectos: “El dominio estratégico y táctico que es la planificación, la organización, la coordinación, la dirección y el control de la campaña. En segundo lugar, la cultura militar que San Martín la adquirió en el ejército español y la reforzó gracias a su biblioteca con obras clave sobre doctrina. Por último, el dominio doctrinario. El prócer tenía una gran comprensión de la heterogeneidad del ejército, desde sus granaderos, hasta la infantería, la artillería, sus chasquis, zapadores y la centralidad.” Tormenta, emoción y la llegada a Chacabuco Ya en la travesía conmemorativa, Alejandro, comentó que en el cruce por el Paso de Los Patos a 5.000 metros en el sector del Espinacito y al llegar al límite internacional (unos 3500 metros), se desató una tormenta de agua y nieve que obligó al grupo a detenerse. “Fue una noche dura. No había carpas para todos, nevó intensamente, hizo mucho frío. Al día siguiente todo estaba congelado”, recordó Alejandro. Un helicóptero acercó víveres, y el grupo improvisó un campamento en Los Ciénagos: “Un campamento a 3500 mts de altura, ya que de continuar avanzando nos exponíamos a probables aludes, debido a la tormenta. El descenso a partir del límite, es muy abrupto del lado chileno. Al día siguiente estaba todo congelado y los cerros todavía podían verse grandes manchones de nieve, en pleno febrero. Comenzamos el descenso y en unas cuantas horas pudimos llegar a los Ciénagos, donde los Carabineros chilenos nos ofrecieron un asado y música”. San Martín también enfrentó una tormenta similar en ese mismo punto. Una coincidencia histórica que conmueve”, afirmó Alejandro con emoción El camino continuó por senderos angostos, cornisa y vacío a la izquierda. “En ciertos tramos, el camino tenía apenas un metro de ancho. Era peligroso, pero no había otra opción”, relató Alejandro. Finalmente, el grupo llegó a Los Andes y emprendió la subida por la cuesta original de Chacabuco, donde se libró la batalla decisiva para la entrada a Santiago. Desde la cresta vimos el valle y un monumento de piedra con dos brazos sosteniendo un sable. Emociona saber que en ese lugar se desarrolló la batalla. Alejandro cerró su intervención con una reflexión: “La hazaña fue impresionante. Lo positivo de estas travesías es que permiten ponerse en el lugar de aquellos hombres y dimensionar lo que hicieron. Es una experiencia al alcance de cualquiera que se lo proponga, pero siempre recordando que lo importante ocurrió en 1817.” La charla en el Museo Magnasco no fue solo una clase de historia ni una crónica de aventura. Fue un ejercicio de memoria activa, donde la estrategia militar se entrelazó con la emoción, el sacrificio y la pedagogía del presente. Cada paso que dio Alejandro fue una forma de honrar a quienes soñaron una América libre, pero también nos hace reflexionar y preguntarnos qué cordilleras tenemos que cruzar hoy como sociedad.
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